Desde la
perspectiva que otorga el tiempo transcurrido, la gestión de la pandemia
aparece inequívocamente en un territorio del más allá de la salud. Su dimensión
principal ha consistido en el perfeccionamiento de una nueva forma de gobierno
autoritario que se funda en la administración de varias coacciones
recombinadas. En este sentido, las medidas de confinamiento; de reglamentación
y usos de espacios públicos; las restricciones a la movilidad; las
conminaciones mediáticas expertas en régimen de monopolio ; las regulaciones
domiciliarias y del ámbito privado; las sanciones policiales a los renuentes, y
el apartamiento, silenciamiento y lapidación mediática de los discrepantes,
configuran un conjunto de acciones que solo pueden ser definidas como
violencias institucionales.
Sobre el
concepto mismo de violencia existe una confusión considerable. El sociólogo
francés Jean Baudrillard, pronunció dos conferencias en Madrid en 2005. En una
de ellas, con el título de “Violencia de la imagen. Violencia contra la
imagen”, indaga sobre la naturaleza de la violencia. Ambas están publicadas por
el Círculo de Bellas Artes de Madrid en un clarificador libro editado en 2006,
cuyo título es “La agonía del poder”. En
este, Baudrillard define varios tipos de violencia y anticipa algunos de los
rasgos esenciales de los gobiernos
autoritarios que se van a imponer en los años siguientes, y que con la pandemia
se han reforzado considerablemente. Presento algunos fragmentos de este texto cuyo
valor por su elocuencia, es indudable. Entre todos los variados conceptos que
utiliza, me parece que el más importante es el que alude a la necesidad del
sistema de que las personas seamos “legibles”. Todas las reformas de los últimos
años convergen en esta cuestión. Se trata de instaurar dispositivos que hagan
visibles a las personas, de modo que todos podamos ser leídos mediante los
códigos instituidos. De ahí que este autor aluda al secreto como una cuestión
fundamental.
Podría
comentar profusamente estos fragmentos de texto, pero tengo la convicción que
se definen por sí solos. Los gobiernos autoritarios del tiempo de pandemia han
funcionado mediante el uso de la fuerza estatal, mediática y experta, combinada
con los dispositivos que nos hagan legibles a sus portentosos ojos. El texto es
extremadamente rico y certero. La legibilidad integral de las personas por los
poderes públicos no puede ser interpretada como incremento de la democracia,
sino, por el contrario, implica su abolición fáctica, así como la creación de
un nuevo tipo político de infraciudadano obediente a las castas expertas.
Estos son
algunos de los párrafos del fértil texto de Baudrillard.
Podemos distinguir una forma primaria
de violencia: la violencia de la agresión, de la opresión, de la violación, de
la relación de fuerzas, de la humillación, de la expoliación; la violencia
unilateral del más fuerte. A esta se puede responder mediante una violencia contradictoria: violencia histórica,
violencia crítica, violencia de lo negativo. Violencia de ruptura, de
transgresión (a la que podemos añadir la violencia del análisis, la violencia
de la interpretación, la violencia del sentido). Todas ellas son formas de
violencia determinada, con un origen y un fin, cuyas causas y efectos pueden
establecerse y que se corresponde con una trascendencia, ya sea la del poder,
la de la historia o la del sentido.
A esto se opone una forma propiamente
contemporánea de violencia, más sutil que la agresión: es la violencia de la
disuasión, de la pacificación, de la neutralización, del control, de la
violencia suave del exterminio. Violencia terapéutica, genética,
comunicacional, violencia del consenso y de la convivencia forzada, que es como
la cirugía estética de lo social. Violencia preventiva que –a fuerza de drogas,
de profilaxis, de regulación psíquica y mediática- tiende a anular las raíces mismas del mal, y,
por tanto, toda radicalidad. Violencia
de un sistema que persigue cualquier forma de negatividad, de singularidad
(incluida la muerte como forma última de singularidad). Violencia de una
sociedad en la que se nos prohíbe virtualmente la violencia, se nos prohíbe el
conflicto, se nos prohíbe la muerte. Violencia que, en cierto modo, pone fin a
la violencia en sí misma – a la cual ya no se puede responder mediante una
violencia igual- por medio del odio.
[…..]
Esta violencia por excelencia, la
violencia de la información de los medios de comunicación, de las imágenes, de
lo espectacular. Violencias ligadas a la transparencia, a la visibilidad total,
a la desaparición de cualquier secreto. Violencia que puede ser también de
orden neuronal, biológico, genético (en breve se descubrirá el gen de la
rebelión, puede que incluso el de la rebelión contra la manipulación genética),
auténtico secuestro biológico, del que en última instancia solo quedarán los
reciclados, los zombis, todos lobotomizados , como en La naranja mecánica. Hoy
en día, esa violencia adopta la forma de lo virtual, es decir, trabaja para
establecer un mundo liberado de cualquier orden natural, ya sea el del cuerpo,
el del sexo, el del nacimiento, el de la muerte.
[…..]
Nos encontramos más allá del
panóptico en el que la visibilidad era fuente del poder y del control. Ya no se
trata de que las cosas resulten visibles para un ojo exterior, sino de que sean
transparentes, esto es, de borrar las huellas del control y lograr que también
el operador sea invisible. La capacidad de control se interioriza y los hombres
ya no pueden ser víctimas de las imágenes: ellos mismos se transforman
inexorablemente en imágenes [...] Esto significa que son legibles en cualquier
instante, están sobreexpuestos en todo momento a las luces de la información y
sujetos a la exigencia de producirse, de expresarse. Es la expresión de sí
mismo como forma última de confesión de la que hablaba Foucault.
Hacerse imagen es exponer por
completo la propia vida cotidiana, todas las desgracias, todos los deseos,
todas las posibilidades. Es no guardar ningún secreto. Hablar, hablar,
comunicar incansablemente. Esta es la violencia más profunda de la imagen. Es una violencia penetrante que afecta al ser
particular, a su secreto. Y al mismo tiempo es una violencia contra el lenguaje
que –desde el momento en que se convierte en un operador de visibilidad, en un
medio, -pierde también su originalidad, su índole irónica de juego y de
distancia, su dimensión simbólica autónoma.
Desde esta
perspectiva se puede comprender bien la apoteosis de violencia del Estado
Epidemiológico reforzado en el tiempo de la Covid. El aparato experto,
comandado por Simón, movilizó un modo de coacción basado en las fuerzas armadas
y de seguridad. Tras esta etapa, apareció la violencia que identifica
Baudrillard, basada en el monopolio experto, que anatemiza a aquellas voces
independientes de científicos y profesionales e instaura la condena moral a
aquellos que son etiquetados como “negacionistas”, que en sí mismo es un
término altamente clarificador. Frente a la verdad científica enunciada por los expertos gubernamentales se
encuentra un variado repertorio de herejes, renegados y apóstatas que son
expulsados del espacio público y mediático de la ortodoxia. Se trata de las
legiones de los “no legibles”, condenados por el poder epidemiológico. En el
caso de las vacunas, el dispositivo estatal ha llegado muy lejos en cuanto a
persecución de los renuentes.
La nueva
violencia instituida que Baudrillard califica como “sutil”, constituye una
pieza esencial del entramado del nuevo poder. En el curso de la pandemia ha
adoptado varias formas, pero las más notorias han sido la ejecución de medidas
de gobierno que han deshumanizado a los destinatarios, según el modelo de la
epidemiología más agresiva. Cada cual es considerado como un ente estadístico,
privado de los sentidos y de las capacidades de inteligir. Así se ha asaltado
el territorio de la vida cotidiana y el espacio vital, suprimiendo
drásticamente la interlocución con los gobernados. El complejo epidemiológico y
los medios de comunicación han instaurado una tiranía experta que prohíbe a
cada cual pensar o decir acerca de su propia realidad. Cada uno de nosotros ha
sido literalmente enmudecido e infravalorado. La amplia gama de situaciones con
las que se ha ejecutado esta política de inhabilitación de las personas ha sido
considerable.
Otra forma
de violencia institucional ha consistido en confinar a las personas en unidades
de población artificiales, como las zonas básicas de salud, cuyos límites
administrativamente instaurados por los tecnócratas no se corresponden con los
movimientos de la vida real. Esta programación del espacio ha ejercido una
presión autoritaria de gran envergadura sobre las personas. Del mismo modo, la
intensificación de la comunicación de las autoridades y el complejo experto en
los medios audiovisuales ha adquirido el perfil de un acoso asfixiante. El
abuso en esta presión, así como la supresión del pluralismo de las
interpretaciones y la persecución hacia las personas relevantes que mantenían
posicionamientos diferentes, ha resultado una verdadera pesadilla autoritaria.
Todas estas violencias institucionales han resultado insufribles para no pocas
personas, y han instaurado un orden social en el que se han multiplicado las
inadaptaciones y las incapacidades de mantener el equilibrio personal.
La
conceptualización como violencia sutil de Baudrillard se puede equiparar a
otras realizadas desde las ciencias sociales. En mi opinión, se puede vincular
con el concepto de violencia simbólica enunciado por Bourdieu. Este enfatiza la
potencia del poder simbólico en un orden social, que no emplea la violencia
física sino la simbólica, que es un poder legitimador que aspira a imponer un
consenso en torno a sus posiciones. Este es un poder “que construye mundo”. En
esta ocasión la epidemiología ha desempeñado el papel de reforzar y blindar la
dominación social. Bourdieu plantea que el estado posee, no sólo el monopolio
de la violencia física, sino también de la violencia simbólica. Así se abre una
nueva línea de interpretación del gobierno del tiempo de la Covid como
gestación de un nuevo modo de violencia simbólica. En sus propias palabras “es un tipo de violencia amortiguada,
insensible, invisible para sus propias víctimas que se ejerce esencialmente a
través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y el
conocimiento, o más exactamente, del desconocimiento , del reconocimiento o, en
último término, del sentimiento”. El aparato epidemiológico que ha
sustentado el gobierno, ha constituido la base desde la que se ha ejercido una
violencia simbólica de un nivel extraordinario sobre una población que ha
aunado la condición de cómplice y víctima de los operadores salubristas de la
violencia simbólica ejercida en nombre de la salud.
A pesar de
que estos expertos parecen haberse retirado sugiriendo un punto y final, el
estado terapéutico instaurado continúa ejerciendo las violencias
institucionales ensayadas en el periodo de gobierno epidemiológico. Es
conveniente comprender este tiempo y no
olvidarlo. Las elocuentes imágenes de sanitarios y policías chinos, provistos
de EPI y garrotes golpeando a los desobedientes, abren el camino de un futuro
de proliferación de violencias de todas las clases.