Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

viernes, 10 de junio de 2022

LA IZQUIERDA ANDALUZA Y EL ESPÍRITU DE LAS DIPUTACIONES PROVINCIALES

 


Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes solo necesitan saber a dónde van


Mientras los serviles trepan entre las malezas del favoritismo, los austeros ascienden por la escalinata de sus virtudes. O no ascienden por ninguno

 

Jamás fueron tibios los genios, los santos y los héroes. Para crear una partícula de Verdad, de Virtud o de Belleza, se requiere un esfuerzo original y violento contra alguna rutina o prejuicio.

 

Los políticos mediocres no viven de crear ideas positivas para su pueblo, sino que sencillamente viven de su imagen.

 

 No se nace joven, hay que adquirir la juventud. Y sin un ideal, no se adquiere.

 

 La política se degrada, conviértese en profesión. En los pueblos sin ideales, los espíritus subalternos medran con torpes intrigas de antecámara. En la bajamar sube lo rahez y se acorchan los traficantes.

José Ingenieros

 

Estas reflexiones del filósofo argentino José Ingenieros, son pertinentes para pensar acerca de la ruina electoral de la izquierda en Andalucía, que, como todas las debacles, tiene una naturaleza inequívocamente cognitiva o intelectual, así como moral. Cuarenta años asentados en las instituciones autonómicas, han generado una decrepitud enorme, que confirma el sabio precepto acerca de la relación existente entre el actor y el sistema. Las instituciones decrépitas, generan inevitablemente actores en estado de hecatombe personal. Las imágenes que muestran tanto Juan Espadas, como Inmaculada Nieto y Teresa Rodríguez, son elocuentes para mostrar la bancarrota multidimensional y descomunal de la izquierda en un ciclo fatal de declive.

Pero las interpretaciones que en estos días se exponen en los medios digitales se sustentan en los columnistas “compañeros”, que se remiten a la reaparición, tanto de una derecha dura, como de otra inequívocamente fascista, ambas arraigadas en los suelos electorales mediante cuantiosas adhesiones y apoyos, entendidas como un fenómeno similar al de los OVNIS, cuya condición de fenómeno meteorológico imprevisible y determinado por el azar es preciso aceptar. Por el contrario, la reconstitución de una mayoría amplia de la derecha, se encuentra determinada por el estancamiento del proyecto político de la izquierda ensayado en las últimas décadas.

Soy conocedor de los habitáculos institucionales en los que se ha fraguado este desastre. En mis largos años en Andalucía pude acceder a los territorios íntimos de la izquierda, en los que se materializaban las fantasías y las ficciones sobre las que se sostuvo la hegemonía electoral. Por eso no me sorprende nada contemplar su derrumbe por el ascenso de una derecha dura, dotada de la capacidad de metabolizar la herencia recibida. Tampoco me extraña la reacción de abatimiento y la ausencia de energía frente a la nueva situación. Llorar por los bienes públicos perdidos y por las nostalgias simbólicas no proporciona vigor alguno. Por el contrario, implica el refuerzo de la decadencia. El liderazgo de Espadas como delegado de Sánchez, así como las luchas por cuotas de los sobrevivientes de la ola del 2014, liderados por las expectativas de Yolanda Díaz, muestra inequívocamente el umbral de la nueva época.

La izquierda andaluza se ha instalado sobre varios hábitats políticos en los largos años del postfranquismo. Entre ellos, destacan unas instituciones oscuras, que conforman el vínculo con el pasado franquista y sus tercios municipales, sindicales y familiares. Estas instituciones mutaron –conservando sus esencias- configurando los nuevos ayuntamientos y diputaciones provinciales. La idea axial de los discursos de la izquierda apunta a los ayuntamientos, que son definidos como “las instituciones más cercanas a los ciudadanos”. Por el contrario, estos significan justamente lo contrario, se trata de instituciones controladas por los partidos que les permiten establecer localizaciones, tejiendo una red de intercambios no equivalentes. Así, estos permiten a los partidos “hacer pie”, tejiendo su red de apoyos. Los ayuntamientos pequeños terminan por construir un área oculta considerable, que deviene en secretos compartidos. Estos cristalizan en una zona de gestión sumergida que amparan acuerdos con una trama de empresas regionales.

Los ayuntamientos pequeños constituyen las diputaciones provinciales. Estas son las instituciones que simultanean sus cuantiosos recursos con la opacidad más intensa que se pueda imaginar. Sus miembros son elegidos por los partidos según cuotas municipales, y su presidente resulta de la designación partidaria. El presidente de la Diputación adquiere un poder inmenso, minimizando los controles por medio de su anonimato. La red municipal que lo sostiene se referencia en intercambios económicos, de los que resulta un sistema sórdido de lealtades y rivalidades. La democracia restringida censitaria de los tercios revive en ellos, y genera una dinámica en la que parece imposible ejercer la oposición. Las diputaciones son las sedes de los valores materiales y de lo que se denomina como “la gestión”. Esta se sintetiza en el papel de invertir en los municipios. La democracia se eclipsa y cada cual es un sujeto de interés limitado que tiene que intercambiar con el poderoso y sombrío presidente.

Las diputaciones terminan por configurar el modo de hacer política en este sistema político, en el que los parlamentos nacionales y regionales quedan cercados por esta enorme red de insularidades. Así, estas promueven a un arquetipo de gestor provincial liberado de pronunciamientos políticos y de compromisos explícitos con valores postmateriales. Los personajes que habitan estos mundos son tipos duros y su modo de hacer remite a las transacciones de los antiguos labriegos. Ellos deben vérselas con los propietarios del suelo. Asimismo, estos terminan por configurar las bases de los partidos. Seré cauto para no exponer ahora mis sensaciones cuando he acudido a un mitin de un líder nacional que ha concitado la presencia del archipiélago municipal y los generales diputados provinciales y sus asesores.

Durante muchos años, como profesor de sociología en la Universidad de Granada, he sido testigo del ascenso de algunos estudiantes progresistas que eran contratados por la Diputación, conformando una extraña aristocracia, en tanto que lo hacían como asesores y sus emolumentos eran bastante superiores a los ingresos de los profesores. Su modo de estar en las aulas remitía a una casta especial, en tanto que se suponía que ellos ya habían resuelto su vida, a diferencia de sus socorridos compañeros. He tenido conversaciones sublimes con algunos de ellos, que han llegado muy lejos en la política. Recuerdo a uno que me decía “Lo importante en política es saber estar en el sitio preciso y en el momento preciso”. Esta sentencia define el imaginario del rudo mundo de las diputaciones provinciales.

La diputación aporta al conjunto de la política un espíritu chato, rancio, parco, que se inspira en un pragmatismo del tipo que inspiraba a los antiguos vendedores domiciliarios. El beneficio mutuo, aunque se exprese en minúsculas, es el motor de esta acción institucional que enlaza el pasado y el presente en España. Así, este ha terminado por ser reflotado a la superficie de las instituciones. La política se ha reconfigurado como un sumatorio de intereses fragmentados. El interés general se ha ido desdibujando. La frase estrella de los llamados debates entre políticos vacía la ciudadanía, apelando a “los ciudadanos quieren que hablemos de sus cosas concretas”. Todo lo que queda fuera de esta chusca definición es excluido de los discursos públicos. Todo se reconfigura según los puestos de trabajo que genera o el gasto realizado por los usuarios. Sobre este vaciado se asienta el ascenso de la derecha dura y del repertorio de los microfascismos del presente.

Junto al continente municipal y de las diputaciones, que define lo chico en la política, la izquierda se asienta sobre un nutrido archipiélago de fundaciones, observatorios, empresas públicas y otras organizaciones destinadas a representar a lo grande inmaterial. Estos funcionan conformando verdaderos clanes profesionales y culturales, que cumplimentan la tarea de producir la música a los discursos. Es inevitable el distanciamiento entre ambas configuraciones. Los portadores de lo grande se separan de la lógica del intercambio material de la animada vida política en torno a lo chico. Estos se reencuentran cuando cualquier actividad produce una inversión material cuantiosa, que termina convirtiéndose en la base de la nueva ideología que preside los sistemas del presente: el dataísmo.

Las universidades y los medios de comunicación representan otros espacios sobre los que se han asentado los contingentes de la izquierda en este largo ciclo de gobierno autonómico. La universidad funciona con las mismas pautas que las diputaciones, mediante una oscura democracia censitaria que impulsa la redistribución de los recursos y la materialización de la política chica. Contemplarla dinámica de un claustro es sorprendente, en tanto que su modelo remite a una feria de ganado en la que las operaciones de compra y venta tienen lugar de modo fragmentario. La escisión entre lo grande inmaterial (los discursos) y lo chico (los intereses) también marca el modelo institucional. El rector representa, al igual que en la diputación, un padrino que arbitra la coexistencia de los intereses de tan desabridos comerciantes.

De este modo, la izquierda deviene en un conjunto de castas instaladas en los territorios de las instituciones municipales/provinciales y la red institucional de las organizaciones que acompaña a los servicios públicos. Además, falta la alusión a los sindicatos. Estos se han convertido, desde hace muchos años, en una verdadera burbuja ajena a las empresas, configurándose como una burocracia vacía cuya existencia es institucional. Este conjunto de clanes se encuentra desarraigado de los territorios sociales del trabajo incrementalmente desregulado, así como de los mundos sociales de los sectores expulsados del mercado de trabajo regularizado. El enorme vacío político y cultural de estos contingentes de trabajadores desregulados o extrabajadores, propicia la aparición de la extrema derecha o de liderazgos populistas vinculados a esta.

El problema principal de la izquierda menguante radica en su propia reclusión y autodomesticación, que le conduce a producir unos discursos “en grande”, que resultan extraños en los medios sociales desregulados. En particular, me impresiona mucho el tono delirante de algunos discursos feministas emitidos desde instituciones estatales, que se contraponen con las duras condiciones de vida de cuantiosos contingentes de mujeres. De ese modo se intensifica un extrañamiento colosal entre la comunicación hiperoptimista de la izquierda y los atribulados receptores de la misma. Así, los silencios elocuentes de la nueva derecha andaluza resultan rentables para tan descreídos destinatarios, que sí recogen las señales “materiales” emitidas desde las instancias del archipiélago municipal-provincial.

Sobre esta escisión entre el discurso y la política “diputacional”, se abre el camino para la presencia de las derechas. Estas han laborado en silencio desde el comienzo del ciclo del 78 para recuperar microespacios sobre los que asentarse. Las últimas elecciones autonómicas testificaron su éxito y las convirtieron en colonos de las tierras fértiles que fueron cedidas por la izquierda. Ahora, la oportunidad para la derecha es monumental, en tanto que el retroceso electoral minimiza las posiciones de los contingentes de la izquierda en la trama institucional que alimenta los discursos en grande.

Lo peor radica en la acreditada incapacidad de comprender un fenómeno complejo desde los paradigmas de la politología empírica, asumidos por la izquierda como techo de sus reflexiones. Así se va tejiendo el batacazo del 19. Pero, precisamente el espíritu de la diputación, amortiguará el golpe, de modo que impedirá la autocrítica y la renovación. Tras ese desastre, se impondrá la lógica de los supervivientes en el parlamento regional. Y en las diputaciones se minimizará el terremoto electoral. Mi aportación al debate son las agudas y pertinentes frases de Ingenieros que abren este texto.

 

 

 

 

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