La historia
se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa
Karl Marx
Muchísimo
es mi número favorito
Woody Allen
Lo más importante de la comunicación
es escuchar lo que no se dice
Peter
Drucker
La crisis
global de 2008 termina con el gobierno de Zapatero y abre una nueva época. El
PSOE se derrumba estrepitosamente mediante su distanciamiento con su propia
base social. En IU se recombinan los efectos perniciosos acumulados en tantos
años de régimen: la impotencia política crónica, el fracaso del Valderismo, la
desaparición de la vieja clase obrera y el asentamiento de las instituciones de
la mutación neoliberal, ya maduras en la sociedad española. El hundimiento de
la izquierda propicia un gobierno del PP con mayoría absoluta. Las duras
medidas del nuevo gobierno, que refuerzan a aquellas tomadas por el gobierno
Zapatero, determinan un proceso de movilizaciones amplias que catalizan los
efectos del 15 M. Se puede afirmar que toda la izquierda ha labrado
pacientemente su desafección.
Este estado
de expectativas crecientes junto al distanciamiento de la izquierda
institucional genera una situación óptima para el nacimiento de una nueva
izquierda. Varios pequeños grupos escindidos de los partidos tradicionales van
a converger en el nacimiento de Podemos. El vaciamiento institucional se
compensa con una nueva e intensa mediatización del acontecer político. Las
televisiones privilegian la política mediante la expansión de programas
informativos, especializados y de conversaciones en forma de tertulia. En este
vacío institucional comparecen los fundadores de Podemos, incorporados como
tertulianos por las grandes cadenas.
En esta
situación de acumulación de energía política por parte de sectores sociales
subrepresentados en las instituciones políticas, tiene lugar el milagro del
prodigioso ascenso de Podemos. Su presencia ubicua en las televisiones les
permite conectar con el estado de efervescencia crítica. De ahí resultan sus
magníficos resultados electorales en 2014 y 2015, los años felices de la
apoteosis simbólica del cambio. El éxito
de las candidaturas de convergencia, contrasta con la crisis profunda de la
izquierda convencional, PSOE e IU, erosionados por el agotamiento
institucional. La nueva izquierda absorbía la energía social y comparecía llena
de iniciativa, en tanto que los parlamentarios de la izquierda convencional se
encontraban contagiados por el estado de decrepitud del Congreso y los
parlamentos autonómicos.
Pero el
éxito de los años felices del cambio se disipa rápidamente, principalmente
porque se sustenta en un estado colectivo derivado de la comunicación de masas.
Las televisiones absorben los discursos y los acontecimientos políticos mediante
la creación de una burbuja mediática condensada en el nuevo género audiovisual
de la política entendida como las historias producidas por las rivalidades en
el proceso de constitución del gobierno. Así, los partidarios del cambio quedan
convertidos en una masa electrónica, que me gusta denominar irónicamente como
“el ala izquierda de la audiencia”. La
proliferación de comparecencias de los líderes de la nueva izquierda contrasta
con la atomización extraordinaria imperante en las realidades locales y sectoriales.
Así, cuando las televisiones racionan las intervenciones de los alegres agentes
del cambio, su base mediática tiende a reducirse estrictamente.
La segunda
causa de la recesión de la nueva izquierda radica en la dificultad de la
organización del conglomerado de apoyos. La dinámica política de la democracia,
y de la izquierda en particular, carente de un proyecto de futuro, genera un
movimiento fatal: la fragmentación y sectorialización drástica de sus apoyos.
De ahí resulta una izquierda educativa escindida de facto del conjunto; de una
izquierda sanitaria independiente; de una izquierda feminista y así en todos
los sectores. Del mismo modo ocurre en los espacios locales. En cada municipio
se puede identificar un conjunto de apoyos a la gestión municipal. La base
social y política de la izquierda conforma un mosaico, de modo que su
integración parece imposible.
La
desintegración de la izquierda se hace patente, concentrando su actividad en un
conjunto de reservas aisladas unas de otras. De este modo pierde
estrepitosamente todas y cada una de las batallas derivadas de la gran
reestructuración neoliberal. He vivido este proceso, tanto en la universidad
como en los servicios sanitarios, en los que las maquinarias de la reconversión
apenas encuentran oposición. El aspecto más pernicioso resulta de, que al
carecer de una perspectiva de conjunto y de un programa político general que
genere sinergias, cada fragmento sectorial de la izquierda genera su propio
programa, determinado por las ideologías sectoriales que habitan en las
organizaciones globales. Así las mareas monocolor, las participaciones
rigurosamente sectorializadas –salud, educación, juventud, municipal…- , que se
inscriben en la espiral de derrotas frente a las maquinarias neoliberales que
impulsan las reformas, que precisamente se encuentran concentradas en la
destrucción del viejo tejido social y los sistemas de vínculos.
En un
conglomerado así, se desata la lucha fraticida en el grupo original de Podemos.
El precepto de la vetusta III Internacional acerca de que el enemigo se
encuentra en el interior –el octavo pasajero-, se articula con las
personalidades posmodernas narcisistas y explosivas de la generación de la
nueva izquierda, que se aniquila a sí misma en todos y cada uno de los espacios
sobre los que se ha asentado. Algún día será investigada esta cuestión, pero he
podido visualizar algunas historias escalofriantes de canibalismo tribal. La
izquierda se devora a sí misma sin miramientos. Por poner algún ejemplo, los
secretarios de organización sucesivos, Pascual, Echenique o Rodríguez, han
actuado en autonomías y provincias como ángeles exterminadores de una eficacia
extraordinaria. Conozco casos de grupos locales animosos en ciudades
importantes a los que se les negaba el acceso al censo de militantes. El alma
del centralismo democrático y de la infalibilidad y santidad del secretario
general de la vieja izquierda han revivido en los años siguientes a los
afortunados 2015.
La recesión
política, iniciada en los ciclos electorales siguientes, en los que la
disminución de los apoyos es espectacular, reaviva la vieja idea anguitiana de
la posesión del BOE como piedra filosofal para congregar a sus bases. En los
discursos de la nueva izquierda se mantiene la idea de “mayoría social”, que es
apelada como último sentido de la acción política. Este concepto deviene en un
mito político en tanto que no se manifiesta en las realidades. Un factor
esencial de la recesión fue la unión con IU, dando lugar a Unidas Podemos, que
desde su constitución en el “Pacto del botellín” entre Iglesias y Garzón no
deja de desangrarse. Paradójicamente, esta unión entre vieja y nueva izquierda
ha supuesto todo lo contrario a sumar.
Pero en las
elecciones de 2019, cuyos resultados reducen sus apoyos a 35 escuálidos escaños,
UP entra en el gobierno en la creencia de que así recuperará la estima de una
buena parte de la mitológica mayoría social. En los años siguientes, los
efectivos del partido sobrevivientes a las confrontaciones internas se acomodan
en el gobierno y las instituciones, ausentándose de los suelos en los que
habita la mayoría social. En este tiempo, la política misma ha sido escindida
de la realidad y reconfigurada como género mediático que se dirime en los
platós. Ahora, más que nunca, la política habita en las entidades nebulosas de
la opinión pública, de sus sondeos, sus ítems, sus categorizaciones y sus
unidades de conversación mediática. El exilio de la tierra se ha consumado para
arraigarse en las nuevas tierras de las cámaras y los platós, donde siempre es
de día y no hace frío ni calor.
La nueva
izquierda queda fragmentada en varios grupos ubicados en distintas
instituciones políticas, careciendo de vínculos materiales con la mayoría
social. Se ha completado su reconversión en la etérea ala izquierda de la
audiencia. La salida de Iglesias y las sucesivas derrotas en elecciones
autonómicas muestra el panorama desolador. Pero, en tanto que esta se encuentra
disgregada, gozando de los privilegios del gobierno en un contexto de política
mediatizada, huérfanos del hiperliderazgo personalista de Iglesias, los sobrevivientes ilustres de IU, la
izquierda dura del régimen, conforman un grupo que adquiere la forma de una
singular nomenklatura. Es decir, que frente a la deriva fatal de sus
organizaciones instaladas en lo que puede ser definido como “reservas”,
mantienen vínculos fuertes derivados de su posición institucional. Este
elemento es común a todas las nomenklaturas producidas por la disipación de los
grandes partidos comunistas.
Este factor
es la clave de Somos. Este es un proyecto a la baja ingeniado por esta singular
nomenklatura, que, en el vacío producido por el derrumbe de Podemos, presenta
un proyecto reciclado del original 2014, por eso recurro en la entrada a la
célebre frase de Marx sobre la repetición de la historia. Y ahora como farsa en
tanto que Podemos sintetizó la gran energía política presente en el entorno,
que contrasta con la energía cero del presente, en el que la realidad se agota
en los platós de la tv. . Se trata de producir una almadraba de votantes que se
acumulen para conseguir un número de escaños suficientes para entrar en el
nuevo gobierno de Sánchez. El no reconocimiento del nuevo contexto,
radicalmente diferenciado del 2014, lleva a la repetición ridícula de los
proyectos, pero esto es todo lo que puede ingeniar un grupo de tipo
nomenklatura.
Lo que
fueron prácticas políticas plenas de espontaneidad y vitalidad, tanto en el 15
M como en 2014, son convertidas en rituales vaciados, propios de una simulación
mediática que produce una emoción falsificada. La presentación de Sumar fue una
parodia de los actos de los años felices. Las gentes congregadas bajo el sol de
justicia en una tarde de julio por los
organizadores; el paseíllo visual-comercial de las protagonistas; la caricatura
terrible de la escucha en un acto en el que se han suspendido a los teloneros
para reforzar el espectáculo más hiperpersonalista imaginable. El proyecto
promete emociones fuertes en los próximos meses, cuando reaccionen los
distintos candidatos a ocupar sillones institucionales o asesorías generosas. Desde
luego, los actores protagonistas de Sumar, como el caso mismo de Yolanda, son
expertos en acumular derrotas electorales sangrantes, como es el caso de
Galicia.
Pero lo que
realmente administra Yolanda es su gestión como ministra del trabajo. La
Reforma Laboral sería su capital político que ahora trata de rentabilizar.
Parece claro que los resultados son más que modestos, con respecto a los
objetivos iniciales, pero la magia es un componente esencial de la
videopolítica, en la que ella misma es una destacada maestra. Decía alguien tan
autorizado como Otto Von Bismarck, que “Con las leyes pasa como con las
salchichas, es mejor no ver cómo se hacen”. El problema radica en la
durabilidad de ese precario equilibrio que es vendido como magia.
Pero el hada
Yolanda sugiere que la precariedad puede ser reducida y controlada con
independencia del devenir del mismo sistema. Esto es un disparate mayúsculo y
lo inverso a lo que es el pragmatismo. Pero este es el inconveniente de carecer
de programa. Se termina implorando a la mayoría social desde los platós una
prórroga en el gobierno que proporcione la factibilidad de repartir premios
chicos en espera de otra prórroga. Esta es la visión del futuro, tan acorde con
la construcción mediática actualidad. Así, nadie se pregunta por las razones
del giro a la derecha de los votantes en Madrid, Murcia, Castilla León o
Andalucía, una vez que han sido hechos fijos por la virtuosa reforma laboral o
el incremento del salario mínimo. Las nomenklaturas son grupos de
sobrevivientes en altas posiciones superdotados en hacer movimientos
arriesgados en contextos turbulentos. Pero carecen de visión de futuro.
Termino
aludiendo a una cuestión espinosa. La izquierda, desde su origen, siempre ha
estado vinculada al término “emancipación”. Esta, como es sabido, no puede
proceder de una instancia externa, tal y como es proverbial en las viejas
iglesias. La emancipación resulta de la interacción en contextos específicos.
Sin embargo, en este caso, el relato presenta a una heroína que nos va a
liberar de las opresiones desde el cielo mediático. Así, tanto el discurso como
su presentación mediática basada en los modelos publicitarios duros, son lo
inverso y asimétrico con la modernidad y la emancipación.
Recuerdo la
última campaña de las elecciones andaluzas en las que Teresa Rodríguez
comparecía en las pantallas frente a la lavadora. Esto me inspira un
sentimiento de vergüenza colosal. Precisamente, estos disparates proceden de su
emancipación del mundo cotidiano de sus posibles electores. Por eso incluyo la
advertencia de Drucker en la cabeza de este texto, especialmente en este contexto
dominado por la televisión, que es el medio que más desprecia al público
convertido en aplaudidor. Pero el problema de fondo radica en que esta izquierda es, desde hace muchísimos años, más peronista que marxista.