Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

domingo, 17 de abril de 2022

LA GUERRA Y LA OBLIGACIÓN DE LA ADHESIÓN INCONDICIONAL

 

La guerra de Ucrania constituye un acontecimiento hipermediatizado que tiene lugar inmediatamente después de la pandemia de la Covid. Esta ha significado un salto prodigioso de un poder que monopoliza los medios de comunicación e impone una lógica de monopolio de la verdad, en la que cualquier voz diferente al coro experto de guardia es anatemizada, descalificada y expulsada a las tinieblas exteriores de la infosfera. En este contexto de severa regresión democrática, en la que resplandece un imaginario definido como la verdad, científica, por supuesto, cualquier discurso extraño a la misma es asignado a la etiqueta “negacionismo”, que denota así su naturaleza de nueva religión de estado. El resultado de este evento fatal es la aceleración de un proceso de persecución de las voces diferentes, de modo que tiene lugar una concentración de voluntades que instituye un nuevo tipo de dictadura férrea fundada en la obligatoriedad de aceptar los preceptos emanados de la nueva corte mediática de los expertos.

En este inquietante contexto comparece la guerra, que se constituye inmediatamente en verdad mediática experta de la que resulta de nuevo la unanimidad de los tertulianos y presentadores mediáticos. En esta ocasión, es obligatorio el alineamiento a favor de la OTAN, presentada como una organización beatífica y defensiva frente a la expansión del mal que se ubica siempre en el territorio del más allá oriental. Así, la información de la guerra reproduce las pautas de la que se configuró en la emergencia de la Covid. Presentadores, tertulianos y expertos constituyen el cemento del alineamiento obligatorio y la unanimidad exigida, que es el modo de diferenciarse de cualquier posición “negacionista”, que es la antesala, ya que estamos hablando de una nueva guerra, de la traición. De este modo, la sociedad es alisada por la preponderancia de las voces guerreras, que no tienen contrapunto alguno en los altares televisivos.

En este enérgico alisado social guerrero, el coro experto predica a favor de la victoria de los ucranianos agredidos, obtenida mediante la potencia de la armas facilitadas por el bloque atlántico. No se pide el alto el fuego o soluciones diplomáticas, sino la resolución estrictamente militar a la contienda, obteniendo el más preciado bien del imaginario militar, como es la victoria, que presupone la derrota integral del enemigo. La opinión pública es bombardeada por el monopolio de la verdad que explica las virtudes de las armas. Frente a grandes pantallas, el conglomerado experto predica a favor de las virtuosas prestaciones de las armas, visibilizando sus potencialidades destructivas del enemigo teñido de maldad. La guerra como evento mediático adquiere todo su esplendor y genera en tormo a sí misma un aura cargada de ética de todo a cien.

Las guerras del inmediato pasado han sido narradas por corresponsales de guerra ubicados en el frente, así como por distintos analistas que publicaban sus interpretaciones en textos escritos en distintos periódicos en el pasado tiempo de lo que se entendía como democracias liberales. Este flujo mediático inspiraba un cierto pluralismo de interpretaciones, en tanto que los textos y los reportajes eran susceptibles de distintas lecturas. Así, las diferencias alimentaban cierta controversia en la que se decantaban varios posibles posicionamientos.

Pero en la vigente sociedad postmediática, petrificada tras la crisis de la Covid que la forjó en la unanimidad, la conversión de los discrepantes en una nueva suerte de herejes o renegados, produce un flujo mediático radicalmente diferente. Ahora han desaparecido los reporteros de la guerra, que enviaban imágenes e historias personales siempre referenciadas en una interpretación de lo que estaba sucediendo en el frente. Estos textos (reportajes) son sustituidos por personas amateur que conversan desde las ruinas y los paisajes de destrucción producidos por las armas con los pastores mediáticos enclavados en los platós. En estas comunicaciones se encuentran sobrerrepresentados los dramas personales en detrimento de la clarificación de lo que está ocurriendo en el frente. Así, estos testimonios se integran como auxiliares en el macrorrelato adoptado por el medio.

Estas metanarrativas guerreras se alimentan de estos fragmentos audiovisuales que se instalan y acumulan en los informativos y las tertulias. En estos géneros televisivos comparecen las nuevas figuras de los expertos. Estos se diferencian radicalmente de los antiguos intelectuales. Así como estos producían textos complejos que no siempre podían alinearse mecánicamente en un macrorrelato, los expertos tertulianos habitan en los platós, en los que se desempeñan en el género del comentario oral que acompaña a las grandes imágenes y vídeos seleccionados por el medio patrocinador. De esta forma, la tertulia alimenta la unanimidad. Sobre un enunciado introducido por el medio, se solicita a los tertulianos sus comentarios, que ratifican obligatoriamente el enunciado inicial, aportando cada cual su adhesión al mismo.

De ahí resulta una lógica que se asemeja a la cacería en grupo, en la que cada cual contribuye al éxito de la misma. De este modo se configura una unanimidad en torno a un discurso que deviene en una verdad incuestionable, que termina por cristalizar en un régimen de monopolio. Cualquier diferencia termina inexorablemente en una condena moral de alto rango, que antecede al despiece del discrepante convertido en blanco de las iras de la audiencia. Los casos de Laporte o Miguel Bosé resultan esclarecedores de los nuevos tiempos. En esta situación comunicativa de unanimidad exigida al macrodiscurso de la verdad, solo cabe la adhesión. De ahí la desaparición radical de los antiguos intelectuales independientes y su sustitución por los ilustres portavoces de las industrias culturales, propensos a hacer de la adhesión un verdadero arte escénico. En los últimos tiempos, los casos de Resines o Sacristán son paradigmáticos como paradigma del nuevo régimen de la verdad.

La mediatización completa, que sanciona a las televisiones como oráculos de la verdad y tribunales de expedición de certificados de las artes de la adhesión a la misma, así como la expertocracia total, que alinea sin matices a los expertos seleccionados por los medios, al tiempo que silencia a las organizaciones científicas, cuya existencia tiene lugar en la zona de sombra exterior a las pantallas, son los elementos imprescindibles en la creación, ratificación y reproducción ampliada de la redundante verdad científica, que ahora adquiere el rostro de la militarización y el nuevo culto a las armas y las máquinas de la guerra. Aquellos que quedan en los márgenes de esta megamáquina de la verdad, que se encarna en las pantallas múltiples, son condenados como caballos de Troya tras lo que se oculta el enemigo, el cual adquiere la condición de ser abatido mediante una victoria completa, militar, por supuesto.

Las viejas instituciones democráticas que albergaban cierto pluralismo, son demolidas por el efecto de la guerra permanente frente a los males procedentes del pérfido Oriente. En particular, la vieja socialdemocracia y la izquierda sobreviviente al naufragio comunista resultan asoladas por esta apoteosis del nuevo monopolio de la verdad. El vigor intelectual, la lucidez o la energía misma de estas se disuelven en la sopa de la unanimidad, resultando un shock fatal para su futuro. Tras los largos años de postfranquismo, nos faltaba ver a una izquierda atlantista y alineada en torno al armamentismo y la intervención en contra de los bárbaros que viven en los confines del imperio.

El nuevo régimen de la verdad mediática implica una distorsión monumental de la realidad, reforzada por las presiones a la conformidad y la adhesión que tienen lugar en las tertulias y en los encuentros de los aspirantes a experto con las cámaras. Estas comunicaciones funcionan como depredadoras de cualquier discurso. La violencia simbólica y expresiva sobre cualquier candidato a la experticia que muestre debilidad a la adhesión incondicional se hace patente. Los presentadores mediáticos de Mediaset, curtidos en los programas del corazón y sus misterios, representan la máxima dureza y rigor en las condenas de aquellos sospechosos de limitar su adhesión. Me produce una sensación de abatimiento contemplar a Carolina Bescansa y otras personas relevantes en aquél esperanzador ciclo de 2010-2014, plegarse al tono amenazante de los administradores de la unanimidad.  El nuevo discurso oficial, respaldado por las nuevas figuras actoriales cierra el círculo del latifundio de la verdad.

En este panorama hipermediatizado e hipermonopolizado por los estados mayores de las guerras permanentes contra las amenazas exteriores, resulta extraña la fáctica desaparición del movimiento pacifista y de las voces múltiples que se oponen a la razón guerrera. Mi interpretación al respecto resalta que frente al portentoso ruido y furia mediática de los guerreros tiene lugar cierta expansión de un silencio voluntario. En estos días se multiplican aquellos que no quieren hablar ni sumarse al impetuoso torrente de la adhesión incondicional a la opción de la guerra y la victoria. Así, el silencio resulta de una estrategia de autodefensa de los no alineados con el rearme y la guerra con el oriente múltiple. Estos se retiran de los espacios públicos mediatizados y definidos como sedes de la verdad representada por el culto a las armas.  No obstante, los actores silenciosos que evaden la adhesión al ardor guerrero, terminarán por reflotar, aún a pesar de los efectos perniciosos del nuevo régimen ensayado en el tiempo de la Covid.

Nunca había vivido una situación tan irrespirable desde los tiempos del autoritarismo franquista. Las guerras sucesivas contra la Covid y contra el enemigo ruso, que oculta a los pérfidos pueblos ubicados tras lo que ya podemos denominar sin ambages como el frente oriental de la guerra permanente, que terminará por descubrir al enemigo chino como próximo a batir por las prodigiosas máquinas informativas y de guerra de tan próspera civilización. La paradoja estriba en que este provee, cada vez en mayor medida, de los modelos para salvaguardar la unanimidad y el férreo control social. Las imágenes de los médicos ataviados con sus EPI persiguiendo a golpes y garrotazos a los “indisciplinados” es prometedora y sugestiva para las nuevas sociedades occidentales de la adhesión obligatoria y la condena moral al pluralismo.

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

No salgo de mi asombro viendo los parlamentarios de las Cortes ovacionar en pie a un presidente Zelensky, (de profesión actor, domina las tablas, el atrezzo...), que ha ilegalizado 11 partidos de la oposición en Ucrania, ha cerrado medios de comunicación que no le son afines y ha cometido otros y muy graves atropellos como prohibir el ruso en un país bilingüe (de hecho él mismo es ruso-hablante), se permita dar lecciones ¿de democracia?, además de estar arrastrándonos a una Tercera Guerra Mundial. Leí que tan sólo dos diputados habían decidido no acudir al acto. Les honra. En su gobierno y su ejército están emboscadas formaciones ucranianas nazis como el Batallón de Azov... Son bastantes los analistas independientes con cierta visión de futuro que hablan del suicidio de una vieja Europa que no parece saber cuáles son sus intereses; aunque no los van a invitar a ningún plató televisivo. ¿Saben los Sres Borrell y Van der Leyen lo que están haciendo, a espaldas de los pueblos europeos? Algunos especialistas en el tema creen que no entra en las competencias de la Comisión Europea -una entidad supranacional no elegida por nadie- tomar decisiones de tanta gravedad para el futuro de Europa. Primero nos tuvieron en un puño con el coronavirus durante 2 largos años, luego el intermezzo del volcán de la Palma -2 o 3 meses-, ahora toca el conflicto ruso-ucraniano "servido en bandeja" a un público inerme ante la burda manipulación. Un saludo para Juan Irigoyen,
Cristina.