Las guerras
del presente son acontecimientos en los que la comunicación desempeña un papel
más relevante que nunca. La multiplicación de cámaras, canales, satélites hacen
proliferar hasta el infinito el material gráfico. Las mismas víctimas se
constituyen en testigos mediante sus propios Smartphone, proporcionando miles
de microhistorias que son capturadas por las televisiones para ser exhibidas
frente a grandes públicos. Pero esa reiteración y multiplicación de fragmentos
audiovisuales no ayuda a los espectadores a comprender la complejidad de las
guerras consideradas en su unidad e integridad. Por el contrario, se impone un
macrorrelato elaborado cuidadosamente por los contendientes.
Los grandes
grupos mediáticos desempeñan un papel esencial en la creación y gestión de ese
relato, mediante el tratamiento de las imágenes y los testimonios. Pero los
conflictos son arrancados y sustraídos de sus contextos, así como de los
procesos históricos que los generan. Así, la invasión de Ucrania se convierte
en un acontecimiento audiovisual que alimenta grandes audiencias, a la vez que
es tratado como un fragmento histórico, al que se otorga la independencia de
sus antecedentes mismos. La distorsión parece insalvable. En este caso, el
viejo y cruento imperio ruso se ubica como en el papel del pérfido
protagonista, cediendo la condición de imperio del bien a la OTAN. Pero es
menester reintegrar este terrible conflicto en el proceso histórico en el que
se puede inteligir en su integridad.
En el año
2016, Brzezinski, un importantísimo consejero de Seguridad Nacional en el
gobierno de Carter, y perteneciente al núcleo de la inteligencia norteamericana
que durante décadas se ha vinculado a la universidad de Harvard, escribía un
audaz e importante artículo proponiendo un giro y un realineamiento en la
política exterior. Szbigniew Brzezinski, “Toward a global Realignment”,
en American Interest, junio 2016. Este es un fragmento de ese texto, que puede aportar una
comprensión al lector del proceso histórico en el que se inscribe, así como
algunas de las paradojas que lo sustentan. Los buenos y los malos intercambian
sus papeles. Específicamente ha concitado mi reflexión la alusión a, en
palabras de Brzezinski, las tecnologías
que hacen posible que el uso de la fuerza sea hoy más productivo. Esto no fue
posible en los anteriores ciclos de guerras coloniales que han configurado la
Europa actual. Lo siento por sus víctimas, que han padecido la intervención
brutal de ejércitos rudimentarios.
La
publicación de estas elocuentes palabras de Brzezinski, no lo hago en
detrimento de la disolución de la responsabilidad específica del agresor en
este cruento conflicto, sino para cuestionar la narrativa audiovisual que lo
ampara en nuestro país. Las guerras contemporáneas se sustentan en poderosos
dispositivos de comunicación que terminan por hacer descarrilar los procesos
históricos. Este texto presenta algunos antecedentes de los alineados como los
buenos en el relato mediático. Espero que estas ayuden a reflexionar a los
lectores de forma homóloga a la que han provocado en mí mismo.
Las matanzas periódicas de sus
ancestros no tan lejanos a manos de colonos y buscadores de fortuna
provenientes en su mayoría de Europa occidental ( de países que hoy, si bien
todavía tentativamente, son los más abiertos a una cohabitación multiétnica)
dejaron como saldo, más o menos en el lapso de los dos últimos siglos, una
masacre de los pueblos colonizados de una magnitud comparable a los crímenes
nazis durante la Segunda Guerra Mundial: literalmente, cientos de miles e
incluso millones de víctimas. La autoafirmación política reforzada por la
indignación y el dolor demorados es una fuerza poderosa que hoy aflora,
sedienta de venganza, no sólo en el Medio Oriente musulmán, sino probablemente
también más allá. Muchos de estos hechos no pueden ser establecidos con
precisión, pero tomados en conjunto resultan estremecedores. En el siglo XVI,
debido en gran medida a las enfermedades que trajeron los exploradores
españoles, la población del imperio azteca en lo que hoy es México cayó de
veinticinco millones a alrededor de un millón. De manera similar, se estima que
en Norteamérica un noventa por cien de la población indígena murió dentro de los
cinco años de haber entrado en contacto con los colonos europeos, principalmente
a causa de enfermedades. En el siglo XIX, numerosas guerras y asentamientos
forzados mataron otro centenar de miles. En India, se sospecha que entre 1857 y
1867 los británicos mataron cerca de un millón de civiles en las represalias
que siguieron a la rebelión india de 1857. El uso que hizo la Compañía de las
Indias Orientales de la agricultura india para cultivar opio que luego fue
introducido a la fuerza en China causó la muerte prematura de millones, sin
contar las bajas directas que tuvo China en la Primera y Segunda Guerra del
Opio. En el Congo, que era un dominio personal del rey de Bélgica Leopoldo II,
entre diez y quince millones de personas fueron asesinadas entre 1890 y 1910.
En Vietnam, estimaciones recientes sugieren que entre uno y tres millones de
civiles fueron asesinados en los años que van
de 1955 a 1975.
En cuanto al mundo musulmán, en el
Cáucaso ruso entre1864 y 1867 un noventa por cien de la población circasiana fue relocalizada por la fuerza y
entre trescientos mil y un millón y medio de personas murieron de hambre o
fueron asesinadas. Entre 1916 y 1918 decenas de miles de musulmanes murieron
cuando trescientos mil musulmanes fueron expulsados por las autoridades rusas a
las montañas de Asia Central y el interior de China. En Indonesia entre 1835 y
1840 los invasores holandeses mataron cerca de trescientos mil civiles. En
Argelia, después de quince años de guerra civil entre 1830 y 1845, la
brutalidad de los franceses, las hambrunas y las enfermedades se cobraron la
vida de un millón y medio de argelinos, casi la mitad de la población. En la
vecina Libia, los italianos internaron a los cirenaicos en campos de
concentración, donde se estima que entre ochenta y quinientos mil murieron
entre 1927 y 1934.
Más recientemente, se estima que en
Afganistán entre 1979 y 1989 la Unión Soviética mató alrededor de un millón de
civiles; dos décadas más tarde, los Estados Unidos lleva matados veinticinco
mil civiles en sus quince años de guerra en Afganistán. En Irak, ciento sesenta
y cinco mil civiles murieron a manos de los Estados Unidos y sus aliados en los
últimos trece años (La disparidad entre los números de muertes perpetradas por
los colonizadores europeos y por los Estados Unidos y sus aliados en Irak y
Afganistán puede deberse en parte a los avances tecnológicos que permitieron un
uso de la fuerza más productivo, y en parte también a un cambio de clima
normativo en el mundo). Igual de estremecedor que la magnitud de estas
atrocidades es lo rápido que Occidente se ha olvidado de ellas.
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