Durante
muchos años he ejercido como profesor universitario, desempeñando ese papel en
uno de los espacios más tenebrosos del presente: el aula. Por ellas han
desfilado múltiples grupos y personas veteranos en el arte de ser estudiantes
curtidos en escuelas e institutos. Al llegar a casa, le comentaba a mi
compañera mi imperiosa necesidad de desvelar el misterio del comportamiento
hiperconformista, común a los estudiantes, así como el misterio de su
despolitización integral. Uno de los aspectos más fascinantes radica en que el
comportamiento hiperconformista es independiente de las condiciones en las que
se encuentren. Sea con un profesor incompetente o descomprometido, estos acatan la situación sin rechistar. He
visto profesores que venden su libro en el interior del aula, anotando en una
lista a los compradores, sin suscitar ni una palabra o gesto de queja.
Supongo que
no es aventurado enunciar la hipótesis de que la escuela y el instituto son
eficaces fábricas de obediencia y despersonalización. Cuando escucho que la
universidad es la sede del debate de ideas me pregunto acerca del límite del
cinismo o de la estulticia. Cuando los demiurgos del presente apuntan a la
importancia de la adaptación, no puedo evitar reír pensando en las sucesivas
cohortes de estudiantes que han ocupado las aulas en las que me he desempeñado
como docente. Ciertamente, detentan la competencia de adaptarse a cualesquiera
condiciones, incluso al mismísimo infierno. Por supuesto que hay excepciones,
pero la gran mayoría se inscribe en una apoteosis de la consonancia.
Desde esta
perspectiva no puedo dejar de asombrarme ante el comportamiento de las gentes
ante el desmantelamiento lento, gradual, continuado e irreversible del sistema
sanitario público, que, en los años siguientes a ser refundado en 1984, es
privado de su espíritu fundacional. El “Informe Abril” de 1991 es la señal del
inicio de la lenta y laboriosa mudanza. La Atención Primaria, es reducida según
una ley de hierro imperante en todo
el proceso, que se puede explicitar en penalizar a las poblaciones rurales y de
las periferias urbanas, para cercar las poblaciones urbanas en la finalidad de
estimular su emigración al sistema privado. Este proceso se realiza inexorablemente
mediante la reducción gradual de servicios, la dificultad creciente del acceso,
y la masificación de la asistencia. Estos procesos convergen en la
sobredimensión que alcanzan las Urgencias, convertidas en el vertedero de la
demanda imposible de resolver en el sistema.
Ante la
secuencia de restricciones progresivas, las poblaciones hacen gala de su
radical despolitización y distanciamiento del sistema político. Aquellos que
desde su interior muestran su oposición a lo que, eufemísticamente, se denomina
como los recortes, son aislados y
silenciados. Por el contrario, los promotores de los recortes concitan un
respaldo electoral constante, con independencia de su política de minimización
del viejo estado del bienestar. La sagrada virtud de la obediencia y la
sumisión, imperan en las sucesivas elecciones, en las que los podadores de
servicios universales obtienen un respaldo sorprendente y sostenido. El
resultado es que, al igual que los estudiantes en la universidad, las
poblaciones penalizadas por la minimización sanitaria se comportan
invariablemente con independencia de las condiciones exteriores, es decir, de
las actuaciones de los principales partidos ejecutores de la reducción
irremediable, que, al estilo del postfranquismo español, generan dos versiones
diferentes de una misma política esencial: en este caso como parteros de la
transición a un nuevo orden social derivado de la expansión sin fin del
mercado, que termina por estrangular al Sistema Sanitario Público.
Este proceso
invariante en las últimas décadas ha generado un hito en Madrid en estos días,
con la metamorfosis de las viejas urgencias extrahospitalarias, ahora
refundadas como puntos de atención continuada 24 horas. Una buena parte de
estos servicios, carecen de la presencia de un médico. El proceso de demolición
llega a una meseta en la que se hace visible lo inverosímil. Pero el vaciado
médico de los puntos de atención no es un hecho aislado. Coincide con el
colapso manifiesto de los centros de salud, cuyos equipos son reducidos a
mínimos inimaginables hace unos años. El ensayo en el último verano del cierre
de centros y consultas, ha animado a los directivos a dar este salto, en la
convicción de que no genere los únicos costes a los que son sensibles, los
costes electorales. Sabedores de que pueda ocasionar un malestar difuso, este
puede ser cocinado en el los dispositivos de comunicación audiovisual, de modo
que los ciudadanos-espectadores sean abrumados y confundidos por la secuencia
de cifras, frases, imágenes y controversias que alimentan el espectáculo de la
confusión.
El malestar
derivado de la ausencia de médicos en muchos lugares de atención urgente, se
descompone en múltiples actos de resignación de no pocos afectados, de
desplazamiento a otros espacios de los dispositivos asistenciales,
principalmente a urgencias hospitalarias, o en actos individuales de
insubordinación que dan lugar a confrontaciones fogosas con los profesionales
presentes que palían el nicho vacío de médicos. Pero estos malestares no
cristalizan en una protesta colectiva sostenida. En estos días, en algunas
salas de espera de esos puntos de atención, se producen microconflictos que siguen
el modelo de “la cola del autobús”. Es decir, que las personas presentes,
desconocidas entre sí, se unen para despotricar contra el sistema para,
inmediatamente después, disolverse en el exterior.
Esta
ausencia clamorosa de protesta social se sustenta en la convergencia de varios
procesos sociales. Uno de ellos remite al desmantelamiento deliberado del viejo
sistema público, que es inseparable de una nueva individuación, en la que el
sujeto de tan avanzada sociedad subordinada al mercado es minuciosamente
separado de los demás, en este caso mediante su conversión en un cliente. La
noción de cliente significa que una rigurosa definición de la asistencia como
producto individual, en la que el consumidor se presenta como un ser asocial,
reduciendo su relación con los demás consumidores a representar una condición
centesimal o milesimal en los dispositivos generados por el sistema:
reclamaciones, encuestas y otros en los que cada uno es despojado de su
condición individual para ser transformado en una partícula que suma con otras
en un numerador.
La política
agresiva seguida por el PP en la Comunidad de Madrid ha llegado muy lejos en el
desmantelamiento del sistema de salud, y de la Atención Primaria en particular.
El cruel racionamiento de los servicios ha conllevado un salto en la
proletarización de médicos y enfermeras, muchos de los cuales son denegados en
su condición profesional mediante su movilidad obligatoria para cubrir un
dispositivo de mínimos menguantes. Este proceso, que dura ya muchos años, se ha
consumado con las tímidas protestas de asociaciones profesionales, sindicatos,
partidos de la oposición, así como en las terminales mediáticas y sociales de
los mismos. Pero la gran mayoría de la población ha permanecido ajena a la
reconversión sanitaria salvaje.
La
agudización de la desprofesionalización ha generado un conflicto abierto con
una importante parte de los médicos y las enfermeras. Esta confrontación se ha
ahondado por la gestión autoritaria y la comunicación chulesca característica
de Ayuso, que ha agraviado simbólicamente a los profesionales. La convergencia de varios factores ha
determinado la manifestación de hoy en Madrid. Ayuso, sumida en una borrachera
demoscópica y mediática, ha concentrado a todos sus rivales en su contra. Los
sanitarios como grupo de interés, por un lado, y la izquierda y sus terminales
sociales y mediáticas. Así se ha generado una explosión que concluye en la gran
manifestación de hoy en Madrid. Es paradójico que sea el mismo personaje,
Miguel Ángel Rodríguez el que propicia una nueva versión de lo que hizo con
Aznar en su fatal final.
Las calles
de Madrid han registrado la nutrida presencia de la trama de sindicatos
sanitarios y las bases políticas de la izquierda, que han conformado un desfile
formidable. Pero es evidente que esta fiesta democrática no representa otra
cosa que una subsociedad política, que es solo una parte de la sociedad total.
Así, en coherencia con el contenido de la marcha, se encontraban, en general,
las gentes que han vivido los beneficios del sistema sanitario del
postfranquismo, así como del estado de bienestar en el que se inscribió. Pero
no estaban las cohortes generacionales de jóvenes que no han conocido ese
sistema sanitario máximo de finales de los ochenta y de los noventa. Su ausencia y su evasión de la realidad
política, es manifiesta.
Las
generaciones jóvenes han vivido los mundos resultantes de las reformas
neoliberales y sus potentísimas instituciones de la individuación, que se han
impuesto sin ninguna oposición, así como la mediatización de la política que la
convierte en un juego de confrontación entre rivalidades con formato de serie
de Netflix. Así, lo que se entiende como “política”, excluye a las mismas nuevas
instituciones y sus efectos. En el sistema sanitario mismo, impera la
institución gestión que convierte a los profesionales en recursos humanos y a
los pacientes en clientes ficcionales, cristalizando el modelo de empresa que
se corresponde con el gen del proyecto neoliberal.
Las calles
de Madrid confirmaron el precepto de que los conflictos se desencadenan por
pérdidas. Allí estaban las poblaciones perdedoras de la secuencia de reformas
encadenadas en la versión pesoe primero, y las vigorosas del pepé después. Los
profesionales devaluados, los jóvenes precarizados y las poblaciones veteranas
que han vivido la expansión de los ochenta y noventa y ahora se encuentran con
la gran inversión del racionamiento de las prestaciones. Pero todos han
desempeñado un comportamiento de consentimiento en los años anteriores con las
reformas gerencialistas que anunciaban un final aciago. El gran desfile coral
de ayer detenta valor sólo si es el comienzo de una cadena de movilizaciones
micro que lo acompañen. De lo contrario, será un acto aislado que Ayuso podrá
revertir y sólo alimentará los imaginarios fantasiosos de la izquierda al
estilo del 8M.
La verdad es
que aceptar demoras en las citas de atención primaria de diez o quince días,
así como que en las vacaciones de verano se incrementen; citas con
especialistas de muchos meses; convierte a las gentes en carne de lista de
espera, que es el aspecto que denota el colapso del sistema. Estar en una lista
de espera es un hándicap similar a estar hipotecado. Se trata de un estado
personal que induce a la subordinación y el silencio. Si las poblaciones
penalizadas no muestran su determinación, el sistema político, también
hipercolapsado, así como el sistema mediático convertirán las imágenes de ayer
en un próspero producto de hemeroteca, es decir, en un congelado susceptible de
ser utilizado en las confrontaciones políticas.
El
hiperconformismo ha dominado durante todo el proceso de reestructuración
sanitaria y social, la movilización de ayer representa un día de descanso del
mismo. Hace unos días, Juan Lobato, portavoz del pesoe en la Asamblea de
Madrid, decía que Madrid albergaba muchos de los mejores hospitales como
argumento a favor del tópico del régimen acerca del sistema sanitario como el
mejor del mundo. Esta afirmación apunta a un estado confusional colosal. Tengo
el privilegio de estar cercano a personas que han trabajado décadas en el Ramón
y Cajal o el Gregorio Marañón, y sus testimonios sobre el declive programado y
ejecutado son aterradores. Termino recogiendo unas sabias palabras de
Baudrillard en espera de que no se
cumplan para la concentración coral de ayer “Todo el montón confuso de lo social gira en torno a ese referente
esponjoso, a esa realidad opaca y translúcida a la vez, a esa nada: las masas.
Esa bola de cristal de las estadísticas, está atravesada por corrientes y flujos,
a imagen de la materia y de los elementos naturales. […]Aunque puedan estar
magnetizadas, y lo social pueda envolverlas como una electricidad estática, la
mayor parte de las veces hacen tierra o masa precisamente, o sea que absorben toda la electricidad de lo
social, de lo político y la neutralizan sin retorno […] Todo las atraviesa,
todo las imanta, pero todo se difunde en ellas sin dejar rastro”.
Parece
pertinente preguntarse acerca de cómo está la sanidad en el resto de España.
Pero la respuesta remite a la ministra Darias, que, con sus declaraciones
celebrativas apropiándose de la movilización, atribuye toda la responsabilidad
de esta miniaturación y transformación del sistema sanitario a sus compañeros
inseparables con los que han pilotado la demolición controlada. La desfachatez alcanza proporciones épicas
y muestra la verdad de que en la
movilización de masas todos los gatos son pardos.
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