domingo, 4 de diciembre de 2022

LA RECESIÓN DEL CAMBIO

 

Si es malo cuando lo hacen, está mal cuando lo hacemos.

No deberíamos estar buscando héroes, deberíamos estar buscando buenas ideas.

Noam Chomsky

 

Dos acontecimientos de la actualidad son altamente indicativos de la situación general en la que se encuentra la sociedad española. El primero es el del enésimo escándalo de corrupción que afecta a la alcaldesa de Marbella, que varios medios han destapado presentando informaciones escalofriantes, en tanto que denotan la convergencia de varios tráficos ilícitos trascendiendo el proverbial y veterano de los suelos. El segundo remite a la Federación Española de Fútbol que, tras deslocalizar la Copa de la Liga a Arabia Saudí, ahora deslocaliza su misma Asamblea General, desplazándose a Dubai. En los últimos meses han salido a la luz las comisiones millonarias que cobran los directivos e intermediarios por estas operaciones financieras. Ambos eventos, comparecen en los medios con efectos incoloros, inodoros e insípidos, es decir, que no suscitan reacción alguna en las instituciones como en las organizaciones sociales, así como en los mundos de la cultura, el pensamiento o la universidad.

La emergencia de esta (pen)última forma de corrupción, se encuentra acompañada por un acostumbramiento y normalización en la conciencia colectiva, que se muestra tolerante respecto a la última novedad de esta reactualización de la corrupción. Se trata de que los mismísimos beneficiarios, lo asumen con naturalidad y se presentan con discursos verbales que lo justifican. La alcaldesa afirma haber ahorrado doce millones de euros en los breves años que ejerció como médica de Atención Primaria. Pero nadie iguala al ínclito Rubiales (Rubi para sus cómplices) que se presenta como un benefactor para los equipos modestos, un portavoz de la liberación de las mujeres en los opulentos estados de la península arábiga, así como un portador de nuevos valores –los mitológicos valores que se le suponen al deporte- que democratizan las estructuras deportivas.

Las denuncias en los pocos medios que presentan las informaciones y reportajes pavorosos, no encuentran eco alguno en las audiencias, entregadas al espectáculo del cuadrilátero político, en el que las densidades de zascas alcanzan su cénit según la fórmula de “hoy más que ayer pero menos que mañana”. La insensibilidad social del presente contrasta con la gran energía social que suscitaron los escándalos de los grandes líderes del pepé, que en 2014 propiciaron un ciclo político renovado. La energía social de entonces, se filtraba hasta los platós, proporcionando un vigor inusitado al escenario político. Asimismo, se multiplicaban las iniciativas y los actores políticos, de modo que generaban un estado de expectación en la opinión pública. Este se manifestó en el gran apoyo a las primeras iniciativas de Podemos, con actos masivos del que la célebre mitin-concentración de la Puerta del Sol fue su cénit.

Este estado de efervescencia tuvo como consecuencia el cuantioso respaldo a lo que se denominó como “candidaturas del cambio”. Estas fueron el vehículo que desembarcó a varios miles de activistas en todos los niveles del estado. Pero una vez que estos se acomodaron en las confortables poltronas de lo que entonces denominaban pomposamente como “la vieja política”. En los meses siguientes protagonizaron una transformación iconográfica en las vetustas instituciones, al tiempo que se confirmó la incapacidad de transformar sustantivamente las políticas públicas y las estructuras de las instituciones estatales, sanitarias, educativas o de los servicios sociales. El resultado fue su absorción por la lógica centrípeta de las instituciones y sus extensiones mediáticas, que terminaron por eliminarlos de los escenarios sociales –eso que llaman “la calle”- para asentarlos en el entramado de los escaños, atriles y platós, así como en los confortables despachos para aquellos que detentaban el estatuto de asesores.

El ascenso de la nueva izquierda a las instancias estatales ha vaciado los escenarios en donde se canalizaron los malestares y las protestas en los esperanzados años del cambio. La integración de la misma en el gobierno ha consumado su impotencia política para hacer avanzar su programa inicial, que va experimentando una metamorfosis semejante a las estéticas de sus ilustres dirigentes. La idea de reforma del régimen se disipa para transformarse en un conjunto de reformas que son sometidas a una secuencia de recortes que las hace manifiestamente precarias. La progresiva insignificancia del  cambio lo reduce a un conjunto de ayudas, penosamente administradas por la esclerotizada administración, que las minimiza, así como un conjunto de gestos pomposos que alimentan el imaginario de la izquierda.

Privada de la energía procedente de los suelos sociales, la nueva izquierda envejece aceleradamente. Desempeña su papel de ala izquierda del etéreo mundo de los platós, las tertulias, las encuestas y los relatos visuales de la política institucional. En esas condiciones es reducida a un conjunto de simulaciones sin contenido. En tanto que reparte ayudas materiales se deterioran las instituciones y los grandes sistemas estatales, de la educación, sanidad y servicios sociales, como consecuencia del simulacro del management que los operadores de las reformas neoliberales han instaurado y hecho avanzar meticulosamente.

El efecto perverso de este proceso de recesión política radica en que, sumidos en un progresivo aislamiento institucional, los objetivos de la veterana nueva izquierda se orientan a mantenerse en el interior de la burbuja gubernamental, temerosos de un regreso a los gélidos suelos sociales de los que procede. La pandemia constituyó un acontecimiento esencial, que mostró la incompetencia de esta para desmarcarse del modelo de gobierno autoritario que instauró. En ese tiempo cristalizó la impotencia programática que le condenó a un seguidismo gregario a los imperativos de la nueva gubernamentalidad epidemiológica.

Así, el cambio propuesto comparece como una quimera macabra. Se confirma que el gobierno es sólo una instancia más en el cambio político, así como que este es imposible sin varios centros de gravedad. La acción gubernamental se limita a ayudas materiales para abastecer las neveras de los más necesitados, pero deja incólumes las instituciones estatales, preparadas para el relevo inapelable de la derecha. Es altamente instructivo la ausencia de reflexión acerca de la indiferencia de las clases subalternas al reparto de ayudas materiales y gestos que no se traducen en apoyos en las encuestas.

Pero el aspecto más problemático radica en que la veterana-nueva izquierda, al limitar su acción al gobierno y el estado, ausentándose de los espacios sociales en donde se localizan sus bases sociales potenciales, actúa según los proverbiales modelos de la propaganda y verdad oficial. De este modo se retira de la sociedad, en la que se incuba sin oposición una oposición viva contraria a sus preceptos, que desde el sesgo asociado a su posición jerárquica se interpreta como efecto del avance de la extrema derecha. Efectivamente, esta se instala sobre los territorios sociales en los que la izquierda ha emigrado al entramado de estrados, asientos nobles y platós. Es doloroso presenciar el giro a la derecha espectacular de muchos jóvenes.

De este modo, la izquierda enclaustrada en las instituciones de la videopolítica, se asemeja a los estados de las viejas democracias populares, que se definían durante décadas como estados obreros y campesinos, sustentados en el dominio de la educación y los medios, desde los que imponían sus preceptos. Es inevitable recordar su estrepitoso derrumbe y el renacimiento de lo entonces relegado y prohibido. Algo así está ocurriendo con el feminismo, propiciado por el estado, las direcciones de las instituciones educativas y culturales, que suscita una suerte de contramodernidad en relevantes contingentes de jóvenes. El retorno del machismo en nuevos y sutiles formatos se deriva de la ausencia de portavoces del feminismo ubicados en los suelos sociales.

De este modo, el canónico cambio es completamente reversible. Vivo en Madrid, en donde un ayuntamiento del cambio ha sido desplazado sin conmoción, tragedia ni apocalipsis alguna, por un gobierno del pepé, Vox y la peor versión imaginable de Ciudadanos. Este recambio muestra a las claras la insuficiencia radical programática y de acción política de ese movimiento migratorio de los suelos sociales a las instancias de gobierno que son las candidaturas del ostentoso cambio.

Desde estas coordenadas se hace inteligible la ausencia de respuesta alguna a los dos episodios de corrupción que comentaba al principio del texto. Ausentes del tejido en donde se gesta la acción colectiva, los héroes del ala izquierda de la audiencia muestran su perplejidad por su reducción en los platós. Así se gesta el vértigo de que se cumpla el pronóstico de las encuestas –que naturalmente son exquisitamente cocinadas- consistente en el retorno al consejo de ministros de la última versión del curtido pepé, ahora acompañado de sus hermanos extraviados. Eso es el reverso del cambio prometedor de 2014. Y de este tiempo solo quedarán un grupo de héroes simbólicos que se harán un hueco confortable en las memorias para alimentar la nostalgia de los incondicionales, pero, como afirma chomsky, muy pocas buenas ideas.

 

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