Después de
dos días desconectado, pisando la tierra, la hierba y las piedras, regresé a mi
casa y me dispuse a consumir mi ración mediática, estimulado por los ecos que
me habían llegado de la crisis del pepé.
Estaba viendo un programa de La Sexta, La Clave, que presenta Rodrigo
Blázquez y que representa la apoteosis de los estudios de comunicación
audiovisual, escindida de la primigenia y generalista "ciencias de la comunicación".
En este programa los presentadores conversan en un escenario en el que las
pantallas tienen unas dimensiones macroscópicas, y las imágenes y los titulares
estimulan la visualidad del espectador, cuya sensorialidad es avivada por el
medio.
En este
macroescenario se encuentran los cuerpos de los presentadores, que hablan
movilizando todas las partes del mismo. Sus troncos se contornean, sus piernas
se flexionan, sus brazos acompañan todos
sus énfasis, sus manos componen los lenguajes y sus rostros escenifican una
exaltación del texto. Toda la panoplia no verbal se acompaña de una dicción muy
cuidada, en la que las pausas y los tonos se multiplican y diversifican, generando un contenido
espectacular.
La sensación
que me causa ver en acción a estos animadores, remite a lo enlatado, a un
producto industrial, a un estilo que los unifica y homogeniza de modo
inquietante, disolviendo su singularidad personal específica. Los presentadores del tiempo,
la legión de Brasero, componen una verdadera factoría de clones profesionales.
La homogeneidad se impone de un modo similar a una apisonadora, de modo que la
abolición de las diferencias individuales alcanza un nivel que hubiera
fascinado al mismísimo Orwell. Esta es la industria de la televisión, expuesta
sin velos en su integridad.
Esta
apoteosis falsaria y uniforme de la comunicación sensorial, se hace en
detrimento de sus contenidos, que cada vez son manifiestamente más raquíticos.
Los mensajes son brutalmente desposeídos de la complejidad, se inscriben en el
orden de la simplicidad y se corresponden con narrativas manifiestamente infantilizadas. Las frases de las grandes pantallas que acompañan las
imágenes de los actores que componen el espectáculo visual, remiten a lo menesteroso
desde el punto de vista intelectual. Así generan un tiempo en el que lo ligero
constituye la actualidad prefabricada. De esta situación resulta la expansión
de la incertidumbre y el pánico moral.
Pues bien,
volviendo al programa de ayer, compareció como pareja de Blázquez José María
Rivero. Entre ambos se estableció un diálogo para presentar la crisis del pepé.
Rivero explicó que el resultado de la reunión de ayer terminó con la
convocatoria de la Junta Directiva Nacional, que es el órgano autorizado para
convocar congresos. Esta tenía más de 500 miembros y puede decidir con dos
tercios de votos favorables. Entonces, sacó un móvil de su bolsillo y dijo que
lo que tenía que hacer Casado esta semana es, con el móvil que exhibía en su
mano, llamar a los participantes de la junta para obtener su apoyo.
El éxtasis
comunicativo llegó cuando a continuación dijo que los barones tenían que coger el
móvil que mostraba y llamar a los afectados. Al contarlo presentaba el móvil en
primer plano, y al decir tienen que utilizar este, añadió que “este no que es
el mío, sino uno como este, el que ellos tengan”. Esta comunicación evidencia
la consideración que tiene acerca del espectador, cuya inteligencia se despreciada
integralmente. El destinatario de ese espectáculo es predefinido como un sujeto
saturado ante el que hay que reforzar la presentación de lo evidente. El
espectador es concebido como una ruina intelectiva, como un sujeto a capturar y
seducir, como una molécula integrante de un segmento de audiencia.
Rivero me
recordó a uno de los precursores, en un tiempo en el que todavía no había
estudios de comunicación audiovisual, Arozamena, que aceleró mi ruptura con la
tele. Recuerdo que este explicaba profusamente que cuando llovía el agua caía
de arriba hacia abajo. Todavía, sus herederos que pueblan la sección meteo,
avisan de que nos abriguemos cuando las temperaturas son bajas o de que nos
protejamos con el paraguas cuando llueve.
Una vez que
superé el sentimiento de indignación de sentirme vejado por Rivero tras su
recurrencia al móvil, apagué la tele y volví a la grafosfera, mascullando que
todos los problemas del presente remiten a la preponderancia de la audiencia,
una nube de sujetos homologados por el espectáculo producido por los
comunicadores clonados, en un mundo en el que se han abolido las diferencias
entre las personas.
y, sin embargo, seguimos manteniendo una tele en casa. y mirándola. y escuchándola. y lamentándonos.
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