El sujeto de rendimiento neoliberal, ese <<empresario de sí mismo>>, se explota de forma voluntaria y apasionada […] La técnica de poder del régimen neoliberal adopta una forma sutil. No se apodera directamente del individuo. Por el contrario, se ocupa de que el individuo actúe de tal modo que reproduzca por sí mismo el entramado de dominación que es interpretado por él como libertad. La propia optimización y el sometimiento, la libertad y la explotación coinciden aquí plenamente.
Byung-Chul Han
La invasión de Ucrania abre una guerra de considerables dimensiones y potenciales amenazas, al tiempo que genera una secuencia de destrucciones y víctimas. La posibilidad de escalada de la misma, remite a un inquietante salto, debido a la productividad y eficacia de las armas nucleares salidas del yacimiento científico-tecnológico de la última mutación industrial. Este acontecimiento, suscita un creciente interés, en tanto que seleccionado y tratado por los grandes grupos de comunicación. Sin embargo, se hace patente el silencio y distanciamiento de la inteligencia, dispersa y convocada selectivamente por las televisiones para reforzar sus relatos. Así se conforma la paradoja de que, justamente cuando la situación lo hace más imprescindible, se constata la ausencia de un pensamiento crítico independiente. En las llamadas sociedades de la información, el pensamiento es segregado y confinado en el interior de la producción universitaria, alejándose así de la sociedad que se manifiesta como opinión pública.
En este contexto cabe realizar una reflexión sobre la universidad. Esta se ha recompuesto mediante una apoteosis de especialización y producción de profesionales rigurosamente encuadrados en especializaciones que mutilan cualquier visión general. Lo holístico se ha debilitado hasta su desaparición. Ha sido inevitable recordar el canónico libro de Edgar Morin “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, publicado en 1999. En este se privilegia el concepto de planeta, que se manifiesta en la recomendación de enseñar la ciudadanía terrestre, que se referencia en la comunidad planetaria de destino. La inteligente propuesta de Morin, ha quedado sepultada por un verdadero ciclón que privilegia las identidades locales, y, al tiempo, entiende al planeta como reconocimiento de los países que representan la civilización industrial, que se acompaña de unos ejércitos dotados de armas caracterizadas por una eficacia y potencialidad terrorífica. Tras las fronteras de estos, se entiende que habitan pueblos bárbaros en espera de ser colonizados por los bienes y servicios que articulan los mercados globales. Desde esta perspectiva, parece coherente el distanciamiento de los universitarios de la guerra y su concesión de monopolio a las televisiones.
La universidad es un campo en el que se ha realizado una reforma neoliberal completa. Se trata de un territorio institucional que ha consumado un modo de individualización extremadamente riguroso, que convierte a sus habitantes en yoes absolutos, que, como afirma Vicente Manzano, son convertidos en sospechosos por las agencias de evaluación, que escudriñan sus actividades para sancionarlas en el eterno retorno de la revalidación de los méritos individuales, que sanciona a cada uno como sujeto hacedor de méritos en una competencia sin fin con los yoes rivales. Cada cual es inserto en un campo programado de premios y castigos en el que es obligado a lo que me gusta denominar como competencia decimal o centesimal. Así, cada cual es ubicado en una jerarquía que se recompone incesantemente tras la (pen)última evaluación.
Ricardo Forster afirma que “la subjetivación neoliberal trabaja en el interior de ese vínculo, lo refuerza y lo expande hasta convertirlo en el centro del imaginario de la autoconsciencia del individuo gerenciador de su propia vida convertida en capital humano que hay que saber administrar con astucia y sin ahorrar esfuerzo y autoexplotación”. Los gerentes de sí mismos son gobernados mediante las evaluaciones de las agencias, de las que se espera que disciplinen a los candidatos a los méritos reconocidos, de modo que estos adopten sus decisiones en función de las estrictas actividades cuyo valor ha sido determinado por las agencias. En este campo institucional, los departamentos, grupos de investigación e instancias disciplinares son fuentes de recursos de los candidatos a la operación central de la acreditación. Así se instaura un nuevo tipo de servidumbre voluntaria que se basa en la subjetivación de los candidatos, que no tienen otra opción que aceptar el juego y su entramado de reglas.
En este contexto tiene lugar la conversión de cada cual en un estricto yo que se funda en un proyecto rigurosamente individual, y que busca logros que necesitan los recursos escasos existentes en el campo académico. Este yo se independiza y libera de aquellos lazos que no sean estrictamente orientados al logro de los méritos avalados por las agencias. Los objetivos son individuales y los supuestos se basan en el modelo del éxito obligatorio definido por las ideologías del management y la excelencia. Así se instituye una versión particular de la guerra de todos contra todos, que no excluye alianzas para generar méritos compartidos.
Una gran parte de esas alianzas tiene lugar con la asociación de personas que aportan recursos asociados a su posición jerárquica. De ese modo se institucionalizan un conjunto de relaciones que, de nuevo aludiendo a Vicente Manzano, constituyen relaciones de opresión, que define como una injusticia continuada en el tiempo que implica el par opresor/oprimido. Esta tiene como fundamento la distribución desigual de beneficios para la parte opresora y perjuicios para la parte oprimida, que se ve forzada a hacer aportaciones que exceden el valor del mérito final reconocido. El mundo de las publicaciones registra estas prácticas. La opresión en este entorno académico genera un extrañamiento de gran envergadura, en tanto que estas relaciones perversas se ausentan de las conversaciones y se almacenan en el baúl de lo no dicho, de los secretos. He visto con mis propios ojos situaciones insólitas de explotación cruel de las inteligencias y voluntades de muchos débiles por los despiadados fuertes.
El punto fuerte del guion institucional de la universidad neoliberal es el imperativo de salvarse a sí mismo. Todas las actividades se encuentran determinadas por esta obligación. Para ello, cada cual debe convertirse en un gestor de su productividad determinada por las agencias. Se trata de superar su condición de culpable y de demostrar su inocencia. De ahí la reconversión de la actividad de un profesor. Tiene que cumplimentar expedientes múltiples; que realizar cálculos para fundamentar sus decisiones; que escribir informes a distintas instancias; que cumplir con las estadísticas requeridas por las autoridades; que responder a numerosos cuestionarios determinados por las actividades de inspección individual del rendimiento; que conseguir ayudas económicas para sus actividades, y también realizar un esfuerzo ingente para interpretar circulares y normativas emitidas incesantemente por las nuevas autoridades, y cuyo contenido es, en muchas ocasiones, más que enigmático. Un candidato a la salvación tiene que convertirse en un virtuoso de la lidia con la nueva burocracia universitaria.
Así se cumplimenta la afirmación de Forster de que “Los sujetos, liberados para buscar su propia mejora como capital humano, emancipados de todas las preocupaciones por lo social, lo político, lo público y lo colectivo, así como de la regulación de éstos, se insertan en las normas y los imperativos de la conducta del mercado y se integran en los propósitos de la empresa, la industria, la región, la nación o la constelación posnacional a la que está atada su supervivencia”. Así se hace inteligible la ausencia de cualquier pronunciamiento o iniciativa en las aulas y departamentos, configurados como contenedores de yoes que compiten entre sí para maximizar los méritos requeridos institucionalmente. El mundo externo deviene en una realidad espectral, ajena a las funcionalidades de la institución, devoradora de los tiempos escasos de sus miembros absorbidos por su proyecto individual.
En la universidad de antaño, fue posible la convergencia de profesores ubicados en disciplinas diferentes convocados por un acontecimiento externo. La universidad neoliberal dificulta ese comportamiento. La reforma completa ha instituido con eficacia el “cada uno a lo suyo”. De este modo, se confirma un retroceso hiperdisciplinar. La guerra, es un acontecimiento que es despiezada por las distintas disciplinas para nutrir sus productos docentes y de investigación requerida. Así se confirma la institución como factoría de productos orientados a su propio interior. Los papers, publicaciones, TFG, TCM, Tesis y demás producción académica se encuentra determinada por su finalidad de clasificar a sus propios miembros.
En mi opinión, esto constituye una tragedia de un rango tan cuantioso, como incluso la propia guerra. Se confirma esa paradójica afirmación de los microsabios macroignorantes o de las inteligencias ciegas que afirmaba Morin. En este momento, más bien inteligencias mudas y sordas. Así se evidencian los fantasmas extravagantes de médicos ajenos a la guerra como multiplicador de la mortalidad y las mutilaciones, filósofos expertos en la evasión de la realidad, sociólogos forjados en el arte de la lupa o feministas ajenas al armamentismo y el belicismo, entre otras especies disciplinares desnortadas. Así se consuma la universidad anticosmopolita y de compromiso social 0%. En palabras del título de este texto, la sinfonía de los yoes programados que solo cantan en sus territorios parcelados y segmentados.
Tristemente comparto tu certero diagnóstico: la Universidad es una tragedia contemporánea. Y lo que es peor, con las condiciones actuales, no alcanzo a imaginar una terapia.
ResponderEliminarUn abrazo amigo,
Juan M. Luque