miércoles, 27 de abril de 2022

LA GESTIÓN DE LA PANDEMIA COMO EJERCICIO DE VIOLENCIAS INSTITUCIONALES

 

 

Desde la perspectiva que otorga el tiempo transcurrido, la gestión de la pandemia aparece inequívocamente en un territorio del más allá de la salud. Su dimensión principal ha consistido en el perfeccionamiento de una nueva forma de gobierno autoritario que se funda en la administración de varias coacciones recombinadas. En este sentido, las medidas de confinamiento; de reglamentación y usos de espacios públicos; las restricciones a la movilidad; las conminaciones mediáticas expertas en régimen de monopolio ; las regulaciones domiciliarias y del ámbito privado; las sanciones policiales a los renuentes, y el apartamiento, silenciamiento y lapidación mediática de los discrepantes, configuran un conjunto de acciones que solo pueden ser definidas como violencias institucionales.

Sobre el concepto mismo de violencia existe una confusión considerable. El sociólogo francés Jean Baudrillard, pronunció dos conferencias en Madrid en 2005. En una de ellas, con el título de “Violencia de la imagen. Violencia contra la imagen”, indaga sobre la naturaleza de la violencia. Ambas están publicadas por el Círculo de Bellas Artes de Madrid en un clarificador libro editado en 2006, cuyo título es “La agonía del poder”.  En este, Baudrillard define varios tipos de violencia y anticipa algunos de los rasgos esenciales  de los gobiernos autoritarios que se van a imponer en los años siguientes, y que con la pandemia se han reforzado considerablemente. Presento algunos fragmentos de este texto cuyo valor por su elocuencia, es indudable. Entre todos los variados conceptos que utiliza, me parece que el más importante es el que alude a la necesidad del sistema de que las personas seamos “legibles”. Todas las reformas de los últimos años convergen en esta cuestión. Se trata de instaurar dispositivos que hagan visibles a las personas, de modo que todos podamos ser leídos mediante los códigos instituidos. De ahí que este autor aluda al secreto como una cuestión fundamental.

Podría comentar profusamente estos fragmentos de texto, pero tengo la convicción que se definen por sí solos. Los gobiernos autoritarios del tiempo de pandemia han funcionado mediante el uso de la fuerza estatal, mediática y experta, combinada con los dispositivos que nos hagan legibles a sus portentosos ojos. El texto es extremadamente rico y certero. La legibilidad integral de las personas por los poderes públicos no puede ser interpretada como incremento de la democracia, sino, por el contrario, implica su abolición fáctica, así como la creación de un nuevo tipo político de infraciudadano obediente a las castas expertas.

Estos son algunos de los párrafos del fértil texto de Baudrillard.

 

 

Podemos distinguir una forma primaria de violencia: la violencia de la agresión, de la opresión, de la violación, de la relación de fuerzas, de la humillación, de la expoliación; la violencia unilateral del más fuerte. A esta se puede responder mediante una violencia  contradictoria: violencia histórica, violencia crítica, violencia de lo negativo. Violencia de ruptura, de transgresión (a la que podemos añadir la violencia del análisis, la violencia de la interpretación, la violencia del sentido). Todas ellas son formas de violencia determinada, con un origen y un fin, cuyas causas y efectos pueden establecerse y que se corresponde con una trascendencia, ya sea la del poder, la de la historia o la del sentido.

A esto se opone una forma propiamente contemporánea de violencia, más sutil que la agresión: es la violencia de la disuasión, de la pacificación, de la neutralización, del control, de la violencia suave del exterminio. Violencia terapéutica, genética, comunicacional, violencia del consenso y de la convivencia forzada, que es como la cirugía estética de lo social. Violencia preventiva que –a fuerza de drogas, de profilaxis, de regulación psíquica y mediática-  tiende a anular las raíces mismas del mal, y, por tanto, toda radicalidad.  Violencia de un sistema que persigue cualquier forma de negatividad, de singularidad (incluida la muerte como forma última de singularidad). Violencia de una sociedad en la que se nos prohíbe virtualmente la violencia, se nos prohíbe el conflicto, se nos prohíbe la muerte. Violencia que, en cierto modo, pone fin a la violencia en sí misma – a la cual ya no se puede responder mediante una violencia igual- por medio del odio.

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Esta violencia por excelencia, la violencia de la información de los medios de comunicación, de las imágenes, de lo espectacular. Violencias ligadas a la transparencia, a la visibilidad total, a la desaparición de cualquier secreto. Violencia que puede ser también de orden neuronal, biológico, genético (en breve se descubrirá el gen de la rebelión, puede que incluso el de la rebelión contra la manipulación genética), auténtico secuestro biológico, del que en última instancia solo quedarán los reciclados, los zombis, todos lobotomizados , como en La naranja mecánica. Hoy en día, esa violencia adopta la forma de lo virtual, es decir, trabaja para establecer un mundo liberado de cualquier orden natural, ya sea el del cuerpo, el del sexo, el del nacimiento, el de la muerte.

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Nos encontramos más allá del panóptico en el que la visibilidad era fuente del poder y del control. Ya no se trata de que las cosas resulten visibles para un ojo exterior, sino de que sean transparentes, esto es, de borrar las huellas del control y lograr que también el operador sea invisible. La capacidad de control se interioriza y los hombres ya no pueden ser víctimas de las imágenes: ellos mismos se transforman inexorablemente en imágenes [...] Esto significa que son legibles en cualquier instante, están sobreexpuestos en todo momento a las luces de la información y sujetos a la exigencia de producirse, de expresarse. Es la expresión de sí mismo como forma última de confesión de la que hablaba Foucault.

Hacerse imagen es exponer por completo la propia vida cotidiana, todas las desgracias, todos los deseos, todas las posibilidades. Es no guardar ningún secreto. Hablar, hablar, comunicar incansablemente. Esta es la violencia más profunda de la imagen.  Es una violencia penetrante que afecta al ser particular, a su secreto. Y al mismo tiempo es una violencia contra el lenguaje que –desde el momento en que se convierte en un operador de visibilidad, en un medio, -pierde también su originalidad, su índole irónica de juego y de distancia, su dimensión simbólica autónoma.

 

Desde esta perspectiva se puede comprender bien la apoteosis de violencia del Estado Epidemiológico reforzado en el tiempo de la Covid. El aparato experto, comandado por Simón, movilizó un modo de coacción basado en las fuerzas armadas y de seguridad. Tras esta etapa, apareció la violencia que identifica Baudrillard, basada en el monopolio experto, que anatemiza a aquellas voces independientes de científicos y profesionales e instaura la condena moral a aquellos que son etiquetados como “negacionistas”, que en sí mismo es un término altamente clarificador. Frente a la verdad científica  enunciada por los expertos gubernamentales se encuentra un variado repertorio de herejes, renegados y apóstatas que son expulsados del espacio público y mediático de la ortodoxia. Se trata de las legiones de los “no legibles”, condenados por el poder epidemiológico. En el caso de las vacunas, el dispositivo estatal ha llegado muy lejos en cuanto a persecución de los renuentes.

La nueva violencia instituida que Baudrillard califica como “sutil”, constituye una pieza esencial del entramado del nuevo poder. En el curso de la pandemia ha adoptado varias formas, pero las más notorias han sido la ejecución de medidas de gobierno que han deshumanizado a los destinatarios, según el modelo de la epidemiología más agresiva. Cada cual es considerado como un ente estadístico, privado de los sentidos y de las capacidades de inteligir. Así se ha asaltado el territorio de la vida cotidiana y el espacio vital, suprimiendo drásticamente la interlocución con los gobernados. El complejo epidemiológico y los medios de comunicación han instaurado una tiranía experta que prohíbe a cada cual pensar o decir acerca de su propia realidad. Cada uno de nosotros ha sido literalmente enmudecido e infravalorado. La amplia gama de situaciones con las que se ha ejecutado esta política de inhabilitación de las personas ha sido considerable.

Otra forma de violencia institucional ha consistido en confinar a las personas en unidades de población artificiales, como las zonas básicas de salud, cuyos límites administrativamente instaurados por los tecnócratas no se corresponden con los movimientos de la vida real. Esta programación del espacio ha ejercido una presión autoritaria de gran envergadura sobre las personas. Del mismo modo, la intensificación de la comunicación de las autoridades y el complejo experto en los medios audiovisuales ha adquirido el perfil de un acoso asfixiante. El abuso en esta presión, así como la supresión del pluralismo de las interpretaciones y la persecución hacia las personas relevantes que mantenían posicionamientos diferentes, ha resultado una verdadera pesadilla autoritaria. Todas estas violencias institucionales han resultado insufribles para no pocas personas, y han instaurado un orden social en el que se han multiplicado las inadaptaciones y las incapacidades de mantener el equilibrio personal.

La conceptualización como violencia sutil de Baudrillard se puede equiparar a otras realizadas desde las ciencias sociales. En mi opinión, se puede vincular con el concepto de violencia simbólica enunciado por Bourdieu. Este enfatiza la potencia del poder simbólico en un orden social, que no emplea la violencia física sino la simbólica, que es un poder legitimador que aspira a imponer un consenso en torno a sus posiciones. Este es un poder “que construye mundo”. En esta ocasión la epidemiología ha desempeñado el papel de reforzar y blindar la dominación social. Bourdieu plantea que el estado posee, no sólo el monopolio de la violencia física, sino también de la violencia simbólica. Así se abre una nueva línea de interpretación del gobierno del tiempo de la Covid como gestación de un nuevo modo de violencia simbólica. En sus propias palabras “es un tipo de violencia  amortiguada, insensible, invisible para sus propias víctimas que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y el conocimiento, o más exactamente, del desconocimiento , del reconocimiento o, en último término, del sentimiento”. El aparato epidemiológico que ha sustentado el gobierno, ha constituido la base desde la que se ha ejercido una violencia simbólica de un nivel extraordinario sobre una población que ha aunado la condición de cómplice y víctima de los operadores salubristas de la violencia simbólica ejercida en nombre de la salud.

A pesar de que estos expertos parecen haberse retirado sugiriendo un punto y final, el estado terapéutico instaurado continúa ejerciendo las violencias institucionales ensayadas en el periodo de gobierno epidemiológico. Es conveniente  comprender este tiempo y no olvidarlo. Las elocuentes imágenes de sanitarios y policías chinos, provistos de EPI y garrotes golpeando a los desobedientes, abren el camino de un futuro de proliferación de violencias de todas las clases.

 

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