He leído con
mucho interés el artículo de David Souto en Vox Populi “La jaula fascista y la fobia de las izquierdas hacia la plebe”. En marzo
de 2022, publiqué en este blog un artículo de este autor, publicado en Diario
16 “La deserción es nuestra única salida”. En esta ocasión he tenido la misma
sensación ante este texto, que remite a un encuentro con un autor que aporta un
esquema referencial singular, que se ubica en el exterior del océano de
artículos de la prensa digital, que se fundamentan en un petrificado sistema de
significación, del que se deriva una monotonía insufrible, así como una
desorientación colosal, en tanto que los lectores se encuentran desbordados por
distintos acontecimientos que no caben en tan menguados esquemas. Los artículos
de Souto representan el equivalente a una conmoción para algunos lectores entre
los que me incluyo.
Detesto la uniformidad de los analistas
del presente. En tanto que se producen múltiples cambios sustantivos, estos
apenas son percibidos en sus verdaderas dimensiones. Los antiguos
intelectuales, así como otras gentes que conformaban la intelligentsia,
aportaban sus visiones globales, que, además, eran inevitablemente plurales.
Uno de los cambios esenciales que ha tenido lugar es, precisamente, la
reconversión de la intelligentsia. Ahora se encuentra formada por periodistas
estrictamente encuadrados en bloques políticos; expertos en algún campo
específico que aportan su saber a los gobiernos u otras instancias investidas
de poder; y lo que denomino como traductores,
que son los tertulianos encargados de producir una conversación pública
estrictamente subordinada a las necesidades de los distintos poderes. Junto a
estos, algunas gentes de la cultura se prodigan en el respaldo a las verdades
oficiales aprovechando su visibilidad.
Tras esta mutación ha desaparecido la independencia de los viejos
intelectuales, que aportaban visiones globales dotadas de espesor argumental.
También de algunos periodistas independientes, así como algunos universitarios
cuya obra trascendía las fronteras disciplinares establecidas Las nuevas
figuras de la información y el conocimiento se encuentran insertados en
dispositivos de poder, que les demandan soluciones según sus necesidades
inmediatas. Los gabinetes de prensa de los gobiernos, de los partidos, los
operadores de los medios, todos ellos conforman un dispositivo informativo
agobiante. El conocimiento que exhiben sobre las realidades, se encuentra
rígidamente determinado por sus todopoderosos clientes. El resultado es la
configuración de una gran burbuja que cocina una suerte de papilla informativa
uniforme, que disuelve las especificidades y las autorías. La hegemonía
audiovisual sanciona a periodistas que adquieren gran popularidad aún a pesar
de su pensamiento cero. En un medio así, cada cual desempeña rigurosamente el
papel asignado por el dispositivo global.
En particular, los expertos convocados por los poderes comparecen desde
la universidad o medios profesionales especializados. La universidad del
presente actúa como un disolvente de discursos generales, y en favor de la
parcelación y especialización del conocimiento. Esta es la clave para
comprender esta institución como una verdadera fábrica de expertos útiles a los
poderes como mercenarios utilizados puntualmente según las necesidades de sus
patrones-clientes. No puedo olvidar las intervenciones de los expertos en la
pandemia de la Covid, en las que fundamentaban decisiones imposibles de asumir
fuera de las coordenadas de los riesgos apocalípticos que enunciaban estos
portavoces especializados.
Así, columnistas, tertulianos, presentadores, expertos de guardia y otras
categorías, constituyen la conversación pública que ampara el ejercicio del
gobierno, presentando dialógicamente la trama narrativa de la actualidad
cocinada. Estos se atienen con una disciplina encomiable a los guiones
prestablecidos, que se fundan en un marco de referencia único. Este determina
la interpretación de los eventos que constituyen la actualidad. En otras
palabras, el complejo de la conversación pública aplica un conjunto de
categorías predefinidas que les permiten descifrar la información. De este modo
se comparten las significaciones que cristalizan en un conocimiento común. Pero
el conocimiento no es solo la cristalización de un fenómeno pasivo de recepción
y registro de las realidades, sino que remite a un conjunto previo de
selecciones, comparaciones, valoraciones y categorizaciones de las que resultan
modelos de interpretación.
La comunidad de la conversación pública subordinada a los poderes
construye así un modelo de conocimiento cerrado, que determina su homogeneidad
absoluta. De este modo instituye un sistema de recortes de las realidades, que en los últimos tiempos se muestra
como inquietante. Este sistema cerrado de conocimiento ha terminado,
inexorablemente, por constituir un nuevo autoritarismo que condena a cualesquiera
que se ubique en su exterior, tanto a la reprobación pública, como,
crecientemente, al castigo. La pandemia fue un acontecimiento elocuente que
mostraba nítidamente los rasgos autocráticos del nuevo poder, inseparable de su
complejo de creación de conocimiento y de la imposición de este por medio de la
conversación pública dirigida y enclaustrada.
Los públicos receptores de los discursos subyacentes en la conversación
pública y publicada, se encuentran encerrados en un sistema de significación que
impide comprender múltiples acontecimientos y entierra múltiples realidades. Por ilustrarlo con un ejemplo de la
actualidad, el caso de Sumar de Yolanda Díaz es paradigmático. Se presenta como
un proyecto de conversación y formato de movimiento ciudadano, cuando su
naturaleza es justamente la contraria. En realidad, se trata de un verdadero
golpe de una persona relevante de una coalición entre dos partidos, que decide
encabezar una nueva propuesta que incluye la destitución de sus compañeros de
escaños, así como de las direcciones de ambos, que guardan un sepulcral
silencio. Sus apoyos proceden del poderoso presidente y su complejo mediático
que emula sus actividades y multiplica sus comparecencias. Pero, ¿quién ha
decidido dar el salto de Sumar? En sus apariciones multiplicadas por los
altavoces mediáticos oficiales habla en nombre de Sumar, pero esta propuesta
carece de cualquier dirección. Entonces, Sumar es un proyecto hiperpersonalista
fundado en una conspiración contra los desgastados dirigentes de Podemos, pero
en la conversación pública dirigida comparece como una alternativa democrática.
Así se consuma una trasmutación de la realidad que se hace factible por la
percepción determinada por la comunicación política condimentada en el
ecosistema de la comunicación política, en el que los analistas independientes
se han disipado.
Estas consideraciones facilitan la comprensión de los textos que publica Souto. Estos se ubican completamente al margen de la burbuja del conocimiento
patrocinado. El choque entre su sistema de significación y valoración con el
imperante es patente. Desde esta perspectiva es menester leerlo. Su marco de
referencia es tan diferente que lo convierte en un extraño para los lectores encuadrados en la homogeneidad de la
conversación pública. Se trata de un independiente. Recuerdo las viejas
categorizaciones de Roszac en los años sesenta, en las que distinguía entre los
integrados y los independientes. Couso es un independiente que piensa ajeno a
los marcos de referencia del poder establecido. En un medio cerrado, como es el
del mundo comunicacional de los poderes imperantes, la colisión es
insoslayable.
Desde esta perspectiva se pueden pensar las afirmaciones de Souto, que
interpreta la emergencia de una nueva extrema derecha arraigada en algunos
espacios sociales. Esta emersión se simultanea con la transformación de la
izquierda, que comparece sustentada en una gran mutación ideológica, que la
transforma en una parte de un dispositivo de poder que restringe severamente
las libertades y diseña sus intervenciones promoviendo un punitivismo
desbocado. El castigo se sitúa en el corazón de todas las propuestas y se
sobreentiende que los problemas colectivos tienen soluciones que privilegian el
proverbial vigilar y castigar. La deriva del feminismo oficial comparece con
formas inquietantes que remiten al incremento de la intervención del derecho
penal y sus catálogos de penas crecientes.
El análisis de Souto resalta la convergencia y el conflicto entre dos
formas de fascismo, o de dos autoritarismos: el convencional de lo que se
entiende como extrema derecha y aquél en el que se inscribe la izquierda del
presente, que define así “las estructuras
de gobernanza mundial han ido construyendo para el tránsito de una sociedad
neoliberal con apariencia democrática a una impulsar sociedad tecnocrática
abiertamente autoritaria”. En estas coordenadas cabe comprender lo que
denomina como “la jaula fascista”. Esta se encuentra determinada por la puja
entre ambas tendencias, de modo que cualquier proyecto se encuentra atrapado
por ese conflicto fatal.
De este modo, la perspectiva de Souto hace inteligibles las perplejidades
que algunas personas experimentamos en la pandemia y ahora en la alegre guerra
como provincia confín de la OTAN. Se dibuja un nuevo autoritarismo, cuyo
fundamento es “apostar por la creación de
un hombre nuevo que rompa por completo con el pasado y obedezca a los anhelos
de una tecnocracia global posthumana que, no solo anula toda división de poderes, sino que nos lleva, en
nuestro contexto de capitalismo verde y digitalización forzada, a una sociedad
estamental”. La clave del análisis de Souto resalta que este giro termina
por confrontar a la nueva izquierda con sus tradicionales bases sociales. La
dinámica política en Europa ratifica esta afirmación.
El cambio entonces, por encima de factores coyunturales, remite nada
menos que al mismo genoma de la izquierda “ Nos
encontramos ante una mutación en toda regla en el genoma de la izquierda,
que ha pasado de desconfiar de la naturaleza del poder a sospechar de la
naturaleza humana y a considerar que es el poder (principalmente el poder
económico de las grandes estructuras de gobernanza mundial) el que tiene que
corregir a todos y cada uno de los ciudadanos (sobre todo si son de clase baja,
pues serán machistas, homófobos, enemigos del planeta) y disciplinarlos hasta
hacer coincidir sus comportamientos con los inalcanzables (e inhumanos, en
tanto que asociales) ideales promovidos por la política identitaria y por la
ideología posthumana.
El enfoque de Souto permite comprender algunos acontecimientos que nutren
la opacidad del presente y las perplejidades de muchos analistas referenciados
en paradigmas obsoletos. En mi caso particular, me ha producido un terremoto y
me ha estimulado a reorganizar mis esquemas. Por eso mi agradecimiento al autor
y la recomendación viva a los lectores para que lean su texto. Mi experiencia
de la lectura me ha liberado provisionalmente del mundo cerrado de la opacidad,
reiteración, monotonía y oscuridad de los operadores de la comunicación
política.
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