La televisión es un encuentro con la
nada
Octavio Paz
La
televisión no es sólo un sistema de comunicación. Por el contrario, representa
una transformación de todo el orden social. Esta pantalla mágica ha modificado
drásticamente la sociedad, las instituciones y la vida. Junto con el automóvil,
conforman los dos elementos verdaderamente transversales que han establecido un
orden radicalmente diferente, rompiendo, además, la noción lineal de progreso.
Durante la mayor parte de mi vida he ejercido como profesor de sociología.
Ambos factores de cambios sociales cósmicos eran minimizados mediante su
inserción en sociologías parciales. La televisión se correspondía a la
“Sociología de la Comunicación”, en tanto que el automóvil, en el mejor de los
casos, podía comparecer fugazmente en algún rincón de la “Sociología del
Consumo” o bien en la “Sociología Urbana”.
En
coherencia, y en tanto que ambos han sido las fuentes de las preguntas que han
guiado mi búsqueda de conocimiento, así como mi reflexión, han estado presentes
con estatuto de protagonista en mis clases de “Cambio Social” y “Estructura y
Cambio de las Sociedades, en los largos años que anteceden a la reforma de
Bolonia. Con la llegada de esta se instituyen programas comunes obligatorios
para facilitar los intercambios de estudiantes entre tan misteriosas
instituciones, lo cual implicaba una homogeneización que expulsaba cualquier
singularidad. Al tratar ambos artilugios, comparecen todos sus vínculos
sociales y su multipresencia determinante en todas las esferas. Esta aparente
microdiferencia me ha conducido a reforzar mi espíritu crítico con respecto a
la institución universidad, así como a la de la Sociología, cuyas divisiones y
especializaciones crecientes refuerzan su distanciamiento con las realidades
sociales del tiempo presente.
Desde la
perspectiva del tiempo transcurrido, tengo la sensación de haber predicado en
el desierto, en tanto que estas máquinas de creación de conocimiento continúan sus
tenebrosos caminos hiperespecializados, lo que les confiere unas cegueras
considerables. Una de ellas es, precisamente, la de mirar al automóvil como una
simple máquina funcional para la movilidad, y a la televisión como un
electrodoméstico inocente por el que circulan las imágenes que consumen los
mirones ubicados en el espacio doméstico. La hipermiopía derivada de la
separación entre áreas de conocimiento, acompañada de la explosión en múltiples
subdisciplinas tiene como consecuencia la incomprensión de ambas como factores
de cambio macroscópico que se extienden a todo el campo social.
Ahora que me
encuentro en una edad final, he tomado la decisión de subir aquí mis propias
reflexiones, así como una recopilación de los autores que me han aportado en la
comprensión de la televisión, que, contradiciendo las miradas exiguas
universitarias y sociológicas, no existe como objeto o sistema aislado, sino
que es portadora de un conjunto de vínculos y efectos de gran envergadura. Se
puede recurrir, para designar su lugar en el espacio social, que se encuentra
en el centro. Entonces, una mirada completa sobre la televisión implica
trascenderla, de modo que es imprescindible comprender los contextos en los que
se integra, así como las dinámicas en las que se encuentra inscrita. De este
modo, mirar la institución televisión como el automóvil, conduce a una cierta
heterodoxia con respecto a las instituciones que conservan, a pesar de todos
los cambios, el espíritu del taylorismo y la ciencia newtoniana, que se referencia
en el principio de la fragmentación de la realidad para poder analizar sus
partes aisladas.
Esta
heterodoxia implica que la mirada sobre la televisión sea oblicua, distanciada,
o incluso, robada, es decir, distraída, de reojo, superando el laberinto de
conceptos disciplinares que la envuelven en su misterio, asignándole un
estatuto subalterno con respecto a la centralidad. Se trata de una tarea que
entraña una dificultad considerable, en tanto que la gran mayoría de lectores
son televidentes en algún grado, y aceptan la comunicación desde este medio
como desproblematizada. Así, mi mirada robada, significa una problematización
de la comunicación misma que emana de esta pantalla ubicua, que constituye una
comunidad audiovisual inmensa que termina por sobreponerse a las demás,
detentando la hegemonía absoluta como modo de conocer.
La
televisión nace en los años cuarenta del pasado siglo, determinada por el
desarrollo del sistema tecnológico nacido en el final del XIX. El progreso de
la electrónica, junto con el de la mecánica, va a proporcionar un conjunto de
máquinas destinadas al consumo individual. Tras la generalización de la radio,
la televisión se instala en los hogares junto con un conjunto de máquinas
electrodomésticas, que remodelan el espacio privado y las relaciones familiares
y vecinales. El hogar experimenta un salto hacia su aislamiento, en tanto que
las fuentes de energía se instalan en su interior. Así se refuerza como espacio
que alberga múltiples funciones. El nuevo mercado de televisores impulsa la
generalización del entonces incipiente ocio, en sus comienzos, rigurosamente
familiar.
Uno de los
aspectos más perniciosos de la expansión infinita de la televisión remite a que
no sólo fortifica los hogares, sino que remodela todos los espacios públicos.
Uno de los más importantes como sede de la socialidad, la taberna, es
transformado drásticamente con su presencia. La taberna, espacio social en el
que concurren los seres sociales para expansionarse y compensar los estragos
causados por la vida laboral y social maquinizada por las todopoderosas
tecnoburocracias, muta inevitablemente por la impertinente presencia de
pantallas múltiples que introducen sus imágenes y audios que interrumpen las
conversaciones de los refugiados en este lugar mágico. Crecen y se multiplican
los bares especializados, contagiados irremediablemente por la macdonalización
imperante.
Pero el
aspecto más importante de la televisión radica en que su reinado instituye una
nueva era. Un autor de culto como Regis Debray, distingue entre la grafosfera,
la era que comienza con la invención de la imprenta , y que inventa el
ciudadano político; materializa el sistema de comunicación en el estrado, lugar
simbólico desde el que los maestros, los líderes económicos o las élites del estado
protagonizan un sistema de comunicaciones cuyo producto es el discurso
articulado materializado en un alud de periódicos, libros y textos escritos;
esta clase de comunicaciones generan una opinión pública de lectores
ilustrados, que se referencian en la razón; la institución central en este
sistema es la escuela y el sistema educativo.
Debray
señala que la grafosfera se debilita en el tiempo presente por la emergencia de
una nueva era, la videoesfera, que se puede sintetizar en el predominio del
telespectador, que se puede definir como un sujeto determinado por el dominio
creciente del mercado; la televisión constituye el centro del sistema de
comunicaciones, concertada con las pantallas de ordenadores y dispositivos portátiles
como los smartphones; la vieja institución de la escuela cede su lugar de
privilegio a la publicidad, en un tránsito entre el convencer como móvil del
viejo imperio de letra escrita a seducir, la finalidad primordial de las
comunicaciones mediadas por la imagen; el adoctrinamiento de las clases
asentadas sobre los estrados cede el lugar a la manipulación, desempeñada por
los brujos de la imagen; el objetivo de las comunicaciones es distraer al
personal sin compromisos; las encuestas terminan por sustituir a las
publicaciones; el público en que se referencia el sistema ya no es una minoría
ilustrada sino la audiencia; la razón cede el paso a la libertad individual
definida como desvinculación, y las empresas ocupan el centro simbólico
desplazando a las instituciones educativas.
La perspectiva
de Debray restituye la televisión a su verdadero lugar, asignándole el estatuto
de factor primordial de un cambio de época. Esta lectura es compartida por
otros autores que van a comparecer en estas reflexiones, entre los que destaco
a Eduardo Subirats, que defiende que la televisión cuestiona a la Modernidad
misma, al reemplazar al sujeto individual referenciado en la razón. La
televisión, entonces, detenta la capacidad de erosionar todo el orden social de
la grafosfera, sus instituciones políticas y educativas, reemplazándolas por el
mercado, que impone su sistema de comunicaciones mediante la centralidad del
binomio empresas/publicidad, que terminan constituyendo lo que Debray denomina
como el “estado seductor”. Mientras escribo este texto me ha asombrado conocer
cómo una presentadora de la televisión más pueril, Sandra Daviú, ha ganado una
plaza de profesora en un departamento de Comunicación a Pablo Iglesias. Este
acontecimiento es representativo de las leyes inexorables de la videosfera.
Una
perspectiva fecunda acerca de la televisión es la de Miguel Ibáñez, que en 1995
publica un libro extremadamente lúcido “Caos, Capitalismo, Televisión”. En este
expone su perspectiva, otorgando a esta el estatuto de factor de descomposición
y organización social. Todos los órdenes sociales son afectados por su
funcionamiento, generando un caos consustancial al capitalismo desorganizado
del presente. La singularidad y la brillantez de Ibáñez sustentan este texto
formidable, en el que se deconstruye integralmente esta institución central del
presente. La etiqueta que se puede asignar a este libro remite inequívocamente
al término “regresión”. La tele desorganiza radicalmente las líneas imaginarias
del progreso continuado.
Todos los
autores críticos con la tv convergen en un punto: este es un medio que genera
un estado de dispersión en el espectador. Los estudios empíricos múltiples
sobre los espectadores muestran cómo la gran mayoría no recuerda los contenidos
de los informativos que ha visionado. Así, se configura un extraño medio que un
autor definió como “el budismo occidental”. Ibañez lo denomina como “tormenta
en la mente”., aludiendo a un estado de hipnosis en el que coinciden varios
autores. Esta es su definición
“La actividad cerebral se desarrolla en dos
hemisferios. En el izquierdo se concentran los procesos digamos racionales: las
áreas de la lógica, el análisis, la memoria. Base de las acciones conscientes,
de la función crítica. Ante la tele, acostumbrados al espíritu repetitivo de la
luz (red de puntos, luz vacilante, ausencia casi total de parpadeo), el cerebro
decide que no pasa nada relevante y deja de procesar información, inhibiéndose
el área integrativa. Entramos en un nivel consciente de sonambulismo: tiene
sueño, mucho sueño…
Por su parte, el hemisferio derecho
sigue recibiendo imágenes visuales. En este hemisferio encontramos los procesos
más subjetivos (sueños, fantasía…). Como hemos dicho, sigue recibiendo
imágenes, el proceso de hacer conscientes los datos inconscientes cuesta mucho.
Se ha eliminado el enlace entre ambos hemisferios. La información entra pero es
difícil pensarla. La información televisiva entra sin filtro alguno en los
bancos de memoria pero no está disponible para su análisis y comprensión.
Cierta hipnosis, algo así como aquello de “aprenda mientras duerme”.
A estas alturas ya tenemos al
televidente bañado estroboscópicamente medio atontado ante la pantalla, en un
estado alfa alfa, en una tierra de nadie entre la consciencia y la
inconsciencia, procesando de modo consciente pero sin filtro de lo que le
llega. Ahora veremos si ya lo podemos atontar del todo, haciéndole archivar
material que se dirige directamente al inconsciente. Volvamos al ojo”.
Las miradas
de Debray e Ibáñez restituyen la complejidad a la televisión y sus públicos. Se
trata de una institución central que determina un estado colectivo de
dispersión, que resulta de una cadena de estados emocionales colectivos de
excitación catódica que confieren a los poderes del mercado y del nuevo estado
seductor de un poder extraordinario en la gestión de la conciencia colectiva.
Así se hace inteligible el estado de sonambulismo que explica el
distanciamiento con la guerra de Ucrania en curso, los desvaríos del pepé
bajando los impuestos a los ricos respaldados por una gran masa de unidades
muestrales o el proyecto hiperpersonalista de Yolanda Díaz con rostro de
iniciativa ciudadana. El medio genera un estado de distanciamiento y
adormecimiento que hace factible su gestión por los operadores, hipnotizadores
o anestesistas. La opinión pública es una cadena de explosiones emocionales,
aisladas unas de otras, que se presentan como erupciones que cesan para ser
reemplazadas por sus relevos.
Cuando
comencé a escribir en este blog, un catedrático de universidad me dijo que era
lector y que le encantaba, pero que escribía mucho y en “tacos de texto”. La
conversación no logró clarificar qué era eso de los tacos de texto, aunque creo
que se refería a los párrafos. Sin ser consciente, este catedrático estaba
sintetizando el cambio de la grafosfera a la videosfera. Muchos amigos
involucrados en la videopolítica son arrastrados a grandes decepciones
cíclicas, de las que se recuperan hasta las inevitables siguientes. Cuando las
autoridades del Estado Seductor dicen que los problemas son de educación, en
tanto que sus comunicaciones tienen la forma de spots publicitarios, no puedo
evitar sonreír. El ínclito fernando Simón y su corte epidemiológica, en la
pandemia, pretendió reforzar sus mensajes constrictivos movilizando a los
influencers o youtubers. Las campañas de publicidad a favor de causas
solidarias nobles son protagonizadas por cantantes o deportistas de postín.
Esto es la videosfera, damas y caballeros.
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