Un estado
en guerra sólo sirve como excusa para la tiranía doméstica.
Cuando la vida se teje con estambres
legalistas surge una atmósfera de mediocridad moral que paraliza los más nobles
impulsos humanos
Aleksandr
Solzhenitsyn
Lo más aburrido del mal es que a uno
lo acostumbra
Los cobardes son los que se cobijan
bajo las normas.
Jean-Paul
Sartre
He leído una
columna de Giorgio Agamben que sintetiza certeramente este tiempo de reflujo
democrático, en el que, tras la pandemia, se suceden en cadena distintas
variantes de estados de excepción. Lo más novedoso, al tiempo que perverso, es
que estos cuentan con el respaldo de amplios sectores sociales, y, en
particular, las gentes de la cultura y de la intelligentsia, definidas por su
alineamiento incondicional con los distintos bloques políticos presentes en las
instituciones. El hito del gobierno epidemiológico de la Covid, ha arrasado las
sociedades contemporáneas que se reclaman democráticas, instaurando unas formas
de gobierno en las que la coacción se constituye como fundamento del gobierno.
El sacrificio deviene en principio sagrado que legitima la acción de los
gobiernos y sus extensiones parlamentarias y mediáticas.
Este texto
fue publicado el 8 de diciembre de 2022 por Agamben en su columna “Una voce”
que publica regularmente en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet. En
castellano se puede encontrar en el blog Artilleríainmanente https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=2763 .
Comparto la
idea fuerte del texto de Agamben acerca de la función esencial de las
catástrofes, convertidas en oportunidades para establecer formas de gobierno
autocráticas en nombre de la seguridad. Y de que la función esencial de los
gobiernos es promover y difundir los temores colectivos, que devienen en el
principio sobre el que se asienta el gobierno crecientemente autocrático. En el
tiempo de la pandemia se evidenció contundentemente. Ahora, acrecentado por la
guerra, que es silenciada en todos los discursos, convirtiéndose en la última
ratio para pilotar la sociedad minimizando el pluralismo hasta extremos
insólitos. Tras unos meses de desconcierto, ya nadie dice nada acerca de la
guerra y se aceptan las restricciones sin rechistar.
En mi entorno personal se pueden identificar múltiples óbitos
intelectuales y vitales de personas que se han mostrado como vivas en otros
tiempos. La política es ya la adhesión incondicional a “los míos”. Sin matizaciones
ni máscaras, al estilo instaurado por los tertulianos. Mal presagio para el
futuro. De ahí el sentido de las frases de Solzhenitsyn y Sartre que he
seleccionado. El concepto más importante, en mi opinión, es el de mediocridad
moral. Este se especifica en un comportamiento conformista con “los míos”. En
la universidad es generalizado desde hace muchísimos años ya.
Este es el
texto de Agamben
Giorgio
Agamben / Libertad e inseguridad
John
Barclay, en su profética novela Argenis (1621), definió en estos
términos el paradigma de la seguridad que más tarde adoptarían progresivamente
los gobiernos europeos: «O se da a los hombres su libertad o se les da la
seguridad, por la que abandonarán la libertad». Libertad y seguridad son, pues,
dos paradigmas de gobierno antitéticos, entre los que el Estado debe elegir
cada vez. Si quiere prometer seguridad a sus súbditos, el soberano tendrá que
sacrificar su libertad y, viceversa, si quiere la libertad tendrá que
sacrificar su seguridad. Michel Foucault mostró, sin embargo, cómo debía
entenderse la seguridad (la sureté publique), que los gobiernos
fisiocráticos, a partir de Quesnay, fueron los primeros en asumir
explícitamente entre sus tareas en la Francia del siglo XVIII. No se
trataba —entonces como ahora— de prevenir las catástrofes, que en la Europa de
aquellos años eran esencialmente las hambrunas, sino de dejar que se produjeran
para poder intervenir de inmediato y gobernarlas en la dirección más útil.
Gobernar recobra aquí su significado etimológico, es decir, «cibernético»: un
buen piloto (kibernes) no puede evitar las tormentas, pero, cuando se
producen, debe ser capaz de gobernar su nave según sus intereses. Lo
esencial en esta perspectiva era difundir un sentimiento de seguridad entre los
ciudadanos, mediante la convicción de que el gobierno velaba por su
tranquilidad y su futuro.
Lo que
estamos presenciando hoy es un despliegue extremo de este paradigma y, al mismo
tiempo, su inversión puntual. La tarea primordial de los gobiernos parece
haberse convertido en la difusión capital entre los ciudadanos de un
sentimiento de inseguridad e incluso de pánico, que coincide con una compresión
extrema de sus libertades, que precisamente en esa inseguridad encuentra su
justificación. Los paradigmas antitéticos hoy ya no son la libertad y la
seguridad; más bien, en términos de Barclay, habría que decir hoy: «da a los
hombres la inseguridad y renunciarán a la libertad». Ya no es necesario, por
tanto, que los gobiernos se muestren capaces de gobernar los problemas y las
catástrofes: la inseguridad y la emergencia, que constituyen ahora el único
fundamento de su legitimidad, no pueden en ningún caso eliminarse, sino —como
estamos viendo hoy con la sustitución de la guerra contra el virus por la
guerra entre Rusia y Ucrania— sólo articularse de maneras convergentes, pero
diferentes cada vez. Un gobierno de este tipo es esencialmente anárquico, en el
sentido de que no tiene un principio al que atenerse, salvo la emergencia que
produce y mantiene.
Es probable,
sin embargo, que la dialéctica cibernética entre la anarquía y la emergencia
alcance un umbral, más allá del cual ningún piloto será capaz de dirigir la
nave y los hombres, en el ya inevitable naufragio, tendrán que volver a
interrogarse sobre la libertad que tan incautamente sacrificaron.
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