miércoles, 28 de diciembre de 2022

UN TEXTO DE AGAMBEN SOBRE LA APOTEOSIS SECURITARIA

 

Un estado en guerra sólo sirve como excusa para la tiranía doméstica.

Cuando la vida se teje con estambres legalistas surge una atmósfera de mediocridad moral que paraliza los más nobles impulsos humanos

Aleksandr Solzhenitsyn

Lo más aburrido del mal es que a uno lo acostumbra

Los cobardes son los que se cobijan bajo las normas.

Jean-Paul Sartre

 

He leído una columna de Giorgio Agamben que sintetiza certeramente este tiempo de reflujo democrático, en el que, tras la pandemia, se suceden en cadena distintas variantes de estados de excepción. Lo más novedoso, al tiempo que perverso, es que estos cuentan con el respaldo de amplios sectores sociales, y, en particular, las gentes de la cultura y de la intelligentsia, definidas por su alineamiento incondicional con los distintos bloques políticos presentes en las instituciones. El hito del gobierno epidemiológico de la Covid, ha arrasado las sociedades contemporáneas que se reclaman democráticas, instaurando unas formas de gobierno en las que la coacción se constituye como fundamento del gobierno. El sacrificio deviene en principio sagrado que legitima la acción de los gobiernos y sus extensiones parlamentarias y mediáticas.

Este texto fue publicado el 8 de diciembre de 2022 por Agamben en su columna “Una voce” que publica regularmente en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet. En castellano se puede encontrar en el blog Artilleríainmanente  https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=2763 .

Comparto la idea fuerte del texto de Agamben acerca de la función esencial de las catástrofes, convertidas en oportunidades para establecer formas de gobierno autocráticas en nombre de la seguridad. Y de que la función esencial de los gobiernos es promover y difundir los temores colectivos, que devienen en el principio sobre el que se asienta el gobierno crecientemente autocrático. En el tiempo de la pandemia se evidenció contundentemente. Ahora, acrecentado por la guerra, que es silenciada en todos los discursos, convirtiéndose en la última ratio para pilotar la sociedad minimizando el pluralismo hasta extremos insólitos. Tras unos meses de desconcierto, ya nadie dice nada acerca de la guerra y se aceptan las restricciones sin rechistar.

En mi entorno personal se pueden identificar múltiples óbitos intelectuales y vitales de personas que se han mostrado como vivas en otros tiempos. La política es ya la adhesión incondicional a “los míos”. Sin matizaciones ni máscaras, al estilo instaurado por los tertulianos. Mal presagio para el futuro. De ahí el sentido de las frases de Solzhenitsyn y Sartre que he seleccionado. El concepto más importante, en mi opinión, es el de mediocridad moral. Este se especifica en un comportamiento conformista con “los míos”. En la universidad es generalizado desde hace muchísimos años ya.

Este es el texto de Agamben

 

 

Giorgio Agamben / Libertad e inseguridad

 

John Barclay, en su profética novela Argenis (1621), definió en estos términos el paradigma de la seguridad que más tarde adoptarían progresivamente los gobiernos europeos: «O se da a los hombres su libertad o se les da la seguridad, por la que abandonarán la libertad». Libertad y seguridad son, pues, dos paradigmas de gobierno antitéticos, entre los que el Estado debe elegir cada vez. Si quiere prometer seguridad a sus súbditos, el soberano tendrá que sacrificar su libertad y, viceversa, si quiere la libertad tendrá que sacrificar su seguridad. Michel Foucault mostró, sin embargo, cómo debía entenderse la seguridad (la sureté publique), que los gobiernos fisiocráticos, a partir de Quesnay, fueron los primeros en asumir explícitamente entre sus tareas en la Francia del siglo XVIII.  No se trataba —entonces como ahora— de prevenir las catástrofes, que en la Europa de aquellos años eran esencialmente las hambrunas, sino de dejar que se produjeran para poder intervenir de inmediato y gobernarlas en la dirección más útil. Gobernar recobra aquí su significado etimológico, es decir, «cibernético»: un buen piloto (kibernes) no puede evitar las tormentas, pero, cuando se producen, debe ser capaz de gobernar su nave según sus intereses.  Lo esencial en esta perspectiva era difundir un sentimiento de seguridad entre los ciudadanos, mediante la convicción de que el gobierno velaba por su tranquilidad y su futuro.

Lo que estamos presenciando hoy es un despliegue extremo de este paradigma y, al mismo tiempo, su inversión puntual. La tarea primordial de los gobiernos parece haberse convertido en la difusión capital entre los ciudadanos de un sentimiento de inseguridad e incluso de pánico, que coincide con una compresión extrema de sus libertades, que precisamente en esa inseguridad encuentra su justificación. Los paradigmas antitéticos hoy ya no son la libertad y la seguridad; más bien, en términos de Barclay, habría que decir hoy: «da a los hombres la inseguridad y renunciarán a la libertad». Ya no es necesario, por tanto, que los gobiernos se muestren capaces de gobernar los problemas y las catástrofes: la inseguridad y la emergencia, que constituyen ahora el único fundamento de su legitimidad, no pueden en ningún caso eliminarse, sino —como estamos viendo hoy con la sustitución de la guerra contra el virus por la guerra entre Rusia y Ucrania— sólo articularse de maneras convergentes, pero diferentes cada vez. Un gobierno de este tipo es esencialmente anárquico, en el sentido de que no tiene un principio al que atenerse, salvo la emergencia que produce y mantiene.

Es probable, sin embargo, que la dialéctica cibernética entre la anarquía y la emergencia alcance un umbral, más allá del cual ningún piloto será capaz de dirigir la nave y los hombres, en el ya inevitable naufragio, tendrán que volver a interrogarse sobre la libertad que tan incautamente sacrificaron.

 

lunes, 19 de diciembre de 2022

COLAPSO POLÍTICO E INSTITUCIONAL

 

Un sistema político-institucional puede funcionar adecuadamente si se referencia en una sociedad que cumpla tres requisitos esenciales: Proyecto, tecnología y cohesión social. Los acontecimientos críticos que tienen lugar en estos meses expresan una crisis del sistema político que remite a un déficit de los actores principales que lo sustentan. Tanto sus decisiones, en muchas ocasiones en el límite del desvarío, como los saberes que referencian, muestran inequívocamente una obsolescencia letal, que mengua los resultados de las instituciones y genera las condiciones para un conflicto sórdido que termina en un colapso institucional.

Tras los compulsivos acontecimientos se pueden identificar dos elementos fundamentales que interactúan mutuamente: una descomposición de las instituciones de gran intensidad y un estado de frustración democrático acumulativo, devenido de los sucesivos fracasos de las reformas democráticas ensayadas desde la transición. He vivido este proceso de doble cara en la universidad durante muchos años, viéndolo avanzar inexorablemente hacia su neutralización institucional. Frente a esta adversidad, la respuesta invariablemente remite al perfeccionamiento de la simulación, que siempre es la antesala del desfondamiento institucional.

El efecto principal de este debilitamiento de las instituciones es la cristalización de una impotencia institucional para promover y asentar reformas sociales y económicas, que sólo pueden instaurarse sobre unas instituciones fuertes. Pero, al tiempo que crecen los presupuestos asignados a la administración, la sanidad, la educación o los servicios sociales, las organizaciones que sustentan a estos sistemas son debilitadas considerablemente por un conjunto de reformas neoliberales, cuya pretensión es, precisamente, marchitarlas mediante su reconversión a organizaciones que funcionen subordinadas al mercado. Así, al contrario de los resultados expresados en cifras, las escuelas, institutos, universidades, centros de salud, hospitales, centros de servicios sociales e instancias de la administración pública, han sido rebajados lentamente por las reformas gerencialistas de las últimas tres décadas, ensayando modelos que han resultado agotados.

En estas condiciones de desfallecimiento institucional general, la política deviene en un mecanismo duro de reparto de bienes materiales para clientelas electorales. La izquierda deviene en una versión del vetusto peronismo, reinventando ayudas en busca de respaldos frente a la derecha que abastece a sus caladeros sociales de sustanciosos reclamos. De este modo, en las instituciones políticas parece inevitable la cristalización de un conflicto sórdido, en el que lo oculto, -lo que no se dice, pero se sabe-, desempeña un papel fundamental. En este conflicto entre tratantes de favores la inteligencia se encuentra desterrada. Este juego requiere una mezcla de astucia y de fuerza, de dominio de la escena para proteger lo oculto propio desvelando lo oculto ajeno. El atributo principal de los contendientes radica en dominar el sentido de la escena para la representación mediática.

Esta situación se agrava en tanto que la descomposición de las instituciones afecta al estado, que recupera su atomización proverbial, propia de la España convencional. El caso de las instituciones judiciales es paradigmático. De este modo se generan distintos grupos de interés en las instituciones que terminan configurándose como verdaderas mafias. En las instituciones judiciales, en las fuerzas de seguridad, en el ejército, en las universidades controladas por cárteles académicos vinculados a un partido, en los medios de comunicación …..El efecto más importante de esta situación es la consolidación de la apoteosis de lo oculto, en tanto que tras los movimientos de los actores parlamentarios y gubernamentales se encuentran distintas tramas que conforman un verdadero estado paralelo.

La confluencia de estos factores produce un problema monumental que se sobrepone a cualquier actuación gubernamental y parlamentaria: la doble clandestinización del poder efectivo. De un lado, los influyentes locales -nacionales o regionales- ocultos. De otro, las fuerzas globales, que más allá del estado-nación, imponen unas reformas inexorables, cuyos efectos son los comentados anteriormente: la descomposición de las instituciones y la frustración de las clases subalternas. Desde esta perspectiva se hace inteligible la crispación radical de los desencuentros institucionales y la teatralización de las actuaciones de los actores. La mentira en distintas y sofisticadas versiones alcanza la condición de sublimidad en esta época. El clima existente en el mundo político y sus esferas, instituciones y extensiones mediáticas es irrespirable. Los influyentes invisibles formados por múltiples clanes enclavados en instituciones influyen, bien en el proceso de decisiones de gobierno, o bien en favorecer u obstaculizar su aplicación.

En estas condiciones, es inevitable la proliferación de inteligencias menguadas, más centradas en la administración de un conflicto con los rivales, definidos por sustentarse en otras clientelas, lo que requiere astucia, sentido de la oportunidad y dominio de los medios y sus escenificaciones. Se cumple así el precepto canónico de que la estructura condiciona al actor. Las instituciones resultan ser un campo en el que interactúan múltiples clanes y cadenas de relaciones en favor de objetivos particularistas. No cuento ahora cómo funcionan en la Universidad por respeto a algún lector incauto que puede desmayarse. El orden institucional contiene múltiples elementos feudales que condicionan sus dinámicas.

En este contexto se puede ubicar la revuelta judicial que pretende condicionar al Congreso y Senado. El poder judicial representa un formidable obstáculo a muchas de las reformas democráticas necesarias. El optimismo delirante prevaleciente en los primeros años de la frágil democracia española, se disipa gradualmente por la comparecencia de un estado paralelo dotado de una eficacia letal para condicionar muchas de las reformas, desviando de sus objetivos múltiples procesos con pretensión de cambio. En los primeros años de este blog utilicé la metáfora del pantano para definir los suelos sobre los que se asientan las instituciones. Cualquier decisión de gobierno encuentra múltiples obstáculos recombinados que la hacen desfallecer lenta, pero inexorablemente.

En este territorio del estado pantanoso habitado por los múltiples señores de las mafias corporativas, las reformas se estancan y la acción gubernamental se orienta inevitablemente a repartir ayudas a sus redes clientelares. En una situación así, cualquier proyecto de izquierdas que se escriba con mayúsculas tiende a ser minimizado  y recortado despiadadamente. La afirmación de que la política significa la transformación de la realidad es susceptible de ser problematizada. Porque transformar la realidad significa ineludiblemente mejorar el estado y sus sistemas organizativos. En un tiempo de debilitamiento de los mismos, proponer cambios en los productos es una quimera. Esta es la falacia sobre la que se asienta el vigente gobierno.

Vuelvo al comienzo de este texto para resaltar la importancia de los proyectos. La derecha apenas cuenta con un proyecto que trascienda los intereses inmediatos de sus propias bases sociales. Incluso se puede constatar que es el mejor gestor de las reformas propiciadas por el capitalismo global en favor de la centralidad del mercado y la reconfiguración del estado mínimo. La izquierda se encuentra huérfana tras el derrumbe de los países del socialismo real. Se encuentra privada de un horizonte y se ubica en las coordenadas fijadas por el Fin de la Historia de Fukuyama. Esto es una democracia y vamos a hacerla perfectible. Este es su lema operativo, que forma parte de los eslóganes vacíos tan representativos del tiempo del postfranquismo tan sobrecargado de excedente iconográfico.

Parece inevitable que se vaya fraguando el colapso institucional. Cuando la precaria y menguada mayoría parlamentaria procede con la finalidad de mejorar sus condiciones institucionales se encuentra con la respuesta desbocada de los señores del pantano. El vacío de proyecto se hace, entonces, patente. La consecuencia es el repliegue hacia comportamientos defensivos, carentes de cualquier horizonte. El instinto de conservación se sobrepone a todo y domina la acción política. De esta forma, se retroalimenta el colapso institucional. El problema de la izquierda es que piensa en un escenario que ya se ha disuelto, lo cual la ubica en un extrañamiento del presente, en una ausencia del escenario de hoy. Este factor determina una orfandad que se materializa en sus movimientos y sus acciones, que se producen favoreciendo a las reformas globales que destruyen los suelos sobre los que se ha asentado en el pasado. 

Colapso institucional, colapso del proyecto y colapso de los actores políticos.

domingo, 11 de diciembre de 2022

UNA CLARIFICADORA ENTREVISTA A FRANCO BERARDI BIFO

 

Presento aquí una esclarecedora entrevista a uno de los pensadores alternativos más fecundos de esta época. Recurro con frecuencia a sus escritos que siempre son clarificadores. Esta es una entrevista publicada hace muchos años, pero su valor sigue vigente. En España, las gentes de izquierda piensan el mundo con las categorías legadas por la cristalización del imaginario del “fin de la historia” de Fukuyama. Así, se entiende a “la democracia” como un orden perfectible, renunciando a explorar cualquier más allá. En este contexto, el discurso de Bifo es percibido como extravagante. Mi intención es que este lúcido texto pueda ayudar a repensar el presente a alguna persona.

El texto es parte de una entrevista con Verónica Gago. El texto completo se puede leer aquí.

 

¿QUIÉN ES Y CÓMO PIENSA BIFO?

 

Capitalismo y subjetividades

Por Verónica Gago

Franco Berardi -más conocido por su seudónimo “Bifo”- (Bolonia, 1949) participó del movimiento insurreccional italiano del ‘68 como estudiante de Letras y Filosofía. En 1970 publicó su primer libro, Contro il lavoro (Feltrinelli) y en 1975 fundó la revista A/traversa. Un año después participó de la fundación de Radio Alice, una de las más emblemáticas experiencias de comunicación libre. Cuando habla de aquella iniciativa recuerda: “La exigencia era intervenir sobre las formas del imaginario social, de poner en circulación flujos delirantes, es decir, capaces de des/lirar el mensaje dominante del trabajo, del orden, de la disciplina. Radio Alice nació conscientemente ‘fuera’, mejor dicho, ‘contra’ las teorías militantes y dialécticas: nuestra intención no era hacer una radio para adoctrinar o para hacer emerger la conciencia de clase escondida tras los comportamientos cotidianos”. A fines de los ‘70, en el marco de las persecuciones contra militantes de la autonomía obrera, fue arrestado. Más tarde la radio fue clausurada por la policía y Bifo se refugió en París. Allí frecuentó a Félix Guattari y a Michel Foucault. Durante los años ‘80 vivió entre Italia y Estados Unidos, donde colaboró con varias revistas y empezó a escribir sobre el cyberpunk. En los ‘90 regresó a Italia y en 2002 fundó TV Orfeo, la primera televisión comunitaria italiana, experiencia de la que surgió su libro Telestreet - Macchina immaginativa non omologata (edición castellana en El Viejo Topo, 2003). Actualmente trabaja como docente en el Instituto Aldini Valeriani, una escuela media de Bolonia. Su investigación se desarrolla alrededor de un problema cada vez más presente: la compleja relación entre procesos sociales y la mutación tecnológica en curso, así como la lógica “recombinante” del capitalismo contemporáneo, teniendo en cuenta sus efectos sobre las subjetividades y los imaginarios sociales. La semana pasada estuvo por primera vez en Argentina para presentar su nuevo libro, Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo (Tinta Limón Ediciones).

“La felicidad es subversiva”

Dice que la “deserotización” de la vida cotidiana es el peor desastre que la humanidad pueda conocer. Es que se pierde -explica- la empatía, la comprensión erótica del otro. Franco Berardi, antiguo militante insurreccional en Italia, analiza aquí, como en su obra toda, la compleja relación entre procesos sociales y los cambios tecnológicos en curso.

-Usted caracteriza el momento actual como “semiocapitalismo”. ¿Por qué?

-Semiocapitalismo es el modo de producción en el cual la acumulación de capital se hace esencialmente por medio de una producción y una acumulación de signos: bienes inmateriales que actúan sobre la mente colectiva, sobre la atención, la imaginación y el psiquismo social. Gracias a la tecnología electrónica, la producción deviene elaboración y circulación de signos. Esto supone dos consecuencias importantes: que las leyes de la economía terminan por influir el equilibrio afectivo y psíquico de la sociedad y, por otro lado, que el equilibrio psíquico y afectivo que se difunde en la sociedad termina por actuar a su vez sobre la economía.

-Precisamente usted habla de la economía actual como “una fábrica de la infelicidad”. ¿Podría especificar esta idea?

-Los efectos de la competencia, de la aceleración continua de los ritmos productivos, repercuten sobre la mente colectiva provocando una excitación patológica que se manifiesta como pánico o bien provocando depresión. La psicopatía está deviniendo una verdadera epidemia en las sociedades de alto desarrollo y, además, el culto a la competencia produce un sentimiento de agresividad generalizado que se manifiesta sobre todo en las nuevas generaciones. Recientemente la Durex, la mayor productora mundial de preservativos, encargó una investigación al Instituto Harris Interactive. Fueron elegidos veintiséis países de culturas diversas. Y en cada país fueron entrevistados miles de personas sobre una cuestión simple: qué satisfacciones experimentaban con el sexo. Sólo el 44 por ciento de los entrevistados respondió que experimentaba placer a través de la sexualidad. Esto significa que ya no somos capaces de prestarnos atención a nosotros mismos. Pero tampoco tenemos tiempo suficiente para prestar atención a aquellos que viven alrededor nuestro. Presos de la espiral de la competencia ya no somos capaces de entender nada del otro.

-Es lo que usted denuncia como “deserotización” de la vida cotidiana…

-La deserotización es el peor desastre que la humanidad pueda conocer, porque el fundamento de la ética no está en las normas universales de la razón práctica, sino en la percepción del cuerpo del otro como continuación sensible de mi cuerpo. Aquello que los budistas llaman la gran compasión, esto es: la conciencia del hecho de que tu placer es mi placer y que tu sufrimiento es mi sufrimiento. La empatía. Si nosotros perdemos esta percepción, la humanidad está terminada; la guerra y la violencia entran en cada espacio de nuestra existencia y la piedad desaparece. Justamente esto es lo que leemos cada día en los diarios: la piedad está muerta porque no somos capaces de empatía, es decir, de una comprensión erótica del otro.

-¿Cuál es la conexión entre estos fenómenos con la actual dinámica del capital?

-Creo que tenemos que tener en cuenta la relación entre ciberespacio -en constante ampliación y en constante aceleración- y cibertiempo, es decir, el tiempo de nuestra mente entendida en sus aspectos racionales y afectivos. El capitalismo empuja a la actividad humana hacia una aceleración continua: aumentar la productividad para aumentar los beneficios. Pero la actividad es hoy, sobre todo, actividad de la mente. Quien no logra seguir el ritmo es dejado de lado, mientras que para quienes buscan correr lo más velozmente posible para pagar su deuda con la sociedad competitiva, la deuda aumenta continuamente. El colapso es inevitable y de hecho un número cada vez más grande de personas cae en depresiones, o bien sufre de ataques de pánico, o bien decide tirarse debajo del tren, o bien asesina a su compañero de banco. En Inglaterra, la violencia homicida se está difundiendo en las escuelas, donde en los últimos meses ha habido una verdadera hecatombe: decenas se suicidaron con un tiro de revólver. La guerra por doquier: éste es el espíritu de nuestro tiempo. Pero esta guerra nace de la aceleración asesina que el capitalismo ha inyectado en nuestra mente.

-Ante este “diagnóstico”, ¿usted encuentra una relación entre política y acción terapéutica?

-Creo que la política no existe más, al menos en Europa y en Estados Unidos. El discurso es diferente tal vez para los países de América latina, donde se asiste a un retorno de la política que es muy interesante, pero es una contratendencia respecto del resto del mundo. Lo vemos muy bien en Italia, donde hay un gobierno de centroizquierda que hace exactamente la misma política que la derecha. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué los partidos que se proclaman socialistas o comunistas están constreñidos a aceptar una política económica hiperliberal? Porque la democracia representativa ya no cuenta más y las opciones fundamentales son impuestas desde los grandes grupos financieros, económicos y militares. El vacío de la política puede ser rellenado solamente por una práctica de tipo terapéutico, es decir, por una acción de relajación del organismo consciente colectivo. Se debe comunicar a la gente que no hay ninguna necesidad de respetar la ley, que no hay ninguna necesidad de ser productivo, que se puede vivir con menos dinero y con más amistad. Es necesaria una acción de relajamiento generalizado de la sociedad. Y es necesaria una acción psicoterapéutica que permita a las personas sentirse del todo extrañas respecto de la sociedad capitalista, que les permita sentir que la crisis económica puede ser el principio de una liberación, y que la riqueza económica no es en absoluto una vida rica. Más bien, la vida rica consiste en lo contrario: en abandonar la necesidad de tener, de acumular, de controlar. La felicidad está en reducir la necesidad.

-¿Qué significa la pregunta por la felicidad como desafío político?

-La cuestión de la felicidad no es sólo una cuestión individual, más bien es siempre una cuestión de lo más colectiva, social. Crear islas de placer, de relajación, de amistad, lugares en los cuales no esté en vigor la ley de la acumulación y del cambio. Esta es la premisa para una nueva política. La felicidad es subversiva cuando deviene un proceso colectivo.

-Ahora, ¿en qué consisten los movimientos de resistencia hoy? ¿Cuál es el papel de lo que usted llama “medioactivismo”?

-El medioactivismo es la acción autónoma de los productores semióticos liberados de las cadenas de la sumisión al trabajo. La nueva generación ha adquirido competencias de producción semiótica, técnica, informática, comunicativa, creativa, que el capital quiere someter a su dominio. Pero los productores semióticos pueden organizar sus competencias por fuera del circuito de la producción capitalista y pueden crear espacios de autonomía de la producción y también de la circulación cultural. Los centros sociales, las radios libres, los blogs alternativos, la televisión de calle (TV comunitaria) son esos espacios de autoorganización del trabajo semiótico.

-Usted declaró que los movimientos como los de Seattle, que se hacían “por los otros”, estaban destinados al fracaso. ¿Cuál es la crítica a ese modo de acción?

-El movimiento antiglobalización ha sido muy importante, pero no ha logrado transformar la vida cotidiana, no ha logrado crear autonomía en las relaciones sociales entre trabajo y capital. El sábado por la tarde éramos en una plaza miles de personas y al lunes siguiente todos regresábamos a trabajar en la fábrica o en la oficina y a someternos al comando del capital. Los movimientos logran producir efectos de verdadera transformación social cuando su energía deviene autonomía respecto de la explotación, cuando la energía que se acumula el sábado por la tarde en la manifestación se transfiere al lunes por la mañana en organización autónoma sobre el puesto de trabajo.

-¿Qué diferencia hay entre los nuevos espacios autónomos y los espacios autónomos creados en la década del ‘70? ¿Se trata de diversas nociones de autonomía?

-Autonomía significa la capacidad de la sociedad para crear formas de vida independientes del dominio del capital. Sobre este punto hay una continuidad en la historia de los movimientos. Los movimientos son eficaces cuando no se limitan a protestar, a oponerse, y logran construir espacios liberados y, sobre todo, cuando logran hacer circular formas de pensamiento y de acción que sustraen la vida cotidiana al modo de la ganancia capitalista. En este sentido no veo diferencia entre aquello que la autonomía significaba en los años ‘70 y lo que significa hoy. El problema es que hoy es mucho más difícil crear una autonomía del trabajo porque la precariedad obliga a los trabajadores a depender del despotismo del capital para poder sobrevivir. Sobre este punto es necesario afinar nuestros argumentos organizativos, para crear formas de vida y de acción que permitan a la comunidad obtener una renta sin deber pagar las ganancias del trabajo precario.

-Al mismo tiempo, usted dice que no tiene sentido oponerse al proceso de flexibilización del trabajo. ¿Por qué?

-La flexibilidad está implícita en la nueva organización tecnológica del trabajo. La red crea las condiciones para una fragmentación del trabajo, para una separación del trabajo respecto del trabajador. El capitalista ya no tiene necesidad del trabajo de una persona, pero necesita de los fragmentos temporales que la red puede recombinar. ¿Cómo se les puede impedir a los capitalistas que busquen el trabajo en las áreas pobres del mundo, donde los salarios son los más bajos? No hay ninguna posibilidad de controlar legislativamente esta precarización del trabajo. Hay un solo modo de oponerse a los efectos de la precariedad, para liberarse del miedo y de la sumisión: crear espacios de autonomía del trabajo y crear formas de vida en las cuales la propiedad esté administrada colectivamente. Los trabajadores precarios necesitan espacios colectivos y necesitan poder apropiarse de las cosas indispensables para la vida. El capitalismo obliga a aceptar trabajos según sus exigencias de flexibilidad, pero nosotros podemos sustraernos a su dominio si somos capaces de crear espacios autónomos que unan a los trabajadores y que permitan a los trabajadores precarios tener aquello que necesitan. ¿Los capitalistas no respetan el derecho de las personas a tener un ingreso? Nosotros debemos aprender a no respetar la propiedad de los capitalistas. Los trabajadores precarios tienen derecho a apropiarse de aquello que es necesario para su sobrevivencia. Si no tenemos salario debemos ir a tomar aquello que nos hace falta en el lugar donde eso esté.

-¿Usted cree que es posible una acción política desde el discurso de la precariedad?

-La acción política de organización de los trabajadores precarios es nuestra tarea principal. La derrota social que hace treinta años obliga a los trabajadores a la defensiva y permite al capital chantajear a los trabajadores depende propiamente del hecho de que el trabajo precario parece, hasta este momento, inorganizable. Pero verdaderamente aquí está el punto: ¿cómo es posible organizar el trabajo precario no obstante la falta de puntos de agregación estables? ¿Cómo es posible conquistar autonomía no obstante la dependencia que el precariado provoca en el comportamiento de los trabajadores? Hasta que no logremos responder a esta pregunta, hasta que no encontremos la vía de organización autónoma de los trabajadores precarios, el absolutismo del capital devastará la sociedad, el ambiente, la vida cotidiana.

-Usted considera que las nuevas generaciones son “post-alfabéticas”: es decir, que ya no tienen afinidad con la cultura crítica escrita. Entonces, ¿la politización tendría que valerse de otros medios?

-Marshall McLuhan, en un libro de 1964, Understanding media (Comprender los medios de comunicación, Paidós, Barcelona, 1996), había ya notado que la difusión de las tecnologías electrónicas habría de provocar una verdadera mutación. El pasaje de la tecnología de comunicación alfabética (la imprenta, lo escrito) a las tecnologías de comunicación electrónica habrían provocado un pasaje de las formas secuenciales a las instantáneas y una transición de un universo crítico a un universo neomítico. Hoy todo esto lo vemos bien en el comportamiento comunicativo y psíquico de la nueva generación, que se puede definir post-alfabética porque ha pasado de la dimensión secuencial de la comunicación escrita a la dimensión configuracional de la comunicación videoelectrónica y a la dimensión conectiva de la red.

-Pero, ante la “disneyficación del imaginario colectivo” que usted señala, ¿qué tipo de imaginarios cree que son movilizadores hoy en un sentido emancipatorio?

-No creo que haya imaginarios buenos e imaginarios malos. El imaginario es un magma en el cual nuestra mente se orienta gracias a selectores de tipo simbólico. La pregunta entonces debe ser reformulada en este sentido: ¿qué formas simbólicas tienen hoy la capacidad de orientar en sentido emancipatorio el imaginario social? La atención se vuelca así hacia la producción artística, literaria, cinematográfica. No intento, por cierto, reproponer la idea que sostiene que el arte se juzga sobre la base de criterios políticos. Intento solamente decir que el arte tiene a veces la capacidad de funcionar como factor de redefinición del campo imaginario. En la producción contemporánea existen autores que tienen esta capacidad, pienso en escritores come Jonathan Franzen o como Amos Oz, pienso en cineastas come Kim Ki duk o como el Ken Loach de It’s a free world (Este mundo es libre). Pero la relación entre factores de orientación simbólica e imaginario colectivo es una relación asimétrica, impredecible, irreductible a cualquier simplificación o a cualquier moralismo.

Entrevista a Franco Berardi “Bifo”

Por el Colectivo Situaciones
(Pubicado como prólogo al libro Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo, editado por Tinta Limón ediciones, Buenos Aires, octubre de 2007)

 

viernes, 9 de diciembre de 2022

HABITANTES DEL AULA. DIEGO Y LA GRABADORA MÁGICA

 

 

Diego fue un alumno en los últimos años de la licenciatura, inmediatamente antes de la llegada de la reforma Bolonia.  No frecuentó mucho mi clase, pero, a partir de conversaciones breves y fragmentarias, suscitó mi simpatía, constituyendo la típica relación en el desierto del aula que va más allá de lo hablado. Era gaditano, siguiendo la estela de muchos estudiantes de esta tierra que pasaron por la clase dejando huella de su inteligencia y coriginalidad. Formaba parte de un pequeño grupo de alumnos descontentos con el papel que les asignaba la institución, que se podía representar como una factoría concertada de clases, apuntes, fragmentos de textos y exámenes. Esa máquina institucional se apoderaba de su tiempo y los determinaba como receptores de discursos profesorales, de lluvia pertinaz de resúmenes, de capítulos de libros que conformaban una verdadera lapidación académica. Tenían que resistir el huracán bibliográfico que se cernía sobre ellos, y que, como el pedrisco en una granizada, caía en pedazos separados los unos de los otros.

Diego era casi un estereotipo, que representaba en su persona la inadaptación a este sistema de intensos chubascos de clases y fragmentos de textos. No encajaba bien en esta factoría y llevaba mal la acomodación a su funcionamiento. Por el contrario, representaba muy bien su destreza en el arte de vivir, recurriendo a los saberes no formalizados precisos para ello. Manifestaba su disgusto por la dispersión en las múltiples asignaturas, en las que los profesores imponíamos nuestras reglas específicas como si sólo cursasen esa asignatura. Adquirir la competencia de lidiar con los profesores y sus normas era una tarea de gigantes.

Pero la razón principal por la que Diego está aquí remite a su protagonismo en un evento que para mí representó una gran crisis. Resulta que siempre mostraba mi disgusto por las arquitecturas del aula. En este blog publiqué un post al respecto. Las aulas eran cajoneras con múltiples pupitre hacinados y dispuestos en filas y columnas, lo que restringía totalmente la cristalización de un grupo, y ubicaba a cada uno en un espacio limitado por los cogotes de los que se encontraban delante. Cualquier conversación resultaba  tediosa y la gente esperaba la reanudación del monólogo del profe visible para todos.

En los últimos años intenté en varias ocasiones romper esa maldición. Justamente el año en el que Diego estaba matriculado en una asignatura troncal que impartía, Estructura y Cambio de las Sociedades, se generó una situación en la que pudimos trasladarnos a un aula-seminario en la que los pupitre estaban dispuestos en forma de rectángulo, de modo que los asistentes se encontraban cara a cara sin excepción. Ese curso tenía una relación perversa con el grupo de asistentes, en tanto que ellos me hacían llegar su satisfacción por las clases, pero no generaban ninguna iniciativa y se escaqueaban cuando les hacía una propuesta en la que tenían que asumir responsabilidades.

En ese ambiente sucedió el acontecimiento-bomba que protagonizó Diego. Un día se presentó en la clase y me dijo que no podía asistir pues tenía que ir a otra clase en el mismo horario de la jungla académica. Entonces me dijo desenfadadamente, fiel a su estilo, que le interesaba mi clase y por eso iba a dejar una grabadora de voz, que depositó en un pupitre, para registrar la sesión. En ese momento comprendí la significación de la clase, un acto social susceptible de reproducirse sin la presencia de los involucrados. Me invadió una sensación de horror vacui.

Mi egocentrismo derivado de vivir persistentemente en un medio de monopolio de voz en las clases, de productor de un discurso que los alumnos transforman en algo tan cerrado y mortuorio como los apuntes, y  de ángel examinador, se sintió profundamente amenazado. Mi subjetividad estaba determinada por la convicción de que la clase tenía un componente de autoría, y de que no era un portavoz pasivo de la sociología académica. Además, me encontraba sumido en una imaginaria resistencia a la reforma de Bolonia, uno de cuyos objetivos primordiales era crear una fábrica de la transmisión de conocimiento, lo que requería la desprofesionalización y proletarización de los profesores, convertidos en ejecutores de programas estandarizados.

Todas estas consideraciones se derrumbaron súbitamente con la grabadora de Diego. Esta representaba todas las sinergias imaginables de los sinsentidos de mi oficio. Mi respuesta fue tajante negando la posibilidad de la grabación. Pero me hizo comprender mejor las lógicas de las clases monopolísticas. En ese tiempo tuve una experiencia fecunda. En una sesión de sociología para funcionarios de la OPS, en la Escuela Andaluza de Salud Pública, en una clase rectangular de esta institución, los alumnos tenían a su disposición un portátil cada uno. Pues bien, comencé una exposición y en ese aula de distancias cortas, todos estaban ajenos a mi sermón y concentrados en sus pantallas. La situación era explosiva y me salvó una médica que estableció una conversación conmigo. También entonces me interrogué acerca de los sentidos de las clases.

Volviendo a la grabadora de Diego tenía muy claro la obsolescencia del sistema. Los estudiantes eran enjaulados (enaulados) en clases de dos horas, que representaban entre veinte y treinta horas de clases a la semana. La saturación alcanzaba un nivel casi autodestructivo. La planificación académica se hacía sobre el número de aulas y los pupitres que había en ellas. Es evidente que un tipo cumplidor sometido a ese ritmo frenético de clases terminaba agarrotado, de modo que apenas disponía de tiempo para leer, estudiar o realizar otras actividades. Además, en cada clase se arrojaban sobre él múltiples fragmentos de texto que no podía leer. Los más inteligentes aprendían a sobrevivir sin deteriorarse.

Este era el caso de Diego que protagonizó varios microconflictos con distintos profesores y sus sistemas de reglas particularistas. Nuestra relación de simpatía se materializó en varias conversaciones breves, pero llenas de sentido. Lo mejor que se podía decir de él era que una persona así no cabe en el mundo de las (j)aulas y sus modos de gestión. Consiguió licenciarse conservando su identidad, cosa que no todos lo consiguen. Y ahora una paradoja. Su último examen lo hizo en mi asignatura de Estructura y Cambio. Este representaba mis particularismos. Duraba dos horas y media, podían disponer de sus papeles personales y las preguntas eran de analogías y diferencias entre enfoques teóricos, o aplicaciones de conceptos. Al final del examen me dijo que terminaba la carrera y que se había convertido en un estudiante masoquista, porque ese tipo de examen había terminado por gustarle.

Lo recuerdo a última hora de la tarde pedaleando por la Gran Vía cuando me dirigía hacia casa tras oficiar varias clases y tutorías. Su porte era distinto al Diego perplejo ubicado en un pupitre.

 

domingo, 4 de diciembre de 2022

LA RECESIÓN DEL CAMBIO

 

Si es malo cuando lo hacen, está mal cuando lo hacemos.

No deberíamos estar buscando héroes, deberíamos estar buscando buenas ideas.

Noam Chomsky

 

Dos acontecimientos de la actualidad son altamente indicativos de la situación general en la que se encuentra la sociedad española. El primero es el del enésimo escándalo de corrupción que afecta a la alcaldesa de Marbella, que varios medios han destapado presentando informaciones escalofriantes, en tanto que denotan la convergencia de varios tráficos ilícitos trascendiendo el proverbial y veterano de los suelos. El segundo remite a la Federación Española de Fútbol que, tras deslocalizar la Copa de la Liga a Arabia Saudí, ahora deslocaliza su misma Asamblea General, desplazándose a Dubai. En los últimos meses han salido a la luz las comisiones millonarias que cobran los directivos e intermediarios por estas operaciones financieras. Ambos eventos, comparecen en los medios con efectos incoloros, inodoros e insípidos, es decir, que no suscitan reacción alguna en las instituciones como en las organizaciones sociales, así como en los mundos de la cultura, el pensamiento o la universidad.

La emergencia de esta (pen)última forma de corrupción, se encuentra acompañada por un acostumbramiento y normalización en la conciencia colectiva, que se muestra tolerante respecto a la última novedad de esta reactualización de la corrupción. Se trata de que los mismísimos beneficiarios, lo asumen con naturalidad y se presentan con discursos verbales que lo justifican. La alcaldesa afirma haber ahorrado doce millones de euros en los breves años que ejerció como médica de Atención Primaria. Pero nadie iguala al ínclito Rubiales (Rubi para sus cómplices) que se presenta como un benefactor para los equipos modestos, un portavoz de la liberación de las mujeres en los opulentos estados de la península arábiga, así como un portador de nuevos valores –los mitológicos valores que se le suponen al deporte- que democratizan las estructuras deportivas.

Las denuncias en los pocos medios que presentan las informaciones y reportajes pavorosos, no encuentran eco alguno en las audiencias, entregadas al espectáculo del cuadrilátero político, en el que las densidades de zascas alcanzan su cénit según la fórmula de “hoy más que ayer pero menos que mañana”. La insensibilidad social del presente contrasta con la gran energía social que suscitaron los escándalos de los grandes líderes del pepé, que en 2014 propiciaron un ciclo político renovado. La energía social de entonces, se filtraba hasta los platós, proporcionando un vigor inusitado al escenario político. Asimismo, se multiplicaban las iniciativas y los actores políticos, de modo que generaban un estado de expectación en la opinión pública. Este se manifestó en el gran apoyo a las primeras iniciativas de Podemos, con actos masivos del que la célebre mitin-concentración de la Puerta del Sol fue su cénit.

Este estado de efervescencia tuvo como consecuencia el cuantioso respaldo a lo que se denominó como “candidaturas del cambio”. Estas fueron el vehículo que desembarcó a varios miles de activistas en todos los niveles del estado. Pero una vez que estos se acomodaron en las confortables poltronas de lo que entonces denominaban pomposamente como “la vieja política”. En los meses siguientes protagonizaron una transformación iconográfica en las vetustas instituciones, al tiempo que se confirmó la incapacidad de transformar sustantivamente las políticas públicas y las estructuras de las instituciones estatales, sanitarias, educativas o de los servicios sociales. El resultado fue su absorción por la lógica centrípeta de las instituciones y sus extensiones mediáticas, que terminaron por eliminarlos de los escenarios sociales –eso que llaman “la calle”- para asentarlos en el entramado de los escaños, atriles y platós, así como en los confortables despachos para aquellos que detentaban el estatuto de asesores.

El ascenso de la nueva izquierda a las instancias estatales ha vaciado los escenarios en donde se canalizaron los malestares y las protestas en los esperanzados años del cambio. La integración de la misma en el gobierno ha consumado su impotencia política para hacer avanzar su programa inicial, que va experimentando una metamorfosis semejante a las estéticas de sus ilustres dirigentes. La idea de reforma del régimen se disipa para transformarse en un conjunto de reformas que son sometidas a una secuencia de recortes que las hace manifiestamente precarias. La progresiva insignificancia del  cambio lo reduce a un conjunto de ayudas, penosamente administradas por la esclerotizada administración, que las minimiza, así como un conjunto de gestos pomposos que alimentan el imaginario de la izquierda.

Privada de la energía procedente de los suelos sociales, la nueva izquierda envejece aceleradamente. Desempeña su papel de ala izquierda del etéreo mundo de los platós, las tertulias, las encuestas y los relatos visuales de la política institucional. En esas condiciones es reducida a un conjunto de simulaciones sin contenido. En tanto que reparte ayudas materiales se deterioran las instituciones y los grandes sistemas estatales, de la educación, sanidad y servicios sociales, como consecuencia del simulacro del management que los operadores de las reformas neoliberales han instaurado y hecho avanzar meticulosamente.

El efecto perverso de este proceso de recesión política radica en que, sumidos en un progresivo aislamiento institucional, los objetivos de la veterana nueva izquierda se orientan a mantenerse en el interior de la burbuja gubernamental, temerosos de un regreso a los gélidos suelos sociales de los que procede. La pandemia constituyó un acontecimiento esencial, que mostró la incompetencia de esta para desmarcarse del modelo de gobierno autoritario que instauró. En ese tiempo cristalizó la impotencia programática que le condenó a un seguidismo gregario a los imperativos de la nueva gubernamentalidad epidemiológica.

Así, el cambio propuesto comparece como una quimera macabra. Se confirma que el gobierno es sólo una instancia más en el cambio político, así como que este es imposible sin varios centros de gravedad. La acción gubernamental se limita a ayudas materiales para abastecer las neveras de los más necesitados, pero deja incólumes las instituciones estatales, preparadas para el relevo inapelable de la derecha. Es altamente instructivo la ausencia de reflexión acerca de la indiferencia de las clases subalternas al reparto de ayudas materiales y gestos que no se traducen en apoyos en las encuestas.

Pero el aspecto más problemático radica en que la veterana-nueva izquierda, al limitar su acción al gobierno y el estado, ausentándose de los espacios sociales en donde se localizan sus bases sociales potenciales, actúa según los proverbiales modelos de la propaganda y verdad oficial. De este modo se retira de la sociedad, en la que se incuba sin oposición una oposición viva contraria a sus preceptos, que desde el sesgo asociado a su posición jerárquica se interpreta como efecto del avance de la extrema derecha. Efectivamente, esta se instala sobre los territorios sociales en los que la izquierda ha emigrado al entramado de estrados, asientos nobles y platós. Es doloroso presenciar el giro a la derecha espectacular de muchos jóvenes.

De este modo, la izquierda enclaustrada en las instituciones de la videopolítica, se asemeja a los estados de las viejas democracias populares, que se definían durante décadas como estados obreros y campesinos, sustentados en el dominio de la educación y los medios, desde los que imponían sus preceptos. Es inevitable recordar su estrepitoso derrumbe y el renacimiento de lo entonces relegado y prohibido. Algo así está ocurriendo con el feminismo, propiciado por el estado, las direcciones de las instituciones educativas y culturales, que suscita una suerte de contramodernidad en relevantes contingentes de jóvenes. El retorno del machismo en nuevos y sutiles formatos se deriva de la ausencia de portavoces del feminismo ubicados en los suelos sociales.

De este modo, el canónico cambio es completamente reversible. Vivo en Madrid, en donde un ayuntamiento del cambio ha sido desplazado sin conmoción, tragedia ni apocalipsis alguna, por un gobierno del pepé, Vox y la peor versión imaginable de Ciudadanos. Este recambio muestra a las claras la insuficiencia radical programática y de acción política de ese movimiento migratorio de los suelos sociales a las instancias de gobierno que son las candidaturas del ostentoso cambio.

Desde estas coordenadas se hace inteligible la ausencia de respuesta alguna a los dos episodios de corrupción que comentaba al principio del texto. Ausentes del tejido en donde se gesta la acción colectiva, los héroes del ala izquierda de la audiencia muestran su perplejidad por su reducción en los platós. Así se gesta el vértigo de que se cumpla el pronóstico de las encuestas –que naturalmente son exquisitamente cocinadas- consistente en el retorno al consejo de ministros de la última versión del curtido pepé, ahora acompañado de sus hermanos extraviados. Eso es el reverso del cambio prometedor de 2014. Y de este tiempo solo quedarán un grupo de héroes simbólicos que se harán un hueco confortable en las memorias para alimentar la nostalgia de los incondicionales, pero, como afirma chomsky, muy pocas buenas ideas.