Martin Luther King decía: “El arco
del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”. Ya no me creo
eso, creo que somos nosotros los que tenemos que inclinarlo. Ya no está claro
que estemos embarcados en algún tipo de viaje evolutivo hacia un mundo más
libre, más equitativo y justo. Los de mi generación creíamos que si nos
dormíamos 10, 12 o 20 años íbamos a despertarnos en un mundo más justo, con
mayor respeto por las diferencias sexuales y de género. No es cierto. Vamos al
revés ahora mismo y más nos vale parar.
Bono (U2)
La cuestión
que suscita esta afirmación de Bono es fundamental. Significa una línea
divisoria entre distintas interpretaciones del proceso general en que se
encuentra incluido el presente. De un lado, la izquierda integrada en las
instituciones, los medios progresistas, las constelaciones de
espectadores-votantes y la intelligentsia oficial, que se alinean con la
clásica línea del progreso. En palabras de los discursos oficiales, la senda
del progreso, que se orienta hacia una sociedad más igualitaria y
racionalizada. De este posicionamiento general se derivan líneas de acción
fundadas en el optimismo y la
minimización de los obstáculos que comparecen gradualmente como verdaderos
gigantes. Al fin y al cabo, el ascenso de la extrema derecha en toda Europa y
del trumpismo, en distintas versiones en América, son entendidos como
accidentes secundarios que no impiden el tránsito hacia sociedades más
perfeccionadas.
De otro
lado, algunas personalidades y grupos procedentes de los mundos de la ciencia,
la literatura, el arte y el pensamiento apuntan en una dirección contraria,
afirmando que los fenómenos políticos, económicos y culturales mórbidos que se
presentan, indican un cambio de dirección o la antesala de una regresión. Estas
posiciones críticas se encuentran en las tangentes de los sistemas oficiales de
la producción del conocimiento y la cultura, detentando una situación de
creciente marginalización. Desde estas posiciones críticas se entiende que la
emergencia de estos obstáculos significa un cambio de dirección de los procesos
sociales, que apuntan a una nueva era que problematiza el paradigma del
progreso convencional.
En esta
situación, lo nuevo es, precisamente, que aquellos que se adhieren a la
supuesta dirección del progreso comparecen adoptando formas crecientemente autoritarias
y monolíticas, configurando un inquietante sumatorio de autoritarismos. A los
neofascismos renacidos y la emergencia de una nueva derecha autoritaria, se
suman las prácticas de gobierno imperantes por parte de los autodenominados
progresistas, que inventan prácticas de gobierno referenciadas en un nuevo
autoritarismo basado en la exigencia de fe en lo que se presenta como una
ciencia omnipotente y única, que requiere la adhesión incondicional mediante
una nueva obediencia a las legiones de expertos. La pandemia de la Covid
significó un salto formidable del control social mediante la fusión de la
individuación neoliberal de la época con la individuación derivada del gobierno
epidemiológico, que convirtió a cada uno en una cifra insertada en una población
gobernada a modo de corneta medicalizada.
El nuevo
autoritarismo se fundamenta en la eficacia de varias maquinarias
institucionales recombinadas que separan efectivamente a las personas socavando
los órdenes sociales intermedios. Así se fabrica una gran masa de yoes
radicalmente separados entre sí, que son escrutados y medidos por un conjunto
de agencias y organizaciones que los clasifican y reclasifican para su
rendimiento social. Cada cual deviene en una unidad autónoma unida a las
personas inmediatas por vínculos sociales cada vez más episódicos y debilitados.
Pero el aspecto más novedoso de la nueva forma de gobierno radica en el
ejercicio del poder mediático, que desarrolla un conjunto de relatos que
desplazan las realidades a favor de distintas ficciones y las ensoñaciones.
Esta
situación general tiene un efecto perverso, tal y como es que las cuestiones
más importantes, que afectan a las instituciones de la individuación severa –
tales como las maquinarias de contar méritos para la clasificación; las de la
dirección del mercado del trabajo y la naturaleza de la empresa; las de la
conducción psi y la reparación de los desechados; las de la reestructuración de
la vida y el espacio doméstico; las de la invención de narrativas y la
conversión de las personas en espectadores; las que recogen los residuos
resultantes de los procesos sociales, tales como el confinamiento de los no
aptos como mayores, desempleados de larga duración o distintas formas de
discapacidades instituidas- se sitúan en el exterior de lo que se entiende como
política que es tratada en las instituciones “representativas”.
El resultado
es un nuevo orden social que va revirtiendo gradualmente las conquistas, en
todos los planos, resultantes de las distintas conmociones sociales que
comenzaron en los años sesenta del siglo pasado. Se puede pensar en términos de
un retroceso general que cuestiona los piadosos preceptos de las teorías del
proceso lineal. Estas se sustentan en las generaciones mayores que
experimentaron cambios positivos en sus vidas, pero que se han detenido parta
las generaciones más jóvenes. Acontecimientos tan relevantes como la
precarización, la rigurosa individuación biográfica, la saturación como espectadores, el bloqueo
de las instituciones educativas y otras, que producen importantes malestares,
parecen no tener fecha de caducidad.
No entiendo
bien el lema de moda que sostiene la izquierda “mejorar la vida de la gente”,
que se materializa en incentivos económicos, en tanto lo que está ocurriendo es
un deterioro colosal de las instituciones y de las antaño comunidades. Me
parece disparatado aludir al concepto “empoderarse” en un contexto de
competencia feroz de todos contra todos presidido por la institución central de
la evaluación; de avance imparable de la precarización laboral y vital; de
fragilidad biográfica y de marginación de grandes contingentes de la población.
Los paradigmas imperantes en la política tradicional conducen a unas cegueras
mayúsculas.
Desde
siempre me ha fascinado la simbiosis entre Kafka y Orson Wells que se
materializó en la clásica película de “El proceso”. Las imágenes que recrean
las sociedades de masas dominadas por la burocracia y el capitalismo son
verdaderamente prodigiosas. En este blog bajé un video con una secuencia de la
película. En él se narra un tránsito de Josep K. en un laberinto de espacios y
gentes que constituyen una coacción descomunal. El talento de Wells traduce
este argumento a una secuencia magnífica. Por esta razón lo vuelvo a subir hoy
aquí.
Pero mi
intención es imaginar qué novela y film narraría con rigor el presente, que se
puede definir como un tránsito hacia no sé qué, pero quizás nada bueno, aunque
distinto a la terrible combinación del taylorismo y la burocracia de antaño.
Ahora se trata de un dispositivo de rostro amable que organiza despiadadamente
la competición, inventando destinos sociales de segundo orden para los
perdedores. El documento fílmico más riguroso que he visto es El capítulo 2 de
la primera temporada de Black Mirror “15 millones de méritos”. En el mismo se
presenta la individuación en su grado máximo consumada y el imperio de las
pantallas y los concursos televisivos en su esplendor. Hasta el mismísimo
animador de los concursos-competición tiene un físico parecido a Risto Mejide.