La cultura de la modernidad líquida ya no tiene un populacho que ilustrar y ennoblecer, sino clientes que seducir
La tendencia a olvidar y la vertiginosa velocidad del olvido son, para desventura nuestra, marcas aparentemente indelebles de la cultura moderna líquida. Por culpa de esa adversidad, tendemos a ir dando tumbos, tropezando con una explosión de ira popular tras otra, reaccionando nerviosa y mecánicamente a cada una por separado, según se presentan, en vez de intentar afrontar en serio las cuestiones que revelan
Zygmunt Bauman
La contundente victoria de los neofascistas italianos en las elecciones del pasado domingo, zarandea inmisericordemente mi ajetreada memoria, tan frecuentemente revisitada en este tiempo biográfico de senectud. Parece inevitable la comparecencia de los recuerdos de mi juventud, que transcurrió en un contexto autoritario definido por la convergencia entre el poder inconmensurable de las oligarquías económicas, las aristocracias de estado, la vetusta Iglesia Católica y las élites del Ejército. Recuerdo los avatares sucedidos por efecto de mi posicionamiento crítico ante este entramado de poder, así como mi sensación de ser insignificante frente a este dispositivo concertado, que comparecía inevitablemente en todos los momentos y lugares de la vida cotidiana. Tuve que aprender a esquivarlos mediante el arte mayor de la evasión, liberando trozos de vida cotidiana de su áspera presencia.
En el presente ha cristalizado un sistema político, que se define a sí mismo como democracia, que también se sostiene sobre un pensamiento oficial que impone desde los ultrapoderosos medios de comunicación, que detentan la capacidad de dirigir y controlar el enjambre digital. Sin embargo, este sistema político recupera, imperceptiblemente, muchos de los elementos y dinámicas de los vetustos sistemas autoritarios que tuvieron su apogeo en los años treinta del pasado siglo. Cuando se habla del retorno del fascismo, se hace desde una realidad política en la que los partidos democráticos detentan unos liderazgos que tienen las propiedades de los fascismos históricos, así como se sostienen sobre un dispositivo de información/propaganda, que trascienden al padre fundador de la videopolítica, Goebels. El espectáculo político democrático se sustenta en unas escenografías monumentales, que empequeñecen a los espectadores congregados frente a las pantallas a favor de un pequeño grupo de actores políticos, que actúa como una oligarquía restringida.
Las democracias del presente disuelven todas las instancias intermedias sobre las que se asentaron históricamente: la moribunda institución de la militancia y las redes políticas locales y sectoriales, que amparaban múltiples iniciativas mediante un repertorio de microacciones. Esas sociedades micropolíticas y sus sistemas de acción han desaparecido radicalmente, para que sus miembros sean transformados en extraños seres que conforman los fondos de las imágenes de la contienda mediatizada entre un puñado de líderes escogidos. La reciente imagen de los diputados y senadores del pesoe, congregados en una sala y fotografiados por las cámaras, para escuchar la alocución del supremo Sánchez, ilustra a la nueva actividad política, en la que desaparecen drásticamente las deliberaciones internas, para ser transformados en un coro de aclamadores en espera de ser rescatados individualmente por el ascenso a los cielos del club exclusivo de los actores.
Las democracias del presente sustentadas en la videopolítica se caracterizan por una reducción drástica de los actores e intérpretes de los juegos. Los cabezas de partidos o de instituciones representativas, así como un escaso número de consejeros, diputados, autoridades locales, empresarios y sindicalistas de postín. Estos conforman el primer grupo de autores-actores. Junto a ellos, las gentes que nutren las pantallas: un nutrido grupo de opinadores-comentaristas-tertulianos; los expertos múltiples de guardia mediática en espera de ser consultados; los conductores de los programas de radio o televisión; los reporteros-estrella; las gentes de la cultura y de la industria de la ficción del cine y televisión; los músicos providenciales y otras gentes excéntricas con gran popularidad. En este tinglado de autores-actores, una persona como Carmen Lomana, tiene una visibilidad monumental, en contraposición con miles de activos profesores que habitan los cementerios educativos expulsados de la videopolítica. Estos son equivalentes a una novísima Orden de Caballeros que han destituido integralmente a sus seguidores, convirtiéndolos en una masa pasiva que siente en común.
Este sistema político, denominado como democrático, desarrolla localizaciones en distintos campos sociales mediante la participación. Todas sus instituciones sectoriales y locales se instalan sobre los suelos sociales al modo de los pozos de petróleo. Así, generan dispositivos que cooptan paisanos que son sometidos por el flujo experto, que actúa al modo de la colonización. De este modo, los cooptados forman parte de una fachada construida con los materiales de la unanimidad y el conocimiento oficial y experto. Los alegres cooptados conforman una troupe colorida que encubre la ausencia de las instituciones de los suelos sociales. A estas solo llegan sus propios ecos amplificados por los distintos subalternos integrados en los dispositivos participativos, en los que la tensión inevitable, propia de la pluralidad, se ha evaporado.
En un sistema de esta características, las viejas clases económicas y culturales que sustentaron los fascismos históricos, han tenido la oportunidad de recuperar lentamente parcelas de la sociedad que son liberadas de las reglas del flamante estado democrático. Así, este gobierna sobre un archipiélago restringido de territorios institucionales, rodeados de zonas de sombra en las que se genera y revive un imaginario a la contra del pensamiento único oficial, formado por una extraña amalgama de feminismo descafeinado, ecologismo trivializado, derechos humanos licuados, así como una ensalada extravagante de preceptos referidos a la salud y a lo integrado en el saco de lo psi. Este puré es servido en las instituciones de enseñanza, pero principalmente en los medios, cocinados por gentes como Ana Rosa Quintana, Susana Griso, Antonio Ferreras y otros similares, con versiones exóticas como las de Eduardo Inda convertido en un inquebrantable defensor de esas esencias frente a los bárbaros del Islam, con la honorable excepción de Arabia Saudí o los insignes emiratos.
Esta sopa democrática, administrada como verdad oficial global, constituye la referencia desde la que se pretende condenar a los nuevos bárbaros fascistas, que emergen de sus espacios sociales no institucionalizados, las zonas de sombra propiciadas por la economía postfordista. El resultado es catastrófico, en tanto que la nueva extrema derecha avanza inexorablemente en la vieja Europa. El nuevo fascismo se asienta en las grietas de la sociedad oficial de un extraño sistema que ha eliminado la red intermedia de acción política. Sobre ese vacío se asienta la última versión del nuevo fascismo, que adopta distintas formas asociadas a una nueva generación de líderes, entre los que Trump tiene un lugar de honor.
Recuerdo varios episodios políticos significativos en la historia del régimen del 78.: La experiencia de Jesús Gil en Marbella; la esperpéntica deriva de Ruiz Mateos; la explosión racista de El Elejido, así comootras análogas. En todas se evidencia la delgada línea de separación entre el fascismo y las democracias del presente. La condena a las actuaciones de esos caudillos, asentados sólidamente en los medios y en el mundo del fútbol, era extremadamente tibia, remitiendo los conflictos a un sistema como el de la Justicia, que se puede caracterizar, cuanto menos, como transfronterizo entre sistemas políticos. En estos casos nunca compareció una sociedad política intermedia sólida que mostrase su rechazo activo. Esta es una democracia de papel, inquietantemente frágil.
Estos antecedentes han propiciado la vertiginosa erupción de Vox, que se sustenta sobre el pavoroso vacío político intermedio. Este partido es moderadamente relegado en los juegos políticos desarrollados ante la audiencia, pero con el paso del tiempo, se impone su presencia inexorable como actor de este espectáculo político referenciado en la lógica del cuadrilátero, en tanto que aporta un morbo especial al show. Sus dirigentes son verdaderos iconos superdotados para el intercambio incesante de zascas y memes. Así, la trivialización imperante los reduce a una posición espacial en el juego: la extrema derecha. La institucionalización de Vox ampara la explosión de microfascismos en múltiples espacios sociales, reduciendo el impacto de numerosas prácticas autoritarias en el resto de los partidos contendientes. Porque, Ayuso Feijó, los barones regionales asentados de los partidos centrales, ¿acaso son otra cosa que caudillos inalcanzables?
El caso de Yolanda Díaz es paradigmático, su proyecto Sumar representa un personalismo insólito, además de fundarse en el imperativo de condena a muerte de los distintos partidos de la izquierda, a los que trata de expulsar del escenario de la política televisada. Teniendo en cuenta este escenario, no es de extrañar que los límites entre los mundos habitados por los neofascistas y los que se reclaman democráticos, que amparan la sopa de grandes causas, en versiones de cero calorías, se estrechen inquietantemente. Hace un par de años acudí a Sol para acompañar a los jóvenes que se manifestaban en defensa de la ecología, y pude constatar el estado gaseoso en que se encontraban los ilustres protagonistas de la concentración.
Así, el aspecto más paradójico de la victoria del neofascismo en Italia, así como en sus precursores polacos o húngaros, estriba en que no se producen tensiones explícitas, acomodándose grandes contingentes de población a sus programas de gobierno. Este tránsito acomodaticio se ha especificado en Andalucía, en donde el pepé en la Junta ha sabido introducir cambios administrados de forma compatible con lo que ya era una sopa democrática de cero calorías feminista-ecologista-derechos humanos. Así se conforma como un antecedente del próximo gobierno a escala del Estado, que va a heredar los modos jerárquicos y autoritarios de los precursores demócratas de la izquierda.
La alta banalidad del conocimiento del complejo de poder político-mediático del presente, se corresponde con definiciones y análisis más espesos. Por poner un ejemplo, Franco Berardi Bifo, en un libro reciente editado por Caja Negra Editora, “La segunda venida”, analiza el nuevo fascismo desde su conexión con el apocalipsis derivado del dominio del nuevo capitalismo global. Termino con una definición formulada por Bifo e este texto: “El macrofascismo se basó en la imitación de una personalidad mitológica que encarnaba el deseo de heroísmo y la unidad de la nación. En el microfascismo, el espíritu autoritario es internalizado. Poe eso los microfascistas no necesitan un líder mitológico, sólo necesitan un modelo de comportamiento que les brinde la ilusión de tener todo bajo control, en una imitación de la potencia que ya no tienen”. Y más adelante dice “ Lo que la potencia tecnológica permite hacer hoy a los hombres resulta insondable. Se ha abierto un abismo entre la capacidad técnica para fabricar y nuestra capacidad para conceptualizar, y este abismo se agranda cada día […]Nuestra impotencia para imaginar, criticar y elegir se profundiza en la medida en que se expande nuestra potencia tecnológica y crece la automatización de los procedimientos tecnológicos. La convergencia entre la automatización de la operación técnica y el desmoronamiento de la mente social –depresión, desesperación, agresividad, fascismo- constituye el núcleo peligroso del Apocalipsis en apariencia imparable que asoma en el horizonte.
No, este nuevo neofascismo no viene de la nada, sino de la degradación del sistema político asentado en la videopolítica. Sin estructuras intermedias de acción la resistencia será menor, pero también se trata de un fenómeno asociado a la videosfera, y, por consiguiente, esencialmente líquido, a diferencia de la solidez pétrea de sus antecesores históricos.