La visita
del rey emérito Juan Carlos ha tenido como principal efecto la restauración de
una forma de comunicación instaurada en el régimen del 78, que consiste en
presentar al monarca desde una perspectiva liberada de la carga institucional
del cargo que desempeña, para constituir un personaje manifiestamente humano,
consumando así una despolitización sofisticada en alto grado. Se trata de un
cachondo, o un campechano, que construye una relación con los reporteros basada
en las bromas y las risas. Así desactiva su función política, instituyendo una
monumental área oculta de sus actuaciones. Esta despolitización del Rey
adquiere su sentido pleno por su vínculo con el pasado, en tanto que cumple
rigurosamente con la recomendación de
Franco de “no meterse en política”.
El Régimen
del 78 amparó este tipo de despolitización. Ha habido distintas ricas experiencias, pero fue Jesús Gil quien
perfeccionó este método, instaurando unas relaciones con los reporteros y periodistas
basadas en la evasión de su función como alcalde para centrarse en el
polisémico personaje. El experimento Gil y su éxito, remite a la existencia de
una subsociedad, entendida como una comunidad comunicativa, que conecta con las actuaciones del personaje. Los
densos mundos del fútbol o de los avatares del corazón, constituyen ese
ecosistema en el que habitan estos personajes y sus mentores. La sociedad
“política” centrada en las instituciones no ha dejado de decrecer, viéndose
afectada por estos poderosos subsistemas comunicativo-sociales, que en modo
alguno son inocentes políticamente. Así, en los últimos años los géneros
informativos de la política, incorporan formatos procedentes del deporte, del
corazón o de los sucesos.
Nadie como
Santiago Segura ha sido capaz de captar y recrear estos personajes y los mundos
en los que habitan. El éxito contundente de la saga Torrente se basa en unas
audiencias macroscópicas que avalan esta prodigiosa conexión con una
subsociedad sumergida e ignorada por la sociedad política oficial. Me gusta
hablar de torrentización de la sociedad española, e interpreto la emergencia de
una derecha radical encuadrada en el pasado, y no me refiero solo a Vox, como
resultado de la expansión de esta sociedad. Esta se corresponde con un gran
espacio social que acoge actividades económicas informalizadas y de baja
productividad, que concitan la presencia
de numerosos contingentes de autónomos y extrabajadores regulados. El caso de
los transportistas o de muchos de los encuadrados en actividades turísticas es
elocuente.
Así se
consuma una escisión entre esta subsociedad, y la sociedad oficial formada por
los contingentes encuadrados en la galaxia estado, -profesores, sanitarios,
funcionarios…- que es distinta a la de las empresas de alta productividad y las
profesiones liberales. La primera, la torrentizada, es la que sustenta la
ascensión de la derecha y la crisis de la política mediante la comparecencia de
la crispación y la memenización digital. En este cuadro, Juan Carlos ha reinado
constituyéndose como el paradigma de la máscara despojada de la función
institucional. Los medios, con sus grandes audiencias enclavadas en el deporte,
el tiempo, el corazón o los sucesos, han sido el cómplice y el inductor de la
popularidad del desinstitucionalizado Juan Carlos.
Este es el
suelo sobre el que crece la influencia de la derecha populista, que en el
presente alcanza cotas electorales inimaginables hace años. Se trata de la
convergencia de segmentos económicos y culturales originados en el desarrollo
aventurero del capitalismo español en las décadas de los años sesenta y
setenta, con importantes sectores provenientes de las desindustrializaciones de
los ochenta, noventa y posteriores. Todos se han amalgamado en un fondo que ha
terminado por sustentar una emergencia política inquietante, que genera
posicionamientos determinados por lógicas extrañas, en las que muchos de los
desposeídos por el capitalismo postfordista terminan por apoyar los populismos
de derechas, uno de los cuales es Vox, pero no el único.
Un factor
primordial de esta transformación remite al ascenso incompleto de lo que se
denomina como valores postmateriales. La prodigiosa década de los sesenta
impulsó un cuadro de valores inmateriales que configuraron la vida en las sociedades
industrializadas. Los grandes movimientos sociales del feminismo, ecologismo,
pacifismo, derechos civiles, identidades personales e integración en la
sociedad tienen este código común. Pero su aceptación generalizada es
incompleta, en tanto que no son asumidos por capas sociales que constituyen, en
todas partes, una contramodernidad. La desindustrialización de los ochenta y la
reindustrialización que sigue el canon neoliberal ha generado cuantiosos
sectores sociales adscritos a un cuadro de valores y culturas pre-postmateriales.
El conflicto de los camioneros y otros son altamente elocuentes.
Estos
sectores sociales son quienes conforman la torrentización, que confronta
abiertamente con los valores oficiales, que son una versión de los
postmateriales. Los ascensos impetuosos de Bolsonaro, Trump y otros líderes
populistas, denotan nítidamente esta contracción. Así, Juan Carlos es, como
Torrente, un héroe de esta generación de valores “pre-postmateriales”, de modo
que sus comunicaciones se sitúan al margen de las reglas imperantes. En estos
días hemos vuelto a este espectáculo, en el que la clack rechaza cualquier
contenido crítico-racional y apuesta por una ruidosa adhesión correspondida por
Juan Carlos actuando como exige ese guión. Así queda homologado a un grupo de
personajes de estos densos mundos como Belén Esteban, la Pantoja, Messi, Gasol
y otros muchos que son eximidos de cualquier racionalización.
El resultado
es que aquellos que construyen sus juicios mediante racionalizaciones alcanzan
un estado de perplejidad irreversible. Los públicos futboleros o del corazón
funcionan mediante identificaciones a personajes constituidos como muñecos de
guiñol, que se legitiman siendo fieles a su personaje. Este es el caso de Juan
Carlos. Este toma de los discursos futboleros la significativa frase de
“españoles de bien”. Estos son los numerosos públicos que aceptan integralmente
la despolitización y desracionalización, defendiendo emocionalmente a la
Pantoja o a Juan Carlos hasta sus últimas consecuencias. Así, aquellos que
cuestionan los contratos de los futbolistas o los negocios de las estrellas
mediáticas son brutalmente apartados y denigrados.
Paradójicamente,
el mecanismo esencial que perpetúa esta escisión social radica en que los
racional-institucionales, no reconocen e ignoran los sólidos suelos en los que
se concentran las poblaciones de los valores pre-postmateriales. Así, sus
categorías no los incluyen, haciéndolos ilegibles e irreconocibles. Cuando
estos comparecen, se genera algo semejante a un pánico moral acrecentado, que
genera sentimientos de impotencia, indefensión y perplejidad. El anuncio de las
encuestas de la expectativa de voto de Vox en Andalucía en un veinte por ciento
creciente, parece no tener explicación sin remitirse al fascismo entendido como
una realidad espectral, similar a un tornado. Parece inevitable el
desmoronamiento de tan racionales analistas.
Mientras
tanto, esta sociedad secreta y sin portavoces oficiales se reproduce
amplificando su radio de acción. Estos públicos pre-postmateriales viven en una
interminable frontera con las instituciones. En esta empiezan a registrarse,
desde hace años, incidentes éntre los operadores institucionales y los
contingentes alejados de los valores postmatriales. Las violencias escolares,
las agresiones a los sanitarios y otras situaciones críticas expresan la
escisión social no comprendida. Asimismo, crecen los espacios físicos en los
que las reglas oficiales se encuentran en retirada. Ayer fui sorprendido en
Madrid, en la explanada de Felipe II adjunta al Corte Inglés, por una cola de
cientos de chicas jóvenes que aguardaban pacientemente para sacarse una
fotografía en un marketing organizado por una casa discográfica. Las densas
pasiones de las adolescentes se manifestaban en variados detalles. La verdad es
que me sentí marginado en esta situación, y pensé que voy necesitando algo así
como un guía que me informa acerca de los mundos sumergidos a mi mirada.
Juan Carlos
sigue en estos días, la cadena inacabable de Gil, Ruiz Mateos y tantos otros ultrafamosos
liberados del penoso deber de la deliberación pública de sus actuaciones,
entretanto que son objeto de las miradas múltiples de los espectadores a la
función no política que tienen asignada. Cosas de las sociedades
postmediáticas.
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