jueves, 27 de octubre de 2022

EL PÓRTICO DEL HOSPITAL Y EL RETORNO A LA VIDA (O A LA MUERTE): LA ÚLTIMA ALTA

 

En los últimos días he visto, por recomendación de un veterano lector del blog, una miniserie de Netflix, “Desde Cero”, en la que narra una historia de amor entre Amy, una mujer negra de Texas, artista y enclavada en una posición social más que confortable, y Lino, un cocinero siciliano que regenta su propio restaurante en Florencia. Ambos se desplazan a Los Ángeles. A los pocos años Lino es afectado por un cáncer, que se desarrolla terminando, tras varias etapas, con su vida. La serie narra espléndidamente la naturaleza de la asistencia médica hospitalaria, fragmentada e hipertecnologizada, que es presentada sin velos en un caso dramático. El aspecto más relevante de esta narración es el contraste brutal entre el hospital y la casa desde la perspectiva de un enfermo terminal, constituyendo un poderoso argumento a favor de los cuidados administrados en la casa por los próximos al paciente.

La verdad es que esta historia ha removido mi memoria del trágico final de Carmen, mi compañera, que vivió un proceso caracterizado por los mismos rasgos que Lino, aunque el contexto terapéutico de este, la sanidad privada norteamericana de alto standing, caracterizada por la hiperabundancia diagnóstica y terapéutica, se diferenciaba del contexto austero de la sanidad pública española de ese tiempo, porque ahora ya ha retrocedido otro escalón. La virtud de esta serie radica en presentar el lado oscuro de una tecnología tan avanzada.

Cuando aparece el cáncer, Lino se presenta en el hospital y sus visitas terminan en un diagnóstico, que le conduce a una cirugía y un tratamiento de radio y quimio muy agresivo. Se muestra el efecto devastador sobre su vida, pero esta se localiza en la casa, donde es objeto de cuidados múltiples por los suyos. En ese tiempo, el hospital es un lugar de visitas fugaces, en el que es bien recibido por un oncólogo referenciado en la certeza diagnóstica y en la confianza de que el tratamiento tiene muchas posibilidades de ser resolutivo.

Cuando le comunica que el cáncer ha desaparecido, le advierte que en su caso es muy factible que pueda regresar. Entonces le ofrece participar en un ensayo clínico de un nuevo medicamento que presenta como prometedor. Pero le advierte de que, si acepta participar, es posible que pueda ser asignado al grupo de placebo, y que él no lo sabrá. Esta es una secuencia muy dura para los que hemos frecuentado esta institución, en tanto que descubres tu inferioridad en la relación y tienes que aceptar la oferta. El caso es que Lino acepta y termina el ensayo en la certeza de que el nuevo medicamento le ha curado.

Tras esta fase manejable para el paciente y con una relación asumible con la institución, resulta que el cáncer retorna, esta vez ubicado en los pulmones. Entonces se desencadenan efectos que lo sitúan en la temible zona de ambigüedad diagnóstica, que le hace vivir una institución menos amable que en la primera ocasión. Es ingresado en el hospital y el oncólogo pasa a segundo plano, compareciendo un infectólogo que le trata de una infección; un hepatólogo que le advierte que su hígado no funciona, y así otros especialistas que descargan sobre su maltrecho cuerpo sus repertorios de pruebas.

La información que recibe, tanto él como su familia, es incompleta y fragmentada, no existiendo un médico responsable. Lino entra en una fase crítica, en la que la incertidumbre diagnóstica y terapéutica determina el progresivo distanciamiento de los médicos, que descargan sobre él el furor de las pruebas. Su cuerpo es sometido a una intensificación de analíticas, pruebas de radiología sofisticadas y otras pruebas de las múltiples especialidades que lo escrutan en busca del diagnóstico final.

La situación llega a un extremo de desasosiego mayúsculo, en el que el huracán de pruebas contrasta con la progresiva incomunicación. Además, en esa situación no le dejan ver a su hija. En este silencio paradójico, que se compatibiliza con su cuerpo escudriñado, comparece la última verdad: se trata de que no saben cómo “curar” ese cáncer. Entonces los médicos se disipan y le sugieren la puerta de los cuidados paliativos. La familia, persuadida de la inutilidad y violencia de este encarnizamiento diagnóstico, decide llevárselo a casa. Me emocioné en la escena en que su mujer bloquea el paso de su camilla, que se dirigía al siempre penúltimo PET, decidiendo llevarlo a casa, donde se narra su final rodeado de los suyos, sin profesionales que interfieran los cuidados exquisitos de los que es objeto.

Este proceso refleja las mismas pautas que en el caso de Carmen. Optimismo, presencia del médico cuando hay un diagnóstico y un horizonte abierto como es una cirugía. Y desaparición gradual que termina en la disipación cuando se va borrando el diagnóstico. En nuestro caso, nos enseñaron la puerta de los cuidados paliativos unas pocas horas antes de su final. Incluso ya sedada, pretendían ejercer sobre su cuerpo las rutinas de toma de datos. Pero la pauta de los médicos especializados y definidos por su arsenal tecnológico es retirarse cuando no hay una salida clara. Así son coherentes con esa frase terrible que es  inscrita en los medios “Salvar vidas”.

De este modo se configuran grandes bloques de población definidos por la ausencia de diagnóstico, de tratamiento victorioso, o como me gusta decir a mí refiriéndose a mi propia persona, sin interés clínico. Sí, poblaciones portadoras de males que no suscitan interés alguno en el dispositivo especializado en salvar vidas, pero que renuncia, en muchos casos, a mejorar las vidas de los desahuciados por la institución, en tanto que su mal no puede resolverse en términos victoriosos, alimentando así las narrativas gloriosas de la institución. Este material humano desechable se acumula en las residencias y otras localizaciones abandonadas por tan portentoso poder terapéutico. Los viejos, los crónicos, los pobres, los desasistidos, los moribundos, los no tratables,  y otras categorías de población que son expulsadas de tan sofisticado sistema regido por el espíritu positivo del tratamiento victorioso.

Desde hace muchos años soy un cuerpo portador de una patología incurable: la diabetes. En mi proceso asistencial, que he contado profusamente en este blog, he vivido, y vivo, la letal condición de ser estigmatizado por aquellos que, no pudiéndome “salvar-curar”, me estigmatizan y menosprecian mi vida. Para ellos soy un cuerpo a conquistar, controlar y someter, una masa corporal derivable a otras especialidades para constituir una historia clínica manejable. Sí, estoy inscrito en uno de los pozos de los no salvables, la cronicidad. Cuando reniego por ser tratado con estatinas, vitamina D y otras falsas soluciones derivadas de los sucesivos congresos mundiales de endocrinología, soy severamente apercibido por quienes tienen como objetivo que mi analítica se aproxime a los valores medios requeridos. Mi vida como tal, es brutalmente apartada por este extraño dispositivo salvador de vidas. Por eso me ha conmovido el final de Lino.

Esta historia resalta la importancia del pórtico del hospital. Las sensaciones extraordinarias experimentadas con el alta y el regreso a casa son incomunicables. Con Carmen pude vivir decenas de veces los efectos de pasar esa frontera. El aspecto más negativo de estas historias radica en la incompetencia proverbial que sustenta la profesión médica para redefinir sus finalidades y sus métodos y autoregenerarse. Solo una vez he atravesado ese pórtico como detentando ya la condición de insulinodependiente. No sabía bien entonces, lo que me esperaba. En el principio de los años ochenta trabajé para el INSALUD en el pomposo proyecto de “Humanización” de los hospitales. Casi cuarenta años después, recordarlo me produce risa.

 

lunes, 24 de octubre de 2022

LA MEDICALIZACIÓN FATAL DEL PARQUE DEL RETIRO

 




El parque del Retiro de Madrid es un pequeño paraíso vegetal en el centro de la ciudad. Es un entramado de distintos espacios de jardines, estatuas y varios edificios que albergan distintas exposiciones. Soy paseante habitual e hiperfrecuentador de sus mil paseos posibles. El parque, como es común a cualquier espacio, refleja estrictamente las influencias propias de la época. En mis paseos constato el contraste entre los mundos sociales que lo frecuentan ahora con aquellos de mis años jóvenes. La distancia entre los contingentes de habituales de entonces y de ahora es colosal. El aspecto diferenciador más importante radica en la brutal mercantilización que opera en el presente, en el sentido de que una gran parte de actividades que cobija son el efecto de mercados expansivos, principalmente del consumo inmaterial.

Sobre el Retiro se han abatido simultáneamente varias olas de gran magnitud. La más relevante es la del turismo. Legiones inmensas de turistas entran todas las mañanas, principalmente por la Puerta de Alcalá, y visitan apresuradamente el estanque grande, convirtiendo la estatua de Alfonso XII en un verdadero paraíso fotográfico, para después bajar al Palacio de Cristal, lugar en el que las sesiones fotográficas alcanzan el éxtasis, para confluir en el Ángel Caído, que facilita el final del itinerario para salir por las diversas puertas de Alfonso XII, que llevan a tan compulsivos viajeros a la zona de museos, que completa la esforzada jornada.

La segunda gran ola que se hace presente es la del planeta de la salud, en la versión del cuerpo esforzado y su necesario disciplinamiento. Una multitud de grupos variopintos se apodera del espacio para desarrollar distintas prácticas deportivas. El running; los deslizantes en bicis, patinetes, patines y otras formas de rodar; los esforzados de la gimnasia en grupo; el planeta del yoga en múltiples versiones… Todos ellos dominan el espacio desplazando a otras formas tradicionales de estar en el parque. En sus actividades predomina la programación, la medición de tiempos y resultados y otras formas que los conforman como ocio taylorista, que suele implicar un gregarismo extraordinario con respecto a las legiones de monitores y entrenadores que con sus voces imperiosas rasgan el silencio o los ecos de los pájaros.

Hace unos días una amiga me descubrió un cartel, que reproduzco en la cabeza de este texto, que aludía a “Circuitos Terapéuticos. Itinerario neumológico”. Este rótulo anuncia el comienzo de la medicalización del espacio del parque, mediante la presencia obligada de pacientes en busca de rehabilitación. El itinerario neumológico es el precursor de futuros usuarios del parque agrupados por la prescripción de otras especialidades médicas en busca de la redención de sus segmentos de mercado. El sentido que unifica a estos nuevos usuarios, no es gozar de los árboles, el sosiego, el paseo y la conversación pausada o la ensoñación, sino la materialización de una prescripción profesional, que se supone complementaria al tratamiento con fármacos. De este modo, el poderosísimo complejo médico-industrial se hace presente impetuosamente en el parque para reapropiarse de una parte de sus espacios con sus usos curativos o rehabilitadores. 

La medicalización imparable de la vida y la sociedad, irrumpe en este pequeño paraíso, en el que los paseantes no programados, adscritos a los sentidos tan bien definidos por Le Breton, son gradualmente desplazados por aquellos guiados por los sentidos de la sujeción a los profesionales de la vida entendida como un sumatorio de cálculos racionales.  Tras los neumólogos es de esperar que comparezcan los cardiólogos, los procedentes de la descomposición de la traumatología y reumatología en múltiples males, así como los oncólogos y otras tribus profesionales.

El paseo aproblemático sin rumbo definido, el vagabundeo sin objetivo, el goce íntimo entre los árboles del que nos regocijamos los paseantes serenos, y también aquellos que hacen un arte del estar en un espacio que conforma un sistema visual, es amenazado por las legiones de los que entienden la vida como “hacer cosas”. El gimnasio es la institución axial de estos esforzados ciudadanos, donde cada cual esculpe su cuerpo con arreglo a un programa individualizado y supervisado por un monitor, que implica ratios de resultados, eficacia y otras piezas del taylorismo.

Una de las formas más eficaces de expulsión de los públicos residuales de paseantes de varias clases: gentes que conservan algunos rasgos bohemios; inadaptados; poetas y artistas; tipos no encuadrables en los mundos sociales regulados por la evaluación, extranjeros de distintas clases residentes en Madrid, así como otras clases de “raros”, resulta de las voces imperativas de los distintos monitores de gimnasia, patines y otros, que remiten a la institución del ejército. Así proliferan gritos que identifico con el “firmes”, que suena “firss”, y que me hacen alejarme de los territorios poblados por los tayloristas del cuerpo y el espíritu, en busca de formas de silencio.

Los sábados y domingos el Retiro adquiere un esplendor inusitado, en tanto que es invadido por grandes muchedumbres de familias en busca de una evasión de la vida programada. Es cuando más se parece al pasado de mi adolescencia. Los sonidos gozosos que producen, risas, voces, conversaciones celebrativas, no son molestos para mí, en tanto que su tono no es imperativo. Entre las especies repobladoras de un ocio no industrializado se encuentran los contingentes de latinoamericanos, propensos a disfrutar de un tiempo que se puede entender como una suspensión provisional del trabajo y las obligaciones crecientes derivadas de las programaciones de los profesionales.

Me encanta contemplar, en el entorno del Palacio de Cristal, las colas de turistas en busca de imágenes para nutrir su historia personal, que contrastan con las familias desplegadas sobre el césped para pasar unas horas de expansión espontánea, sin programa alguno. Pero tengo claro que, en términos  de proceso, el cerco a las especies “tranquilas” es asfixiante, y que la hegemonía de los autómatas programados por las industrias del ocio, turismo y salud tienen todas las de ganar. Por eso casi siempre voy inventando letrillas que llenen el proverbial “no nos moverán”, que canturreo en señal de protesta interior contra las especies invasoras. Me gusta  decir que los espontáneos cotidianos no programados somos como las cotorras argentinas, que han sido expulsadas finalmente del parque.

Tras el descubrimiento de los circuitos terapéuticos neumológicos, dialogo en silencio conmigo mismo afirmando que tiene guasa que invada la vida y el espacio un sistema de tan menguada eficacia, que conforma una nutrida población afectada por males incurables y que es encuadrada en el nebuloso mundo de la rehabilitación, en el que la efectividad alcanza casi su grado cero. Es inevitable la fantasía negativa de imaginar controles sanitarios a la salida de cualquier camino, semejantes a los que se practican a los conductores.

 Durante mis años de residencia en Granada contemplé un programa de salud que conduce Roberto Sánchez Benítez., “Salud al Día”. Este programa colonizaba la vida de los paisanos convertidos en pacientes. La vida se encontraba determinada por el conocimiento y el cálculo profesional. Recuerdo que mostraban paseos cronometrados y guiados por un instructor, que eran interrumpidos por algún médico rodado en una playa o paisaje natural, que irrumpía vestido con bata blanca y utilizando su lenguaje y autoridad pastoral salvadora de los pacientes-feligreses. Era verdaderamente patético, tanto los contenidos como las formas, pero ejecutaba un programa radical de medicalización. Esta operaba mediante su localización en los segmentos sociales más indefensos: rurales y mayores. No puedo evitar ahora imaginar que a la salida de cualquier senderillo me voy a encontrar con el periodista, o uno de sus médicos ataviado con bata para regalarnos una recomendación imperativa saludable.

Termino aludiendo de nuevo a la lucidez de Le Breton, que proclama que el paseo no programado significa una resistencia al formidable sistema que ha colonizado toda la vida y la sociedad. Eso mismo pienso cuando salgo del laberinto urbano y me interno en esa isla. Este es un indicio fatal de acoso a las menguantes poblaciones de paseantes espontáneos y desproblematizados. No puedo dejar de evocar mis experiencias en los enigmáticos territorios de las consultas médicas, en los que, al final, todos repiten ritualmente eso de “caminar 25 minutos al día sin pausa y a buen ritmo”. La diferencia estriba en que un verdadero paseo excluye la noción minuto, así como la finalidad de preservación de la salud. Para algunas gentes se trata de sumirse en un estado de meditación gozosa que ayuda a distanciarse de la sociedad programada y sus zahoríes.

 

lunes, 17 de octubre de 2022

EL RENACER DEL CORPORATIVISMO

 




El video que acompaña este texto, perteneciente a la serie de culto “The Wire”, es un fantástico monumento al corporativismo policial. En el funeral de un policía, uno de los jefes pronuncia un discurso en el que se expresa magistralmente el imaginario del corporativismo, que resiste cualquier reforma y se yergue como un elemento indestructible de la conciencia colectiva. Frente a las reformas gerencialistas, largamente asentadas en estas policías, basadas en la medición de la productividad, la contabilidad de los méritos y la elaboración de las diferencias para jerarquizar a tan insignes funcionarios, comparece el discurso compartido del corporativismo más primitivo.

El discurso antológico, pronunciado en un acto de cohesión como es un funeral, afirma que “Era un policía”; “No era el mejor ni el peor”; “tuvo sus momentos”; “Resolvió varios casos y liberó esquinas”; “Ganó tanto como perdió, como cualquier otro”; “No era un deshecho de virtudes”; “Dijo cosas equivocadas de vez en cuando” “Tocaba los cojones”; “Aguantó con nosotros compartiendo una sombra oscura del sueño americano”; “No era distinto  como otro policía, su piel era débil como cualquiera” “Ha servido, se le reconoce”. Todas ellas afirmaciones que allanan el ejercicio profesional, minimizando y disolviendo las diferencias. El núcleo del discurso se puede sintetizar en la frase de “Era uno de los nuestros”. Así se neutraliza la línea prevalente en la última generación histórica de reformas basada en la diferenciación y competencia interna basada en el mérito individual. Se trata de una verdadera demolición de los méritos.

Esta verdadera joya elocuente del corporativismo tiene un valor universal. En España, se habla y delibera acerca del producto de las administraciones públicas y el Estado, pero queda integralmente relegada cualquier reflexión o conversación acerca de la Administración Pública, el sistema sanitario, la educación o los servicios sociales. Sin embargo, se hace evidente la gran verdad de que la aplicación de las reformas gerencialistas ha fracasado rotundamente en todas las organizaciones públicas y las ha debilitado considerablemente. No pocas de las medidas del gobierno progresista naufragan debido a la debilidad de la administración. La mítica digitalización o la nube de gerentes públicos que actúan sobre las organizaciones como gobernadores coloniales, muestran los rastros del fracaso de las reformas.

Este fracaso estrepitoso, así como la ausencia de un modelo alternativo, genera la fortificación de lazos corporativistas en todas las partes. En twitter se hace evidente. Cada sector profesional se repliega a su intimidad corporativa en un proceso fatal de aislamiento. Al tiempo, la política, en ausencia de una razón general de las organizaciones, se especifica en una fatal transacción entre los poderes públicos y los intereses corporativos de las distintas tribus profesionales asentadas en estos territorios estatales. Así, lo único que se trata es el número de plazas, las condiciones laborales y otras de rango similar. Las grandes cuestiones acerca del funcionamiento de estos sistemas permanecen en el ostracismo.

El gobierno progresista actual ha mostrado su impotencia en la tarea de reformar las organizaciones públicas, que permanecen incólumes controladas por las proverbiales y oscuras élites sectoriales. Así, la política se expresa en conflictos cíclicos de interés entre los profesionales asentados en esas fincas y el gobierno, entendido como instancia distribuidora de los recursos. En los últimos años, tiene lugar una larga sucesión de funerales de organizaciones públicas ubicadas en el contenedor de espera para su privatización. Los movimientos de defensa de las mismas son trágicamente parcos en sus objetivos: se trata sólo de conservar su titularidad pública. A esto se añade el término polisémico de “y de calidad”, que en esta situación histórica supone la conservación de unos mínimos sonrojantes.

Malos tiempos para las profesiones estatales, pacificadas y colonizadas por las reformas gerencialistas basadas en la excelencia, que termina siendo acompañada por un déficit de recursos que hace inviable el progreso profesional. La masificación de las aulas, el milagro de las consultas de atención primaria demoradas, las listas de espera eternas. Sin embargo, no se hacen explícitos los malestares asociados a esta situación de colapso organizativo inducido, aunque se evidencia el crecimiento de los sentimientos corporativos entre los sobrevivientes en las organizaciones públicas, que adoptan una extraña suerte de extrañas arcas de Noé en las que los afortunados resisten los embates exteriores procedentes de la acción de las todopoderosas fuerzas de mercado.

Llama la atención la ausencia de lógica en las decisiones de políticas públicas, determinadas por las conversaciones mediáticas. Así, en medio de una contracción de la atención primaria de salud, se pide la introducción de psicólogos, cuyo modo de operar remite a conversaciones pausadas con sus clientes  ¿Cuántos psicólogos se pueden introducir en ese asfixiado sistema? La ausencia de una razón global que gobierne los procesos de las organizaciones públicas se hace patente. El fracaso histórico del gerencialismo en todas las partes abre el camino a un vacío pavoroso.

En un medio así, supongo que prospera el cierre sectorial-profesional y la expansión de la mentalidad y los vínculos corporativos, que deviene en lo sólido vivido frente a las políticas gubernamentales y sus discursos ampulosos. Pero la gran verdad es que, como en muchas otras cosas, el programa global de reducción y reconversión del estado no se detiene ante nada y trasciende al gobierno progresista. Fatalmente, todos somos los policías del funeral de The Wire, y podemos elaborar nuestra versión sectorial de las frases pronunciadas por tan estandarizados policías. Se trata de una regresión inevitable de la subjetividad profesional.

Estoy convencido de que esta estrategia secreta y oculta de las reformas neoliberales de introducir el modelo de gestión empresarial para, inmediatamente después, colapsarlo con el decrecimiento de los recursos, constituye la gran obra de arte de la política del presente. Así se genera una situación en la que los afectados se encuentran indefensos y perplejos, de modo que su resistencia es radicalmente saboteada. Nadie se atreve a decir en público que en esas condiciones no puede ejercer como profesional, porque se autodescalificaría. Así, cada cual es obligado a ocultar su situación a los demás, inventando formas de simulación. Ese secreto compartido, de que no puedo atender un grupo de setenta estudiantes o un cupo de dos mil pacientes, o una planta de cincuenta enfermos, constituye el material que sale a flote en el magistral discurso del funeral. Sí, no era ni mejor ni peor...tuvo sus momentos...ganó tanto como perdió...

 

sábado, 15 de octubre de 2022

LA PANDEMIA Y LA REFUNDACIÓN DEL CAPITALISMO UN TEXTO DE GUSTAVO RODRÍGUEZ

 

Desde este blog he expresado reiteradamente mi disconformidad con las interpretaciones sanitaristas de la pandemia. Esta es un acontecimiento que remite a una escala mucho mayor que la de la salud colectiva. Hace unos meses, justamente cuando las autoridades político-epidemiológicas abrieron el parque del Retiro tras una larga clausura, encontré en uno de los puntos en los que circulan libros, un texto de Gustavo Rodríguez, cuyo título es “Covid-19. La anarquía en tiempo de pandemia”. Su lectura me aportó conceptos nuevos y suscitó varias dudas y preguntas novedosas para mí, que han incentivado mis búsquedas.

El texto de Rodriguez entiende la pandemia en términos generales, más allá de la salud pública, y la sitúa en el contexto sociohistórico presente. La Covid-19 ha funcionado como un factor acelerador de desaparición del mundo conocido anterior, configurando un umbral del mundo nuevo, que se puede sintetizar apuntando a la consolidación de un nuevo ciberleviatán y la emergencia de un nuevo paradigma político, que supone un salto respecto al proceso iniciado en 2001 con el derribo de las Torres Gemelas. El novísimo capitalismo hipertecnológico, productor de instancias múltiples “inteligentes” (hogares, escuelas inteligentes, etc),  mucho más eficaz en la gestión de la coerción, termina ensayando una nueva dominación inteligente mucho más eficaz en la gestión de la coerción. La idea central de Rodríguez en este texto apunta a que la pandemia ha contribuido a la refundación de un capitalismo más duro.

Me ha parecido conveniente publicar aquí una parte del texto, y recomiendo vivamente la lectura completa que podéis encontrar en

https://es-contrainfo.espiv.net/2020/07/04/planeta-tierra-texto-de-gustavo-rodriguez-la-anarquia-en-tiempos-de-pandemia/

Me parece altamente clarificador  y aporta algunas fuentes imprescindibles para comprender los proyectos políticos del laberinto de organizaciones de la nueva izquierda, que se sustentan en autores e ideas opacos para la gran mayoría. El tratamiento mediático y político del presente sanciona la incomprensión generalizada de lo que está ocurriendo. Así, algunas almas cándidas afirmaban que “de la pandemia íbamos a salir mejor”. Esta afirmación sólo puede enunciarse desde unas tinieblas densas. Buena lectura

 

 

¿Qué sigue después de la pandemia?

 

 El carácter multidimensional de la «crisis» actual nos recalca que la «emergencia sanitaria» originada por la Covid-19 es solo una de sus diversas facetas. Vivimos una «crisis sistémica» –como rezan los «expertos»– donde la pandemia es el rostro visible del experimento en curso en el que se enfrentan con ahínco dos modelos de capitalismo con sus rivalidades geopolíticas. A todas luces, lo que está en crisis en este mundo tripolar (Rusia/China/Estados Unidos) es la totalidad del paradigma de dominación existente, engendrado en las entrañas del progreso con el estallido de la Segunda Revolución Industrial. O, lo que es lo mismo, la hegemonía del consenso de Washington (hoy mal llamado neoliberalismo), entendido como la voz de mando del proceso de globalización económica, cultural y política, que ha impuesto como patrón universal de gestión política a la democracia representativa (partidocracia) y, al actual modelo de expansión y acumulación de capital, como ejemplo de gestión económica.

 La dominación moderna ha alcanzado su límite objetivo, generando gran escepticismo en torno al sistema y sus instituciones. Esta evidencia ha provocado una metamorfosis que está dando paso al nuevo sistema de dominación. Maquillada con la soflama del «capitalismo consciente» la nueva dominación se impone, instaurando una administración política aún más autoritaria y un capitalismo con «impacto social» mucho más regulado y centralizado, infundido  en los preceptos de la Cuarta Revolución Industrial (4IR, por sus siglas en inglés); o sea, en la reconfiguración de la gestión capitalista en el Siglo XXI a través de la implantación de nuevas tecnologías, consolidando su infraestructura en el Internet de las cosas.

 Con la convergencia e interacción del Internet del conocimiento, el Internet de la movilidad y, el Internet de la energía, el «capitalismo consciente» no solo consolida la prolongación del trabajo (intelectual masificado, inmaterial y comunicativo) sino la acumulación ilimitada de capital asegurando la repartición de migajas; mientras el Estado nacional –reciclado, recargado y celebrado desde los balcones de las metrópolis– se encarga de la gestión de riesgos, el análisis eficiente del Big data (con algoritmos de inteligencia artificial) y, el control progresivo de la vigilancia digital mediante las tecnologías informáticas móviles apoyadas en la red de (50 mil) satélites 5G que pueblan el espacio exterior.

Sin lugar a duda, la pandemia de la Covid-19 está dramatizando la refundación del capitalismo y su consecuente traspaso de poder hacia el Oriente, como atinadamente alerta Byung-Chul Han. Esta transferencia no será inmediata. En verdad, este cambio paradigmático –que no «crisis final» como pregonan en los círculos del bolcheviquismo posmoderno y sus ideologías satélites– se efectuará de manera paulatina, mediando mucha vaselina de por medio, hasta consolidarse como modelo hegemónico, siendo casi imperceptible para la mayoría de la gente de a pie que continuará en el precariado a pesar del incremento progresivo de su limosna que asegura la arrolladora continuidad del consumo, lo que sin duda motivará un incremento consecutivo en la percepción de bienestar en contraste con el desfase provocado por los procesos de histéresis –en sentido bourdieuano– recién inaugurados con la intrusión de la Cuarta Revolución Industrial y la expansión del capitalismo cognitivo. Este desfase temporal entre el ejercicio de una fuerza social y el despliegue de sus efectos por la mediación retardada de su incorporación, será cada día más evidente con el incremento del desempleo en los sectores manufactureros y, la segregación de la población adulta mayor, que no solo resultará socialmente inútil en este nuevo paradigma («nueva normalidad») sino que se convertirá en estorbo para el capital –por su improductividad digital– y, en lastre para el Estado-nación remasterizado.

 Concretar el cambio implicará el apogeo de guerras comerciales (¿hay otras?) y, quizá, hasta de enfrentamientos militares por el control del espacio exterior y el dominio y/o influencia geopolítica; además de la erradicación sistemática de los conflictos internos («terrorismo doméstico») incitados por una reducidísima minoría refractaria que continuará en pie de guerra frente a toda autoridad a pesar de contar con el repudio unánime de las mayorías ciudadanas. Pero, definitivamente, esta mudanza de paradigma de la mano de la ascensión del imperialismo chino, no tendrá nada que ver con la «programación predictiva» de los «reptilianos pedófilos-satánicos» –en alianza con el lobby judío y los nuevos Illuminatis de Baviera– que, animados por su ambición infinita, tratan de imponer una dictadura global regida por los mandarines chinos con campos de concentración y consumo obligatorio de arroz frito, como profetiza el vulgo neonazi estadounidense. Lejos de la tesis conspiranoica sobre la instauración del Gobierno Global; el Estado nacional recargado, está reafirmando su legitimidad y autoridad en el actual proceso de desglobalización acelerada. Así se erige como la única fuerza capaz de proteger a sus ciudadanos y librar la guerra a gran escala contra el «enemigo invisible» con el auxilio incondicional de las nuevas tecnologías. El nuevo Estado nacional aprovecha la emergencia y se torna omnipresente y omnipotente: se alzan fronteras rígidas (muros y alambradas); los ejércitos se aprestan a «servir» y; se reafirma peligrosamente la identidad nacional expandiendo el repudio a todo lo «extraño». Se vislumbra el retorno a la «producción nacional» desde la óptica del «decrecimiento» (argumentando desfachatadamente que «es insostenible el crecimiento cero»). Los mandatarios de los Estados nacionales asumen poderes plenipotenciarios con el apoyo de las mayorías que cierran filas asintiendo las gestiones gubernamentales durante la pandemia. Emerge nuevamente la Hidra de Lerna con sus múltiples cabezas: el Estado, el capital, la religión y, la ciencia,  consolidan su autoridad. El fascismo –en sus acepciones roja o parda–, gana aceptación y popularidad entre la muchedumbre y se alza como «solución final» frente a la «amenza» ofreciendo protección a sus connacionales.

 El Nuevo Mundo parece un déjà vu de la década de 1920. Se trata de una restauración profunda. Una suerte de cambio radical de look del poder capitalista que va mucho más allá de la clásica remozada con hojalatería y pintura a la que se ha sujetado siempre de manera cíclica. Esta vez ha decidido someterse a una intervención quirúrgica de reconstrucción total a través de las nuevas tecnologías y la instrumentalización de formas inéditas de explotación que articulan y/o superponen la clásica explotación del trabajo asalariado con la autoexplotación del sujeto de rendimiento y, la hiperexplotación del ciberconsumidor: la nueva fuerza de (co)producción gratuita. Esta vez no habrá una nueva vuelta de rosca ni siquiera habrá una tuerca que apretar. En esta ocasión, los «ajustes» serán constantes y se efectuaran desde la nube.

Para reforzar esta permuta ya se anuncia la confluencia de los pares opuestos (izquierda/derecha), evidenciando, una vez más, la falsedad de sus antagonismos «irreconciliables»: marxistas y anarcocapitalistas sellan con beso de lengua la imposición global de la Cuarta Revolución Industrial, afianzando la agenda con más de lo mismo; es decir, más capitalismo in saecula seculorum. Para eso se alistan en nombre del «capitalismo social» y en defensa de las nuevas tecnologías «emancipatorias» los intelectuales orgánicos al servicio de Otro mundo posible. En este sentido, llama la atención la fusión de dos posturas político-económicas opuestas, generalmente presentadas como contradictorias: el paternalismo y el libertarismo o anarcocapitalismo.

Desde 2008, el profesor de economía y ciencias del comportamiento, Richard Thaler, catedrático por la Universidad de Chicago y Premio Nobel en Ciencias Económicas 2017   –por «sus aportes en economía conductual»–, ha venido desarrollando el concepto de «paternalismo blando» o «paternalismo libertario». Lo que lo llevó a escribir Nudget  en co-autoría con Cass Sunstein, profesor de jurisprudencia de la Escuela de Leyes de Harvard. La «teoría del nudging (del “empujoncito”)» de Thaler, se basa en la factibilidad de diferentes procedimientos que coadyuvan a «empujar», o sea, a incentivar o alentar, ciertas decisiones influyendo en el «sistema automático» de las personas con el propósito de provocar cambios en el comportamiento público, impulsando decisiones más racionales que los haga felices a largo plazo. A este proceso inductivo que establece vínculos entre los análisis de la economía del comportamiento y la psicología social, lo denominan «arquitectura de las decisiones» y, lo fomentan en busca de «mejores resultados individuales y sociales». Thaler y Sunstein, consideran que «es legítimo que los arquitectos de decisiones influyan en el comportamiento de las personas haciendo sus vidas más largas, más sanas, y mejores»; diseñando la arquitectura del contexto decisional de manera que se induzca a la toma de «una decisión más consciente en función del beneficio social y del beneficio propio», lo que embona con el tránsito hacia ese «capitalismo consciente» que comentaba antes y que hoy se presenta –en palabras de Rajendra Sisodia y John Mackey–, como «la cura del mundo».

Tampoco hay que rascarle mucho para encontrar en el bando «opuesto», es decir en marxistlandia, una veintena de impulsores de este «capitalismo social». En esas mismas latitudes (de arenas movedizas), encontraremos desde filósofos, sociólogos, economistas y catedráticos, hasta cibermarxianos optimistas de las tecnologías que plantean que su icónica «lucha de clases» se ha trasladado al terreno del conocimiento y que la batalla final se librará en el ciberespacio; apostándole a la toma del Palacio de Invierno por las comunidades cibernautas: germen de la nueva organización político-social fundada en la cooperación mutua a través de la conexión en red. Uno de estos especímenes que destaca con creces en los círculos cibermarxianos es Richard Stallman. Adorado hasta en nuestras tiendas, Stallman es fundador del movimiento del software libre, del sistema operativo GNU/Linux y de la Fundación para el Software Libre.

Otro notorio cibermarxiano es Eben Moglen, profesor de derecho e historia en la Universidad de Columbia y fundador/director del Software Freedom Law Center; autor de un texto sui géneris que imita  el espíritu del Manifiesto Comunista intitulado «The dotCommunist Manifesto». Desde luego, no todos los cibermarxianos se han sentido a gusto con el tufillo que desprende semejante Manifiesto –más asociado hoy a la exégesis marxiana-leninista que a las elucubraciones del propio Carlos Enrique de Tréveris– y han recurrido a la sana distinción entre «comúnistas» (commonists) y, «comunistas», haciendo énfasis en la palabra «común» y resaltando la sutil diferencia que produce un acento o, una letra de más, como resulta con la doble «n» en lengua inglesa. Tal es el caso de Lawrence Lessig, célebre creador de la «sana distinción» entre comunista sin acento y la acentuación políticamente correcta. Fundador de la encumbrada Creative Commons, profesor de jurisprudencia de la Harvard Law School, especializado en derecho informático y, precandidato en las primarias del Partido Demócrata para la nominación presidencial de los Estados Unidos. Desde la década de 1990 detectó que los oligopolios de la computación y los Estados nacionales, comenzaban a controlar el ciberespacio y a adaptarlo a su provecho mediante la imposición del Protocolo de Internet (IP) y la acumulación de datos de los internautas,  en detrimento de la idea original que promovía un Internet creativo basado en la descentralización, la libre información y la socialización del conocimiento a través del libre acceso y la posesión en común26. Sin embargo, vale señalar –aunque para nosotros debería resultar obvio– la concordancia intrínseca entre las teorías fomentadas desde el cibermarxismo y el «anarco-comunismo informacional» y, los promotores del capitalismo cognitivo o cibercapitalismo en torno a las ilusiones tecnológicas y la producción de lo común. Una lectura rápida del discurso de la nueva empresa en línea, nos confirma ampliamente la instrumentalización comercial del común y, el uso permanente de la «inteligencia colectiva» y la «cooperación mutua» como recursos fundamentales del rendimiento de las empresas.

Curiosamente, las tesis en torno a la categoría de común han ido hilvanando la metanarrativa de la neoizquierda en nuestros días. El culto al común –así en singular– no es nuevo, hace un siglo que viene cocinándose en los círculos marxianos antibolcheviques. La paradoja es que desde principios del milenio, comenzaron a machacarnos el concepto dos egregios del leninismo posmoderno: Antonio Negri y Michael Hardt. En los primeros años de la década del 2000, ambos autores pusieron sobre la mesa este «producto», definiéndolo en Imperio como «la encarnación, la producción y la liberación de la multitud». Retomarían su desarrollo conceptual en las páginas de Multitud  y Commonwealth, haciendo uso de una retórica gatopardista que a veces pretende confundirse con las viejas tesis anarco-mutualistas en busca de incautos, subrayando que «el capitalismo y el socialismo, aunque en ocasiones se han visto mezclados y en otras han dado lugar a enconados conflictos, son ambos regímenes de propiedad que excluyen el común. El proyecto político de institución del común que desarrollamos en este libro traza una diagonal que se sustrae a estas falsas alternativas  –ni privado ni público, ni capitalista ni socialista– y abre un nuevo espacio para la política».

No obstante, Hardt y Negri no han sido los únicos en promover este libreto. Una nutrida legión de marxianos posmodernos –muchas veces antagónicos, of course– le ha seguido el hilo, desarrollando alianzas con una fauna variopinta que, como era de esperar, incluye al neoblanquismo invisible; al situacionismo tardío; al «comunismo internacionalista» (GCI); al anarcopopulismo especificista (neoplataformismo); a sectores del trasnochado anarcosindicalismo; al anarcofederalismo de síntesis y; al ecologismo municipalista; sin olvidar a uno que otro liberal con esteroides de esos que gozan de gran reputación en nuestras tiendas, a pesar de ser confesos propagandistas del Sanderismo y ahora, inescrupulosos promotores de la candidatura presidencial de Joe Biden en nombre del «voto responsable» –léase Michael Albert,  Noam Chomsky, o ese deleznable piquete de ex «radicales» de izquierda, fundadores de la Students for a Democratic Society en la década de 1960 y, firmantes de una carta de apoyo a Biden (Todd Gitlin, Carl Davidson, Robb Burlage, Casey Hayden, Bill Zimmerman, entre otros personajes «connotados»).

Entre los marxianos posmodernos que se encargan de continuar sentando las bases estructurales del común, destaca la mancuerna Pierre Dardot-Christian Laval. Fundadores del grupo Question Marx y, especializados en la obra de San Carlos Enrique de Tréveris, han publicado en coautoría varios ensayos sobre las disquisiciones del viejo gurú, así como reflexiones propias sobre la revolución en el siglo XXI. Con una prosa mucho menos densa que la metatranca discursiva de Negri y Hardt y, guardando distancia del enfoque leninista de éstos, han abordado el tema del común como alternativa socio-económica alejados de las apretadas hormas de las distintitas variedades de comunismo de Estado realmente existentes.

En ese tenor sacaron a la luz «Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI», un texto con claras ínfulas refundacionales en el tenor marxiano-libertario con cierta reminiscencia gueriniana que coloca nuevamente en la agenda la temática de la Revolución, a partir de la disección minuciosa de la trilogía intelectual de Hardt y Negri, no sin dejar de acusar cierto «neoproudhonismo incapaz de concebir la explotación de otro modo que como “captación ilegítima de los productos del trabajo a posteriori” [que demuestra] una ceguera cargada de consecuencias acerca de las formas contemporáneas de explotación de los asalariados y las transformaciones inducidas por el neoliberalismo en las relaciones sociales y las subjetividades».

Con ese espíritu refundacional, no escatiman a la hora de echar mano extensa (a veces de manera crítica) de Proudhon y, reiterar ese distanciamiento con la alienación comunista que mencionábamos antes, ratificando que: «Lo que ellos [comunistas y socialistas] llaman “emancipación” es en realidad la opresión política absoluta y una nueva forma de explotación […] porque creen que el poder y la fuerza provienen del centro y de arriba, no de la actividad de los individuos. En el fondo ahí no hay más que un ideal de Estado organizador que generaliza la policía y que sólo toma del Estado su lado reaccionario, el de la pura coerción». 

Dando rienda suelta a sus asépticas interpretaciones teóricas en torno al devenir de los «movimientos sociales» que se suscitaron a comienzos de la década pasada (20102012) y captaron la atención de los medios de desinformación masiva –léase las romerías de los Indignados (15-M) con su camping en la Puerta del Sol; la movilización del 15 de octubre (15-O) con su espectacular Occupy Wall Street; la ocupación de la Plaza de Syntagma en el centro de Atenas y; la ocupación de la Plaza Taksim en Estambul–, Dardot y Laval «descubren» en estos simulacros «una invención democrática»  que puso en práctica el «principio de común» como crítica a la democracia representativa, evidenciándose como el principio de la democracia política bajo su forma más radical y, erigiéndose como el «término central de la alternativa política para el siglo XXI»37, obviando la inmediata recuperación sistémica de estos movimientos y su compulsiva degeneración en partidos políticos (Partido X, Podemos, el Sanderismo con Biden, Syriza, etc., etc.).

Evidentemente, la ausencia de experiencia empírica de los autores de Común, debilita toda la argumentación del ensayo y, explica la carencia de propuestas fácticas y consecuentes con los tiempos a lo largo de 669 páginas. Como ya es costumbre entre los teóricos marxianos –incluidos los marxianos-libertarios– la recurrencia a extrapolar sus contemplaciones académicas a la construcción de paradigmas es una constante.  Desde luego, esta afirmación no corresponde en absoluto con una postura anti-intelectual –más próxima a la vulgata fascista que a nuestra praxis–; más bien corrobora la necesidad de tamizar toda la producción académica guardando prudencial distancia con la manufactura institucionalizada y sus vacas sagradas, siempre divorciadas de la práctica y, generalmente al servicio del «establishment». Pero además, pretende ratificar la urgencia de reelaboración teórica a partir de la práctica anárquica más notoria, facilitando los contextos intelectuales que la nutran y ensanchando las arterias de la praxis. Sólo así, podremos afrontar globalmente la propia vastedad de nuestros proyectos destructivos y nuestros propósitos de emancipación total, rompiendo definitivamente con toda la alienación izquierdista, abandonando las conceptualizaciones y las prácticas ajenas, comprendida la remasterización del común.

 

GUSTAVO RODRÍGUEZ

EDICIONES CONSPIRACIÓN INTERNACIONAL ANARQUISTA

JUNIO DE 2020

jueves, 13 de octubre de 2022

HABITANTES DEL AULA: CRÓNICAS DE ENCUENTROS AFORTUNADOS

El 11 de noviembre de 2018, ya jubilado, decidí emprender un proyecto para rememorar algunas de las personas con las que me he encontrado en el extraño desierto del aula, y que forman parte de mi memoria. Por diversas razones, este proyecto quedó en suspenso, de modo que no escribí ningún texto sobre las personas que cohabitaron conmigo esta instancia compuesta por un atril, sobre el que se erguía un aparato de power point y una pantalla,  y varias filas y columnas de pupitres sobre los que se ubicaban los estudiantes. El espacio privilegiaba la gran pantalla que constituía el reinado del nuevo reino de la visibilidad. El profesor quedaba transformado en un gestor de presentaciones, que evolucionaron desde el predominio del texto, hasta la cada vez mayor presencia de imágenes y videos. La videosfera se había abierto el camino en ese vetusto sistema de comunicaciones.

En este extraño medio tuvieron lugar varias relaciones personales de ida y vuelta que, en la soledad del propietario del atril, fueron memorables para mí. En este blog he aludido a mi relación con Carlos, pero muchas de las personas que desfilaron por allí y decidieron habitarla continúan en mi memoria. Este es el tiempo en el que voy a recuperar esa extraña relación, más allá de la burocracia académica, que en los últimos años ya era el imperio de las agencias anónimas de evaluación, que como tecnocracias distantes se habían apoderado del espacio académico, y todos laborábamos para ellas. En los resquicios de esa vida mecanizada de asignaturas, créditos, pruebas y trabajo programado y mecanizado pudieron ocurrir relaciones personales no previstas por los programadores.

Estoy escribiendo mi9 primera crónica de una estudiante que me marcó: Ariadna. Para los lectores reproduzco esta introducción escrita en el año 18, para encuadrar los sucesivos textos sobre los distintos héroes que se hicieron perceptibles a mis ojos afectados por “el mal del atril”. Este consiste en una percepción selectiva de lo que acontece en el aula, en la que tiene lugar un milagro de transformación de una ausencia de personas, transformadas en escuchadoras y escribidoras. En este extravagante medio, los apuntes alcanzan su esplendor. Estos transforman al docente en un busto hablante, dotado del poder administrativo de decidir sobre contenidos y pruebas, así como sobre las puntuaciones finales asignadas a cada uno de los inscritos en las actas.

Estas crónicas tienen la pretensión de mostrar que aún en un sistema aristocrático de esta naturaleza se pueden producir conexiones personales llenas de sentido, trascendiendo los rígidos sentidos determinados por tan kafkiana institución. El título de esta entrada alude a “encuentros afortunados” para mí mismo, en tanto que el azar me otorgó la oportunidad de conocer a algunas gentes que cargaron de sentido mis desvaríos profesorales en ese territorio-limbo. Este es el texto de 2018

 

LOS HABITANTES DEL AULA

 

Yo soy el único espectador de esta calle;

Si dejara de verla se moriría.

Jorge Luis Borges

 

Bajo este título voy a activar mis recuerdos de las personas que han estado presentes en las clases que he impartido durante tantos años en la facultad de Sociología de Granada. La clase es una instancia social extraña, en tanto que sus códigos remiten a un pasado en el que la relación entre los estudios y el entorno social se definía por sus coherencias. Pero la venerable institución de la docencia se desestabiliza aceleradamente por efecto del conjunto de cambios que se producen desde los años sesenta del pasado siglo. En los largos años que he ejercido como profesor la institución ha declinado inexorablemente. Su desfallecimiento ha sido acumulativo, alcanzando su cénit tras los primeros años de la reforma de Bolonia.

El resultado de la crisis ineluctable de la docencia determina que el aula se configure como un espacio social inhóspito, en el que la colisión de todas las ondas de cambio social desencadena una sucesión de sinsentidos. En este medio extraño parece inevitable que sus pobladores desarrollen estrategias de supervivencia. Esta es la única forma de vivir el colapso general de la institución. De este modo, los actores que habitan en el aula inventan un conjunto de prácticas que tienen como objetivo aliviar la situación de extrañamiento general. La principal táctica, en la que convergen profesores y alumnos, es la huida, que se convierte en una forma de arte que denota la creatividad de las personas en todas las situaciones, pero aún más en aquellas presididas por el absurdo.

Tras las reformas universitarias de última generación, los antaño maestros y discípulos son desalojados del aula convencional para ser reubicados en un espacio controlado rigurosamente por la nueva tecnoburocacia providencial, que adquiere en este tiempo el modo de agencia. En nombre de una reforma que promete recuperar la conexión entre la educación extraviada y el mercado de trabajo, los contingentes de tecnócratas que habitan las agencias programan las actividades minuciosamente articuladas en el horizonte mitológico de las competencias.

En el nombre de tan aparentemente pragmática referencia se procede al desmontaje de los viejos saberes, así como de los arcaicos métodos docentes erosionados severamente por la masificación de las aulas. Las agencias instituyen un nuevo orden académico fundado en el despiece de los saberes y la introducción de lo que se denomina como “prácticas”. En todas las áreas de ciencias humanas y sociales el resultado es catastrófico. Implementar reformas manteniendo los grupos numerosos y la fragmentación en múltiples asignaturas, desborda la capacidad del sistema y la docencia se asienta sobre un error de cálculo monumental. De esta reforma resulta un desorden destructivo derivado de la disolución de las referencias teóricas y el vaciamiento de las prácticas, que en esas condiciones devienen en actividades simuladas.

Así se constituye la era de la gran trivialización, que reconcilia la nueva institución con la incuestionable hegemonía de los medios audiovisuales. Las pantallas múltiples terminan por presentarse en el aula, instaurando el imperio ocular del ppt.  El vaciado de las clases propicia su reconversión en una instancia psi de expansión del ego. La única energía que recibe la nueva aula se ubica en las presentaciones públicas de microtrabajos, que estimulan las necesidades de expresión de los egos allí concentrados, así como de la competencia con los demás, que es asumida subjetivamente por las nuevas generaciones de estudiantes socializados en el proyecto de la nueva empresa postfordista. Todos experimentan gozosamente su minuto de gloria en la presentación de un trabajo, en el que emulan a los nuevos héroes: los presentadores de la televisión, dotados de la capacidad de sintetizar visualmente los acontecimientos arrancados de los contextos en que se producen.

El aula es una situación social irreal, en la que sus habitantes construyen un pacto mediante el cual la desactivan. Carmen, mi compañera en todos estos años de aula, se reía cuando la denominaba como un refugio antiaéreo, en el que se concentran las gentes para protegerse del exterior, en espera de salir y volver a la vida. Una vez que la clase es neutralizada por el compromiso tácito de sus inquilinos, el pasotismo ilustrado alcanza proporciones extraordinarias. Asimismo, reverdece el ritualismo académico que deviene en un factor destructivo de gran capacidad. Todos piden que se especifiquen rigurosamente los detalles de rigen las actividades desustanciadas, para ajustar sus comportamientos haciéndolos mecánicos. Así se excluye cualquier situación espontánea. Todo termina siendo como las misas de mi infancia, rigurosamente programadas en torno a sus rituales y liturgias. La clase se configura como lo inverso a una experiencia.

En el caso de las ciencias humanas y sociales, esta situación se agrava considerablemente, en tanto que el entorno sociohistórico presente desborda la mayor parte de las conceptualizaciones. La afirmación canónica de Luhmann, que define la época como “expansión de la contingencia”, parece cumplirse estrictamente. Los acontecimientos se liberan de los esquemas perceptivos derivados de las teorizaciones y el mundo parece definido por una crisis de inteligibilidad. En un contexto así, las ciencias sociales se repliegan a las certezas de la teoría, tomando distancia con las realidades emancipadas de las etiquetas, que irrumpen estrepitosamente en la superficie.

En esta situación me he desempeñado largos años como profesor. Paradójicamente, el aula era el último territorio en donde podía ejercer mi disidencia con respecto a la academia. Mi situación personal, en la que convergen la marginación y la automarginación, configuran el aula como el último límite. Por esta razón siempre he ejercido resueltamente mi papel. Mi presencia no se restringía a los rituales académicos y presentaba un discurso de autor. Tenía el privilegio de poder escenificar mi distanciamiento respecto a la teoría vaciada y descomprometida, así como presentar lo que Wallraff denomina como “expediciones al interior” de la sociedad, que representa el nivel donde se incuban los acontecimientos. Era inevitable que la certeza se encontrase en cuarentena frente a la duda, la paradoja y la ironía.

Esta forma de oficiar la docencia en el contexto académico-litúrgico ha generado tensiones, en tanto que representaba un modo de ejercicioque colisionaba con el conservadurismo característico de las diversas generaciones que han desfilado por el aula. La fe encomiable en la institución, en el mercado de trabajo y la sociedad de los estudiantes, propiciaba la activación de las defensas frente a los cuestionamientos de las etiquetas aceptadas. El discurso de la sociología se puede definir como un elogio piadoso a la modernidad, una comprensión de la modernización como la última epopeya, así como la consideración de que el sistema-mundo termina en los países prósperos. En estas condiciones, mis intervenciones eran percibidas como corrosivas por la gran mayoría, así como las formas que se ubicaban más allá de los rituales.

Muchos estudiantes se sentían incómodos. Así se creaban las condiciones que favorecían la huida. Siempre he repetido desde el primer día a la perversión de los culos. Los pobladores de esta misteriosa instancia asientan sus posaderas y aguantan estoicamente la clase en espera de reciprocidad en la evaluación. La ruptura de esta pauta adquirió formas dramáticas en muchos casos. Mi estrategia estaba dirigida a las cabezas. En todas las sesiones enviaba ideas fuertes con el propósito de producir un choque con los esquemas referenciales angelicales de la mayoría. La preponderancia de las cabezas sobre los culos suscitó conflictos que en muchas ocasiones no podían ser gestionados por la intermitencia temporal de la clase.

En el desierto afectivo y comunicacional del aula, algunos estudiantes se han sentido estimulados por mis clases. La desafección de la mayoría propiciaba unas relaciones de cierta intensidad con aquellos que se sentían interpelados en las sesiones. La dualización ha presidido inexorablemente el seguimiento de las mismas. Así se han configurado filias y fobias caracterizadas por la apoteosis de lo extraño. Porque muchos de los seguidores de estas, que en muchas ocasiones tenían posicionamientos críticos con respecto a las sociedades del presente, tenían diferencias de gran envergadura con respecto a mis posiciones. Así se generaba un extraño y fascinante juego de descubrimientos, redescubrimientos, identificaciones y decepciones. Las mentes de no pocos de los críticos estaban esculpidas en el monolitismo, así como por un aldeanismo defensivo se erigía como una barrera perceptiva y cognitiva de gran envergadura.

En el descenso al subsuelo de las sociedades, desvelaba realidades que tenían un impacto negativo en muchos de los estudiantes críticos. Un analista tan admirado por mí como el Roto, dice en una viñeta que No te mezcles con la verdad, que siempre anda metida en líos. Ciertamente, en la universidad, los contenidos que afectan a instituciones centrales son tratados evitando el análisis en profundidad, al estilo de los medios de comunicación. Cualquiera que traspase la frontera de las definiciones oficiales era castigado severamente mediante el mecanismo universal de la no respuesta, que siempre es el principio del aislamiento.

Pero el aspecto más problemático estriba en la cuestión del futuro. Los estudiantes estaban socializados en la anestesia dura en la valoración del presente y las virtudes del progreso inexorable. Sus expectativas se inscribían en la irrealidad que acompaña a la mística de la modernización. En esta situación mi perspectiva tenía los efectos de un bombardeo en el mismo refugio antiaéreo del aula. La afirmación de El Roto en una de sus viñetas ¡pero cómo vamos a mirar hacia adelante, si no hay quién sepa dónde está eso¡ es todo un manifiesto sobre las ciencias sociales y su enseñanza en la universidad de estos años. El repliegue al pasado parecía inevitable.

En este contexto tiene lugar la comparecencia de estudiantes que habitan esta aula mediante una extraña relación conmigo, que adopta distintas formas y siempre tiene lugar conservando las distancias. En el páramo intelectual, afectivo y anestesiado de la clase nacen unas relaciones difíciles de definir. Es por esta razón por la que entiendo que estos estudiantes han habitado el aula rompiendo con la presencia espectral de la mayoría, que se encuentra en estado de cuerpo presente. Siempre me he sentido estimulado por su presencia y sus respuestas. En muchos casos su recuerdo me suscita emociones que estimulan a mi memoria. Hablar de ellos es una forma de contar la historia de ese mundo hermético.

En muchos de los casos he perdido la pista a estos héroes de mis rememoraciones. Espero que mi memoria no amplifique las inevitables distorsiones. También soy consciente de que se ha producido la versión académica de la inevitable muerte del padre. Cada cual vive su mundo y nos hemos encontrado en una encrucijada de caminos, como es la universidad. Por mi parte sigo conservando la misma consideración y afecto para todos ellos. El paso del tiempo no la ha erosionado. El principal problema es seleccionar a los habitantes del aula que van a aparecer aquí. Solo son una pequeña parte de los mismos.

En cualquier caso quiero afirmar que mi posicionamiento se encuentra muy influido por mi locus. Treinta años viendo transitar a muchas personas inteligentes que, en muchos casos, no alcanzan posiciones equivalentes a sus capacidades, genera una herida crónica. La miseria de las organizaciones públicas y privadas característica de España, capaces de eludir con éxito la manida modernización, y de conservar por ende sus rasgos más caciquiles, se hace patente. Un profesor cercano a mí decía que los departamentos universitarios se asemejan a los feudos agrarios, fundados en la propiedad de las tierras. Se encuentran regidos por autoridades modeladas por un imaginario agrario, que prioriza la propiedad territorial y define las relaciones en torno a esta cuestión.

En estos contextos se inscriben los héroes de mi memoria. No puedo evitar la presencia en mi interior de un dolor cronificado, en tanto que testigo de una dilapidación de la inteligencia de proporciones macroscópicas. Las instituciones españolas son depredadoras de las cualidades de las personas que se incorporan a ellas. Así se constituye el eterno retorno del atraso español. La verdad es que el sistema no necesita de mucha inteligencia aplicada a lo político y lo social. De este modo el aula es un espacio de tratamiento de sujetos superfluos y en tránsito. En esta extraña situación fronteriza me he encontrado con estas fantásticas personas. Entre las filas y las columnas de los allí concentrados han tenido lugar unas relaciones intensas, pero difíciles de definir.