Un sistema
político-institucional puede funcionar adecuadamente si se referencia en una
sociedad que cumpla tres requisitos esenciales: Proyecto, tecnología y cohesión
social. Los acontecimientos críticos que tienen lugar en estos meses expresan
una crisis del sistema político que remite a un déficit de los actores
principales que lo sustentan. Tanto sus decisiones, en muchas ocasiones en el
límite del desvarío, como los saberes que referencian, muestran inequívocamente
una obsolescencia letal, que mengua los resultados de las instituciones y
genera las condiciones para un conflicto sórdido que termina en un colapso
institucional.
Tras los
compulsivos acontecimientos se pueden identificar dos elementos fundamentales que
interactúan mutuamente: una descomposición de las instituciones de gran
intensidad y un estado de frustración democrático acumulativo, devenido de los
sucesivos fracasos de las reformas democráticas ensayadas desde la transición.
He vivido este proceso de doble cara en la universidad durante muchos años,
viéndolo avanzar inexorablemente hacia su neutralización institucional. Frente
a esta adversidad, la respuesta invariablemente remite al perfeccionamiento de
la simulación, que siempre es la antesala del desfondamiento institucional.
El efecto
principal de este debilitamiento de las instituciones es la cristalización de
una impotencia institucional para promover y asentar reformas sociales y
económicas, que sólo pueden instaurarse sobre unas instituciones fuertes. Pero,
al tiempo que crecen los presupuestos asignados a la administración, la
sanidad, la educación o los servicios sociales, las organizaciones que
sustentan a estos sistemas son debilitadas considerablemente por un conjunto de
reformas neoliberales, cuya pretensión es, precisamente, marchitarlas mediante
su reconversión a organizaciones que funcionen subordinadas al mercado. Así, al
contrario de los resultados expresados en cifras, las escuelas, institutos,
universidades, centros de salud, hospitales, centros de servicios sociales e
instancias de la administración pública, han sido rebajados lentamente por las
reformas gerencialistas de las últimas tres décadas, ensayando modelos que han
resultado agotados.
En estas
condiciones de desfallecimiento institucional general, la política deviene en
un mecanismo duro de reparto de bienes materiales para clientelas electorales.
La izquierda deviene en una versión del vetusto peronismo, reinventando ayudas
en busca de respaldos frente a la derecha que abastece a sus caladeros sociales
de sustanciosos reclamos. De este modo, en las instituciones políticas parece
inevitable la cristalización de un conflicto sórdido, en el que lo oculto, -lo
que no se dice, pero se sabe-, desempeña un papel fundamental. En este
conflicto entre tratantes de favores la inteligencia se encuentra desterrada.
Este juego requiere una mezcla de astucia y de fuerza, de dominio de la escena
para proteger lo oculto propio desvelando lo oculto ajeno. El atributo
principal de los contendientes radica en dominar el sentido de la escena para
la representación mediática.
Esta
situación se agrava en tanto que la descomposición de las instituciones afecta
al estado, que recupera su atomización proverbial, propia de la España
convencional. El caso de las instituciones judiciales es paradigmático. De este
modo se generan distintos grupos de interés en las instituciones que terminan
configurándose como verdaderas mafias. En las instituciones judiciales, en las
fuerzas de seguridad, en el ejército, en las universidades controladas por
cárteles académicos vinculados a un partido, en los medios de comunicación …..El
efecto más importante de esta situación es la consolidación de la apoteosis de
lo oculto, en tanto que tras los movimientos de los actores parlamentarios y
gubernamentales se encuentran distintas tramas que conforman un verdadero
estado paralelo.
La
confluencia de estos factores produce un problema monumental que se sobrepone a
cualquier actuación gubernamental y parlamentaria: la doble clandestinización
del poder efectivo. De un lado, los influyentes locales -nacionales o
regionales- ocultos. De otro, las fuerzas globales, que más allá del
estado-nación, imponen unas reformas inexorables, cuyos efectos son los
comentados anteriormente: la descomposición de las instituciones y la
frustración de las clases subalternas. Desde esta perspectiva se hace
inteligible la crispación radical de los desencuentros institucionales y la
teatralización de las actuaciones de los actores. La mentira en distintas y
sofisticadas versiones alcanza la condición de sublimidad en esta época. El
clima existente en el mundo político y sus esferas, instituciones y extensiones
mediáticas es irrespirable. Los influyentes invisibles formados por múltiples
clanes enclavados en instituciones influyen, bien en el proceso de decisiones
de gobierno, o bien en favorecer u obstaculizar su aplicación.
En estas
condiciones, es inevitable la proliferación de inteligencias menguadas, más
centradas en la administración de un conflicto con los rivales, definidos por
sustentarse en otras clientelas, lo que requiere astucia, sentido de la
oportunidad y dominio de los medios y sus escenificaciones. Se cumple así el
precepto canónico de que la estructura condiciona al actor. Las instituciones
resultan ser un campo en el que interactúan múltiples clanes y cadenas de
relaciones en favor de objetivos particularistas. No cuento ahora cómo
funcionan en la Universidad por respeto a algún lector incauto que puede
desmayarse. El orden institucional contiene múltiples elementos feudales que
condicionan sus dinámicas.
En este
contexto se puede ubicar la revuelta judicial que pretende condicionar al
Congreso y Senado. El poder judicial representa un formidable obstáculo a
muchas de las reformas democráticas necesarias. El optimismo delirante
prevaleciente en los primeros años de la frágil democracia española, se disipa
gradualmente por la comparecencia de un estado paralelo dotado de una eficacia
letal para condicionar muchas de las reformas, desviando de sus objetivos
múltiples procesos con pretensión de cambio. En los primeros años de este blog
utilicé la metáfora del pantano para definir los suelos sobre los que se
asientan las instituciones. Cualquier decisión de gobierno encuentra múltiples
obstáculos recombinados que la hacen desfallecer lenta, pero inexorablemente.
En este
territorio del estado pantanoso habitado por los múltiples señores de las
mafias corporativas, las reformas se estancan y la acción gubernamental se
orienta inevitablemente a repartir ayudas a sus redes clientelares. En una
situación así, cualquier proyecto de izquierdas que se escriba con mayúsculas
tiende a ser minimizado y recortado
despiadadamente. La afirmación de que la política significa la transformación
de la realidad es susceptible de ser problematizada. Porque transformar la
realidad significa ineludiblemente mejorar el estado y sus sistemas
organizativos. En un tiempo de debilitamiento de los mismos, proponer cambios
en los productos es una quimera. Esta es la falacia sobre la que se asienta el
vigente gobierno.
Vuelvo al
comienzo de este texto para resaltar la importancia de los proyectos. La
derecha apenas cuenta con un proyecto que trascienda los intereses inmediatos
de sus propias bases sociales. Incluso se puede constatar que es el mejor
gestor de las reformas propiciadas por el capitalismo global en favor de la
centralidad del mercado y la reconfiguración del estado mínimo. La izquierda se
encuentra huérfana tras el derrumbe de los países del socialismo real. Se
encuentra privada de un horizonte y se ubica en las coordenadas fijadas por el
Fin de la Historia de Fukuyama. Esto es una democracia y vamos a hacerla
perfectible. Este es su lema operativo, que forma parte de los eslóganes vacíos
tan representativos del tiempo del postfranquismo tan sobrecargado de excedente
iconográfico.
Parece
inevitable que se vaya fraguando el colapso institucional. Cuando la precaria y
menguada mayoría parlamentaria procede con la finalidad de mejorar sus
condiciones institucionales se encuentra con la respuesta desbocada de los
señores del pantano. El vacío de proyecto se hace, entonces, patente. La
consecuencia es el repliegue hacia comportamientos defensivos, carentes de
cualquier horizonte. El instinto de conservación se sobrepone a todo y domina
la acción política. De esta forma, se retroalimenta el colapso institucional.
El problema de la izquierda es que piensa en un escenario que ya se ha
disuelto, lo cual la ubica en un extrañamiento del presente, en una ausencia del escenario de hoy. Este
factor determina una orfandad que se materializa en sus movimientos y sus
acciones, que se producen favoreciendo a las reformas globales que destruyen los suelos sobre los que se ha asentado en el pasado.
Colapso institucional, colapso del proyecto y colapso de los actores políticos.
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