Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

sábado, 26 de febrero de 2022

LA ESTETIZACIÓN MEDIÁTICA DE LA GUERRA. UN TEXTO DE EDUARDO SUBIRATS

 

La invasión rusa de Ucrania ha sido objeto de una mediatización desbocada. Las televisiones desarrollan sus estrategias para capturar a las audiencias agotadas por los sucesivos espectáculos de la pandemia y la erupción volcánica de La Palma. La primera guerra del Golfo Pérsico significó la gran simbiosis entre los dispositivos militares y mediáticos. En aquella ocasión, los aviones o misiles llevaban cámaras para filmar su trayectoria y explosión final. Las pantallas vibraron por los efectos de los juegos de luces y colores, o las conversaciones de los alegres pilotos de los bombarderos. Este evento suscitó una reacción por parte de la hipermenguante reserva de la inteligencia occidental, que produjo varios textos advirtiendo del peligro civilizatorio de la mediatización/estetización de las armas prodigiosas.

Me he decidido a rescatar uno de esos textos, del filósofo Eduardo Subirats, de la universidad de Nueva York. Es el capítulo VII de su libro “Linterna mágica. Vanguardia, media y cultura tardomoderna” publicado en Siruela en 1997. A pesar de que esa guerra es, como todas, un fenómeno singular, y en la presente se ensayan nuevas estrategias de manipulación y control de la información, su lúcido análisis aporta muchos elementos para la comprensión cognitiva de este acontecimiento. Su valor reside principalmente en el silencio y la aprobación implícita que suscita en la inteligencia española, y en los medios de comunicación, la carrera armamentística y los distintos conflictos en los que intervienen las armas prodigiosas. El reiterado concepto en el texto que alude a la “destrucción” ilustra acerca de la ausencia y el vacío del discurso oficial.

Espero que este texto sirva a alguien para pensar esta guerra.

 

 

 

La Guerra del Golfo Pérsico es la primera guerra integralmente performatizada como evento mediático. Es una guerra de simulacros. Ha significado una doble violencia, primero como sistema de destrucción, y, en segundo lugar, como violencia simuladora de su propia realidad.

Se trata de una guerra concebida como fenómeno estético. Pero no en el sentido tradicional de la palabra. No como <<estetización>> simple de los hechos del frente, en el sentido de los reportajes heroicos de la guerra mundial realizados por Ernst Jünger, por ejemplo. La estetización de esta guerra tiene aquel sentido radical de la política como <<estilo>>, como expresión de una cosmovisión artística a gran escala, formulada por los pioneros del nacionalsocialismo. La destrucción es lo que ha sido definido en sus mismos aspectos técnicos como un fenómeno estético a escala masiva.

Esta guerra no ha supuesto una <<movilización>> de las masas en el sentido de las estrategias políticas tradicionales, mediante una propaganda política o una manipulación informativa. Constituye más bien un nuevo modelo de activa, íntima y sostenida participación colectiva de una nueva masa electrónica y virtual en la performatización de la guerra como espectáculo.

Los vídeos instalados en los propios sistemas de destrucción automatizada definen más exactamente el significado de estetización de la guerra. El vídeo de rayos láser se acopla a los misiles, dirige su evolución hacia el objetivo letal y la reproduce electrónicamente. El dispositivo técnico filma por un lado lo que por el otro destruye. Los medios técnicos de destrucción coinciden con los medios plásticos de su reproducción audiovisual. Es la primera característica que distingue a esta guerra.

Existe una larga historia de ambiguos intercambios entre guerra y arte en el marco de las vanguardias modernas. La <<sintesi futurista della guerra>>, anunciada por los intelectuales fascistas del futurismo italiano, se ha cumplido en el Golfo Pérsico. Esta confluencia de lo estético y lo militar no sólo afecta a las estrategias de la guerra y su puesta en escena. Significa una identidad en cuanto a las miradas. Nuestros ojos frente a la pantalla de la televisión se confunden con el objetivo del vídeo que detecta un objeto, guía el misil y ejecuta su destrucción a través de un proceso integralmente automatizado. Identificación prerreflexiva por medio de la definición estética de nuestra mirada técnicamente prefigurada por el vídeo de rayos láser. Es la segunda característica de la guerra como evento mediático: la predefinición de nuestra mirada. Los principios formales minimalistas que definen la reproducción del objeto por rayos láser son interiorizados como las condiciones subjetivas de nuestra percepción.

Tercera característica de la estetización mediática de la guerra: su composición visual fragmentaria en el sentido de la técnica del collage y del montage dadaístas, cubistas y surrealistas. La reproducción audiovisual de esa guerra rompió de esa suerte cualquier relación intrínseca o casual entre las imágenes de las máquinas de destrucción partiendo hacia sus objetivos y las visiones de ruinas y las citas aisladas de desolación. La descontextualización mediática como principio de destrucción de la experiencia.

En la permanente yuxtaposición, repetición y serialización de presentes instantáneos, fetichísticamente aislados, y en la secuencia aparentemente gratuita y aleatoria de estas imágenes se rompe tendencialmente aquella continuidad espacio-temporal sin la que toda reconstrucción intuitiva de una experiencia unitaria resulta imposible. Nada puede justificar el significado privilegiado de una realidad auténtica allí donde las estrategias compositivas del evento mediático equiparan sistemáticamente lo real con sus simulaciones. Lo mismo que el efectismo superrealista de Dalí o Magritte.

Cuarta: guerra como videojuego. La escena se repite monótonamente e innúmeras veces. Primero, un objeto indescifrable. Su encuadramiento en la pantalla a través de un marco técnicamente definido por los instrumentos balísticos de destrucción: lo mismo que un paisaje minimalista. Las formas abstractas objetualmente indefinidas, imposibles de identificar o siquiera de aproximar a cualquier referencia de nuestro entorno transforman los anobjetuales objetivos de esta destrucción en una realidad virtual. El teatro de la guerra como composición suprematista.

Esta técnica representativa apela a una gratificación motriz  repetitiva altamente automatizada, perfectamente animalizada. Ella configura un sistema de estímulos dotado de un último efecto fisiológicamente gratificante, y psicológicamente hipnótico y aletargador. Quinta: no solamente coinciden la contemplación y la destrucción, en el sentido que lo anticipó Benjamin: <<La vivencia de la propia destrucción como un placer estético de primer rango>>. Además, la materia de la agonía se convierte en heroísmo, poder, magnificencia, progreso, en fin, un espectáculo sublime. Los paisajes de destrucción se transubstancian electrónicamente para elevarse a principio de salvación de la humanidad y revelación apocalíptica de un nuevo orden cósmico. El mismo postulado transfigurador de la podredumbre en preciosos cristales anticipado por Dalí.

[…..]

Sólo la pantalla del vídeo ha podido conferir a los eventos reales de la historia un carácter virtual e irreal. Su experiencia es obliterada, volatilizada, eliminada como tal experiencia reflexiva. Por otra parte se exacerban las sensaciones, los reflejos automáticos, las asociaciones inconscientes. Se intensifica la visión de la pantalla hacia las fronteras de lo alucinatorio. […]

Con la manufacturación mediática de este evento se instauran las formas, esquemas y normas constitutivas de la nueva realidad y la nueva conciencia, mucho antes de que el espectador individual pueda establecer un juicio cognitivo sobre una base reflexiva, y expresarlo en una relación intersubjetiva horizontal e igualitaria <<The viewer is the screen>> (McLuhan). La estructura de esta conciencia es tan virtual como su propia producción técnica del evento histórico mediático. El vídeo que guía el proyectil por rayos láser define una mirada humana radicalmente vacía de experiencia y cortocircuita cualquier posibilidad de inteligencia o decisión individuales.

La performatización del evento mediático genera o restablece un sistema simbólico en el sentido tradicional de los mitos doctrinarios o de las ideologías. He aquí algunos de sus valores restaurativos e integradores: restablecimiento de un ritual colectivo, participación prereflexiva en la performatización de la guerra, función catárquica, restauración de valores heroicos, reconstrucción de identidades familiares y nacionales corporativamente manufacturadas, resacralización global del acontecer político…

 

martes, 22 de febrero de 2022

UN ESPECTADOR VEJADO

 

Después de dos días desconectado, pisando la tierra, la hierba y las piedras, regresé a mi casa y me dispuse a consumir mi ración mediática, estimulado por los ecos que me habían llegado de la crisis del pepé.  Estaba viendo un programa de La Sexta, La Clave, que presenta Rodrigo Blázquez y que representa la apoteosis de los estudios de comunicación audiovisual, escindida de la primigenia y generalista "ciencias de la comunicación". En este programa los presentadores conversan en un escenario en el que las pantallas tienen unas dimensiones macroscópicas, y las imágenes y los titulares estimulan la visualidad del espectador, cuya sensorialidad es avivada por el medio.

En este macroescenario se encuentran los cuerpos de los presentadores, que hablan movilizando todas las partes del mismo. Sus troncos se contornean, sus piernas se flexionan, sus brazos acompañan  todos sus énfasis, sus manos componen los lenguajes y sus rostros escenifican una exaltación del texto. Toda la panoplia no verbal se acompaña de una dicción muy cuidada, en la que las pausas y los tonos se multiplican y diversifican,  generando un contenido espectacular.

La sensación que me causa ver en acción a estos animadores, remite a lo enlatado, a un producto industrial, a un estilo que los unifica y homogeniza de modo inquietante, disolviendo su singularidad personal específica. Los presentadores del tiempo, la legión de Brasero, componen una verdadera factoría de clones profesionales. La homogeneidad se impone de un modo similar a una apisonadora, de modo que la abolición de las diferencias individuales alcanza un nivel que hubiera fascinado al mismísimo Orwell. Esta es la industria de la televisión, expuesta sin velos en su integridad.

Esta apoteosis falsaria y uniforme de la comunicación sensorial, se hace en detrimento de sus contenidos, que cada vez son manifiestamente más raquíticos. Los mensajes son brutalmente desposeídos de la complejidad, se inscriben en el orden de la simplicidad y se corresponden con narrativas manifiestamente infantilizadas. Las frases de las grandes pantallas que acompañan las imágenes de los actores que componen el espectáculo visual, remiten a lo menesteroso desde el punto de vista intelectual. Así generan un tiempo en el que lo ligero constituye la actualidad prefabricada. De esta situación resulta la expansión de la incertidumbre y el pánico moral.

Pues bien, volviendo al programa de ayer, compareció como pareja de Blázquez José María Rivero. Entre ambos se estableció un diálogo para presentar la crisis del pepé. Rivero explicó que el resultado de la reunión de ayer terminó con la convocatoria de la Junta Directiva Nacional, que es el órgano autorizado para convocar congresos. Esta tenía más de 500 miembros y puede decidir con dos tercios de votos favorables. Entonces, sacó un móvil de su bolsillo y dijo que lo que tenía que hacer Casado esta semana es, con el móvil que exhibía en su mano, llamar a los participantes de la junta para obtener su apoyo.

El éxtasis comunicativo llegó cuando a continuación dijo que los barones tenían que coger el móvil que mostraba y llamar a los afectados. Al contarlo presentaba el móvil en primer plano, y al decir tienen que utilizar este, añadió que “este no que es el mío, sino uno como este, el que ellos tengan”. Esta comunicación evidencia la consideración que tiene acerca del espectador, cuya inteligencia se despreciada integralmente. El destinatario de ese espectáculo es predefinido como un sujeto saturado ante el que hay que reforzar la presentación de lo evidente. El espectador es concebido como una ruina intelectiva, como un sujeto a capturar y seducir, como una molécula integrante de un segmento de audiencia.

Rivero me recordó a uno de los precursores, en un tiempo en el que todavía no había estudios de comunicación audiovisual, Arozamena, que aceleró mi ruptura con la tele. Recuerdo que este explicaba profusamente que cuando llovía el agua caía de arriba hacia abajo. Todavía, sus herederos que pueblan la sección meteo, avisan de que nos abriguemos cuando las temperaturas son bajas o de que nos protejamos con el paraguas cuando llueve.

Una vez que superé el sentimiento de indignación de sentirme vejado por Rivero tras su recurrencia al móvil, apagué la tele y volví a la grafosfera, mascullando que todos los problemas del presente remiten a la preponderancia de la audiencia, una nube de sujetos homologados por el espectáculo producido por los comunicadores clonados, en un mundo en el que se han abolido las diferencias entre las personas.

 

 

 

sábado, 19 de febrero de 2022

SIERVOS DE LA GLEBA DEL SISTEMA POLÍTICO-SANITARIO: UN TESTIMONIO DESGARRADOR

 

He trabajado durante muchísimos años en el los “Asuntos Exteriores” del sistema sanitario. Este recluta profanos para colaborar en distintas tareas y conformar dispositivos de legitimación del mismo. Bajo distintas etiquetas, pero con la palabra participación como divisa común, distintas personas son cooptadas e incorporadas a organismos sanitarios dirigidos por profesionales. Las asimetrías de información adquieren un tamaño desmesurado y los profanos terminan por desempeñar el papel de compañeros de viaje. Paradójicamente, lo más oscuro del sistema sanitario son precisamente los consejos de salud y otros organismos similares, que se asientan en el nebuloso espacio común entre el sistema político y el sanitario.

He contado alguna vez aquí que, impartiendo una clase en la escuela andaluza de salud pública sobre participación, cuando analizaba las incongruencias de la Junta de Andalucía, aludí a la inexistencia de un Consejo de Salud Regional. Entonces, uno de los alumnos, un médico que pertenecía al sindicato UGT, me interpeló para afirmar que ese consejo sí existía y que él mismo era miembro del mismo representando a ese sindicato.  Así confirmé la naturaleza fascinante de organismos secretos constituidos sobre el suelo arenoso de la convergencia entre ambos sistemas, político y sanitario. Como consecuencia de este hermetismo, la posición de las personas incorporadas a estos organismos, es extraordinariamente débil, de modo que su capacidad de réplica es inexistente. En mi intimidad denomino estas prácticas oligárquicas como la articulación del grado cero de la participación, que convierte a esta en una ficción.

De este arcano mundo ha aparecido un testimonio espléndido. Se trata de Susana Pérez Alonso, una mujer asturiana que lleva 38 años presidiendo una asociación de pacientes y usuarios en Asturias. Ayer, Diario 16 publicó un texto suyo en el que explica su experiencia y muestra su desolación por los daños causados en este pantano donde apenas entra la luz. Su testimonio es desgarrador. Tras leerlo detenidamente, desde mi experiencia en el campo, le otorgo una verosimilitud absoluta. Yo mismo he experimentado en varias ocasiones situaciones análogas, y también más duras, así como he conocido a la galería de personajes que ella describe. Uno de los términos que utiliza para calificar el estatuto de las gentes como ella que desarrollan colaboraciones continuadas, es el de siervos de la gleba. Me parece adecuado y lúcido. En su relato comparecen los distintos tipos que detentan el mayorazgo de estas propiedades; consejeros; alto personal médico; caciques políticos autonómicos; gestores de proyectos médicos; profesionales que actúan como portavoces de proyectos de laboratorios, tecnoburócratas asociados a la misteriosa OMS y otras especies de excelentísimos e ilustrísimos señores.

En su texto aparecen algunos aspectos antológicos, tales como la compra obligada de acciones de una farmacéutica, la compra de aparatos para centros sanitarios y otros semejantes. Pero lo más certero radica en su definición de la figura de los compañeros de viaje reclutados para amparar estos organismos, así como sus comportamientos requeridos. Se trata de palmeros o aplaudidores, de escoltas de la autoridad. Refiriéndose a una reunión del Consejo de Salud de Asturias dice “Nos dieron un discurso absurdo, sin pies ni cabeza, y los miembros del Consejo estaban todos callados. Aclaro que están representados todos los Sindicatos, Colegios Profesionales, organizaciones ciudadanas etc. TODOS CALLADOS, esa es la sociedad civil española: no existe más que para figurar”.

Cuando alguien rompe ese silencio es impelido a callar y aceptar las palabras de la autoridad político-profesional  “Nosotras llevábamos una serie de preguntas, sabiendo que ninguna de ellas podía ser respondida ya que no habían tomado ninguna medida, absolutamente ninguna. La primera pregunta, a la que dimos respuesta nosotros, creo recordar era: ¿Qué medidas se han tomado para la protección de lAs trabajadoras/sociosanitarias que en este momento estén embarazadas? Seguimos haciendo preguntas y dando las “soluciones” ante el silencio de las “autoridades” que si no estaban en silencio, mentían. Pedimos protección e información inmediata para los pacientes crónicos, en especial los sometidos a inmunosupresión, pedimos mascarillas, información a los pacientes… Pedimos muchas cosas y al salir le entregamos todo al Consejero que lo guardó “.

En este texto se expresa admirablemente la gestión catastrófica de la pandemia, así como los miedos que suscita en tan desvalidos acompañantes de estas autoridades feudalizadas. La política de transporte para los pacientes, la atención psicológica, todas se pueden inscribir en una verdadera antología del disparate. De este modo se incuban dudas acerca de la información emanada de estas fuentes oficiales, así como de los supuestos expertos que avalan sus decisiones en nombre de la ciencia. Pero el aspecto más elocuente es la ausencia de relación y conversación con ella. Una persona que participa en mil episodios durante tantos años no merece una conversación personal para dar explicaciones, clarificar dudas o acercar posiciones. Hablar de siervos de la gleba es estrictamente certero.

El texto de Susana Pérez Alonso es un documento personal al que atribuyo un valor muy importante. La pandemia ha legado un ecosistema comunicativo en el que solo hablan las autoridades, los altos cargos, los profesionales, los expertos y los operadores de los medios de comunicación. Este conforma un mundo cerrado al exterior, que todos vemos y escuchamos, pero en el que es imposible introducir una voz nueva. Así todos somos configurados como unidades muestrales, miembros de la audiencia, votantes incondicionales de los señores de la política, consumidores pasivos de servicios y productos médicos. Las voces exteriores a esta fortaleza son eficazmente silenciadas.

En este contexto, el valor de estos documentos personales es máximo, siendo esclarecedor de los miedos y las dudas compartidas por amplios sectores de la población. Por eso recomiendo vivamente la lectura detenida de este texto que arroja luz sobre una realidades oscuras. También agradezco a la autora su decisión de hacerlo público y a Diario 16 por publicarlo ayer 18 de febrero. Se trata, nada menos, que de la voz de uno de esos fantasmas que pueblan el espacio fotográfico de los consejeros de salud y sus adláteres múltiples. Así se ha roto el hechizo del “Todos callados” y una ha hablado.

 

https://diario16.com/28-de-febrero-del-ano-2020-que-se-haga-justicia/

 

jueves, 17 de febrero de 2022

LA LAMINACIÓN Y EL DETERIORO SÁDICO DE LA ATENCIÓN PRIMARIA

 




La Atención Primaria está experimentando una situación que me gusta denominar como “deterioro sádico”. Esta consiste en invertir la situación de silencio mediático que ha acompañado a sus años de expansión y fortaleza, al tiempo que se practica un decrecimiento de sus recursos. Desde el comienzo de la pandemia, se ha revalorizado mediáticamente y ha ingresado con todos los honores en los argumentarios políticos. Pero esta popularización no significa, de modo alguno, que viaje hacia el núcleo de las políticas públicas, cuestión que solo se puede materializar con un sólido plan de inversiones que avale su recuperación. Por el contrario, esta obtiene el estatuto de inmaterialidad, que es invocado en los informativos, las tertulias y las intervenciones parlamentarias en el estado y el enjambre autonómico.

Un profesional de solvencia acreditada como Amando Martín Zurro, ha expresado esperanzas de que esta revalorización simbólica termine por aterrizar sobre las decisiones. Muchos profesionales han constituido un singular muro de las lamentaciones de la Atención Primaria, en el que expresan sus sentimientos de agravio por la sobrecarga y el abandono de los próceres de la red de conserjerías de salud, en tanto que la demanda se incrementa.  Esta es la razón por la que se puede definir con la palabra “sadismo” este comportamiento de la Administración. Este consiste en tratarlos como a una ONG, que recibe elogios y piadosos reconocimientos de la causa que la suscita, en tanto que se administran óbolos menguados para sostener su acción.

Las sociedades científicas y profesionales instaladas en la AP, no son consideradas como un grupo de presión con el que es menester negociar, y por ende conceder. Por el contrario, representan un conjunto astillado y fragmentado, que se sostiene sobre los segmentos de profesionales cercanos a la jubilación, y por contingentes de nuevos profesionales semiproletarizados subjetivados en la precariedad. Este conglomerado profesional hace posible el gobierno sádico fundado en declaraciones y gestos, que se hace compatible con una política de personal implacable, que sigue el modelo de la empresa postfordista, y que se fundamenta en una parodia cruel de la manida frase “hacer más con menos”.

Se puede constatar que las élites profesionales de la AP se encuentran agarrotadas, en tanto que se fundan en unos discursos y modelos profesionales que han quedado obsoletos, en tanto que las sociedades del presente son el resultado de cambios de gran envergadura con respecto a sus antecesoras de los años setenta y ochenta, desde las que se pensó la AP. De esta mutación resulta el Muro de las Lamentaciones. Los profesionales perciben los cambios desde el imaginario fundacional, de modo que se sienten confundidos, en tanto que perciben las medidas de la política sanitaria como una desviación, y no comprenden la lógica global que subyace bajo las mismas. El componente sádico de este proceso resulta justamente de las asimetrías de conocimiento entre ambas partes. La inteligencia política de los operadores del estado-mercado y sus legiones gestoras sí conocen los supuestos y estrategias de la reforma secreta, en tanto que los profesionales se encuentran desarraigados del presente.

Para comprender el rompecabezas presente y sus lógicas, es preciso superar el recinto fortificado interior de los discursos de AP para ubicarse en el entorno. En estos días, se está produciendo un acontecimiento anunciador de las tendencias que operan para los sistemas de salud. Me refiero a Movistar, que   ha ampliado sus productos incluyendo un seguro de salud y una alarma doméstica. Así se reconoce la relevancia de ambos factores –salud y seguridad- en el tiempo presente. Hace veinte años, Jeremy Rifkin publicó un libro de culto para mí “La era del acceso. La revolución de la nueva economía”. En este escribe “La nueva idea del marketing es concentrarse en el lado del cliente más que en la parte del mercado. Peppers y Rogers defienden que en la economía-red <<no tienes que pretender vender un único producto a tantos clientes como sea posible. Por el contrario, tienes que intentar venderle a un único cliente tantos productos como sea posible, durante un largo período de tiempo y con productos de diferentes líneas o ámbitos>>”. Yo soy uno de esos clientes objeto de la oferta múltiple de mi proveedor de comunicaciones.

El servicio de telemedicina que ofrece Movistar resulta muy relevante para comprender un rasgo diferencial entre el contexto originario de la AP y el vigente. Me refiero a la importancia del mercado, que ha desbordado sus viejos límites, ocupando todos los territorios sociales exportando sus lógicas e imponiendo sus supuestos. Un sujeto gobernado –nunca escribo ciudadano en estas condiciones históricas- vive experiencias en relación con el mercado, que lo moldean inexorablemente. Tras el proyecto de salud de Movistar, se encuentra un análisis del mercado específico para sus productos. Este se funda en la segmentación, en tanto que un proyecto de mercado nunca es universal.

Examinando el folleto publicitario se pueden extraer las líneas maestras de esta propuesta. La primera cuestión remite a la accesibilidad mediante la digitalización completa. “Ponemos a tu disposición la tranquilidad de tener un médico siempre que lo necesites”. La palabra inmediata completa la oferta “Atención primaria inmediata 24 horas y 7 días a la semana”. Este es el núcleo de esta oferta de telemedicina, dirigida a las gentes digitalizadas y con sobrecargas horarias debidas a sus trabajos, a sus localizaciones residenciales, obligaciones familiares y sociales, gestión de su cuerpo y otras tareas cotidianas que comprimen sus agendas. Se ofrece servicio médico “sin desplazamientos y desde cualquier lugar a través de la web o la app móvil”. Así se libera a los activos y saturados pacientes de la pesada carga de las citas, los desplazamientos, las esperas y las colas.

El segundo punto fuerte de esta oferta radica en que la demanda lleva la iniciativa. Se atiende aquello que suscite el telepaciente, que es quien llama. Así se homologa con los estándares imperantes en los servicios que establecen una suerte de cogestión moderada. Para contratar un viaje, la relación entre el sujeto viajante y el agente comercial pasa por un momento de bidireccionalidad en el que existen elementos de negociación entre las partes. En la atención sanitaria masificada, esta cogestión se reduce a mínimos y la autoridad profesional desempeña un papel determinante. En el folleto, la frase de “Evalúa tus síntomas”, remite a un elemento con rasgos de cogestión. El profesional ubicado al otro lado de la pantalla va a limitarse a responder.

El tercer aspecto remite a la psicologización y el bienestar.  El folleto dice significativamente “Con acceso a consultas médicas atendidas por los mejores psicólogos, pediatras, nutricionistas…”. Los trastornos psi  y los estados de ánimo de las personas que viven bajo el mandato de las instituciones del mercado de trabajo, que implica una carrera profesional basada en la excelencia; así como por las instancias que registran una vida personal activa y plena de éxitos obligatorios, que tienen que ser imperativamente filmados y narrados en las redes, parecen inevitables, de modo que cada uno termina definiendo sus malestares, problemas y actuaciones como insertos en un campo profesional.

Asimismo, al devenir el cuerpo en un sistema de rigurosas obligaciones, la nutrición y el ejercicio físico se desplazan hacia el centro de la vida. La dependencia profesional parece inevitable. Dice “Con tu plan de cuidado personal, entrenarás de forma sencilla y entretenida mediante tablas de ejercicio en vídeo. Además contarás con menús y recetas personalizadas así como acceso a consultas con un nutricionista para enriquecer tu dieta alimentaria”.

Por último, la promesa de acceder al tesoro farmacéutico, cuya llave se encuentra en poder de los médicos. Dice “Recetas en tu historial, estés donde estés. Ahora, además de recibir tus recetas electrónicas en tu e-mail, también podrás pedir a tu médico grabarlas en el historial de consultas de la app, ¡Así de fácil¡”. Los fármacos sagrados que viajan por la la fibra óptica generando una fusión percibida como un milagro. Así parece que el telepaciente se encuentra liberado de las inconveniencias de la burocracia y de la tiranía de la espera que termina en un cara a cara con un profesional no siempre presto a negociar la demanda. La publicidad formidable de los fármacos en las televisiones mágicas genera una demanda inmensa en las mentes de los receptores, prestos a establecer la relación entre los productos anunciados y sus síntomas.

El conjunto de la oferta presenta varios elementos vinculados a la ficción, propio de muchos campos de consumo en este tiempo. Pero la cuestión más importante radica en que esta se adecúa a problemas de salud relativamente leves, excluyendo las situaciones vinculadas a patologías duras. Así, este servicio puede tener utilidades para resolver algunas dudas o problemas de vida cotidiana. Pero tengo más que dudas con respecto a la definición de problemas severos que afectan a patologías con impacto en la salud de la persona. Este método puede inducir a errores diagnósticos y/o terapéuticos de distinta intensidad. El peligro de error médico se maximiza, reforzado por las carencias del medio y la preponderancia del consultante, que define el problema desde su perspectiva frente a un profesional que se encuentra en una situación de fragilidad, en tanto que no puede forzar la relación, tanto por el riesgo de que esta se rompa, como por los imperativos de un servicio personal, en el que la satisfacción del consultante es el principal factor. El diagnóstico y tratamiento a distancia se constituye, en no pocos casos, como un factor de riesgo que incrementa la iatrogenia.

Pero la inconsistencia clínica no resta valor a este proyecto de telemedicina. Una parte de la demanda puede ser canalizada por esta y otras similares que comienzan a proliferar. Así, recorta el campo total de la AP, que se ve constreñida a ocuparse de la demanda que queda fuera de las propuestas de estas aseguradoras. Se trata de las víctimas de la brecha digital, conformada por distintas clases de rezagados de las tecnologías; de varios tipos de segmentos desposeídos principalmente por su expulsión del mercado de trabajo; de mayores que viven el tiempo previo a su encierro definitivo en las nuevas versiones del asilo; de pacientes que detentan varias patologías simultáneas; del grueso de los enfermos crónicos; de la humanidad necesitada de rehabilitación, que por definición requiere el encuentro de los cuerpos; de los veteranos de los quirófanos, convalecientes de múltiples episodios resueltos por las cirugías; de los psiquiatrizados; de los pertenecientes a las legiones del cáncer; de los portadores de lo que se denominan como “enfermedades raras”…

Esta humanidad doliente queda huérfana de cualquier proyecto de telemedicina y se ve impelida a acudir con sus cuerpos a los consultorios para afrontar cara a cara su situación. Pero un proyecto de telemedicina como el que estamos comentando, tiene como fundamento seguir la pauta enunciada Rifkin, siendo su objetivo capturar pacientes leves. La multiplicación de estos proyectos supone la laminación progresiva de la AP, de modo que tiende a especializarse en el segmento de los portadores de patologías duras y los mayores. Esta laminación actúa a su vez como un factor a favor del crecimiento cero de sus presupuestos practicado por las políticas sádicas. Así, a esta red asistencial, se le va expulsando del próspero campo de la salud y el bienestar de los jóvenes, que se desmaterializa mediante su digitalización.

Estos proyectos de captura de segmentos de la supuestamente universalizada AP, emergen en un momento en que la Covid está significando una regresión en el acceso a las consultas, así como una metamorfosis en el concepto del paciente mismo, entendido como una entidad contagiable que hay que tratar drásticamente con independencia de su colaboración. La cogestión incipiente ha sido cancelada en todo el sistema sanitario público, que se ha cerrado en sí mismo frente a la amenaza de la pandemia.  Vivo en Madrid y puedo observar directamente el asalto de estos proyectos a los caladeros tradicionales de pacientes de atención primaria. Mientras tanto, los profesionales de la AP viven encerrados en su relato y ajenos a la agregación de pescadores en sus caladeros, que tienden a convertirse en una flota. Así se conforma un bucle fatal.

 

domingo, 13 de febrero de 2022

JOAN RAMÓN LAPORTE, LA METAMORFOSIS DE LA INVESTIGACIÓN BIOMÉDICA Y LA REBELIÓN DE LOS CLIENTES

 


En mis años de juventud, siendo estudiante universitario, trabajé durante dos años en una empresa de estudios económicos, METRA SEIS, que entonces era asociada a la de marketing. Allí descubrí por primera vez los misterios en la producción del conocimiento. Recuerdo que una confederación de propietarios agrarios de Lleida encargó un estudio a la empresa sobre los efectos de un pantano. La demanda incluía la solución. Es decir, que el resultado estaba predeterminado por el cliente. El equipo investigador tenía que fabricar los datos y argumentos que sustentasen esa decisión. Se trataba justamente de invertir el proceso de creación del conocimiento, siendo asignado a un objetivo predeterminado.

En esos años, también participé en un equipo de profesionales formidable que ganó el concurso del Estudio del Medio Ambiente en la Bahía de Santander, que patrocinaba la Fundación Botín, del Banco de Santander. En este caso, los honorables y espléndidos clientes pensaban que el medio ambiente remitía solo a las plantas y las corrientes marinas. Cuando constataron que la conservación de la bahía dependía de las industrias, las localizaciones y la planificación urbana se generaron tensiones. En este caso se llegó a la ruptura y el estudio no se concluyó. Viví en primera persona este proceso compulsivo en Santander, en el que de nuevo se trataba de subordinar la investigación a los intereses del cliente.

Años después, como profesor de sociología en la universidad de Granada, advertía a los estudiantes acerca de la naturaleza mercenaria de una gran parte de la investigación sociológica, en la que los clientes invertían para dotarse de un argumento que respaldase sus opciones y sus intereses. La Ciencia descendía de su piadoso pedestal para enraizarse sobre el suelo áspero de las sociedades del crecimiento, en la que los agentes sociales dotados de recursos económicos, tenían la prerrogativa de influir, incluso predefinir los resultados. No pocos alumnos se sentían violentados cuando se hacía manifiesta la dificultad de constituirse como una suerte de ángeles de la investigación.

El nuevo sistema-mundo, resultante de varias mutaciones recombinadas en las últimas décadas, desarrolla una estrategia esencial consistente en la creación de nuevas organizaciones que lideren la creación del conocimiento, de modo que este sea facturado adecuadamente en coherencia con sus finalidades. Así, se multiplican las agencias, observatorios, fundaciones, think tank, grupos de expertos y otras organizaciones, que actúan concertadamente para constituir eso que se denomina pensamiento único, y que consiste principalmente en la legitimación de los preceptos que constituyen estos réditos. Este conocimiento es tratado industrialmente por los grupos mediáticos, que conforman así un dispositivo que se sobrepone a los gobiernos, las instituciones, las viejas universidades y otras reliquias organizativas del pasado.  Este conglomerado de gobierno en la sombra recupera la inversión de la ciencia, es decir, la construcción de un sustento empírico y argumental a los resultados predefinidos requeridos.

En los años siguientes, aterricé en el sistema sanitario y me encontré inmerso en un medio moldeado por un mercado extremadamente opulento. La investigación clínica se encuentra intervenida por unos intereses comerciales muy poderosos. He vivido situaciones tan fuertes que todavía no he decidido contar en este blog, dada su aparente inverosimilitud. La lectura de los libros de Jörg Blech y Miguel Jara me ayudó a comprender la realidad que me rodeaba. He vivido episodios intensos de intervención de la industria, pero, sobre todo, de un silencio terrible por parte de los profesionales sanitarios. Esta fue una de las razones de mi retirada voluntaria prematura del campo.

Todavía recuerdo mi última intervención en un Congreso de Médicos de Familia, invitado por la PACAP. Mi sensación al llegar al Palacio de Congresos de Granada fue terrible. Iba a intervenir a favor de mi versión de desmedicalización en un entramado físico de stands de farmacéuticas, que escenificaban sus productos con retóricas visuales imponentes y respaldados por sus comerciales que se encontraban en todas las partes. Tenía la sensación de que aquello solo lo veía yo, en tanto que esta apoteosis industrial, no era percibida por los profesionales, y por tanto, se encontraba ausente de las conversaciones cotidianas. El congreso era vivido en los cánones de la normalidad. Así se forjaba una disidencia muda que revivía en mi interior.

Desde esta perspectiva se puede comprender la significación del episodio de la intervención de Joan Ramon Laporte en el Congreso de los Diputados. La trayectoria intachable de este como científico independiente se encontraba cercada por el magma de la investigación patrocinada por clientes de una envergadura cosmológica. La perversión de la investigación, según el modelo que descubrí en mis años tiernos en METRA SEIS, se especifica en una imponente red de proyectos que compatibilizan su objetivo en términos de salud con su valor económico, y en caso de incompatibilidad entre ambos, la salud queda subordinada. En este extenso y proceloso mundo, una persona como él, tiende a ser desplazada a la periferia, adquiriendo la condición de un ilustre extraño, al que se agasaja ritualmente, pero al que se desautoriza encerrándole en un guetto.

El establishment sanitario está conformado por la inteligencia del sistema industrial, por los operadores del estado y el sistema político, y por la densa trama de organizaciones profesionales. Esta business class sanitaria opera mediante una estrategia doble: De un lado, el control de la producción de conocimiento en el interior de la comunidad científica y su red de publicaciones. En este nivel pueden aparecer voces discordantes, que son acalladas mediante el mecanismo de ser disueltos en la sobreabundancia de investigaciones y textos que las ahoga en el océano biomédico. En este proceso de homogeneización intervienen decisivamente las tecnoburocracias sanitarias, es decir, la OMS y su séquito de organizaciones regionales. Estas funcionan según el modelo de una burocracia profesional, de modo que terminan por asfixiar a las diferencias o alternativas.

Pero, por otro lado, la business class sanitaria establece una conexión privilegiada con los medios de comunicación y las instituciones políticas. En este nivel, la uniformidad es absoluta y el control de las voces férreo y estricto. Entre los expertos mediáticos Covid no se cuela una sola voz discordante. Así se explica el sentido del evento de Laporte. Lo que ocurrió es que este fue invitado a un acto público en el que su voz fracturó la unanimidad experta. El sistema ha reaccionado y ha movilizado todos los dispositivos de reproducción de la unanimidad. El coro de expertos escenifica una verdadera cacería del infausto Laporte, que es objeto de las descalificaciones de los embajadores de los productos industriales, que monopolizan el sistema político y mediático.

La cacería tiene lugar mediante métodos que remiten a una suerte de populismo científico. La principal forma son las tertulias, en las que rige la unanimidad, el degradado no está presente ni puede responder, y se genera un clima en el que cada participante añade alguna descalificación, generándose un clima de sinergias en la condena. Esta noche he esperado para ratificarlo en la Sexta. El código de significación remite a que la ciencia es solo una, la que representan las milicias expertas, y que esta no admite matices ni distinciones. Así, el descalificado es situado fuera del campo científico, siendo estereotipado como un brujo, charlatán u otras formas similares.  Pero el populismo experto implica la administración de los tonos. Los periodistas conductores y los tertulianos expertos acompañan sus sentencias de un catálogo de comunicaciones no verbales ofensivas para el reo. Lo que he visto esta misma noche es bochornoso, incluso inverosímil. Representa una nueva figura que calificaría como la taberna experta. Un lugar en el que se despelleja a un ausente sin piedad. La incompatibilidad de estas formas con la ciencia es manifiesta.

Es menester afirmar que la jauría experta expulsa de este espacio público al condenado. Este puede refugiarse en algún rincón de la red de publicaciones científicas, pero, de ninguna manera, puede salir en la videosfera a exponer sus razones. Los medios están radicalmente vedados a discursos extranjeros a los poderosos fabricantes de productos biomédicos. El estilo comunicativo e intelectivo propio de los dispositivos políticos y mediáticos, que como se hizo patente en esa sesión no se caracteriza precisamente por su espesor discursivo, determina fatalmente que el intruso sea denigrado, etiquetado y degradado. Su presencia inesperada en este ecosistema controlado exige su condena. El caso de Francés, Loayssa, Petrucceli, así como el de otras otras voces disidentes, es distinto, en tanto que estos no llegaron al paraíso audiovisual. Bastaba con silenciarlos, con ignorarlos, con expulsarlos a rincones lúgubres del sistema de publicaciones. Pero en el caso de Laporte merece la cacería que culmina con la presencia de Jordi Évole, exponente de la razón biofarmacéutica industrial y sus ortodoxias incuestionables e inviolables.

Se puede elogiar la figura de Laporte y de su modo de estar frente a la Comisión. Representa el paradigma del científico que antepone sus valores y su dignidad. Su intervención no rehuyó las grandes cuestiones y no transaccionó con las réplicas de los insignes representantes políticos. También mantuvo su pundonor profesional ante los vacíos de las ausencias y los silencios de los presentes. Supongo que ignoraba el modo con que los tratantes de imágenes iban a presentar su exposición, reduciéndola brutalmente a estereotipos gruesos y descalificaciones personales. Solo le falta ser apuntillado por Marta Flich, la especialista sádica de este extraño sistema monolítico.

Termino interrogándome acerca de la naturaleza y los procedimientos de la comunidad científica, y de su versión biomédica. Se puede constatar que no tienen lugar controversias públicas en las que se contrasten las argumentaciones y se renueven los posicionamientos. La comunidad científica es muy oscura, condicionada por una burocracia profesional, la OMS, y por un campo lleno de agentes de intereses fuertes. Esta pregunta me conduce a valorar el conjunto de las sociedades del presente y sus estados-mercado. Tengo cierto pudor en afirmar que se trata inequívocamente de un nuevo totalitarismo. Pero no es una exageración constatar  que se está conformando una suerte de Gulaj científico, en el que las voces diferentes son expulsadas de las grandes estructuras y recluidas en algunas publicaciones científicas. Es inevitable recordar el primer libro que leí hace años sobre la mutación en curso, Una extraña dictadura, de Viviane Forrester.

Desde esta perspectiva, entiendo que Laporte ha experimentado la rebelión de los poderosos clientes de los proyectos de investigación biomédica. Los consorcios industriales y sus embajadores, que actúan como expertos en los media y las instituciones, han descargado su furor chabacano sobre el mismo por la impertinencia de su intervención en una esfera prohibida para un discurso diferente. Este incidente desvela la metamorfosis de la investigación biomédica, que se acrecienta por la emergencia de la Covid.

Concluyo con una advertencia. En estos días, el video y el texto de Laporte ha circulado entre la gente de un modo subrepticio, generando cadenas de vínculos por el que se trasmitía. Me ha recordado a mis años jóvenes. Cuando llegué a la universidad me pasaron discretamente en un pasillo un libro de Albert Camus forrado de papel de periódico con gran misterio. Este tiempo adquiere un signo inquietante de retorno a textos prohibidos y a autores condenados por el dispositivo de gobierno. Ahora las formas son diferentes pero se encuentran unidos por la persistencia de lo chabacano.

 


miércoles, 2 de febrero de 2022

STREAMING: COMPULSIÓN Y DESORGANIZACIÓN DE LA COTIDIANEIDAD

 

Desde hace muchos años detento un posicionamiento crítico con la aceptación general de comportamientos o ideas que vienen avaladas por la etiqueta novedad, y que son percibidas e integradas en los cánones de lo que se entiende como normalidad. Las consecuencias de la suspensión del juicio crítico son, en no pocos casos, nefastas. Así se conforma una extraña sociedad donde es asumido como normal la escolarización durante más de veinte años de la vida o que la educación interminable se concentre en una formación para un puesto de trabajo definido por su provisionalidad. Y así no pocos dislates interiorizados por las gentes. La gran mayoría de problemas sociales cronificados resultan de este comportamiento liberado de cualquier consideración crítica. Mantener este posicionamiento me ha conducido a un extraño y confortable confín periférico desde el que se puede contemplar el inusitado vigor del conformismo.

Este estado de aceptación incondicional de cualquier cosa nueva tiene como consecuencia la conformación de un sujeto manifiestamente débil, que se encuentra a merced de las corrientes imperantes. Una de las cuestiones aceptadas y liberadas de cualquier problematización es la de las prácticas derivadas de la condición de espectador y la reestructuración formidable de la vida cotidiana que implican. Lo que se sobreentiende como progreso ha implicado la aceptación de la reformulación de la televisión, que deslocaliza su producción desplazándola al tiempo singular disponible de cada espectador. Cada uno puede programarse a la carta su menú y buscar el lugar donde vivir aisladamente su ración catódica. La apoteosis del streaming tiene como efecto el progresivo anonadamiento de un espectador saturado, que es aplastado por las poderosas máquinas de relatos audiovisuales. Pero, el impacto más relevante de la explosión del streaming es la colonización de la vida cotidiana por las industrias culturales.

En esta convicción me he programado una experiencia personal de espectador para vivir en primera persona esta invasión de mi vida por las plataformas que adquieren la naturaleza de un extraño dotado de rostro amable que ocupa irreversiblemente mi tiempo cotidiano. He visionado una serie de éxito de Netflix, Café con aroma de mujer. Esta es un culebrón convencional que narra los tormentosos amores entre Sebastián, un rico hacendado cafetero y empresario afincado en Nueva York como ilustre gestor de una empresa de éxito, y Gaviota, una campesina de la hacienda de la familia de Sebastián. Durante el visionado, he observado cuidadosamente mis sensaciones y mis prácticas, tomando nota de todo el proceso.

La experiencia ha sido demoledora, en tanto que tiene 88 capítulos que suponen unas 80 horas de emisión. Esa es una cantidad de tiempo muy importante, que concentrado en un período breve significa una verdadera metamorfosis de la vida cotidiana y la cristalización de un estado de inmersión personal en esta ficción. He visionado la serie en 11 días. Al principio me propuse hacerlo en 17 días, lo que suponía ver 5 capítulos por día. Esto supone 250 minutos, es decir, 4 horas largas dedicadas a esta historia. En principio me parecía un tiempo considerable que reestructuraba mi cotidianeidad, introduciendo un factor por el que me veía obligado a racionar mi tiempo, disminuyendo mi dedicación a otras tareas.

En esta experiencia, he visto en los últimos años muy pocas series largas, he confirmado que la ficción te va atrapando, de modo que es inevitable la intensificación del ritmo del visionado, incrementando el número de horas dedicado a este menester. Esta es la explicación de que haya terminado viéndola en 11 días, y no en los 17 previamente programados. El comienzo pausado precede a una fase de intensificación que desemboca en un final compulsivo, en el que la vida cotidiana es radicalmente desorganizada, terminando por afectar a todas las actividades cotidianas. Primero se suplantan otras actividades semejantes para ceder a una convocatoria del relato que compele al espectador, que va renunciando a sus defensas para terminar otorgando una exclusividad a este en detrimento de otros usos del tiempo. Cuando las reservas de tiempo se agotan, se toma tiempo de sueño, cocina y otras actividades esenciales.

En la primera fase, el ritmo es controlado en tanto que todavía se mantiene una distancia con la trama narrativa. Se mantienen los tiempos básicos cotidianos y se toma el tiempo de actividades similares. En los cuatro primeros días vi 17 capítulos, lo que representa una media de 4, es decir, de tres horas largas. Pero cuando el espectador es atrapado por la trama de microhistorias que conforman la narración, se intensifica el ritmo de visionado, experimentando una adicción. En estos días intermedios llegué a ver 7, 8 y 9 capítulos. En este tiempo descuidé tareas rutinarias de lectura de prensa y otras similares y aproveché los fragmentos de tiempo ubicados entre fases del día. También apareció una pauta nueva. A veces no podía terminar un capítulo y lo dejaba interrumpido para volver a él en la primera oportunidad.

En esta fase el relato se había apoderado de mí y representaba un factor de exclusividad que quebraba mi equilibrio existencial cotidiano. Estamos hablando de seis horas diarias de dedicación. Pero este estado de ansiedad por avanzar hacia el final, conduce, tanto a la intensificación del ritmo, de modo que los cuatro últimos días vi 12 capítulos de media, lo que representa diez horas aproximadamente. Esto significa que tomé (robé) tiempo de todas las esferas de la cotidianeidad. Un indicador de este estado de compulsión es que, a partir del episodio 60, busqué en Youtube videos sobre la resolución de la narración. Es decir, que incrementé mi tiempo de dedicación a esta ficción.

El final supuso un alivio y tenía la sensación de encontrarme vacío, confrontado a la tarea de recuperar mis ritmos existenciales y restaurar las tareas relegadas. El lema de “el séptimo día descansó” representaba el efecto del sobreesfuerzo que realicé como espectador compulsivo. Yo mismo me había impuesto la obligación terminar esta serie. Un aspecto relevante de los últimos días es que seleccionaba mis tareas atendiendo a las compatibles con la dedicación exclusiva a esta ficción. Así, podía leer y contestar mensajes en el correo o whats app, pero renunciaba a leer textos largos, reestructurando así mis prácticas de lectura. La imposición de lo ligero parece inevitable.

La conclusión de esta experiencia es inequívoca. Las fábricas de relatos audiovisuales introducen un terremoto en la cotidianeidad, apoderándose de las reservas de tiempo libre primero para después desplazar una parte sustantiva del tiempo de obligaciones. El término totalitarismo mediático no me parece desmesurado. La desmesura audiovisual se realiza en detrimento de las relaciones personales, las actividades corporales y las demás tareas de obtención de la información. Soy conocedor de que determinados grupos sociales conforman el grueso de la demanda de series y películas por streaming. En particular, los jóvenes y los mayores. Los primeros son asaltados por la secuencia de ficciones que requieren tantas horas de dedicación. Me pregunto cómo pueden estudiar. Los segundos son los que conforman el grueso de la audiencia, otorgándoles esa función de consumo y haciendo activo su encierro doméstico.

Mi culo experimentó la sobreutilización sobre el sofá, sobre mi mesa de trabajo, y hasta en la cocina en tiempos que preparaba la comida en alguna ocasión. Mi vieja perra es la única que, no perteneciendo a esta extraña comunidad de humanoides apantallados, ha conservado el sentido. Ha registrado mi sobrededicación y ha reclamado atención a las sagradas cuestiones cotidianas de salir, caminar, dormir y hacerse carantoñas en los tiempos intermedios. Las industrias culturales castigan los culos y las mentes de los atribulados espectadores, que dejan de ser pasivos para convertirse en una masa que sustenta la producción audiovisual amparada en la sacra publicidad.

Me pregunto acerca de las prácticas de espectadores de muchos amigos y conocidos. Por eso he hecho números en mi experiencia. La conclusión es escalofriante. Asignar a esta actividad la etiqueta de “ocio” implica una gran confusión. Se trata más bien de una actividad central de formateo de las mentes y de uniformización de lo vivido. La sociedad de las mentes guiadas y los culos esculpidos en los sofás. Se agradece si alguien hace números sobre su propia experiencia audiovisual. Yo he terminado añorando la vieja televisión que obligaba a estar presente en el momento de la emisión. Así se propiciaba un consumo moderado que quebró posteriormente el video y después la llegada de internet, youtube y la galaxia del streaming. Cuando compré mi último Smartphone, el vendedor me animó a ver películas o partidos de fútbol en él. Me lo tomé como un insulto.