martes, 29 de noviembre de 2022

EL DILEMA DEL FUTURO

 


Martin Luther King decía: “El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”. Ya no me creo eso, creo que somos nosotros los que tenemos que inclinarlo. Ya no está claro que estemos embarcados en algún tipo de viaje evolutivo hacia un mundo más libre, más equitativo y justo. Los de mi generación creíamos que si nos dormíamos 10, 12 o 20 años íbamos a despertarnos en un mundo más justo, con mayor respeto por las diferencias sexuales y de género. No es cierto. Vamos al revés ahora mismo y más nos vale parar.

Bono (U2)

La cuestión que suscita esta afirmación de Bono es fundamental. Significa una línea divisoria entre distintas interpretaciones del proceso general en que se encuentra incluido el presente. De un lado, la izquierda integrada en las instituciones, los medios progresistas, las constelaciones de espectadores-votantes y la intelligentsia oficial, que se alinean con la clásica línea del progreso. En palabras de los discursos oficiales, la senda del progreso, que se orienta hacia una sociedad más igualitaria y racionalizada. De este posicionamiento general se derivan líneas de acción fundadas en el optimismo y  la minimización de los obstáculos que comparecen gradualmente como verdaderos gigantes. Al fin y al cabo, el ascenso de la extrema derecha en toda Europa y del trumpismo, en distintas versiones en América, son entendidos como accidentes secundarios que no impiden el tránsito hacia sociedades más perfeccionadas.

De otro lado, algunas personalidades y grupos procedentes de los mundos de la ciencia, la literatura, el arte y el pensamiento apuntan en una dirección contraria, afirmando que los fenómenos políticos, económicos y culturales mórbidos que se presentan, indican un cambio de dirección o la antesala de una regresión. Estas posiciones críticas se encuentran en las tangentes de los sistemas oficiales de la producción del conocimiento y la cultura, detentando una situación de creciente marginalización. Desde estas posiciones críticas se entiende que la emergencia de estos obstáculos significa un cambio de dirección de los procesos sociales, que apuntan a una nueva era que problematiza el paradigma del progreso convencional.

En esta situación, lo nuevo es, precisamente, que aquellos que se adhieren a la supuesta dirección del progreso comparecen adoptando formas crecientemente autoritarias y monolíticas, configurando un inquietante sumatorio de autoritarismos. A los neofascismos renacidos y la emergencia de una nueva derecha autoritaria, se suman las prácticas de gobierno imperantes por parte de los autodenominados progresistas, que inventan prácticas de gobierno referenciadas en un nuevo autoritarismo basado en la exigencia de fe en lo que se presenta como una ciencia omnipotente y única, que requiere la adhesión incondicional mediante una nueva obediencia a las legiones de expertos. La pandemia de la Covid significó un salto formidable del control social mediante la fusión de la individuación neoliberal de la época con la individuación derivada del gobierno epidemiológico, que convirtió a cada uno en una cifra insertada en una población gobernada a modo de corneta medicalizada.

El nuevo autoritarismo se fundamenta en la eficacia de varias maquinarias institucionales recombinadas que separan efectivamente a las personas socavando los órdenes sociales intermedios. Así se fabrica una gran masa de yoes radicalmente separados entre sí, que son escrutados y medidos por un conjunto de agencias y organizaciones que los clasifican y reclasifican para su rendimiento social. Cada cual deviene en una unidad autónoma unida a las personas inmediatas por vínculos sociales cada vez más episódicos y debilitados. Pero el aspecto más novedoso de la nueva forma de gobierno radica en el ejercicio del poder mediático, que desarrolla un conjunto de relatos que desplazan las realidades a favor de distintas ficciones y las ensoñaciones.

Esta situación general tiene un efecto perverso, tal y como es que las cuestiones más importantes, que afectan a las instituciones de la individuación severa – tales como las maquinarias de contar méritos para la clasificación; las de la dirección del mercado del trabajo y la naturaleza de la empresa; las de la conducción psi y la reparación de los desechados; las de la reestructuración de la vida y el espacio doméstico; las de la invención de narrativas y la conversión de las personas en espectadores; las que recogen los residuos resultantes de los procesos sociales, tales como el confinamiento de los no aptos como mayores, desempleados de larga duración o distintas formas de discapacidades instituidas- se sitúan en el exterior de lo que se entiende como política que es tratada en las instituciones “representativas”.

El resultado es un nuevo orden social que va revirtiendo gradualmente las conquistas, en todos los planos, resultantes de las distintas conmociones sociales que comenzaron en los años sesenta del siglo pasado. Se puede pensar en términos de un retroceso general que cuestiona los piadosos preceptos de las teorías del proceso lineal. Estas se sustentan en las generaciones mayores que experimentaron cambios positivos en sus vidas, pero que se han detenido parta las generaciones más jóvenes. Acontecimientos tan relevantes como la precarización, la rigurosa individuación biográfica,  la saturación como espectadores, el bloqueo de las instituciones educativas y otras, que producen importantes malestares, parecen no tener fecha de caducidad.

No entiendo bien el lema de moda que sostiene la izquierda “mejorar la vida de la gente”, que se materializa en incentivos económicos, en tanto lo que está ocurriendo es un deterioro colosal de las instituciones y de las antaño comunidades. Me parece disparatado aludir al concepto “empoderarse” en un contexto de competencia feroz de todos contra todos presidido por la institución central de la evaluación; de avance imparable de la precarización laboral y vital; de fragilidad biográfica y de marginación de grandes contingentes de la población. Los paradigmas imperantes en la política tradicional conducen a unas cegueras mayúsculas.

Desde siempre me ha fascinado la simbiosis entre Kafka y Orson Wells que se materializó en la clásica película de “El proceso”. Las imágenes que recrean las sociedades de masas dominadas por la burocracia y el capitalismo son verdaderamente prodigiosas. En este blog bajé un video con una secuencia de la película. En él se narra un tránsito de Josep K. en un laberinto de espacios y gentes que constituyen una coacción descomunal. El talento de Wells traduce este argumento a una secuencia magnífica. Por esta razón lo vuelvo a subir hoy aquí.

Pero mi intención es imaginar qué novela y film narraría con rigor el presente, que se puede definir como un tránsito hacia no sé qué, pero quizás nada bueno, aunque distinto a la terrible combinación del taylorismo y la burocracia de antaño. Ahora se trata de un dispositivo de rostro amable que organiza despiadadamente la competición, inventando destinos sociales de segundo orden para los perdedores. El documento fílmico más riguroso que he visto es El capítulo 2 de la primera temporada de Black Mirror “15 millones de méritos”. En el mismo se presenta la individuación en su grado máximo consumada y el imperio de las pantallas y los concursos televisivos en su esplendor. Hasta el mismísimo animador de los concursos-competición tiene un físico parecido a Risto Mejide.

 

 

sábado, 26 de noviembre de 2022

HABITANTES DEL AULA: ARIADNA

 

Ariadna era una estudiante de sociología que detenta una posición privilegiada en mi memoria de profesor. En el páramo afectivo e intelectivo del aula, se constituyó una extraña relación entre nosotros. En lo que a mí se refiere, esta alcanzó una intensidad extraordinaria, llegando a una magnitud que, a día de hoy, tras cinco años de alejamiento de los estrados y las tarimas, sigue suscitando mi reconocimiento y emoción. Pienso que he sido afortunado por encontrarme con ella. Si tuviera que calificarla en una etiqueta sintética, en esta predominaría la palabra “independiente”, aunque en ese espacio quizás fuera más preciso decir “indomable”, o “irreductible”. Ella siempre tuvo la capacidad de preservar su autonomía frente a las intrusiones formidables que desarrolla la institución universitaria, una de las cuales era la mía.

Nuestro encuentro tuvo lugar en varias de las asignaturas que impartía, a lo largo de distintos cursos académicos. Su influencia en mi persona alcanzó un nivel que, en el último año, cuando no estaba presente en la clase, me invadía una extraña sensación de orfandad, en tanto que la consideraba una interlocutora privilegiada de mis sermones profesorales. Del mismo modo, cuando se encontraba presente, llenaba el espacio del aula, y me proporcionaba una misteriosa estimulación.  Mi reconocimiento hacia ella no estaba motivado solo por su inteligencia, puesto que he tratado con muchos estudiantes inteligentes, sino por su capacidad prodigiosa de preservar su autonomía, esquivando la doma académica, pero, al mismo tiempo,  aprovechando algunos de los materiales de las clases y las lecturas de las asignaturas.

Ariadna se comportó en todos los cursos en los que nos encontramos, como una auténtica autora, que se pilota a sí misma rechazando la conducción institucional. Todavía recuerdo el día de nuestra despedida, en el que ella marchaba a su Argentina natal. Fue un encuentro emocionante, en un café cercano a la facultad. Ella me regaló un libro con una dedicatoria en la que agradecía mi furor profesoral a favor de su aprendizaje. Después he tenido noticia de ella y sus derivas profesionales como socióloga y docente en su país, en una época de clausura del sistema profesional para su generación.

La relación entre nosotros estaba determinada por las asimetrías institucionales de la universidad. Yo era profesor estable y ella una estudiante móvil. El orden institucional nos separaba drásticamente. Mi posición se encontraba amparada por la tremenda institución, en tanto que ella era una víctima de la desorganización académica y la pésima calidad de los servicios ofrecidos por la facultad. La distancia cósmica entre nuestras posiciones, se encontraba envenenada por un factor adicional que representaba un vector de perversidad en nuestra relación. Este radicaba en mi posicionamiento abiertamente crítico en el aula con respecto a la institución, que no tenía efecto alguno sobre el funcionamiento de la misma. Pero mis sermones críticos tenían el efecto perverso de que algunos estudiantes disidentes, como ella, tenían la sensación de que yo mismo “les robaba” su cuota crítica, o que les suplantaba, siendo, al mismo tiempo, parte del dispositivo institucional.

En este contexto se desarrolló nuestra extraña relación, que nunca se materializó en conversaciones abiertas y pausadas, pero que alcanzó una intensidad inusitada mediante conversaciones breves y alusiones y gestos. Así se conformó como una interlocutora privilegiada de mis prédicas. Ella me correspondía devolviéndome un feedback en forma de gestos y modos de estar, así como de respuestas, tanto en el aula, como en los trabajos escritos que realizó en todas las asignaturas.

Nos conocimos en una asignatura optativa que impartía en los años previos al huracán de Bolonia. Era Sociología de los movimientos Sociales”. Ella entonces militaba en grupo de izquierdas esculpido por la horma del viejo marxismo caducado. Varias personas de su grupo se matricularon, algunas gentes entrañables por su inteligencia y saber estar en esa terrible institución demoledora de las inteligencias. Todavía recuerdo con afecto a Amaya, Diego y otras personas enormes. El desencuentro entre nuestros posicionamientos era de gran magnitud. El movimiento obrero era la cuestión principal que determinaba la diferencia. Mi referencia era que este se había institucionalizado cristalizando en los sindicatos y los partidos obreristas convertidos en parlamentaristas e interclasistas. Por tanto, se trataba de instituciones, habiendo perdido los rasgos de movimientos sociales vivos.

Ellos resistieron en la clase mediante interpelaciones a mis prédicas, a las lecturas de la asignaturas, distanciándose de las valoraciones de los grandes movimientos sociales de los años sesenta: ecologismo, feminismo, pacifismo o estudiantiles principalmente. A lo largo del  curso se reflejaron las tensiones derivadas de la réplica de este grupo. Ariadna participó en esta contestación informal pero cuando entregaron los primeros trabajos escritos, ella apostó por incluir su réplica en ellos mediante la aportación de sus propias referencias, es decir, que utilizaba las lecturas de la asignatura pero recurría a una selección de las mismas, aportando además sus propias fuentes bibliográficas.

Así comenzó mi reconocimiento a su persona. Le puse una nota muy alta, pero le formulé la objeción de que su trabajo tenía una impronta literaria, recomendándole el modo de escritura estrictamente sociológica o profesional. Pero su primer trabajo abrió nuestra relación, suscitando mi interés en su persona, tanto en su talento como en su autonomía personal indomesticable. La defensa numantina de sus esquemas referenciales engendró en mi persona un sentimiento de admiración. A pesar de nuestras diferencias, percibía señales de reconocimiento por su parte. Este fue el primer episodio de la cadena que forjó nuestra extraña relación en el desierto académico, en el sórdido páramo del aula.

Con posterioridad se matriculó en dos asignaturas impartidas por mí “Estructura y Cambio de las Sociedades” y “Sociología de la Salud”. En estos años, había cristalizado entre nosotros la extraña relación, que se materializaba en saludos especiales cuando nos encontrábamos por los siniestros pasillos de la facultad, incluso con breves conversaciones acerca de la situación de la universidad o general. En ambas asignaturas Ariadna había experimentado un salto, de modo que se esforzaba en los trabajos escritos, pero reforzando su proverbial autogestión intelectual: seleccionaba las lecturas recomendadas por mí e incluía las suyas. La calidad de los trabajos era incuestionable, así como sus intervenciones orales en las clases. Mi reconocimiento fue escalando hasta llegar, como he relatado al principio, a una extraña adrianadependencia, que se hacía presente los días de ausencia suya en la clase. Asimismo, en mis intervenciones, muchos de los mensajes iban dirigidos a ella, reforzando así nuestra relación platónica especial profe-alumna.

La escalada en nuestra relación llegó, con el tiempo, a la colaboración. Su grupo había evolucionado, en tanto que sus acciones trascendieron la condición de caja de resonancia de grandes cuestiones reivindicativas. Así llegaron a realizar acciones localizadas en la facultad y dotadas de otros objetivos y sentidos. La principal fue la de poblar el hall de entrada de la facultad. El edificio era un laberinto de pasillos y aulas que albergaba los tránsitos de los estudiantes, convertidos en máquinas de recepción de contenidos académicos. El hall, era un lugar de paso de los buscadores de asientos. Entonces ellos decidieron convertirlo en un lugar donde los estudiantes pudieran “estar”.

Establecieron una fecha para reconquistarlo. En el acto inaugural de reapropiación de ese espacio decidieron tirar globos desde el piso alto a las doce, al tiempo que ellos irrumpían y se instalaban en el hall, tomando posesión de él. Recurrieron a mi colaboración para ocultar en mi despacho los globos hasta el momento de su uso. Acepté encantado porque compartía el sentido de la acción. Desde siempre he entendido el movimiento estudiantil como una pugna por el espacio. En los últimos años de ejercicio profesional me negaba a hacer huelga y acudía al aula para realizar un acto alternativo a la programación académica.

La toma del hall fue esplendorosa. Un centenar de estudiantes se lo reapropiaron con métodos festivos. Trasladaron distintos muebles que aposentaron allí. Tuvieron la iniciativa de pedir a todos los profesores que donaran un libro para crear una pequeña biblioteca. El aspecto del hall fue magnífico el primer día. Había estudiantes conversando en butacas y sofás, gente leyendo, otros jugaban al ajedrez. El monopolio drástico de la institución sobre el espacio y el tiempo había sido transgredido, ofreciendo una hermosa imagen de convivencialidad reforzada por la presencia profusa de libros y revistas.

Pero, en una acción de estas características siempre comparece el excedente imaginario de la protesta. Entonces, tras un primer día esplendoroso en el que las autoridades se vieron sorprendidas y la imagen del hall era espléndida, siendo recibida con simpatía por muchos estudiantes y algunos profesores, un grupo de personas entró en el decanato y se apropió del tresillo que había en él y que la decana utilizaba para las visitas. Bajaron el tresillo y lo instalaron en el hall. Este fue el pretexto formal para asociar esta acción al axial concepto de riesgo, contratando un servicio de seguridad que se hizo presente en el hall, reforzando la imagen de conflicto. Todo terminó mediante la reapropiación del hall como espacio de paso para tan atareados clientes transeúntes en el laberinto de aulas y pasillos.

En mis últimos años como profesor tuve que desempeñarme en las aulas industrializadas derivadas de la reforma de Bolonia. Las actividades académicas eran obligatorias, todo se encontraba medido por la institución central de la evaluación, al tiempo que había operado una gran homogeneización. En ese aciago ambiente se agrandaba el recuerdo de estudiantes como Ari. Mis últimos encuentros en el laberinto de pasillos con ella eran entrañables y me esforzaba por expresar fugazmente mi reconocimiento y mi afecto.

El espectro de Ariadna no se ha desvanecido en mis ya cinco largos años de jubilación y alejamiento de esa infausta institución. Todavía sonrío cuando me acuerdo de ella y me pregunto por su estado. A veces miro el mapa de Argentina e imagino su tránsito actual. Sé que se desempeña como docente en algún ecosistema académico dotado de una toxicidad diferente a la proverbial española. Confío en que su inteligencia y autodeterminación la preserve de la decadencia personal. Un abrazo indómito para la indoblegable Ariadna, habitante de excepción de las aulas de los años anteriores a la irrupción de Bolonia.

 

 

martes, 22 de noviembre de 2022

EL ABSOLUTISMO FUTBOLÍSTICO

 

El club es la única cédula de identidad en la que el hincha cree. Y en muchos casos, la camiseta, el himno y la bandera, encarnan tradiciones entrañables, que se expresan en las canchas de fútbol perro vienen de lo hondo de la historia de una comunidad.

La moral del mercado, que en nuestro tiempo es la moral del mundo, autoriza todas las llaves del éxito, aunque sean ganzúas. El fútbol profesional no tiene escrúpulos, porque integra un inescrupuloso sistema de poder que compra eficacia a cualquier precio

Rueda la pelota, el mundo rueda. Se sospecha que el sol es una pelota encendida, que durante el día trabaja y en la noche brinca allá en el cielo, mientras trabaja la luna, aunque la ciencia tiene sus dudas al respecto.

Eduardo Galeano

 

El campeonato del mundo de Catar en curso es un acontecimiento que trasciende con mucho al mismo juego.  El fútbol se ha convertido en una formidable industria del imaginario que domina las sociedades del presente. El calendario futbolístico, sobrecargado de competiciones y partidos, ocupa un lugar central en la programación de las televisiones. Desde siempre me ha fascinado el espectáculo de unas elecciones políticas decisivas celebradas en domingo que concitan un interés manifiesto en una parte de la audiencia, de modo que a partir de las ocho de la tarde todas las cadenas se pueblan de comentaristas que analizan precisamente con códigos futbolísticos, los resultados de la contienda convertida en competición deportiva reductible a la determinación de quién gana y pierde.

Según pasan las horas renacen los grandes públicos del fútbol y del corazón, que se sienten molestos por la intrusión política que rompe las rutinas de su condición de espectadores compulsivos. Cuando declina el recuento a partir de las once de la noche, renace la información deportiva, que recupera el protagonismo en las pantallas y reaviva las pasiones futbolísticas. El fútbol es una actividad ubicua que organiza los ciclos de la vida cotidiana de grandes públicos que viven permanentemente en tiempos de espera al siguiente partido. Los goles providenciales, las jugadas polémicas, las rivalidades entre contendientes, las celebraciones en las gradas y en múltiples espacios en los que se congregan los espectadores frente a las pantallas en espera del milagro del gol redentor.

El fútbol deviene en una actividad central en las sociedades del presente. Genera una energía social colosal, ocupando una centralidad absoluta en la programación audiovisual. Desde siempre he sido aficionado activo, definido como culé, es decir, integrado en la parroquia del Barça, y, por consiguiente, soy conocedor de las intimidades vividas por esa masa social. Esta pasión la he compartido con mi posicionamiento activo en la política. En los años de la transición política parecía que las pasiones políticas iban a crecer en detrimento de las futbolísticas. Pero, por el contrario, con el paso del tiempo, el fútbol ha maximizado su influencia, al tiempo que la política concita un interés menguante, a pesar de haber adoptado sin pudor los formatos deportivos.

Lo más sustantivo del fútbol es que se apodera de la cotidianeidad, haciéndose presente en las conversaciones y comunicaciones. Su efecto es tan importante, que se puede hablar en rigor de futbolización de la economía, de la política, de la cultura, de la información y de la vida. Algunas de sus frases tópicas son exportadas a otras esferas, tal y como la ya célebre de “dejarse la piel para…” La futbolización remite al dominio absoluto del azar. La victoria, mediante la realización prodigiosa del gol, constituye el código central de este juego, que termina por constituir una paradoja: esta radica en la equiparación del valor de todos los goles. Todos son celebrados profusamente con independencia de su elaboración. Vale igual uno tras una jugada sublime que otro producido por un extraño rebote. Esta paradoja es determinante en la construcción de un pueblo futbolístico infantilizado, que aspira a cualquier victoria apelando a los dioses de la fortuna.

Este pueblo futbolístico sustenta la institución central del club, que es la comunidad de afiliación más poderosa y estable de las extrañas sociedades del presente.  El devenir determinado por el azar y la marcada infantilización de la masa social cohesionada por la celebración de los goles, constituye una masa formidable que se concentra en el estadio como masa física y en las nutridas audiencias de las televisiones y las redes, que no solo retransmiten los partidos, sino que los desmenuzan en varios fragmentos audiovisuales que son visionados por la afición en distintos horarios. Cada partido victorioso es rememorado en los días y semanas siguientes mediante la repetición de las hazañas protagonizadas por los héroes de ocasión, que construyen un patrimonio común de imágenes para estimular las emociones.

El resultado es la constitución de dos instituciones centrales: El club y la prensa deportiva. El club es una institución que compacta la masa social, que se constituye como un conglomerado humano de incondicionales cohesionados por la emoción común. Así un club es una comunidad sensorial que privilegia lo simbólico en detrimento de lo estrictamente racional. Esta es la razón por la que este agregado humano definido por el sentimiento común presenta dificultades insalvables para constituirse en una asamblea que elija y controle a los órganos ejecutivos que dirigen y gestionan el club. El presidencialismo, con la Junta Directiva como grupo cooptado por el presidente, representa la abolición de la pluralidad y la gestión de las emociones de la masa infantilizada, que se comporta al modo de los infantes ante los Reyes Magos, solicitando regalos que tienen una caducidad temporal, y desentendiéndose de los costes y la gestión.

El presidente de un club representa una posición en la que su poder absoluto otorgado por el pueblo infantilizado se puede denominar como absolutista, y no tiene parangón con las demás organizaciones e instituciones sociales. Este se ostenta en el palco y en el protagonismo en los medios de comunicación que elaboran una narrativa con el devenir del club. El palco, los platós y las poltronas mediáticas son las formas de ejercer la gestión emocional de la masa social, en la que las decisiones carecen de control alguno y las comunicaciones son emocionales. En este medio, el presidente presiona para influir en el relato que elaboran los periodistas, conformando así un verdadero círculo aristocrático que gerencia las interpretaciones de los eventos sucesivos. En este circuito la masa social es interpelada para aplaudir o censurar, hecho que oculta su exclusión radical de la gestión.

Un medio así es justamente lo opuesto a la democracia. La futbolización es, precisamente, la exportación de este modelo de las instituciones futbolísticas a otras instituciones, entre ellas las políticas. Este modelo significa la reducción drástica de los actores –Presidentes, cargos representación, juntas directivas, informadores, tertulianos y expertos- para expropiar a la masa social de seguidores incondicionales convertidos en aplaudidores o gentes con capacidad para mostrar sus malestares mediante el abucheo.

La gran institución resultante del absolutismo futbolístico y la infantilización de las masas sociales es la prensa deportiva. Esta detenta el privilegio de tener el monopolio de la interpretación de los eventos del juego. En los últimos años ha redescubierto y confirmado su gran competencia en la manipulación y la construcción de una narrativa que el pueblo futbolístico asume sin rechistar. Así cristaliza el periodismo brujo, que detenta la facultad de gobernar la comunicación de esa masa unificada por las emociones compartidas vividas. Los periodistas entendidos en las lides del juego son desplazados por los nuevos hechiceros que se identifican con un club y se convierten en un hincha furibundo dotado de visibilidad mediática. El resultado es que los medios reproducen los enfrentamientos de las gentes de las gradas, con sus métodos primitivos y sus imaginarios guerreros.

Las instituciones absolutistas del club y la prensa deportiva moldean a la masa subalterna que jalea a los suyos. De ahí resulta un nuevo arquetipo personal; el hincha o el fan. Este es incondicional, de modo que no somete a cuestionamiento o problematización sus posicionamientos personales. La hinchada solo produce prácticas rituales ricas en expresividad para alimentar a las cámaras y nutrir a la élite de periodistas brujos. El comportamiento basado en la expresión de emociones constituye el dominio del fútbol. Son antológicos los fragmentos de los hinchas capturados por las cámaras, tanto en la victoria como en la derrota. La perversión asociada al absolutismo futbolístico y el periodismo brujo radica en exponer al fan como portador de emociones, como un ser social que no tiene nada sustantivo que decir, como un productor de un material que después cocinarán los tertulianos y expertos.

Este sistema, tan congruente con la prensa del corazón, que genera un espectador integral constituido como voyeur, representando la antítesis del actor, constituye un cáncer desbocado para la democracia, en tanto que expande sus métodos y tipos de organización. Tanto los partidos políticos como la prensa, van incorporando elementos del absolutismo futbolístico. Así se explica la reducción de actores, la participación mediante explosiones derivadas de acontecimientos críticos que suscitan respuestas huracanadas, así como la conversión de las masas sociales de los partidos en enjambres de fans o hinchas. Las manifestaciones furiosas de afectados por la catástrofe de CajaMadrid, me alertaron al respecto. Los eslóganes de las manifestaciones y las prácticas se referenciaban en el repertorio futbolístico. Asimismo, gritos procedentes de terremotos políticos, tales como el célebre “Sí se puede”, son adoptados por las masas futbolísticas, vaciándolos de su contenido, en tanto que, en su origen, el sentido era que se puede por nuestra acción. Ahora se importa con un significado radicalmente antitético: se puede por el azar.

Las televisiones organizan las tertulias con el modelo inventado por la prensa deportiva. Los periodistas se adscriben a los distintos partidos y el espacio y la conversación tiene lugar como confrontación de incondicionales. La corrosión de la política se muestra sin filtros y los actos partidarios se producen según el modelo matriz de un club de fútbol. Brilla la adhesión incondicional, la abolición de la distancia y la apoteosis de la subjetividad. El fútbol deviene en una suerte de especie invasora que reconfigura la actividad política. Lo que se denomina “crispación”, que expresa la movilización de las emociones primarias, no es sino la expresión de la importación del absolutismo futbolístico, un sistema de presidentes, juntas directivas, periodistas y fans. Este incuba inexorablemente el hooliganismo.

 

 

 

lunes, 14 de noviembre de 2022

LA CRISIS SANITARIA DE MADRID Y EL HIPERCONFORMISMO

 

Durante muchos años he ejercido como profesor universitario, desempeñando ese papel en uno de los espacios más tenebrosos del presente: el aula. Por ellas han desfilado múltiples grupos y personas veteranos en el arte de ser estudiantes curtidos en escuelas e institutos. Al llegar a casa, le comentaba a mi compañera mi imperiosa necesidad de desvelar el misterio del comportamiento hiperconformista, común a los estudiantes, así como el misterio de su despolitización integral. Uno de los aspectos más fascinantes radica en que el comportamiento hiperconformista es independiente de las condiciones en las que se encuentren. Sea con un profesor incompetente o descomprometido,  estos acatan la situación sin rechistar. He visto profesores que venden su libro en el interior del aula, anotando en una lista a los compradores, sin suscitar ni una palabra o gesto de queja.

Supongo que no es aventurado enunciar la hipótesis de que la escuela y el instituto son eficaces fábricas de obediencia y despersonalización. Cuando escucho que la universidad es la sede del debate de ideas me pregunto acerca del límite del cinismo o de la estulticia. Cuando los demiurgos del presente apuntan a la importancia de la adaptación, no puedo evitar reír pensando en las sucesivas cohortes de estudiantes que han ocupado las aulas en las que me he desempeñado como docente. Ciertamente, detentan la competencia de adaptarse a cualesquiera condiciones, incluso al mismísimo infierno. Por supuesto que hay excepciones, pero la gran mayoría se inscribe en una apoteosis de la consonancia.

Desde esta perspectiva no puedo dejar de asombrarme ante el comportamiento de las gentes ante el desmantelamiento lento, gradual, continuado e irreversible del sistema sanitario público, que, en los años siguientes a ser refundado en 1984, es privado de su espíritu fundacional. El “Informe Abril” de 1991 es la señal del inicio de la lenta y laboriosa mudanza. La Atención Primaria, es reducida según una ley de hierro imperante en todo el proceso, que se puede explicitar en penalizar a las poblaciones rurales y de las periferias urbanas, para cercar las poblaciones urbanas en la finalidad de estimular su emigración al sistema privado. Este proceso se realiza inexorablemente mediante la reducción gradual de servicios, la dificultad creciente del acceso, y la masificación de la asistencia. Estos procesos convergen en la sobredimensión que alcanzan las Urgencias, convertidas en el vertedero de la demanda imposible de resolver en el sistema.

Ante la secuencia de restricciones progresivas, las poblaciones hacen gala de su radical despolitización y distanciamiento del sistema político. Aquellos que desde su interior muestran su oposición a lo que, eufemísticamente, se denomina como los recortes, son aislados y silenciados. Por el contrario, los promotores de los recortes concitan un respaldo electoral constante, con independencia de su política de minimización del viejo estado del bienestar. La sagrada virtud de la obediencia y la sumisión, imperan en las sucesivas elecciones, en las que los podadores de servicios universales obtienen un respaldo sorprendente y sostenido. El resultado es que, al igual que los estudiantes en la universidad, las poblaciones penalizadas por la minimización sanitaria se comportan invariablemente con independencia de las condiciones exteriores, es decir, de las actuaciones de los principales partidos ejecutores de la reducción irremediable, que, al estilo del postfranquismo español, generan dos versiones diferentes de una misma política esencial: en este caso como parteros de la transición a un nuevo orden social derivado de la expansión sin fin del mercado, que termina por estrangular al Sistema Sanitario Público.

Este proceso invariante en las últimas décadas ha generado un hito en Madrid en estos días, con la metamorfosis de las viejas urgencias extrahospitalarias, ahora refundadas como puntos de atención continuada 24 horas. Una buena parte de estos servicios, carecen de la presencia de un médico. El proceso de demolición llega a una meseta en la que se hace visible lo inverosímil. Pero el vaciado médico de los puntos de atención no es un hecho aislado. Coincide con el colapso manifiesto de los centros de salud, cuyos equipos son reducidos a mínimos inimaginables hace unos años. El ensayo en el último verano del cierre de centros y consultas, ha animado a los directivos a dar este salto, en la convicción de que no genere los únicos costes a los que son sensibles, los costes electorales. Sabedores de que pueda ocasionar un malestar difuso, este puede ser cocinado en el los dispositivos de comunicación audiovisual, de modo que los ciudadanos-espectadores sean abrumados y confundidos por la secuencia de cifras, frases, imágenes y controversias que alimentan el espectáculo de la confusión.

El malestar derivado de la ausencia de médicos en muchos lugares de atención urgente, se descompone en múltiples actos de resignación de no pocos afectados, de desplazamiento a otros espacios de los dispositivos asistenciales, principalmente a urgencias hospitalarias, o en actos individuales de insubordinación que dan lugar a confrontaciones fogosas con los profesionales presentes que palían el nicho vacío de médicos. Pero estos malestares no cristalizan en una protesta colectiva sostenida. En estos días, en algunas salas de espera de esos puntos de atención, se producen microconflictos que siguen el modelo de “la cola del autobús”. Es decir, que las personas presentes, desconocidas entre sí, se unen para despotricar contra el sistema para, inmediatamente después, disolverse en el exterior.

Esta ausencia clamorosa de protesta social se sustenta en la convergencia de varios procesos sociales. Uno de ellos remite al desmantelamiento deliberado del viejo sistema público, que es inseparable de una nueva individuación, en la que el sujeto de tan avanzada sociedad subordinada al mercado es minuciosamente separado de los demás, en este caso mediante su conversión en un cliente. La noción de cliente significa que una rigurosa definición de la asistencia como producto individual, en la que el consumidor se presenta como un ser asocial, reduciendo su relación con los demás consumidores a representar una condición centesimal o milesimal en los dispositivos generados por el sistema: reclamaciones, encuestas y otros en los que cada uno es despojado de su condición individual para ser transformado en una partícula que suma con otras en un numerador.

La política agresiva seguida por el PP en la Comunidad de Madrid ha llegado muy lejos en el desmantelamiento del sistema de salud, y de la Atención Primaria en particular. El cruel racionamiento de los servicios ha conllevado un salto en la proletarización de médicos y enfermeras, muchos de los cuales son denegados en su condición profesional mediante su movilidad obligatoria para cubrir un dispositivo de mínimos menguantes. Este proceso, que dura ya muchos años, se ha consumado con las tímidas protestas de asociaciones profesionales, sindicatos, partidos de la oposición, así como en las terminales mediáticas y sociales de los mismos. Pero la gran mayoría de la población ha permanecido ajena a la reconversión sanitaria salvaje.

La agudización de la desprofesionalización ha generado un conflicto abierto con una importante parte de los médicos y las enfermeras. Esta confrontación se ha ahondado por la gestión autoritaria y la comunicación chulesca característica de Ayuso, que ha agraviado simbólicamente a los profesionales.  La convergencia de varios factores ha determinado la manifestación de hoy en Madrid. Ayuso, sumida en una borrachera demoscópica y mediática, ha concentrado a todos sus rivales en su contra. Los sanitarios como grupo de interés, por un lado, y la izquierda y sus terminales sociales y mediáticas. Así se ha generado una explosión que concluye en la gran manifestación de hoy en Madrid. Es paradójico que sea el mismo personaje, Miguel Ángel Rodríguez el que propicia una nueva versión de lo que hizo con Aznar en su fatal final.

Las calles de Madrid han registrado la nutrida presencia de la trama de sindicatos sanitarios y las bases políticas de la izquierda, que han conformado un desfile formidable. Pero es evidente que esta fiesta democrática no representa otra cosa que una subsociedad política, que es solo una parte de la sociedad total. Así, en coherencia con el contenido de la marcha, se encontraban, en general, las gentes que han vivido los beneficios del sistema sanitario del postfranquismo, así como del estado de bienestar en el que se inscribió. Pero no estaban las cohortes generacionales de jóvenes que no han conocido ese sistema sanitario máximo de finales de los ochenta y de los noventa.  Su ausencia y su evasión de la realidad política, es manifiesta.

Las generaciones jóvenes han vivido los mundos resultantes de las reformas neoliberales y sus potentísimas instituciones de la individuación, que se han impuesto sin ninguna oposición, así como la mediatización de la política que la convierte en un juego de confrontación entre rivalidades con formato de serie de Netflix. Así, lo que se entiende como “política”, excluye a las mismas nuevas instituciones y sus efectos. En el sistema sanitario mismo, impera la institución gestión que convierte a los profesionales en recursos humanos y a los pacientes en clientes ficcionales, cristalizando el modelo de empresa que se corresponde con el gen del proyecto neoliberal.

Las calles de Madrid confirmaron el precepto de que los conflictos se desencadenan por pérdidas. Allí estaban las poblaciones perdedoras de la secuencia de reformas encadenadas en la versión pesoe primero, y las vigorosas del pepé después. Los profesionales devaluados, los jóvenes precarizados y las poblaciones veteranas que han vivido la expansión de los ochenta y noventa y ahora se encuentran con la gran inversión del racionamiento de las prestaciones. Pero todos han desempeñado un comportamiento de consentimiento en los años anteriores con las reformas gerencialistas que anunciaban un final aciago. El gran desfile coral de ayer detenta valor sólo si es el comienzo de una cadena de movilizaciones micro que lo acompañen. De lo contrario, será un acto aislado que Ayuso podrá revertir y sólo alimentará los imaginarios fantasiosos de la izquierda al estilo del 8M.

La verdad es que aceptar demoras en las citas de atención primaria de diez o quince días, así como que en las vacaciones de verano se incrementen; citas con especialistas de muchos meses; convierte a las gentes en carne de lista de espera, que es el aspecto que denota el colapso del sistema. Estar en una lista de espera es un hándicap similar a estar hipotecado. Se trata de un estado personal que induce a la subordinación y el silencio. Si las poblaciones penalizadas no muestran su determinación, el sistema político, también hipercolapsado, así como el sistema mediático convertirán las imágenes de ayer en un próspero producto de hemeroteca, es decir, en un congelado susceptible de ser utilizado en las confrontaciones políticas.

El hiperconformismo ha dominado durante todo el proceso de reestructuración sanitaria y social, la movilización de ayer representa un día de descanso del mismo. Hace unos días, Juan Lobato, portavoz del pesoe en la Asamblea de Madrid, decía que Madrid albergaba muchos de los mejores hospitales como argumento a favor del tópico del régimen acerca del sistema sanitario como el mejor del mundo. Esta afirmación apunta a un estado confusional colosal. Tengo el privilegio de estar cercano a personas que han trabajado décadas en el Ramón y Cajal o el Gregorio Marañón, y sus testimonios sobre el declive programado y ejecutado son aterradores. Termino recogiendo unas sabias palabras de Baudrillard  en espera de que no se cumplan para la concentración coral de ayer “Todo el montón confuso de lo social gira en torno a ese referente esponjoso, a esa realidad opaca y translúcida a la vez, a esa nada: las masas. Esa bola de cristal de las estadísticas, está atravesada por corrientes y flujos, a imagen de la materia y de los elementos naturales. […]Aunque puedan estar magnetizadas, y lo social pueda envolverlas como una electricidad estática, la mayor parte de las veces hacen tierra o masa precisamente,  o sea que absorben toda la electricidad de lo social, de lo político y la neutralizan sin retorno […] Todo las atraviesa, todo las imanta, pero todo se difunde en ellas sin dejar rastro”.

Parece pertinente preguntarse acerca de cómo está la sanidad en el resto de España. Pero la respuesta remite a la ministra Darias, que, con sus declaraciones celebrativas apropiándose de la movilización, atribuye toda la responsabilidad de esta miniaturación y transformación del sistema sanitario a sus compañeros inseparables con los que han pilotado la demolición controlada.  La desfachatez alcanza proporciones épicas y  muestra la verdad de que en la movilización de masas todos los gatos son pardos.

martes, 1 de noviembre de 2022

GERARDO IGLESIAS EN LAS TINIEBLAS EXTERIORES A LA MEMORIA

 


A veces me paraba a pensar qué deprisa nos habíamos olvidado de todo. También pensaba que, en cuanto las cosas se quedaban atrás, dejaban de ser verdad o mentira y se convertían sólo en confusos restos a merced de la memoria. No había nada que salvar. El tiempo lo deshacía todo, lo convertía en polvo, y luego soplaba el viento y se llevaba ese polvo.

Rafael Chirbes

Curarse con la medicina del olvido en lugar de aprender con el purgante de la memoria.

Rafael Chirbes

 

Sólo sobreviven quienes consiguen creerse que son lo que no son.

Rafael Chirbes

 

He tenido noticia, por el artículo de Gregorio Morán en Vox Populi, de la situación de Gerardo Iglesias, exsecretario general del PCE tras el abandono de Carrillo y predecesor de Julio Anguita, que fue quien le sucedió en ese cargo. Tras su etapa de liderazgo en la decadencia que sucede a la catástrofe electoral de 1982, Iglesias tomó la decisión de regresar a su origen, a la mina. Así rompía con una regla esencial que rige para la izquierda en el postfranquismo, en la que el desempeño de un cargo directivo o de responsabilidad en el estado, implica una salida hacia una posición social ascendente, que culmina una carrera política que, en todas sus versiones, implica una movilidad social vertical. Coincido con Morán en que esta incidencia ha conllevado su aislamiento y expulsión a las tinieblas exteriores a la memoria.

Tras su retorno a la mina, tiene un accidente laboral que lo convierte en un paciente quirúrgico sin solución, habiendo sido operado en cinco ocasiones consecutivas sin éxito, de modo que ha sido desplazado al espacio oscuro del sistema sanitario público, en el que viven las legiones de pacientes no curables o tratables victoriosamente. Su experiencia es narrada en Público en un artículode Cristina del Gallego. Su reciente aparición en silla de ruedas frente al hospital para protestar por su situación constituye un verdadero acontecimiento político, en tanto que muestra nítidamente la ley de hierro imperante en la clase política de las izquierdas de todas las clases, dotadas de una fuerza grupal considerable por permanecer en la red de posiciones estatales en las que se encuentran asentados, siguiendo carreras guiadas por el criterio magnánimo del éxito personal, que se manifiesta en su trayectoria personal ascendente.

Para interpretar el silencio y el estigma que se cierne sobre el exdirigente, es menester recurrir a Rafael Chirbes y su lucidez proverbial para describir el viaje recorrido por toda una generación que apostó por una revolución en los años sesenta y setenta para terminar ejerciendo una suerte de sobrevivencia que exige una serie inacabable de mudanzas ideológicas. Gerardo Iglesias es uno de las decenas de miles que han quedado en el camino siguiendo distintas rutas a favor de la consecución de una integración social imposible. Aquellos sobrevivientes que han relegado el proyecto inicial para aterrizar en las cimas estatales, menosprecian a quienes han quedado atrás, al estilo de la formidable máquina de triturar personas que es la empresa postfordista.

El final del franquismo supone una cadena de crisis para el PCE que culmina en la debacle electoral de 1982. El liderazgo de Carrillo se desmorona, las luchas internas adquieren una magnitud inmanejable para la dirección y la sangría de dirigentes y cuadros que acuden en auxilio del entonces triunfador PSOE alcanza unas proporciones colosales. En este clima sórdido Gerardo es investido secretario general, aunque se trata de un liderazgo débil administrado por las élites más involucionistas del partido. Esta etapa supone un desgaste extraordinario, siendo reemplazado por las élites partidarias que fraguan un nuevo proyecto que se desentiende de las siglas y lo que se percibe como antiguallas. Una de estas es precisamente él mismo. En una situación así es inteligible su decisión de regresar a la mina, que significa una ruptura inequívoca con el modo de hacer política prevalente en tan creativa democracia.

Un factor adicional representa un factor decisivo en esta decisión. Se trata de la situación específica de Asturias. Si en esos años el trasvase PCE-PSOE adquiere su máxima intensidad, en Asturias es el mismísimo secretario general y líder de la organización, Vicente Álvarez Areces quien abandona seguido por una escolta de cuadros locales y regionales, instalándose en el PSOE, ocupando posiciones relevantes en las instituciones autonómicas. En Asturias la cooptación adquiere un esplendor grandioso. El mismísimo Areces, tras ser alcalde de Gijón, llega a la presidencia de la comunidad, permaneciendo en ella hasta su muerte y simbolizando una carrera ejemplar del Régimen del 78. Su trayectoria fue una escalera ascendente, en la que siempre subió llegando hasta la cima.

No sé si los lectores imaginan el clima del PCE de esos años, en los que la traición se encontraba presente en la vida partidaria en espera de una oportunidad para su consumación. No existe nada peor para un partido o grupo pequeño que una cooptación. La desmoralización interna alcanza cotas inimaginables. Gerardo se desempeña como secretario general en este infierno interno, en el que se simultanean las fugas de votantes con las fugas de dirigentes. Esta situación aviva el sectarismo y la confusión. Todo termina con su propia retirada del escenario, propiciada por sus propios compañeros.

La novísima democracia significó la transformación de un partido cuyas raíces eran miles de células, grupos ubicados en empresas, universidades, barrios y otros microsistemas sociales. Este tipo de organización generaba una solidaridad partidaria específica. Pero este sistema se disolvió, cediendo su lugar a unas localizaciones radicalmente diferentes. El nuevo locus eran las instituciones. La militancia se congregaba solo para sancionar a los candidatos a diputados, concejales y otros cargos representativos. Así, con el paso de los años, fue decreciendo el contingente de afiliados, y el partido se concentraba en los cargos elegidos. De este modo, la élite partidaria, resultante de las “elecciones” en las agrupaciones, dio lugar a una solidaridad diferente. Se puede nombrar este proceso como “de una nube de células a una nube de cargos”. Los cargos son rivales de los clanes adversarios en las agrupaciones que los eligen.

Hace muchos años fui invitado por un amigo, un alto cargo del PSOE, a una reunión de los afiliados en sanidad en Granada con uno de los gurús del Sistema Nacional de Salud de la época. Me impresionó muchísimo contemplar el clima interno hipercrítico con aquellos que detentaban cargos en el partido o la administración. En el ambiente se encontraba implícito el lema de “cargos para todos”, la rotación en ellos en contra de la permanencia de una oligarquía partidaria. Las menguantes asambleas de IU del presente son similares, en las que los climas son irrespirables. En mis últimos años en Granada pude contemplar de cerca las crueles luchas internas en Podemos entre errejonistas, pablistas y anticapis, de cuyos equilibrios resultaban los cargos electos. En este caso, terminó en autodestrucción, en tanto que cuando hay poco que repartir los contendientes se emplean más virulentamente.

Este tipo de partido es el que ha determinado el olvido y la relegación de Gerardo Iglesias. La nube de cargos se encuentra movilizada para su sobrevivencia, siendo poco propensa a exaltar a ningún exlíder, cuya retirada se sobreentiende como una caída, y con los desfallecidos se practica la violencia suprema del olvido y la exclusión. En un partido de cargos en la era de la televisión, los candidatos se concentran en su propia elección, lo que depende de cultivar a los electores de las agrupaciones, a las autoridades partidarias y a la visibilidad proporcionada por los medios. He visto numerosas veces con perplejidad la pugna entre aspirantes a cargos por entrar en algún fragmento mediático, por pequeño que sea.

Termino aludiendo al círculo de la fatalidad de la peripecia de Gerardo Iglesias, como es su experiencia siniestra como paciente, relegado a la población enferma resultante de la dinámica del propio sistema sanitario, que la genera y la abandona a su suerte. La disidencia de Gerardo alcanza así, involuntariamente, su máxima dimensión, contribuyendo a su marginación en grado superlativo, pues para esta izquierda cuyo único proyecto es permanecer en las altas posiciones estatales, el sistema sanitario representa uno de los centros simbólicos de su discurso,  así como una localización privilegiada para sus cuadros. Enunciar una disidencia sanitaria es lo que le faltaba a Gerardo.

Volviendo de nuevo a Chirbes, este afirma que “al poder llegan los peores”. Este es el mejor argumento a favor de Gerardo Iglesias. Para una persona de mi edad y experiencia, Gerardo es, inequívocamente, un héroe antifranquista que ha habitado en un medio podrido que lo ha devorado. Si tuviera que hacerle una recomendación, esta sería invitarle a sonreír cuando escuche las proclamas a favor de la Memoria Histórica, de la que es violentamente laminado, como tantos otros, así como las retóricas a favor de un sistema sanitario público, porque la verdad es que su proyecto matriz es el de Biden, Clinton y los demócratas norteamericanos, que otorgan a la salud un lugar subalterno respecto a la infinitud de la economía y el armamentismo. Cosas del siglo XXI que todavía no acabamos de entender.