martes, 22 de noviembre de 2022

EL ABSOLUTISMO FUTBOLÍSTICO

 

El club es la única cédula de identidad en la que el hincha cree. Y en muchos casos, la camiseta, el himno y la bandera, encarnan tradiciones entrañables, que se expresan en las canchas de fútbol perro vienen de lo hondo de la historia de una comunidad.

La moral del mercado, que en nuestro tiempo es la moral del mundo, autoriza todas las llaves del éxito, aunque sean ganzúas. El fútbol profesional no tiene escrúpulos, porque integra un inescrupuloso sistema de poder que compra eficacia a cualquier precio

Rueda la pelota, el mundo rueda. Se sospecha que el sol es una pelota encendida, que durante el día trabaja y en la noche brinca allá en el cielo, mientras trabaja la luna, aunque la ciencia tiene sus dudas al respecto.

Eduardo Galeano

 

El campeonato del mundo de Catar en curso es un acontecimiento que trasciende con mucho al mismo juego.  El fútbol se ha convertido en una formidable industria del imaginario que domina las sociedades del presente. El calendario futbolístico, sobrecargado de competiciones y partidos, ocupa un lugar central en la programación de las televisiones. Desde siempre me ha fascinado el espectáculo de unas elecciones políticas decisivas celebradas en domingo que concitan un interés manifiesto en una parte de la audiencia, de modo que a partir de las ocho de la tarde todas las cadenas se pueblan de comentaristas que analizan precisamente con códigos futbolísticos, los resultados de la contienda convertida en competición deportiva reductible a la determinación de quién gana y pierde.

Según pasan las horas renacen los grandes públicos del fútbol y del corazón, que se sienten molestos por la intrusión política que rompe las rutinas de su condición de espectadores compulsivos. Cuando declina el recuento a partir de las once de la noche, renace la información deportiva, que recupera el protagonismo en las pantallas y reaviva las pasiones futbolísticas. El fútbol es una actividad ubicua que organiza los ciclos de la vida cotidiana de grandes públicos que viven permanentemente en tiempos de espera al siguiente partido. Los goles providenciales, las jugadas polémicas, las rivalidades entre contendientes, las celebraciones en las gradas y en múltiples espacios en los que se congregan los espectadores frente a las pantallas en espera del milagro del gol redentor.

El fútbol deviene en una actividad central en las sociedades del presente. Genera una energía social colosal, ocupando una centralidad absoluta en la programación audiovisual. Desde siempre he sido aficionado activo, definido como culé, es decir, integrado en la parroquia del Barça, y, por consiguiente, soy conocedor de las intimidades vividas por esa masa social. Esta pasión la he compartido con mi posicionamiento activo en la política. En los años de la transición política parecía que las pasiones políticas iban a crecer en detrimento de las futbolísticas. Pero, por el contrario, con el paso del tiempo, el fútbol ha maximizado su influencia, al tiempo que la política concita un interés menguante, a pesar de haber adoptado sin pudor los formatos deportivos.

Lo más sustantivo del fútbol es que se apodera de la cotidianeidad, haciéndose presente en las conversaciones y comunicaciones. Su efecto es tan importante, que se puede hablar en rigor de futbolización de la economía, de la política, de la cultura, de la información y de la vida. Algunas de sus frases tópicas son exportadas a otras esferas, tal y como la ya célebre de “dejarse la piel para…” La futbolización remite al dominio absoluto del azar. La victoria, mediante la realización prodigiosa del gol, constituye el código central de este juego, que termina por constituir una paradoja: esta radica en la equiparación del valor de todos los goles. Todos son celebrados profusamente con independencia de su elaboración. Vale igual uno tras una jugada sublime que otro producido por un extraño rebote. Esta paradoja es determinante en la construcción de un pueblo futbolístico infantilizado, que aspira a cualquier victoria apelando a los dioses de la fortuna.

Este pueblo futbolístico sustenta la institución central del club, que es la comunidad de afiliación más poderosa y estable de las extrañas sociedades del presente.  El devenir determinado por el azar y la marcada infantilización de la masa social cohesionada por la celebración de los goles, constituye una masa formidable que se concentra en el estadio como masa física y en las nutridas audiencias de las televisiones y las redes, que no solo retransmiten los partidos, sino que los desmenuzan en varios fragmentos audiovisuales que son visionados por la afición en distintos horarios. Cada partido victorioso es rememorado en los días y semanas siguientes mediante la repetición de las hazañas protagonizadas por los héroes de ocasión, que construyen un patrimonio común de imágenes para estimular las emociones.

El resultado es la constitución de dos instituciones centrales: El club y la prensa deportiva. El club es una institución que compacta la masa social, que se constituye como un conglomerado humano de incondicionales cohesionados por la emoción común. Así un club es una comunidad sensorial que privilegia lo simbólico en detrimento de lo estrictamente racional. Esta es la razón por la que este agregado humano definido por el sentimiento común presenta dificultades insalvables para constituirse en una asamblea que elija y controle a los órganos ejecutivos que dirigen y gestionan el club. El presidencialismo, con la Junta Directiva como grupo cooptado por el presidente, representa la abolición de la pluralidad y la gestión de las emociones de la masa infantilizada, que se comporta al modo de los infantes ante los Reyes Magos, solicitando regalos que tienen una caducidad temporal, y desentendiéndose de los costes y la gestión.

El presidente de un club representa una posición en la que su poder absoluto otorgado por el pueblo infantilizado se puede denominar como absolutista, y no tiene parangón con las demás organizaciones e instituciones sociales. Este se ostenta en el palco y en el protagonismo en los medios de comunicación que elaboran una narrativa con el devenir del club. El palco, los platós y las poltronas mediáticas son las formas de ejercer la gestión emocional de la masa social, en la que las decisiones carecen de control alguno y las comunicaciones son emocionales. En este medio, el presidente presiona para influir en el relato que elaboran los periodistas, conformando así un verdadero círculo aristocrático que gerencia las interpretaciones de los eventos sucesivos. En este circuito la masa social es interpelada para aplaudir o censurar, hecho que oculta su exclusión radical de la gestión.

Un medio así es justamente lo opuesto a la democracia. La futbolización es, precisamente, la exportación de este modelo de las instituciones futbolísticas a otras instituciones, entre ellas las políticas. Este modelo significa la reducción drástica de los actores –Presidentes, cargos representación, juntas directivas, informadores, tertulianos y expertos- para expropiar a la masa social de seguidores incondicionales convertidos en aplaudidores o gentes con capacidad para mostrar sus malestares mediante el abucheo.

La gran institución resultante del absolutismo futbolístico y la infantilización de las masas sociales es la prensa deportiva. Esta detenta el privilegio de tener el monopolio de la interpretación de los eventos del juego. En los últimos años ha redescubierto y confirmado su gran competencia en la manipulación y la construcción de una narrativa que el pueblo futbolístico asume sin rechistar. Así cristaliza el periodismo brujo, que detenta la facultad de gobernar la comunicación de esa masa unificada por las emociones compartidas vividas. Los periodistas entendidos en las lides del juego son desplazados por los nuevos hechiceros que se identifican con un club y se convierten en un hincha furibundo dotado de visibilidad mediática. El resultado es que los medios reproducen los enfrentamientos de las gentes de las gradas, con sus métodos primitivos y sus imaginarios guerreros.

Las instituciones absolutistas del club y la prensa deportiva moldean a la masa subalterna que jalea a los suyos. De ahí resulta un nuevo arquetipo personal; el hincha o el fan. Este es incondicional, de modo que no somete a cuestionamiento o problematización sus posicionamientos personales. La hinchada solo produce prácticas rituales ricas en expresividad para alimentar a las cámaras y nutrir a la élite de periodistas brujos. El comportamiento basado en la expresión de emociones constituye el dominio del fútbol. Son antológicos los fragmentos de los hinchas capturados por las cámaras, tanto en la victoria como en la derrota. La perversión asociada al absolutismo futbolístico y el periodismo brujo radica en exponer al fan como portador de emociones, como un ser social que no tiene nada sustantivo que decir, como un productor de un material que después cocinarán los tertulianos y expertos.

Este sistema, tan congruente con la prensa del corazón, que genera un espectador integral constituido como voyeur, representando la antítesis del actor, constituye un cáncer desbocado para la democracia, en tanto que expande sus métodos y tipos de organización. Tanto los partidos políticos como la prensa, van incorporando elementos del absolutismo futbolístico. Así se explica la reducción de actores, la participación mediante explosiones derivadas de acontecimientos críticos que suscitan respuestas huracanadas, así como la conversión de las masas sociales de los partidos en enjambres de fans o hinchas. Las manifestaciones furiosas de afectados por la catástrofe de CajaMadrid, me alertaron al respecto. Los eslóganes de las manifestaciones y las prácticas se referenciaban en el repertorio futbolístico. Asimismo, gritos procedentes de terremotos políticos, tales como el célebre “Sí se puede”, son adoptados por las masas futbolísticas, vaciándolos de su contenido, en tanto que, en su origen, el sentido era que se puede por nuestra acción. Ahora se importa con un significado radicalmente antitético: se puede por el azar.

Las televisiones organizan las tertulias con el modelo inventado por la prensa deportiva. Los periodistas se adscriben a los distintos partidos y el espacio y la conversación tiene lugar como confrontación de incondicionales. La corrosión de la política se muestra sin filtros y los actos partidarios se producen según el modelo matriz de un club de fútbol. Brilla la adhesión incondicional, la abolición de la distancia y la apoteosis de la subjetividad. El fútbol deviene en una suerte de especie invasora que reconfigura la actividad política. Lo que se denomina “crispación”, que expresa la movilización de las emociones primarias, no es sino la expresión de la importación del absolutismo futbolístico, un sistema de presidentes, juntas directivas, periodistas y fans. Este incuba inexorablemente el hooliganismo.

 

 

 

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