En los comienzos de los años noventa,
algo se modificó: hubo una suerte de primacía sistemática de uno mismo ante el
orden común, aunque no reivindicada expresamente como tal […] Contribuyeron
astutamente a la emergencia, a gran velocidad y a escala del planeta entero, de
una nueva psyché del individuo que ahora se imagina a sí mismo como
beneficiario de este repentino aumento de poder […] Una experiencia subjetiva
de todo punto inédita: una desposesión de uno mismo entremezclada con la
sensación de detentar un poder respecto de algunos segmentos de la vida que
habría aumentado comparativamente
Éric Sadin
Se cumplen
diez años desde el nacimiento de este blog, que, por suerte del azar, se
corresponde con las setecientas entradas. Como soy un súbdito respetuoso del
imponente sistema métrico decimal que rige las vidas, y, además, practico el
culto al cero, en tanto que en esta época soy requerido para convertirme en
materia contante en las operaciones de agregación realizadas por el poder,
confiriéndome un valor inferior que se representa en millonésimas de unidad, por
eso atribuyo a este texto una significación simbólica relevante. Sí, diez años
ya desde que dejé de ser cero y pasé a ser uno. Es decir, dejar de ser nadie o
un simple guarismo estadístico irrelevante y manipulable por los cocineros de
la opinión pública.
En estos
largos años han tenido lugar múltiples cambios de gran envergadura. No cabe
duda de que el más relevante radica en la reconfiguración del estado frente al
ascenso colosal del mercado. Este se expande inundando toda la sociedad y la
vida. Su esplendor radica más que en su capacidad formidable para fabricar
productos y servicios, que se renuevan a gran velocidad, en su competencia en
crear imaginarios, conocimiento, nuevas organizaciones y relaciones sociales,
y, por último, novísimos sujetos sociales dotados de subjetividades acordes a la
nueva sociedad, atrapados en la contradicción entre los condicionamientos
estructurales inexorables y la sensación que otorga el control de una parte de
sus vidas.
He vivido
una parte de ese proceso en la esfera más exitosa para la nueva sociedad
neoliberal emergente: la universidad, donde la reforma ya es completa, de modo
que en ella ha cristalizado un nuevo orden social radicalmente diferenciado del
anterior. En estas fiestas leo atentamente el último libro de Éric Sadin: “La
era del individuo tirano. El fin de un mundo en común”, en el que sintetiza
certeramente la línea principal de cambio social que está operando en el
presente. No puedo dejar de recordar la vida en el Madrid de mi adolescencia,
en el que tomaba cañas en bares-freidurías pobladas por trabajadores de la
industria y de los servicios. Al caer la tarde nos congregábamos allí
unificados por la cerveza y las conversaciones abiertas. Recuerdo que, como yo
era estudiante, todo el mundo me convidaba. La generosidad y vitalidad de que
hacían gala los pre-modernizados súbditos era encomiable.
Ahora todo
ha cambiado, pero, sobre todo, las personas. Cada uno es un ser endeudado y con
un proyecto individual que tiene distintas combinaciones de ingredientes de
ensoñación y emulación desmedida. Cada uno esculpe su cuerpo en el gimnasio,
administra los condicionantes de su carrera profesional, obedece a las
conminaciones expertas con respecto a sus parejas, su sexo, su ocio, y
configura su menú audiovisual en el gran encierro doméstico para cumplimentar
su trayectoria como espectador de streaming. La socialidad se ha reconfigurado
drásticamente bajo el manto del mercado infinito, que provee a todos de modelos
de comportamiento adecuados a sus altas expectativas. Todo termina en la
cristalización de un perfil, que constituye el territorio sobre el que convergen
los múltiples y diversos proyectos de domesticación. Esta es la razón por la
que algunos viejos dotados de cierta sabiduría renunciamos a tener un perfil en
las redes sociales. El perfil es el material sobre el que desembarcan las
legiones de escultores del mercado total.
En este
tiempo de sujeto uno, se va agrandando la brecha con muchas de las gentes que
me han acompañado en etapas anteriores de mi vida. No es que tenga otras ideas,
sino que mi manera de ver es radicalmente diferente a la de la gran mayoría de
compañeros de viaje de antaño. La diferencia se asienta en los paradigmas en
los que nos referenciamos. La gran mayoría de gentes próximas en otros tiempos
ha terminado por amodorrarse y acomodarse al nuevo escenario. Su forma de
pensar y sus actuaciones se referencian en sus intereses inmediatos. De ahí
resulta un pragmatismo hiperestrecho que los sitúa en una posición inerme. Es
patético contemplar la decadencia de las gentes que protagonizaron la esperanzadora
atención primaria en su refundación en los ochenta. Ahora conforman un coro que
gime por su brutal relegación y por la cristalización de las desigualdades
crecientes. La falta de fuste intelectual y vital es inquietante. En
coherencia, esperan una solución cuya procedencia sean las instituciones
estatales deterioradas, de las que emerja algún caudillo audiovisual
providencial.
La
diferencia principal que sustenta este distanciamiento radica en la disparidad
en los marcos de referencia. Los acomodados ignoran el macroproceso social que se
sobrepone a las realidades sociales locales y estatales. Pero este, se hace
presente reconfigurando drásticamente todas las situaciones. Al no ser
reconocido explícitamente, se sitúa fuera de lo que se entiende como “la
política”, que entonces queda limitada a un juego de intereses entre varios
segmentos sociales, que desde siempre he designado como “intereses mayores” e
“intereses menores”. Así se construye una suerte de impotencia de todas las
causas sociales “menores” que acaban colisionando con los efectos del gran
macroproceso social. En los conflictos
se manifiesta la maldición de ignorar el proceso “mayor”, restringiendo las
miradas de los actores.
Pero, lo más
importante de este tiempo remite a que esa imponente configuración social del
mercado se hace presente imperativamente en las vidas. En la mía de jubilado
comparece inevitablemente de múltiples formas. Así, me autodefino como un
sujeto en busca y captura. Es decir, en una situación en la que distintas
formas de mercado me acechan en espera de su oportunidad para penetrar en mi
vida y modelar mis comportamientos y mi gasto. Podría ser muy prolífico en la
narración de las ingerencias del mercado infinito sobre mi vida, pero me
remitiré a una reciente.
Tengo una
entrañable perra que ya va a cumplir 14 años. Hace un par de meses se puso muy
mala y tuve que acudir a Urgencias Veterinarias, que ahora han cristalizado en
la proliferación de hospitales veterinarios. Tras realizar analíticas y pruebas
de imagen detectaron una pancreatitis. La medicación de choque requirió su
hospitalización. De este modo renuncié a uno de mis principios esenciales. Pero
lo peor resulta del tratamiento asignado a esta entrañable portadora de una
pancreatitis. que incluye cambios en su
alimentación. Me recetaron un sofisticado pienso veterinario de Hills, que es
gastrointestinal, bajo en grasa y en proteínas y una cosa que todavía no
comprendo, que es “sensitive”. El caso es que el precio de este pienso es
disparatado, lo cual ha generado una fantasía que nunca he tenido: el temor a
ser asaltado, violentado y robado por gentes en busca del valioso pienso-oro
que come Totas.
Uno de mis
héroes, Juan Cueto, contaba que su casa de Gijón fue asaltada por unos ladrones
que mostraron su perplejidad ante la concentración de los libros. Mi casa
actual, a pesar de que con mi traslado a Madrid mi biblioteca se disipó, alberga
una biblioteca creciente. Así que he presumido de mi ausencia de temor a ser
asaltado en tanto que carezco de bienes en la referencia de los asaltantes.
Pero ahora sueño con ser asaltado para apoderarse de los sacos de pienso-oro
para alimentar a mi querida perra medicalizada. Me imagino un túnel excavado
desde el exterior para llegar al saco de pienso equivalente al caviar. El
emergente sistema veterinario, ampara una industria superpróspera de
alimentación animal. Lo mismo ocurre con los médicos. Sus prescripciones
sustentan una industria farmacéutica empeñada en hacer tangible el antaño
concepto de infinito.
Sí, mi
cuerpo menguante es percibido como un punto de anclaje de las iniciativas del
mercado total. En este sentido soy un sujeto en busca y captura. Mi correo
electrónico ya recibe centenares de mensajes procedentes de las esferas de la
vieja cultura, ahora materializadas en industrias culturales, haciéndolo
inmanejable. Por eso estoy aprendiendo de nuevo a vivir en una suerte de
clandestinidad que incremente mi invisibilidad a las miradas escrutadoras de
ese terrible entramado de captura comercial de la vida. Al igual que en mis
tiempos mozos me ocupaba en no ser seguido, ahora invento estrategias huidizas
para evitar ser escudriñado por el nuevo Dios omnipotente y omnipresente que
planea sobre las vidas de sus laboriosos súbditos.
Estoy
afanado en la tarea de reconstituir una vida lo mejor posible, liberando mi
cotidianeidad de los dispositivos colosales de esta novísima sociedad de
control. Es esencial liberarse de las relaciones con aquellas empresas que me
pretendan capturar. En este aprendizaje he constatado que todas las empresas
siguen el patrón inexorable del modelo empresa y su institución central: el
marketing de uno a uno. Así, Iberdrola, mi empresa suministradora de
electricidad me proporciona consejos para realizar un consumo más austero;
Médicos sin Fronteras me halaga como si fuera un émulo joven, o El Diario.es me
ofrece un obsequio consistente en un libro de Ignacio Escolar, eso sí, dedicado
personalmente y a cambio de algo. Como diría un ministro franquista de la época
“estoy dolorosamente harto” de este dispositivo ubicuo de busca y captura.
En este
nuevo año trataré de evitar a mis amables cazadores reconstituyendo una buena
vida en minúsculas y en los espacios cotidianos que se ubiquen fuera de sus
miradas. Por lo demás, ya suenan los tambores epidemiológicos de nuevo y a las
pantallas retornan los fantasmas pandémicos. Como reza una cancioncilla
“Siempre los mismos fantasmas”. Las estrategias de busca y captura son más
eficaces cuanto más asustados se encuentren los perseguidos. En fin, deseo un
buen año para todos los lectores, pero no a mis perseguidores.
Buen año profesor! Es siempre incómodo y a la vez placentero leerlo. Agradezco sus escritos.
ResponderEliminarUn saludo Juan y enhorabuena. Brindo por ti y por otras 700 entradas más.
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