He trabajado
durante muchísimos años en el los “Asuntos Exteriores” del sistema sanitario.
Este recluta profanos para colaborar en distintas tareas y conformar
dispositivos de legitimación del mismo. Bajo distintas etiquetas, pero con la palabra
participación como divisa común, distintas personas son cooptadas e
incorporadas a organismos sanitarios dirigidos por profesionales. Las
asimetrías de información adquieren un tamaño desmesurado y los profanos
terminan por desempeñar el papel de compañeros de viaje. Paradójicamente, lo
más oscuro del sistema sanitario son precisamente los consejos de salud y otros
organismos similares, que se asientan en el nebuloso espacio común entre el
sistema político y el sanitario.
He contado
alguna vez aquí que, impartiendo una clase en la escuela andaluza de salud
pública sobre participación, cuando analizaba las incongruencias de la Junta de
Andalucía, aludí a la inexistencia de un Consejo de Salud Regional. Entonces,
uno de los alumnos, un médico que pertenecía al sindicato UGT, me interpeló
para afirmar que ese consejo sí existía y que él mismo era miembro del mismo
representando a ese sindicato. Así
confirmé la naturaleza fascinante de organismos secretos constituidos sobre el
suelo arenoso de la convergencia entre ambos sistemas, político y sanitario.
Como consecuencia de este hermetismo, la posición de las personas incorporadas
a estos organismos, es extraordinariamente débil, de modo que su capacidad de
réplica es inexistente. En mi intimidad denomino estas prácticas oligárquicas
como la articulación del grado cero de la participación, que convierte a esta
en una ficción.
De este
arcano mundo ha aparecido un testimonio espléndido. Se trata de Susana Pérez
Alonso, una mujer asturiana que lleva 38 años presidiendo una asociación de
pacientes y usuarios en Asturias. Ayer, Diario 16 publicó un texto suyo en
el que explica su experiencia y muestra su desolación por los daños causados en
este pantano donde apenas entra la luz. Su testimonio es desgarrador. Tras
leerlo detenidamente, desde mi experiencia en el campo, le otorgo una
verosimilitud absoluta. Yo mismo he experimentado en varias ocasiones
situaciones análogas, y también más duras, así como he conocido a la galería de
personajes que ella describe. Uno de los términos que utiliza para calificar el
estatuto de las gentes como ella que desarrollan colaboraciones continuadas, es
el de siervos de la gleba. Me parece adecuado y lúcido. En su relato comparecen
los distintos tipos que detentan el mayorazgo de estas propiedades; consejeros;
alto personal médico; caciques políticos autonómicos; gestores de proyectos
médicos; profesionales que actúan como portavoces de proyectos de laboratorios,
tecnoburócratas asociados a la misteriosa OMS y otras especies de
excelentísimos e ilustrísimos señores.
En su texto
aparecen algunos aspectos antológicos, tales como la compra obligada de
acciones de una farmacéutica, la compra de aparatos para centros sanitarios y
otros semejantes. Pero lo más certero radica en su definición de la figura de
los compañeros de viaje reclutados para amparar estos organismos, así como sus
comportamientos requeridos. Se trata de palmeros o aplaudidores, de escoltas de
la autoridad. Refiriéndose a una reunión del Consejo de Salud de Asturias dice
“Nos dieron un discurso absurdo, sin pies ni cabeza, y los miembros del Consejo
estaban todos callados. Aclaro que están representados todos los Sindicatos,
Colegios Profesionales, organizaciones ciudadanas etc. TODOS CALLADOS, esa es
la sociedad civil española: no existe más que para figurar”.
Cuando
alguien rompe ese silencio es impelido a callar y aceptar las palabras de la
autoridad político-profesional “Nosotras
llevábamos una serie de preguntas, sabiendo que ninguna de ellas podía ser
respondida ya que no habían tomado ninguna medida, absolutamente ninguna. La
primera pregunta, a la que dimos respuesta nosotros, creo recordar era: ¿Qué
medidas se han tomado para la protección de lAs trabajadoras/sociosanitarias
que en este momento estén embarazadas? Seguimos haciendo preguntas y dando
las “soluciones” ante el silencio de las “autoridades” que si no estaban en
silencio, mentían. Pedimos protección e información inmediata para los
pacientes crónicos, en especial los sometidos a inmunosupresión, pedimos
mascarillas, información a los pacientes… Pedimos muchas cosas y al salir le
entregamos todo al Consejero que lo guardó “.
En este
texto se expresa admirablemente la gestión catastrófica de la pandemia, así
como los miedos que suscita en tan desvalidos acompañantes de estas autoridades
feudalizadas. La política de transporte para los pacientes, la atención
psicológica, todas se pueden inscribir en una verdadera antología del
disparate. De este modo se incuban dudas acerca de la información emanada de
estas fuentes oficiales, así como de los supuestos expertos que avalan sus
decisiones en nombre de la ciencia. Pero el aspecto más elocuente es la
ausencia de relación y conversación con ella. Una persona que participa en mil
episodios durante tantos años no merece una conversación personal para dar
explicaciones, clarificar dudas o acercar posiciones. Hablar de siervos de la
gleba es estrictamente certero.
El texto de
Susana Pérez Alonso es un documento personal al que atribuyo un valor muy
importante. La pandemia ha legado un ecosistema comunicativo en el que solo
hablan las autoridades, los altos cargos, los profesionales, los expertos y los
operadores de los medios de comunicación. Este conforma un mundo cerrado al
exterior, que todos vemos y escuchamos, pero en el que es imposible introducir
una voz nueva. Así todos somos configurados como unidades muestrales, miembros
de la audiencia, votantes incondicionales de los señores de la política,
consumidores pasivos de servicios y productos médicos. Las voces exteriores a
esta fortaleza son eficazmente silenciadas.
En este
contexto, el valor de estos documentos personales es máximo, siendo
esclarecedor de los miedos y las dudas compartidas por amplios sectores de la
población. Por eso recomiendo vivamente la lectura detenida de este texto que
arroja luz sobre una realidades oscuras. También agradezco a la autora su
decisión de hacerlo público y a Diario 16 por publicarlo ayer 18 de febrero. Se
trata, nada menos, que de la voz de uno de esos fantasmas que pueblan el
espacio fotográfico de los consejeros de salud y sus adláteres múltiples. Así
se ha roto el hechizo del “Todos callados” y una ha hablado.
https://diario16.com/28-de-febrero-del-ano-2020-que-se-haga-justicia/
2 comentarios:
Del silencio en el mundo sanitario fui consciente en mi primer trabajo hospitalario. Presencié un crimen que simplemente se tapó y el criminal se fue de rositas. Después, muchas veces, directa e indirectamente. Durante la pandemia lo hemos visto en sus reclamaciones callejeras, limitadas al mismo marco de un obrero del metal: más dinero y menos carga de trabajo, nada sobre su función social. Es indicativo verlos siempre dispuestos a culpabilizar al paciente (por ejemplo contra los que fuman, los que no se vacunan, etc.), pero todavía espero una manifestación de batas blancas contra el aire que respiramos. Son asuntos que no van con ellos. El problema de la mayoría de médicos (pronto las enfermeras) es que no parecen saber quienes son: un pelotón de precarios que cumplen órdenes de furrieles lejanos e invisibles (pantallas, guías clínicas, gestores, visitadores médicos, etc.) y carentes de humanidad y ética. El sistema cultural se encarga de hacer creer a sus pacientes y a ellos mismos que son individuos autónomos, encarnaciones de Hipócrates, portadores de conocimientos y tecnologías en continuo avance y salvadores de vidas, es decir, Star Trek. Viven en una burbuja jerárquica donde se practica la obediencia y la omertá.
No son los únicos, todos vivimos en un “Second Life” desde hace tres lustros y más, que nos ha ido preparando para su materialización mediante nuevas tecnologías con los chinos en vanguardia. Un ejemplo, entre otros muchos, lo tenemos en el discurso feminista dominante. Dice que la paridad cambia las instituciones en las que entran. En Sanidad no son paritarias, sino las mayoritarias, pero los hospitales siguen produciendo la misma iatrogenia (o más, por las nuevas tecnologías) y la misma corrupción mediada por los visitadores. La Primaria no está en este capítulo, porque se la considera medicina para pobres porque no “produce valor” (dinero), en ese lenguaje de madera que ahora también ha impregnado a los jefes de servicio hospitalarios. La propaganda nos enseña que las mujeres son las portadoras del amor y los cuidados, la nueva forma del mito de Dulcinea. Sin embargo, los pisos de mayor venta son ahora los de salones grandes y cocina americana; la lavadora que significó la liberación de un trabajo solitario y pesado cuando dejó de irse al río, ha engendrado una multitud de “hijos” que substituyen hasta el trabajo humano más simple. Aquí me paro y no hablo del mercado de la maternidad o de las derivas modernas de la sexualidad masculina. En relativamente pocas décadas las transformaciones de la sociedad y la familia han sido brutales, pero casi todos nosotros nos hemos quedado mentalmente una o muchas décadas atrás; e incluyo a los jóvenes, siendo uno solo de los signos a los que me refiero la pretensión de controlar al móvil de la “novia”. (cont..)
(cont) Leí tu artículo sobre la intervención de Laporte en el Congreso, ciertamente de “Summa cum laude”, aunque solo fuese por su excepcionalidad. Sin embargo, la soledad en que realizó su discurso y los ataques posteriores deberían ilustrarnos sobre como él y sus colegas (NoGracias, etc.) se han ido quedando atrás. Pretender combatir con el rigor científico un sistema cuyas instituciones practican desde hace tiempo una versión degradada del pensamiento iluminista es un trabajo inútil, bastante claro desde la liquidación de Gotzsche en la Cochrane. El Congrés de Metges de 1976, las luchas sanitarias políticamente autónomas, las ilusiones con la Reforma de la AP, etc. fueron en el cuaternario. Las jóvenes huestes actuales no cabe esperarlas en los ámbitos profesionales. Las luchas actuales son confusas. Habrá que reconocer que la crítica de la inutilidad del llamado “green pass” vacunal se ha dado en ese conglomerado diverso que llaman “negacionistas”. Lo mismo en cuanto a los “gillets jaunes” o en Trieste. La guerra, sin embargo, lo puede cambiar todo.
“Discusiones como ésta, que no tienen un tono perentorio, se escuchan todo el tiempo aquí. Me sorprende la voluntad generalizada de debatir y razonar, algo que no había captado del todo en el flujo de las marchas hasta ahora. A menudo las discusiones no tienen nada que ver con las vacunas, a veces ni siquiera con los pases verdes. "En Trieste", escribí hace unas semanas, "se ha acumulado el enfado por las medidas antipandémicas del Gobierno". Así pues, la impresión de esta jornada en la puerta es la de una multitud de personas en busca de lo que todo el mundo echa en falta desde hace veinte meses: espacios reales, públicos, abiertos para compartir y, sobre todo, eficaces para hacerse oír.” (Traducción realizada con la versión gratuita del traductor www.DeepL.com/Translator) https://www.wumingfoundation.com/giap/?s=strange+days
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