A veces me paraba
a pensar qué deprisa nos habíamos olvidado de todo. También
pensaba que, en cuanto las cosas se quedaban atrás, dejaban de ser verdad
o mentira y se convertían sólo en confusos restos a merced de
la memoria. No había nada que salvar. El tiempo lo deshacía
todo, lo convertía en polvo, y luego soplaba el viento y se llevaba ese polvo.
Rafael
Chirbes
Curarse con
la medicina del olvido en lugar de aprender con el purgante de la memoria.
Rafael Chirbes
Sólo sobreviven quienes consiguen
creerse que son lo que no son.
Rafael
Chirbes
He tenido
noticia, por el artículo de Gregorio Morán en Vox Populi, de la situación de
Gerardo Iglesias, exsecretario general del PCE tras el abandono de Carrillo y
predecesor de Julio Anguita, que fue quien le sucedió en ese cargo. Tras su
etapa de liderazgo en la decadencia que sucede a la catástrofe electoral de
1982, Iglesias tomó la decisión de regresar a su origen, a la mina. Así rompía
con una regla esencial que rige para la izquierda en el postfranquismo, en la
que el desempeño de un cargo directivo o de responsabilidad en el estado,
implica una salida hacia una posición social ascendente, que culmina una carrera política que, en todas sus
versiones, implica una movilidad social vertical. Coincido con Morán en que
esta incidencia ha conllevado su aislamiento y expulsión a las tinieblas
exteriores a la memoria.
Tras su
retorno a la mina, tiene un accidente laboral que lo convierte en un paciente
quirúrgico sin solución, habiendo sido operado en cinco ocasiones consecutivas
sin éxito, de modo que ha sido desplazado al espacio oscuro del sistema
sanitario público, en el que viven las legiones de pacientes no curables o
tratables victoriosamente. Su experiencia es narrada en Público en un artículode Cristina del Gallego. Su reciente aparición en silla de ruedas frente al
hospital para protestar por su situación constituye un verdadero acontecimiento
político, en tanto que muestra nítidamente la ley de hierro imperante en la
clase política de las izquierdas de todas las clases, dotadas de una fuerza
grupal considerable por permanecer en la red de posiciones estatales en las que
se encuentran asentados, siguiendo carreras guiadas por el criterio magnánimo
del éxito personal, que se manifiesta en su trayectoria personal ascendente.
Para
interpretar el silencio y el estigma que se cierne sobre el exdirigente, es
menester recurrir a Rafael Chirbes y su lucidez proverbial para describir el
viaje recorrido por toda una generación que apostó por una revolución en los
años sesenta y setenta para terminar ejerciendo una suerte de sobrevivencia que
exige una serie inacabable de mudanzas ideológicas. Gerardo Iglesias es uno de
las decenas de miles que han quedado en el camino siguiendo distintas rutas a
favor de la consecución de una integración social imposible. Aquellos sobrevivientes
que han relegado el proyecto inicial para aterrizar en las cimas estatales,
menosprecian a quienes han quedado atrás, al estilo de la formidable máquina de
triturar personas que es la empresa postfordista.
El final del
franquismo supone una cadena de crisis para el PCE que culmina en la debacle
electoral de 1982. El liderazgo de Carrillo se desmorona, las luchas internas
adquieren una magnitud inmanejable para la dirección y la sangría de dirigentes
y cuadros que acuden en auxilio del entonces triunfador PSOE alcanza unas
proporciones colosales. En este clima sórdido Gerardo es investido secretario
general, aunque se trata de un liderazgo débil administrado por las élites más
involucionistas del partido. Esta etapa supone un desgaste extraordinario,
siendo reemplazado por las élites partidarias que fraguan un nuevo proyecto que
se desentiende de las siglas y lo que se percibe como antiguallas. Una de estas
es precisamente él mismo. En una situación así es inteligible su decisión de
regresar a la mina, que significa una ruptura inequívoca con el modo de hacer
política prevalente en tan creativa democracia.
Un factor
adicional representa un factor decisivo en esta decisión. Se trata de la
situación específica de Asturias. Si en esos años el trasvase PCE-PSOE adquiere
su máxima intensidad, en Asturias es el mismísimo secretario general y líder de
la organización, Vicente Álvarez Areces quien abandona seguido por una escolta
de cuadros locales y regionales, instalándose en el PSOE, ocupando posiciones
relevantes en las instituciones autonómicas. En Asturias la cooptación adquiere
un esplendor grandioso. El mismísimo Areces, tras ser alcalde de Gijón, llega a
la presidencia de la comunidad, permaneciendo en ella hasta su muerte y
simbolizando una carrera ejemplar del Régimen del 78. Su trayectoria fue una
escalera ascendente, en la que siempre subió llegando hasta la cima.
No sé si los
lectores imaginan el clima del PCE de esos años, en los que la traición se
encontraba presente en la vida partidaria en espera de una oportunidad para su
consumación. No existe nada peor para un partido o grupo pequeño que una
cooptación. La desmoralización interna alcanza cotas inimaginables. Gerardo se
desempeña como secretario general en este infierno interno, en el que se
simultanean las fugas de votantes con las fugas de dirigentes. Esta situación
aviva el sectarismo y la confusión. Todo termina con su propia retirada del
escenario, propiciada por sus propios compañeros.
La novísima
democracia significó la transformación de un partido cuyas raíces eran miles de
células, grupos ubicados en empresas, universidades, barrios y otros
microsistemas sociales. Este tipo de organización generaba una solidaridad
partidaria específica. Pero este sistema se disolvió, cediendo su lugar a unas
localizaciones radicalmente diferentes. El nuevo locus eran las
instituciones. La militancia se congregaba solo para sancionar a los candidatos
a diputados, concejales y otros cargos representativos. Así, con el paso de los
años, fue decreciendo el contingente de afiliados, y el partido se concentraba
en los cargos elegidos. De este modo, la élite partidaria, resultante de las
“elecciones” en las agrupaciones, dio lugar a una solidaridad diferente. Se
puede nombrar este proceso como “de una nube de células a una nube de cargos”.
Los cargos son rivales de los clanes adversarios en las agrupaciones que los eligen.
Hace muchos
años fui invitado por un amigo, un alto cargo del PSOE, a una reunión de los
afiliados en sanidad en Granada con uno de los gurús del Sistema Nacional de
Salud de la época. Me impresionó muchísimo contemplar el clima interno
hipercrítico con aquellos que detentaban cargos en el partido o la
administración. En el ambiente se encontraba implícito el lema de “cargos para
todos”, la rotación en ellos en contra de la permanencia de una oligarquía
partidaria. Las menguantes asambleas de IU del presente son similares, en las
que los climas son irrespirables. En mis últimos años en Granada pude
contemplar de cerca las crueles luchas internas en Podemos entre
errejonistas, pablistas y anticapis, de cuyos equilibrios resultaban los cargos
electos. En este caso, terminó en autodestrucción, en tanto que cuando hay poco
que repartir los contendientes se emplean más virulentamente.
Este tipo de
partido es el que ha determinado el olvido y la relegación de Gerardo Iglesias.
La nube de cargos se encuentra movilizada para su sobrevivencia, siendo poco
propensa a exaltar a ningún exlíder, cuya retirada se sobreentiende como una
caída, y con los desfallecidos se practica la violencia suprema del olvido y la
exclusión. En un partido de cargos en la era de la televisión, los candidatos
se concentran en su propia elección, lo que depende de cultivar a los electores
de las agrupaciones, a las autoridades partidarias y a la visibilidad
proporcionada por los medios. He visto numerosas veces con perplejidad la pugna
entre aspirantes a cargos por entrar en algún fragmento mediático, por pequeño
que sea.
Termino
aludiendo al círculo de la fatalidad de la peripecia de Gerardo Iglesias, como
es su experiencia siniestra como paciente, relegado a la población enferma
resultante de la dinámica del propio sistema sanitario, que la genera y la
abandona a su suerte. La disidencia de Gerardo alcanza así, involuntariamente,
su máxima dimensión, contribuyendo a su marginación en grado superlativo, pues
para esta izquierda cuyo único proyecto es permanecer en las altas posiciones
estatales, el sistema sanitario representa uno de los centros simbólicos de su
discurso, así como una localización privilegiada para sus cuadros. Enunciar una
disidencia sanitaria es lo que le faltaba a Gerardo.
Volviendo de
nuevo a Chirbes, este afirma que “al poder llegan los peores”. Este es el mejor
argumento a favor de Gerardo Iglesias. Para una persona de mi edad y
experiencia, Gerardo es, inequívocamente, un héroe antifranquista que ha
habitado en un medio podrido que lo ha devorado. Si tuviera que hacerle una
recomendación, esta sería invitarle a sonreír cuando escuche las proclamas a
favor de la Memoria Histórica, de la que es violentamente laminado, como tantos
otros, así como las retóricas a favor de un sistema sanitario público, porque
la verdad es que su proyecto matriz es el de Biden, Clinton y los demócratas
norteamericanos, que otorgan a la salud un lugar subalterno respecto a la
infinitud de la economía y el armamentismo. Cosas del siglo XXI que todavía no acabamos
de entender.
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