Y esas patochadas, diariamente
resobadas, ¿son política? Sí, lector: ésa es la política que hacen los
políticos y no pueden hacer otra: el servicio a Dios en lo Alto, o séase al
movimiento del Dinero, no les permite más que ésa. Pero que los Medios te la
sirvan cada día en ese espacio y lujo te revela que está cumpliendo la misma función que las Competiciones
Deportivas, las convocatorias a Museos a fastos músicoluminotécnicos de
estadio, los tremendos casos de terrorismo de bandas o matanzas personales que
alcancen también los grandes titulares, si bien la política se destina al
sector de la grey más consciente y responsable, que de todo ha de haber en la
viña del Señor: la función de saber divertir al personal.
Sólo que, amigo, la función de
divertir es algo más serio de lo que quizás creías: entretener a la gente con
pamemas que no haya peligro de que le
hagan algo y descubran la falsedad de lo que les venden por pensamiento y vida,
pero que les llenan de vacío el Tiempo hasta conseguir que no pase nada: nada
más que lo que el Capital, y con él el Estado, tiene previsto, el Futuro, que
es Su reino.
Agustín
García Calvo
La
celebración de la Supercopa de España de fútbol en Arabia Saudí constituye un
acontecimiento cuyas dimensiones trascienden lo estrictamente futbolítico. Más
allá de su significación deportiva, su referente remite a la fusión entre
Deporte, Espectáculo y Dinero, amparada en este enigmático tiempo por el Estado
Emprendedor. El contrato entre la Federación Española de Fútbol y las empresas
audiovisuales, que a cambio de 30 millones de euros anuales y durante diez años
deslocaliza los partidos de fútbol de esta competición, ubicándolos en Ryad, es
todo un compendio de sociología del tiempo presente. Los contingentes de seguidores
locales son deslocalizados para expandir la masa mediática que sustenta los
acontecimientos deportivos. La reconversión del espectáculo se oficia para la
gloria de las empresas globales que sustentan el mercado publicitario, que
rompe su techo convencional.
Este evento
pone de manifiesto la apoteosis del dinero, que se sobrepone a todo lo demás y
en todas las esferas. Todo es reconvertido drásticamente a su valor
económico-monetario. Las otras dimensiones de valor preexistentes son
rotundamente subordinadas al negocio. Lo más relevante de este caso radica en
que esta orgía del dinero es aceptada sin controversia alguna por tan avanzada
democracia. El fútbol es una actividad esencial, tanto en el volumen de su
negocio como en la envergadura del valor simbólico del espectáculo. Grandes
masas son movilizadas por las competiciones y por las narrativas que reelaboran
los medios.
Arabia Saudí
es una extraña teocracia autoritaria, en la que coexisten elementos feudales
con monarquías absolutas de nueva factura. La gran potencialidad económica que
detentan multiplica las interacciones con las vetustas democracias europeas.
Así se constituye una excepción, en tanto que quedan liberadas de cualquier
alusión crítica en el conglomerado mediático audiovisual. Estos paraísos del
dinero son eximidos de miradas prospectivas. En la España postfranquista, el
rey Juan Carlos, que actuó como cabeza visible de una red imponente de
transacciones en los que participaron múltiples empresas, realizó un repertorio
admirable de negocios que sustentaron su prosperidad. Sin embargo, aún a pesar
de ser visibles muchos de los mismos, no suscitaron ningún posicionamiento
crítico ni de la prensa ni de las instituciones.
La bula
arábiga se encuentra tan arraigada que la izquierda de todas las clases ha
mirado hacia otro lado, siendo escrupulosa en su discreción. La radicalidad de
las críticas de la derecha a la experiencia venezolana y otras similares,
contrasta con el respeto mesurado a tan adinerados estados. Este estatuto de permisividad
hacia las autocracias arábigas alcanza un grado de solidez insólito, en tanto
que el feminismo practica un silencio atronador, en relación con la situación
de las mujeres en esos paraísos del dinero. Todos convergen en el noble arte de
callar. Se puede afirmar que Juan Carlos I es el rey de la democracia, cuya
significación remite al bienestar y a la factibilidad de la realización de los
negocios, que adquieren el estatuto de sagrados. En este sentido, el monarca
emérito desempeña un papel esencial en la configuración del inconsciente
colectivo, lo que refuerza su posición frente a los tribunales.
Pero la
exención crítica saudí supone la cristalización de un síndrome inquietante.
Este remite al monolitismo. Es comprensible el silencio de aquellos que
ejecutan sus negocios con tan generosos socios, pero incomprensible en el caso
de la izquierda, el feminismo, y, sobre todo, la inteligencia. Este es un
tiempo en el que el conglomerado académico y del pensamiento sigue
disciplinadamente la senda marcada por los poderes económicos. La frase hecha
que alude al pensamiento único adquiere una veracidad perturbadora. El
resultado es la consolidación y expansión de un anonadamiento crítico colectivo
que aísla a cualquier proyecto de respuesta. Todos se instalan en la estela de
la orgía financiera y sus relatos de ficción.
El fútbol es
una actividad de alto valor económico, pero resulta una actividad
incuestionablemente corrosiva para la democracia. El valor de sus actividades
sustenta un dispositivo de prensa deportiva cuyas prácticas profesionales y
códigos se contraponen con la esencia de la democracia. Así, conforman un
espacio social poblado por emociones primarias; radicalmente infantilizado;
dependiente de pasiones orquestadas; adorador del azar, que es el principio de
todos los juegos; sustentador de la adhesión acrítica incondicional, y habitado
por narrativas heroicas que ejecutan super-sujetos que son homologados con los
mismísimos dioses. Este espacio no deja de crecer al detentar una centralidad
indiscutible en la producción mediática, conformándose como una fábrica de
idolatrías extrañas a la comunidad política.
Pero no sólo
crece este espacio social gobernado por otras lógicas, sino que se extiende a
todas las esfera trasladando sus supuestos, sentidos y retóricas. Se puede
hablar en rigor de futbolización de la sociedad. Lo que se denomina en videopolítica
como crispación, tiene como antecedente al periodismo deportivo, en el que una
nueva categoría de periodistas-fans, pone en escena un modelo de fanatismo. La chiringuitización, o la roncerización, significa la cancelación
del periodismo analítico a favor de la manipulación de los públicos congregados
por las emociones. La prensa deportiva está elaborando y presentando un modelo
de fanatización. El éxito de Ayuso radica precisamente en aplicar el libro de
estilo de la futbolización. Cualquier intervención conduce inmediatamente a la
confrontación frontal con el otro, que no puede ser otra cosa que
enemigo-demonio.
Así tiene
lugar una trasmutación de valores que amenaza los cimientos de una comunidad
política. En un medio que se ejecuta con independencia de la razón, el
fanatismo parece inevitable. Los valores devienen en afirmaciones heroicas
frente a los otros/enemigos. Es patético contemplar las apelaciones de los
periodistas progres a valores democráticos episódicamente, al tiempo que
alimentan la hoguera de las pasiones futbolísticas y las subjetividades de
guerra. En un medio así, la apelación a la solidaridad con los perjudicados por
las autocracias arábigas parece un signo de desinteligencia o de cinismo
supremo. Lo que verdaderamente importa es alimentar las pasiones de la
rivalidad entre hinchadas, que se sobreponen a todo lo demás. En este mundo
oscuro la manipulación alcanza el éxtasis, así como la preponderancia de
personajes siniestros que reproducen la florentinización o la laportación.
Estos
procesos de producción de narrativas bélico-deportivas progresan en el
escenario vaciado de la democracia española. Esta se puede definir en relación
a la palabra menguante, en tanto que la ausencia de ideas orientadas al futuro
remite a la hegemonía de los movimientos a plazo inmediato con la finalidad de
asentar culos homólogos en las menguadas instituciones. Más allá de las jugadas
del día que pretenden influir en los votantes, a quienes se tiende a seducir
por retóricas iconográficas, solo existe el desierto, al igual que en el
síndrome saudí, que en este espacio logra el estatuto de verosimilitud. Los
media imponen sus códigos y sus tiempos veloces, sus aparentes (falsas)
renovaciones, orientadas a reconstituir la actualidad.
Termino
aludiendo a la venerable institución de la Academia, que ha perfeccionado su
distanciamiento infinito de la realidad. Estoy leyendo el lúcido y sólido libro
de Gregorio Morán “El cura y los mandarines. Historia no oficial del bosque de
los letrados. Cultura y política en España 1962-1996”. En sus páginas
comparecen los mecanismos de la democracia menguante, que se hace verosímil en
las gentes de la cultura. La factibilidad del silencio frente a las derivas del
verdadero líder espiritual de la España postfranquista, Juan Carlos I, así como
de sus colegas de negocios saudíes, es manifiesta. El pensamiento se degrada
facilitando el liderazgo de los salidos de la fábrica del periodismo. Esta
situación se consolida por la evasión de los docentes, ocupados en sus
fragmentadas disciplinas. Como decía Atahualpa Yupanqui en una de sus canciones
“De tanto mirar la luna ya nada saber mirar”.
El déficit
acumulado de las miradas y la trivialización de las máquinas de los
informativos marcan el declive del sistema político, cuestión que conlleva
mucho mérito, en tanto que partía de una situación baja. La democracia
menguante implica el salto de la nueva extrema derecha, acompañada de la
proliferación de microfascismos, que alcanzan una biodiversidad admirable. En
ese desierto de la inteligencia y jungla visual proliferan las narrativas
épicas que se incuban en la información deportiva. La renuncia a comentar la
deslocalización futbolística y la subordinación al dinero conducen a una
situación que puede ser representada en el célebre libro de Zizek, cuyo título
es “Bienvenidos al desierto de lo real”. Y que conste que no lo digo ni por el
Real Madrid ni por la familia real.
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