El video que
acompaña este texto, perteneciente a la serie de culto “The Wire”, es un
fantástico monumento al corporativismo policial. En el funeral de un policía,
uno de los jefes pronuncia un discurso en el que se expresa magistralmente el
imaginario del corporativismo, que resiste cualquier reforma y se yergue como
un elemento indestructible de la conciencia colectiva. Frente a las reformas
gerencialistas, largamente asentadas en estas policías, basadas en la medición
de la productividad, la contabilidad de los méritos y la elaboración de las
diferencias para jerarquizar a tan insignes funcionarios, comparece el discurso
compartido del corporativismo más primitivo.
El discurso
antológico, pronunciado en un acto de cohesión como es un funeral, afirma que
“Era un policía”; “No era el mejor ni el peor”; “tuvo sus momentos”; “Resolvió
varios casos y liberó esquinas”; “Ganó tanto como perdió, como cualquier otro”;
“No era un deshecho de virtudes”; “Dijo cosas equivocadas de vez en cuando”
“Tocaba los cojones”; “Aguantó con nosotros compartiendo una sombra oscura del
sueño americano”; “No era distinto como
otro policía, su piel era débil como cualquiera” “Ha servido, se le reconoce”.
Todas ellas afirmaciones que allanan el ejercicio profesional, minimizando y
disolviendo las diferencias. El núcleo del discurso se puede sintetizar en la
frase de “Era uno de los nuestros”. Así se neutraliza la línea prevalente en la
última generación histórica de reformas basada en la diferenciación y
competencia interna basada en el mérito individual. Se trata de una verdadera demolición de los méritos.
Esta
verdadera joya elocuente del corporativismo tiene un valor universal. En
España, se habla y delibera acerca del producto de las administraciones
públicas y el Estado, pero queda integralmente relegada cualquier reflexión o
conversación acerca de la Administración Pública, el sistema sanitario, la
educación o los servicios sociales. Sin embargo, se hace evidente la gran
verdad de que la aplicación de las reformas gerencialistas ha fracasado rotundamente
en todas las organizaciones públicas y las ha debilitado considerablemente. No
pocas de las medidas del gobierno progresista naufragan debido a la debilidad
de la administración. La mítica digitalización o la nube de gerentes públicos
que actúan sobre las organizaciones como gobernadores coloniales, muestran los
rastros del fracaso de las reformas.
Este fracaso
estrepitoso, así como la ausencia de un modelo alternativo, genera la
fortificación de lazos corporativistas en todas las partes. En twitter se hace
evidente. Cada sector profesional se repliega a su intimidad corporativa en un
proceso fatal de aislamiento. Al tiempo, la política, en ausencia de una razón general
de las organizaciones, se especifica en una fatal transacción entre los poderes
públicos y los intereses corporativos de las distintas tribus profesionales
asentadas en estos territorios estatales. Así, lo único que se trata es el
número de plazas, las condiciones laborales y otras de rango similar. Las
grandes cuestiones acerca del funcionamiento de estos sistemas permanecen en el
ostracismo.
El gobierno
progresista actual ha mostrado su impotencia en la tarea de reformar las
organizaciones públicas, que permanecen incólumes controladas por las
proverbiales y oscuras élites sectoriales. Así, la política se expresa en
conflictos cíclicos de interés entre los profesionales asentados en esas fincas
y el gobierno, entendido como instancia distribuidora de los recursos. En los
últimos años, tiene lugar una larga sucesión de funerales de organizaciones
públicas ubicadas en el contenedor de espera para su privatización. Los
movimientos de defensa de las mismas son trágicamente parcos en sus objetivos:
se trata sólo de conservar su titularidad pública. A esto se añade el término
polisémico de “y de calidad”, que en esta situación histórica supone la
conservación de unos mínimos sonrojantes.
Malos
tiempos para las profesiones estatales, pacificadas y colonizadas por las
reformas gerencialistas basadas en la excelencia, que termina siendo acompañada
por un déficit de recursos que hace inviable el progreso profesional. La
masificación de las aulas, el milagro de las consultas de atención primaria
demoradas, las listas de espera eternas. Sin embargo, no se hacen explícitos
los malestares asociados a esta situación de colapso organizativo inducido,
aunque se evidencia el crecimiento de los sentimientos corporativos entre los
sobrevivientes en las organizaciones públicas, que adoptan una extraña suerte
de extrañas arcas de Noé en las que
los afortunados resisten los embates exteriores procedentes de la acción de las
todopoderosas fuerzas de mercado.
Llama la
atención la ausencia de lógica en las decisiones de políticas públicas,
determinadas por las conversaciones mediáticas. Así, en medio de una contracción
de la atención primaria de salud, se pide la introducción de psicólogos, cuyo
modo de operar remite a conversaciones pausadas con sus clientes ¿Cuántos psicólogos se pueden introducir en
ese asfixiado sistema? La ausencia de una razón global que gobierne los
procesos de las organizaciones públicas se hace patente. El fracaso histórico
del gerencialismo en todas las partes abre el camino a un vacío pavoroso.
En un medio
así, supongo que prospera el cierre sectorial-profesional y la expansión de la
mentalidad y los vínculos corporativos, que deviene en lo sólido vivido frente
a las políticas gubernamentales y sus discursos ampulosos. Pero la gran verdad
es que, como en muchas otras cosas, el programa global de reducción y
reconversión del estado no se detiene ante nada y trasciende al gobierno
progresista. Fatalmente, todos somos los policías del funeral de The Wire, y
podemos elaborar nuestra versión sectorial de las frases pronunciadas por tan
estandarizados policías. Se trata de una regresión inevitable de la
subjetividad profesional.
Estoy convencido de que esta estrategia secreta y oculta de las reformas neoliberales de introducir el modelo de gestión empresarial para, inmediatamente después, colapsarlo con el decrecimiento de los recursos, constituye la gran obra de arte de la política del presente. Así se genera una situación en la que los afectados se encuentran indefensos y perplejos, de modo que su resistencia es radicalmente saboteada. Nadie se atreve a decir en público que en esas condiciones no puede ejercer como profesional, porque se autodescalificaría. Así, cada cual es obligado a ocultar su situación a los demás, inventando formas de simulación. Ese secreto compartido, de que no puedo atender un grupo de setenta estudiantes o un cupo de dos mil pacientes, o una planta de cincuenta enfermos, constituye el material que sale a flote en el magistral discurso del funeral. Sí, no era ni mejor ni peor...tuvo sus momentos...ganó tanto como perdió...
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