La
emergencia mediática de Yolanda Díaz como nueva lideresa de la izquierda remite
a la naturaleza de las nuevas sociedades neoliberales avanzadas del presente,
en trance de completar sus programas alcanzando su plenitud. Uno de los
aspectos más relevantes radica en el debilitamiento radical de las estructuras
sociales intermedias que han sustentado a la izquierda política durante los dos
siglos de la industrialización. Lo social deviene en un solar habitado por
múltiples robinsones, que concentrados ante sus pantallas individuales
responden a los estímulos programados de los operadores supramediáticos, en
ausencia de microrelaciones horizontales entre los mismos. De ahí resulta una
nueva era, en la que la vieja izquierda arraigada en las fábricas y espacios
sociales, muta hacia una postizquierda entendida como una nueva nube de mosquitos congregada sobre la
red de antenas en torno a la nueva entidad sagrada de la Aritmética Electoral.
Uno de los
autores más lúcidos en la comprensión de esta mutación, Regis Debray, en un
libro memorable -Vida y muerte de la imagen. Historia de la mirada en
Occidente, Paidós, 1994- desvela el misterio de la televisión y las
significaciones de la comunicación visual en la era de la misma. Uno de sus
análisis remite a uno de los temas más debatidos de la nueva civilización
visual, este es la proliferación de ídolos que se reemplazan incesantemente en
un medio dominado por una factoría de idolatrías. Los líderes políticos
reemplazan a los partidos y los programas y desarrollan juegos mutuos
independizándose en las sagradas encuestas de sus respectivos partidos. Debray
establece una analogía entre los ídolos políticos que se suceden sobre el
guiñol y las muñecas.
Así, Debray
construye una poderosa metáfora mediante su asignación al objeto canonizado de
la muñeca. Los ídolos mediáticos devienen en muñecas de uso individual para la
gran masa de robinsones, votantes y espectadores, cuyas voluntades tienen la
funcionalidad de agregarse en los días solemnes de las elecciones. La metáfora
de la muñeca representa varias dimensiones interrelacionadas. En un sólido
trabajo que he leído recientemente, publicado en 2018 en la Revista sobreCreación y Análisis de la Imagen, cuyos autores Dorota Kurazynska y Juan JoséCabrera, estos analizan la significación de la relación entre la muñeca y el
usuario, en contraste con la relación entre la estatua y sus visitantes
provisionales.
Así como en
el caso de la estatua, la imagen se encuadra en significaciones culturalmente
determinadas que determinan una actividad contemplativa, en el caso de la muñeca se trata de un objeto
que otorga la preeminencia al usuario, que puede manipularla a su antojo. Este
juego propicia el desarrollo de la fantasía de los propietarios de las muñecas,
que imaginan múltiples posibilidades de la vida real. De este modo, la
inmutabilidad icónica de la misma es
transformada en movimiento de la vida ejecutando un simulacro que la transforma en un ser
animado. Estos juegos cristalizan en el sueño atávico de la muñeca, que la
restituye a una realidad ficticia mediante la activación de la imaginación. El
juego con la muñeca muestra la preponderancia del usuario-manipulador que
pilota sus juegos imaginando las escenas y entrometiéndose en su ejecución.
Durante los
años posteriores al 2014 muchos jugamos con la muñeca llamada “la bruja Pablo”,
con mimosín Errejón, con la
madrastrona Carmena y otros objetos icónicos que estimularon los escenarios
fantasiosos del cambio. En ellos se consumaba el proyecto del cambio y la
recuperación, entendidos como relatos imaginarios que nos liberaban de percibir
el avance del proyecto neoliberal en todas las esferas. En tan sólo ocho largos
años, varias de estas muñecas han sido desterradas de los juegos y las
fantasías que los configuran. Todos ellos han sido reciclados para ser
reinstalados en los lugares más confortables del ecosistema mediático-político,
en una suerte de renovación y minimalización de las vetustas puertas
giratorias.
Tras varios
años del gobierno de la izquierda, la verdad es que el escenario se prepara
para una fatal reversión por el ascenso impetuoso de la derecha, que se
presenta en versiones peores que nunca. Se anticipan tiempos duros para la
fatigada nube de mosquitos. Pero, como una de las estructuras intermedias
esenciales que han fenecido es la del debate público sustentado en la
inteligencia y los medios, este se encuentra bloqueado y sometido a la censura
determinada por la Aritmética Electoral que en este tiempo adquiere la forma de
sondeos. De este modo se ausenta cualquier discusión colectiva sobre el período
de gobierno que se agota.
Por esta
razón parece necesario cubrir este enorme vacío cognitivo e intelectual
mediante la fabricación de una nueva idolatría, que se encuentre representada
en una nueva muñeca que impulse nuevas fantasías. Lo que fue la izquierda, cuyo
núcleo estaba constituido sobre una red
órganos que articulaban al pesoe e izquierda unida, ha desaparecido de
facto, siendo sustituido por una red de tribus y clanes que funcionan
estimulados por conseguir cuotas institucionales. Esta es la postizquierda, que
se sustenta principalmente sobre empleados y profesionales de los servicios
públicos, así como sobre una masa creciente de compradores de créditos universitarios
en las siempre penúltimas etapas educativas. En los contingentes de
trabajadores empobrecidos y poblaciones marginalizadas los apoyos tienden a
difuminarse fatalmente, en tanto que sus beneficiarios son , consumando una
cruel paradoja histórica, los mismísimos neofranquistas que emergen con ansias
de revancha.
En este
prosaico mundo de los clanes institucionales y de las nubes de mosquitos que
esperan recuperaciones milagrosas, la democracia parece un sueño imposible. Así
que, una vez fabricada la idolatría-matriz, la batalla de las listas va a ser
más que épica, en la que muchos se juegan su propia sobrevivencia. El caso de
Sánchez Matos, que en este tiempo ha viajado entre el Ayuntamiento y el
Ministerio de Igualdad, se constituye en el paradigma de esta nueva corte de
los milagros gobernada por el imperativo darwinista. Así se hace inteligible el
silencio ante las sucesivas humillaciones que Yolanda hace a los partidos
anunciando su reinado en esta colmena, sin que sus laboriosos habitantes hayan sido
consultados en una deliberación o decisión compartida. Es la nueva versión de
la ley del más fuerte, en este caso quien tiene mejor coeficiente en el juego
de las muñecas que se dirime en los sondeos. Quien tiene más capital mediático
decide y los demás a callar.
La
postizquierda española del 2014 ha implosionado desde el mismísimo gobierno. Es
afectada por un síndrome fatal que ya anunció en 1998 el filósofo francés
Gilles Châtelet. Dice este que “quienes
creían haber encontrado por fin el secreto de la felicidad permanente y
pretendían cultivar orquídeas en el desierto sin preocuparse demasiado por el
espinoso problema del riego”. Esta frase sintetiza la experiencia de
gobierno de la postizquierda en estos años. Se olvidaron de regar sus espacios
sociales por la extinción fáctica de los viejos partidos que la sustentaban. En
estos solares crecen hoy malas hierbas y el conglomerado de la postizquierda se
asienta en las instituciones y platós, ausentándose de los suelos. La adopción
de la palabra “la calle” para referirse al desierto exterior es altamente
significativa.
De esta
forma, su base social se ha evaporado al referenciarse a la audiencia. Se trata
de apoyos flotantes y etéreos que no pueden sustentar una fuerza que se
sobreponga a los grandes intereses del orden social neoliberal. Transformada en
la izquierda de la audiencia, compuesta por robinsones instalados frente a las
pantallas para gozar del gran espectáculo de esta política, esta fuerza social
muestra su impotencia para sostener y mantener cambios. Solo pueden crear
climas de opinión que se difuminan inexorablemente. Los combates dialécticos
televisados entre Ayuso y García terminan en un revuelto de zascas, fragmentos
audiovisuales, titulares, memes y otros géneros, que son cocinados para el
consumo de una nube de mosquitos desarraigados. En estas condiciones,
pronunciar la palabra cambio o sostenible es una broma macabra.
La
emergencia de Díaz como nueva muñeca que impulsa los juegos y las fantasías de
sus bases políticas, inspira un conjunto de quimeras que rehúyen la reflexión sobre el fatal
destino de las mareas gallegas, consumando la maldición de Châtelet. La falta
de riego social precipitó el final de estos prometedores movimientos, que han
amparado la condena, precisamente, de lo social real que se manifiesta en lo
horizontal. La trágala de Podemos ante su postergación en “el espacio de
Yolanda Díaz”, anuncia su declive inexorable, que se visibiliza en un partido
de cargos y asesores diseminados por el estado. Me temo que Feijó, en su revival
político recuperando el neofranquismo sociológico, va a rescatar la vieja
canción de los Sirex de “Si yo tuviera una escoba, cuantas cosas barrería”.
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