Si es malo cuando lo
hacen, está mal cuando lo hacemos.
No deberíamos estar buscando héroes, deberíamos estar
buscando buenas ideas.
Noam Chomsky
Dos
acontecimientos de la actualidad son altamente indicativos de la situación general
en la que se encuentra la sociedad española. El primero es el del enésimo
escándalo de corrupción que afecta a la alcaldesa de Marbella, que varios
medios han destapado presentando informaciones escalofriantes, en tanto que
denotan la convergencia de varios tráficos ilícitos trascendiendo el proverbial
y veterano de los suelos. El segundo remite a la Federación Española de Fútbol
que, tras deslocalizar la Copa de la Liga a Arabia Saudí, ahora deslocaliza su
misma Asamblea General, desplazándose a Dubai. En los últimos meses han salido
a la luz las comisiones millonarias que cobran los directivos e intermediarios
por estas operaciones financieras. Ambos eventos, comparecen en los medios con
efectos incoloros, inodoros e insípidos, es decir, que no suscitan reacción
alguna en las instituciones como en las organizaciones sociales, así como en
los mundos de la cultura, el pensamiento o la universidad.
La
emergencia de esta (pen)última forma de corrupción, se encuentra acompañada por
un acostumbramiento y normalización en la conciencia colectiva, que se muestra
tolerante respecto a la última novedad de esta reactualización de la
corrupción. Se trata de que los mismísimos beneficiarios, lo asumen con
naturalidad y se presentan con discursos verbales que lo justifican. La
alcaldesa afirma haber ahorrado doce millones de euros en los breves años que
ejerció como médica de Atención Primaria. Pero nadie iguala al ínclito Rubiales
(Rubi para sus cómplices) que se presenta como un benefactor para los equipos
modestos, un portavoz de la liberación de las mujeres en los opulentos estados
de la península arábiga, así como un portador de nuevos valores –los
mitológicos valores que se le suponen al deporte- que democratizan las
estructuras deportivas.
Las
denuncias en los pocos medios que presentan las informaciones y reportajes
pavorosos, no encuentran eco alguno en las audiencias, entregadas al
espectáculo del cuadrilátero político, en el que las densidades de zascas
alcanzan su cénit según la fórmula de “hoy más que ayer pero menos que mañana”.
La insensibilidad social del presente contrasta con la gran energía social que
suscitaron los escándalos de los grandes líderes del pepé, que en 2014
propiciaron un ciclo político renovado. La energía social de entonces, se filtraba
hasta los platós, proporcionando un vigor inusitado al escenario político.
Asimismo, se multiplicaban las iniciativas y los actores políticos, de modo que
generaban un estado de expectación en la opinión pública. Este se manifestó en
el gran apoyo a las primeras iniciativas de Podemos, con actos masivos del que
la célebre mitin-concentración de la Puerta del Sol fue su cénit.
Este estado
de efervescencia tuvo como consecuencia el cuantioso respaldo a lo que se
denominó como “candidaturas del cambio”. Estas fueron el vehículo que
desembarcó a varios miles de activistas en todos los niveles del estado. Pero
una vez que estos se acomodaron en las confortables poltronas de lo que
entonces denominaban pomposamente como “la vieja política”. En los meses siguientes
protagonizaron una transformación iconográfica en las vetustas instituciones,
al tiempo que se confirmó la incapacidad de transformar sustantivamente las
políticas públicas y las estructuras de las instituciones estatales,
sanitarias, educativas o de los servicios sociales. El resultado fue su
absorción por la lógica centrípeta de las instituciones y sus extensiones
mediáticas, que terminaron por eliminarlos de los escenarios sociales –eso que
llaman “la calle”- para asentarlos en el entramado de los escaños, atriles y
platós, así como en los confortables despachos para aquellos que detentaban el
estatuto de asesores.
El ascenso
de la nueva izquierda a las instancias estatales ha vaciado los escenarios en
donde se canalizaron los malestares y las protestas en los esperanzados años
del cambio. La integración de la misma en el gobierno ha consumado su
impotencia política para hacer avanzar su programa inicial, que va
experimentando una metamorfosis semejante a las estéticas de sus ilustres
dirigentes. La idea de reforma del régimen se disipa para transformarse en un
conjunto de reformas que son sometidas a una secuencia de recortes que las hace
manifiestamente precarias. La progresiva insignificancia del cambio lo reduce a un conjunto de ayudas,
penosamente administradas por la esclerotizada administración, que las
minimiza, así como un conjunto de gestos pomposos que alimentan el imaginario
de la izquierda.
Privada de
la energía procedente de los suelos sociales, la nueva izquierda envejece
aceleradamente. Desempeña su papel de ala izquierda del etéreo mundo de los
platós, las tertulias, las encuestas y los relatos visuales de la política
institucional. En esas condiciones es reducida a un conjunto de simulaciones
sin contenido. En tanto que reparte ayudas materiales se deterioran las
instituciones y los grandes sistemas estatales, de la educación, sanidad y
servicios sociales, como consecuencia del simulacro del management que los
operadores de las reformas neoliberales han instaurado y hecho avanzar meticulosamente.
El efecto
perverso de este proceso de recesión política radica en que, sumidos en un
progresivo aislamiento institucional, los objetivos de la veterana nueva
izquierda se orientan a mantenerse en el interior de la burbuja gubernamental,
temerosos de un regreso a los gélidos suelos sociales de los que procede. La
pandemia constituyó un acontecimiento esencial, que mostró la incompetencia de
esta para desmarcarse del modelo de gobierno autoritario que instauró. En ese
tiempo cristalizó la impotencia programática que le condenó a un seguidismo
gregario a los imperativos de la nueva gubernamentalidad epidemiológica.
Así, el
cambio propuesto comparece como una quimera macabra. Se confirma que el
gobierno es sólo una instancia más en el cambio político, así como que este es
imposible sin varios centros de gravedad. La acción gubernamental se limita a
ayudas materiales para abastecer las neveras de los más necesitados, pero deja
incólumes las instituciones estatales, preparadas para el relevo inapelable de
la derecha. Es altamente instructivo la ausencia de reflexión acerca de la
indiferencia de las clases subalternas al reparto de ayudas materiales y gestos
que no se traducen en apoyos en las encuestas.
Pero el
aspecto más problemático radica en que la veterana-nueva izquierda, al limitar
su acción al gobierno y el estado, ausentándose de los espacios sociales en
donde se localizan sus bases sociales potenciales, actúa según los proverbiales
modelos de la propaganda y verdad oficial. De este modo se retira de la
sociedad, en la que se incuba sin oposición una oposición viva contraria a sus
preceptos, que desde el sesgo asociado a su posición jerárquica se interpreta
como efecto del avance de la extrema derecha. Efectivamente, esta se instala
sobre los territorios sociales en los que la izquierda ha emigrado al entramado
de estrados, asientos nobles y platós. Es doloroso presenciar el giro a la
derecha espectacular de muchos jóvenes.
De este
modo, la izquierda enclaustrada en las instituciones de la videopolítica, se
asemeja a los estados de las viejas democracias
populares, que se definían durante décadas como estados obreros y
campesinos, sustentados en el dominio de la educación y los medios, desde los
que imponían sus preceptos. Es inevitable recordar su estrepitoso derrumbe y el
renacimiento de lo entonces relegado y prohibido. Algo así está ocurriendo con
el feminismo, propiciado por el estado, las direcciones de las instituciones
educativas y culturales, que suscita una suerte de contramodernidad en
relevantes contingentes de jóvenes. El retorno del machismo en nuevos y sutiles
formatos se deriva de la ausencia de portavoces del feminismo ubicados en los
suelos sociales.
De este
modo, el canónico cambio es completamente reversible. Vivo en Madrid, en donde
un ayuntamiento del cambio ha sido desplazado sin conmoción, tragedia ni
apocalipsis alguna, por un gobierno del pepé, Vox y la peor versión imaginable
de Ciudadanos. Este recambio muestra a las claras la insuficiencia radical
programática y de acción política de ese movimiento migratorio de los suelos
sociales a las instancias de gobierno que son las candidaturas del ostentoso
cambio.
Desde estas
coordenadas se hace inteligible la ausencia de respuesta alguna a los dos
episodios de corrupción que comentaba al principio del texto. Ausentes del
tejido en donde se gesta la acción colectiva, los héroes del ala izquierda de
la audiencia muestran su perplejidad por su reducción en los platós. Así se
gesta el vértigo de que se cumpla el pronóstico de las encuestas –que
naturalmente son exquisitamente cocinadas- consistente en el retorno al consejo
de ministros de la última versión del curtido pepé, ahora acompañado de sus
hermanos extraviados. Eso es el reverso del cambio prometedor de 2014. Y de este tiempo solo quedarán un grupo de héroes simbólicos que se harán un hueco confortable en las memorias para alimentar la nostalgia de los incondicionales, pero, como afirma chomsky, muy pocas buenas ideas.
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