viernes, 28 de enero de 2022

LA IZQUIERDA Y LA COVID: UN TEXTO CLARIFICADORDE TOBY GREEN Y THOMAS FAZI

 La pandemia de la Covid ha confirmado la extrema debilidad de la izquierda, y, en particular, en España. Ubicada en el gobierno y sometida a la contienda perenne para conservarlo, las reservas de inteligencia y las capacidades de reflexión alcanzan mínimos inimaginables. La izquierda en España funciona sobre los contingentes desembarcados en las instituciones y sus escoltas expertos en comunicación política y sociología electoral. Estos se encuentran interrelacionados estrechamente con la izquierda mediática, subordinada también en exclusiva a la cuestión del gobierno. Además, se pueden identificar las distintas izquierdas sectoriales –salud, educación, trabajo o género- enclaustradas en sus realidades específicas. Este conjunto fragmentado apenas genera otra cosa que tácticas electorales y sectoriales. Nada más. La decadencia del pensamiento de la izquierda es manifiesta.

En estas condiciones, la emergencia de la Covid ha desbordado por completo a la izquierda, que ha actuado según el principio de subordinar sus actuaciones a la conservación de sus posiciones institucionales. No se ha producido ningún proceso de reflexión o controversia. La izquierda sanitaria ha actuado de un modo totalmente decepcionante. Se ha adherido a las líneas elaboradas por las agencias estatales y las jerarquías burocráticas expertas: catedráticos, líderes de organizaciones científicas, notables profesionales y los ilustres de la business class de la salud pública, seleccionados por proximidad a los media y el gobierno. Todos ellos han conformado un conglomerado experto, en el que no ha tenido lugar ninguna discusión, y que siempre ha actuado en una consonancia perfecta con la industria.

El resultado es la constitución de un discurso pobre, revestido de pompa experta, y que se encuentra determinado por lo que se puede denominar como la corte Covid. Estos elaboran un conjunto de análisis y recomendaciones en las que la inteligencia se ausenta. Su única finalidad es inhabilitar a la población y gobernarla mediante el miedo. Esta élite –entre la que tengo algunos amigos y conocidos- se ha comportado de forma que se puede homologar a las élites tradicionales españolas de todos los tiempos, en tanto que se presenta revestida de suntuosidad, que apela a la ciencia entendida como un misterio para los profanos, pero que oculta su falta de solidez. No es de extrañar que se haya matrimoniado tan efectivamente con los próceres mediáticos más siniestros.

En este desierto del pensamiento el texto de Green y Fazi alcanza un valor extraordinario. Introduce una mirada fértil que suscita las cuestiones enterradas por los secretos salubristas sostenidos por esta casta experta que puede representarse en el encuentro televisado entre Simón y Calleja. El mandato de callar que nos impone el conglomerado político-experto-industrial, se encuentra avalado por la gran mayoría de profesionales de la izquierda sanitaria. Más que incapacidad para pensar el problema en su contexto global –que también- se trata del viejo precepto de aprovechar la pandemia para promocionarse y hacerse un hueco. En este sentido se equipara con otras élites españolas de los siglos XX y XXI.

También, este texto rompe el silencio de la inteligencia, que no renuncia a decir y se niega a aceptar el mandato de no callar y aceptar sin rechistar las políticas enunciadas desde el conglomerado gubernamental, industrial y experto. Más allá de la catastrófica actuación de la izquierda, la pandemia ha supuesto la confirmación de la debilidad de las instituciones y la sociedad civil. Sobre este vacío se han erigido los medios, autores de una infantilización sin precedentes, fundada en el temor al castigo y a las etiquetas que nos ponen con nuestra nota, que en mi infancia llamaban de conducta y de urbanidad. La izquierda ha actuado de una forma que tiene una analogía con los falangistas del franquismo, que mantenían retóricas sociales pero su acción se fusionaba con los llamados tecnócratas.

Espero que sea de utilidad para los lectores.

El texto es de https://www.lahaine.org/mundo.php/el-fracaso-de-la-izquierda

 

EL FRACASO DE LA IZQUIERDA EN EL COVID

TOBY GREEN Y THOMAS FAZI

 

A lo largo de las distintas fases de la pandemia mundial, las preferencias de la gente en términos de estrategias epidemiológicas han tendido a coincidir estrechamente con su orientación política. Desde que Donald Trump y Jair Bolsonaro expresaron sus dudas sobre la conveniencia de una estrategia de bloqueo en marzo de 2020, los liberales y los de la izquierda del espectro político occidental, incluyendo la mayoría de los socialistas, se han adherido en público a la estrategia de bloqueo de la mitigación de la pandemia, y últimamente a la lógica de los pasaportes de vacunación. Ahora que los países de toda Europa experimentan con restricciones más estrictas para los no vacunados, los comentaristas de izquierdas -que suelen ser tan ruidosos en la defensa de las minorías que sufren discriminación- destacan por su silencio.

Como escritores que siempre nos hemos posicionado en la izquierda, nos inquieta este giro de los acontecimientos. ¿Realmente no se puede hacer una crítica progresista sobre la puesta en cuarentena de individuos sanos, cuando las últimas investigaciones sugieren que hay una diferencia insignificante en términos de transmisión entre los vacunados y los no vacunados? La respuesta de la izquierda a Covid aparece ahora como parte de una crisis más amplia en la política y el pensamiento de la izquierda, que ha estado sucediendo durante al menos tres décadas. Así que es importante identificar el proceso a través del cual esto ha tomado forma.

En la primera fase de la pandemia -la fase de los cierres- fueron los que se inclinaban hacia la derecha cultural y económica los que más enfatizaron el daño social, económico y psicológico resultante de los cierres. Mientras tanto, el escepticismo inicial de Donald Trump sobre los cierres hizo que esta posición fuera insostenible para la mayoría de los que se inclinan hacia la izquierda cultural y económica. Los algoritmos de las redes sociales alimentaron aún más esta polarización. Por lo tanto, los izquierdistas occidentales abrazaron rápidamente el cierre, visto como una opción "provida" y "pro-colectiva", una política que, en teoría, defendía la salud pública o el derecho colectivo a la salud. Mientras tanto, cualquier crítica a los cierres se tildó de "derechista", "proeconómica" y "proindividual", acusada de priorizar el "beneficio" y el "business as usual" sobre la vida de las personas.

En resumen, décadas de polarización política politizaron instantáneamente una cuestión de salud pública, sin permitir ningún debate sobre cuál sería una respuesta coherente de la izquierda. Al mismo tiempo, la posición de la izquierda la distanció de cualquier tipo de base de la clase trabajadora, ya que los trabajadores de bajos ingresos eran los más gravemente afectados por los impactos socioeconómicos de las políticas de bloqueo continuas, y también eran los más propensos a estar fuera trabajando mientras la clase portátil se beneficiaba del Zoom. Estas mismas líneas de fractura política surgieron durante la implantación de la vacuna, y ahora durante la fase de los pasaportes Covid. La resistencia se asocia con la derecha, mientras que los de la izquierda dominante apoyan en general ambas medidas. La oposición se demoniza como una mezcla confusa de irracionalismo anticientífico y libertinaje individualista.

Pero, ¿por qué la corriente principal de la izquierda ha acabado apoyando prácticamente todas las medidas de Covid? ¿Cómo surgió una visión tan simplista de la relación entre la salud y la economía, que se burla de décadas de investigación en ciencias sociales (de tendencia izquierdista) que demuestran lo estrechamente relacionados que están los resultados de la riqueza y la salud? ¿Por qué la izquierda ignora el aumento masivo de las desigualdades, el ataque a los pobres, a los países pobres, a las mujeres y a los niños, el trato cruel a los ancianos, y el enorme aumento de la riqueza de los individuos y las empresas más ricas resultante de estas políticas? ¿Cómo es posible que, en relación con el desarrollo y la puesta en marcha de las vacunas, la izquierda acabe ridiculizando la idea misma de que, teniendo en cuenta el dinero que está en juego, y cuando BioNTech, Moderna y Pfizer ganan actualmente entre todas más de 1.000 dólares por segundo con las vacunas Covid, pueda haber otras motivaciones por parte de los fabricantes de vacunas aparte del "bien público"? ¿Y cómo es posible que la izquierda, a menudo en el extremo receptor de la represión estatal, parezca hoy ajena a las preocupantes implicaciones éticas y políticas de los pasaportes Covid?

Mientras que la Guerra Fría coincidió con la era de la descolonización y el surgimiento de una política global antirracista, el final de la Guerra Fría -junto con el triunfo simbólico de la política de descolonización con el fin del apartheid- supuso una crisis existencial para la política de izquierdas. El auge de la hegemonía económica neoliberal, la globalización y el transnacionalismo empresarial han socavado la visión histórica de la izquierda sobre el Estado como motor de redistribución. A esto se suma la constatación de que, como ha argumentado el teórico brasileño Roberto Mangabeira Unger, la izquierda siempre ha prosperado más en tiempos de grandes crisis: la Revolución Rusa se benefició de la Primera Guerra Mundial, y el capitalismo del bienestar de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Esta historia puede explicar en parte el posicionamiento actual de la izquierda: amplificar la crisis y prolongarla mediante restricciones interminables puede ser visto por algunos como una forma de reconstruir la política de la izquierda tras décadas de crisis existencial.

La comprensión errónea de la izquierda sobre la naturaleza del neoliberalismo también puede haber afectado a su respuesta a la crisis. La mayoría de la gente de la izquierda cree que el neoliberalismo ha supuesto una "retirada" o "vaciado" del Estado en favor del mercado. Así, interpretaron el activismo gubernamental a lo largo de la pandemia como un bienvenido "retorno del Estado", potencialmente capaz, en su opinión, de revertir el supuesto proyecto antiestatista del neoliberalismo. El problema de este argumento, incluso aceptando su dudosa lógica, es que el neoliberalismo no ha supuesto una desaparición del Estado. Por el contrario, el tamaño del Estado como porcentaje del PIB ha seguido aumentando durante toda la era neoliberal.

Esto no debería ser una sorpresa. El neoliberalismo se basa en una amplia intervención del Estado tanto como lo hizo el "keynesianismo", excepto que el Estado ahora interviene casi exclusivamente para promover los intereses del gran capital: para vigilar a las clases trabajadoras, rescatar a los grandes bancos y empresas que de otro modo quebrarían, etc. De hecho, en muchos aspectos, el capital depende hoy más que nunca del Estado. Como señalan Shimshon Bichler y Jonathan Nitzan: "A medida que se desarrolla el capitalismo, los gobiernos y las grandes empresas se entrelazan cada vez más. ... El modo de poder capitalista y las coaliciones de capital dominante que lo rigen no requieren gobiernos pequeños. De hecho, en muchos aspectos, necesitan gobiernos más grandes". El neoliberalismo actual se asemeja más a una forma de capitalismo monopolista de Estado -o corporatocracia- que al tipo de capitalismo de libre mercado de pequeño Estado que a menudo pretende ser. Esto ayuda a explicar por qué ha producido aparatos estatales cada vez más poderosos, intervencionistas e incluso autoritarios.

Esto en sí mismo hace que los vítores de la izquierda por un inexistente "retorno del Estado" sean vergonzosamente ingenuos. Y lo peor es que ya ha cometido este error antes. Incluso tras la crisis financiera de 2008, muchos en la izquierda aclamaron los grandes déficits gubernamentales como "el regreso de Keynes" -cuando, de hecho, esas medidas tenían muy poco que ver con Keynes, que aconsejaba el uso del gasto gubernamental para alcanzar el pleno empleo, y en cambio estaban destinadas a reforzar a los culpables de la crisis, los grandes bancos. También fueron seguidas por un ataque sin precedentes a los sistemas de bienestar y a los derechos de los trabajadores en toda Europa.

Algo similar está ocurriendo hoy en día, ya que los contratos estatales para las pruebas Covid, los EPI, las vacunas y, ahora, las tecnologías de pasaportes de vacunas se reparten entre las empresas transnacionales (a menudo a través de acuerdos turbios que apestan a amiguismo). Mientras tanto, las vidas y los medios de vida de los ciudadanos se ven alterados por "la nueva normalidad". El hecho de que la izquierda parezca completamente ajena a esto es particularmente desconcertante. Después de todo, la idea de que los gobiernos tienden a explotar las crisis para afianzar la agenda neoliberal ha sido un elemento básico de gran parte de la literatura reciente de la izquierda. Pierre Dardot y Christian Laval, por ejemplo, han argumentado que, bajo el neoliberalismo, la crisis se ha convertido en un "método de gobierno". En su libro de 2007 La doctrina del shock, Naomi Klein exploró la idea del "capitalismo del desastre". Su tesis central es que en momentos de miedo y desorientación pública es más fácil rediseñar las sociedades: los cambios dramáticos en el orden económico existente, que normalmente serían políticamente imposibles, se imponen en rápida sucesión antes de que el público haya tenido tiempo de entender lo que está sucediendo.

Hoy en día se da una dinámica similar. Por ejemplo, las medidas de vigilancia de alta tecnología, las identificaciones digitales, la represión de las manifestaciones públicas y la aceleración de las leyes introducidas por los gobiernos para combatir el brote de coronavirus. Si la historia reciente sirve de algo, los gobiernos seguramente encontrarán la manera de hacer permanentes muchas de las normas de emergencia, tal como hicieron con gran parte de la legislación antiterrorista posterior al 11 de septiembre. Como señaló Edward Snowden: "Cuando vemos que se aprueban medidas de emergencia, sobre todo hoy, tienden a ser pegajosas. La emergencia tiende a ampliarse". Esto confirma también las ideas sobre el "estado de excepción" planteadas por el filósofo italiano Giorgio Agamben, que sin embargo ha sido vilipendiado por la corriente principal de la izquierda por su posición contraria al bloqueo.

En última instancia, cualquier forma de acción gubernamental debe ser juzgada por lo que realmente representa. Apoyamos la intervención gubernamental si sirve para promover los derechos de los trabajadores y las minorías, para crear pleno empleo, para proporcionar servicios públicos cruciales, para frenar el poder corporativo, para corregir las disfuncionalidades de los mercados, para tomar el control de industrias cruciales en el interés público. Pero en los últimos 18 meses hemos sido testigos de todo lo contrario: un fortalecimiento sin precedentes de los gigantes corporativos transnacionales y sus oligarcas a costa de los trabajadores y las empresas locales. Un informe del mes pasado, basado en datos de Forbes, mostró que sólo los multimillonarios estadounidenses han visto aumentar su riqueza en 2 billones de dólares durante la pandemia.

Otra fantasía de la izquierda que ha sido desmontada por la realidad es la noción de que la pandemia daría paso a un nuevo sentido de espíritu colectivo, capaz de superar décadas de individualismo neoliberal. Por el contrario, la pandemia ha fracturado aún más a las sociedades: entre los vacunados y los no vacunados, entre los que pueden aprovechar los beneficios del trabajo inteligente y los que no. Además, un demos formado por individuos traumatizados, separados de sus seres queridos, obligados a temerse unos a otros como potenciales vectores de la enfermedad, aterrorizados por el contacto físico, no es un buen caldo de cultivo para la solidaridad colectiva.

Pero quizá la respuesta de la izquierda pueda entenderse mejor en términos individuales que colectivos. La teoría psicoanalítica clásica ha postulado una clara conexión entre el placer y la autoridad: la experiencia de un gran placer (que sacia el principio de placer) puede ir seguida a menudo de un deseo de renovar la autoridad y el control manifestado por el ego o "principio de realidad". Esto puede producir una forma subvertida de placer. En las dos últimas décadas de globalización se ha producido una enorme expansión del "placer de la experiencia", compartido por la clase liberal global, cada vez más transnacional -muchos de los cuales, curiosamente en términos históricos, se identifican a sí mismos como de izquierdas (y, de hecho, usurpan cada vez más esta posición de los grupos tradicionales de la clase trabajadora de la izquierda). Este aumento masivo del placer y de la experiencia entre la clase liberal fue acompañado de un creciente secularismo y de la falta de cualquier restricción o autoridad moral reconocida. Desde la perspectiva del psicoanálisis, el apoyo de esta clase a las "medidas Covid" se explica fácilmente en estos términos: como la aparición deseada de un grupo de medidas restrictivas y autoritarias que pueden imponerse para restringir el placer, dentro de las restricciones de un código moral que interviene donde antes no había ninguno.

 Otro factor que explica la adhesión de la izquierda a las "medidas Covid" es su fe ciega en la "ciencia". Esto tiene sus raíces en la tradicional fe de la izquierda en el racionalismo. Sin embargo, una cosa es creer en las innegables virtudes del método científico y otra es ser completamente ajeno a la forma en que los que están en el poder explotan la "ciencia" para promover su agenda. La posibilidad de apelar a "datos científicos sólidos" para justificar las propias decisiones políticas es una herramienta increíblemente poderosa en manos de los gobiernos; es, de hecho, la esencia de la tecnocracia. Sin embargo, esto significa seleccionar cuidadosamente la "ciencia" que apoya su agenda - y marginar agresivamente cualquier punto de vista alternativo, independientemente de su valor científico.

Esto ha sucedido durante años en el ámbito de la economía. ¿Es realmente tan difícil de creer que tal captura corporativa está ocurriendo hoy en día con respecto a la ciencia médica? No, según John P. Ioannidis, profesor de medicina y epidemiología de la Universidad de Stanford. Ioannidis saltó a los titulares a principios de 2021 cuando publicó, junto con algunos colegas suyos, un artículo en el que afirmaba que no había ninguna diferencia práctica en términos epidemiológicos entre los países que se habían cerrado y los que no. La reacción contra el artículo -y contra Ioannidis en particular- fue feroz, especialmente entre sus colegas científicos.

Esto explica su reciente y mordaz denuncia de su propia profesión. En un artículo titulado "How the Pandemic Is Changing the Norms of Science" (Cómo la pandemia está cambiando las normas de la ciencia), Ioannidis señala que la mayoría de la gente -especialmente en la izquierda- parece pensar que la ciencia funciona sobre la base de "las normas mertonianas de comunalismo, universalismo, desinterés y escepticismo organizado". Pero, por desgracia, no es así como funciona realmente la comunidad científica, explica Ioannidis. Con la pandemia, los conflictos de intereses corporativos se dispararon y, sin embargo, hablar de ellos se convirtió en un anatema. Continúa: "Los consultores que ganaban millones de dólares gracias a las consultas de empresas y gobiernos recibían puestos de prestigio, poder y elogios públicos, mientras que los científicos sin conflictos que trabajaban gratuitamente, pero se atrevían a cuestionar las narrativas dominantes eran tachados de conflictivos. El escepticismo organizado se consideraba una amenaza para la salud pública. Hubo un enfrentamiento entre dos escuelas de pensamiento, la salud pública autoritaria contra la ciencia, y la ciencia perdió".

 En última instancia, el flagrante desprecio y la burla de la izquierda hacia las legítimas preocupaciones de la gente (sobre los bloqueos, las vacunas o los pasaportes Covid) es vergonzoso. Estas preocupaciones no sólo se basan en las dificultades reales, sino que también se derivan de una desconfianza comprensible hacia los gobiernos y las instituciones que han sido innegablemente capturados por los intereses corporativos. Cualquiera que esté a favor de un Estado verdaderamente progresista e intervencionista, como nosotros, tiene que abordar estas preocupaciones, no descartarlas.

 Pero donde la respuesta de la izquierda ha sido más deficiente es en el escenario mundial, en términos de la relación de las restricciones de Covid con la profundización de la pobreza en el Sur Global. ¿Realmente no tiene nada que decir sobre el enorme aumento del matrimonio infantil, el colapso de la escolarización y la destrucción del empleo formal en Nigeria, donde la agencia estatal de estadísticas sugiere que el 20% de las personas perdieron su trabajo durante los cierres? ¿Y qué hay de la realidad de que el país con las cifras más altas de mortalidad por Covid y la tasa de mortalidad excesiva para 2020 fue Perú, que tuvo uno de los cierres más estrictos del mundo? Sobre todo esto, ha guardado prácticamente silencio. Esta posición debe considerarse en relación con la preeminencia de la política nacionalista en el escenario mundial: el fracaso electoral de los internacionalistas de izquierda como Jeremy Corbyn significó que las cuestiones globales más amplias tuvieron poca tracción al considerar una respuesta más amplia de la izquierda occidental al Covid-19. Merece la pena mencionar que ha habido movimientos atípicos en la izquierda, de izquierda radical y socialista, que se han manifestado en contra de la gestión predominante de la pandemia. Entre ellos se encuentran Black Lives Matter en Nueva York, los escépticos de la izquierda en el Reino Unido, la izquierda urbana chilena, Wu Ming en Italia y la alianza socialdemócrataverde que gobierna actualmente Suecia. Pero todo el espectro de la opinión de la izquierda fue ignorado, en parte debido al pequeño número de medios de comunicación de izquierda, pero también debido a la marginación de las opiniones disidentes, en primer lugar, por la corriente principal de la izquierda. Pero, sobre todo, ha sido un fracaso histórico de la izquierda, que tendrá consecuencias desastrosas. Cualquier forma de disidencia popular es probable que sea hegemonizada de nuevo por la (extrema) derecha, poleaxizando cualquier posibilidad que tenga la izquierda de ganar los votantes que necesita para derrocar la hegemonía de la derecha. Mientras tanto, la izquierda se aferra a una tecnocracia de expertos gravemente socavada por lo que está resultando ser una gestión catastrófica de la pandemia en términos de progresismo social. A medida que cualquier tipo de izquierda elegible viable se desvanece en el pasado, el debate y la disidencia en el corazón de cualquier proceso democrático verdadero es probable que se desvanezca con él.

[Toby Green es profesor de historia en el Kings College de Londres. Su último libro es The Covid Consensus: The New Politics of Global Inequality (Hurst)]. [Thomas Fazi es escritor, periodista y traductor. Su último libro "Reclaiming the State" ha sido publicado por Pluto Press. @battleforeurope]

https://www.wrongkindofgreen.org/2021/

jueves, 27 de enero de 2022

REFORMA LABORAL, UNIVERSIDAD Y COGNITARIADO

 


Una gran parte de mi vida he sido profesor universitario. En mis años de desempeño como tal, he sido testigo de situaciones inverosímiles con respecto a la producción de los currículums de los aspirantes, los métodos de selección para la adjudicación de las plazas y las formas de operar de la burocracia universitaria. En esos largos años pude vivir en primera persona la transformación de la universidad, en la que se ejecutó una reforma fundada en una variante creativa de la doctrina del shock. He contemplado verdaderas cazas de bujas académicas entre clanes; actos de crueldad con los desamparados; una creatividad encomiable para manipular las normativas; actuaciones que hacen del nepotismo una obra de arte y otras manifestaciones de lo insólito. El resultado es la conformación de un cierre integral y perfecto al exterior, que ampara un proceso de subjetivación que asemeja a los docentes/investigadores a una orden de clausura. En este mundo, el secreto termina siendo el factor sobre el que se funda la cohesión, así como el principio organizador que articula una cultura organizacional.

La nueva universidad ha sido diseñada según la función de servir a los requerimientos del capitalismo cognitivo. Es, entonces, una factoría del cognitariado sobre el que se sustenta la producción inmaterial. El capitalismo académico conforma el umbral de entrada al mercado de trabajo definido por la dualización, la barrera infranqueable entre las élites académicas y los grandes contingentes de aprendices-aspirantes que rota por el espacio académico global en busca de acreditaciones. Mis años en Granada me proporcionaron un mirador privilegiado de este tránsito. La espesa red de titulaciones de tercer grado soporta los flujos de compradores de créditos, que colaboran obligatoriamente sustentando proyectos de investigación.

El doctorado es la sección más relevante de esta factoría. En este nivel, cada aspirante es esculpido en la santa virtud de la paciencia. Tiene que experimentar un aprendizaje del arte de ubicarse como subalterno a la red de investigadores principales. Las relaciones en estos procesos se asemejan a los moldes establecidos en el feudalismo. Cada uno tiene que aprender efectivamente a someterse al guion establecido. La esperanza final que motiva a estos novicios es la de ser ascendidos a los cielos de una plaza confortable y prometedora. Así, pueden escapar de la jungla de contrataciones inestables en las que el futuro depende de una combinación entre la condescendencia benevolente de los decisores y el azar. He visto la proliferación insólita de múltiples actos de vasallaje.

De este modo se conforma un próspero mercado que se sustenta en la existencia de un verdadero ejército de reserva formado por los aspirantes que se concentran principalmente en los doctorados. En estas condiciones se hace factible comprender los itinerarios de los neófitos, que pueden desempeñarse durante largos años sometidos a formas de contratación que los precarizan severamente. Esta situación es soportable en tanto el subalterno mantenga la esperanza de un desenlace final feliz. Pero la verdad es que se impone la pauta fatal de “muchos son los llamados y pocos los elegidos”.

Desde esta perspectiva se puede comprender el efecto de la Reforma Laboral en curso sobre la universidad y la producción inmaterial. Resulta que la CRUE (Conferencia de Rectores), advierte que el sistema Ciencia-Tecnología-Innovación puede verse afectado negativamente al suprimir el contrato por obra y servicio. Este significa efectivamente el agujero negro sobre el que se hace factible explotar una mano de obra barata que sustente los proyectos de investigación. Esta se sostiene sobre unos costes bajos, que es el requisito para su continuidad. El argumento subyacente en el texto de los rectores apunta a la temporalidad de los proyectos de investigación. Estos necesitan de mano de obra cualificada que concluye con el fin del proyecto. Así, la investigación se homologa con la hostelería, la producción agrícola y otras actividades productivas definidas por su estacionalidad.

En el modelo vigente, muchos investigadores adquieren el estatuto de temporeros del conocimiento. Así, tienen que rotar en distintos proyectos. El óptimo de una carrera profesional basada en este modelo supone el encadenamiento de contratos, que supone una competencia intensa entre los candidatos. La condición esencial de la precariedad es precisamente la rotación y la movilidad. Un sujeto precarizado tiene que dotarse de la competencia de moverse en el espacio global de la investigación, lo que le puede reportar nuevos contratos temporales. Si la secuencia de contratos se rompe, el riesgo de ser expulsado del sistema es patente. El mercado de la producción inmaterial se basa precisamente en la indefensión aprendida de los candidatos aspirantes.

El comunicado de la CRUE evidencia la resistencia al cambio con la que se va a encontrar esta piadosa reforma. Las Universidades desarrollan modelos de funcionamiento semejantes a las Iglesias. La CRUE, como Sínodo de Directores Académicos, domina el arte de la advertencia sutil. Sus comunicaciones, expresadas en términos moldeados por la santa prudencia, anuncian una tormenta de grandes dimensiones. La precariedad matrimoniada con la pluralidad de formas de contratación, constituyen el fundamento de los procesos de producción de conocimiento en el capitalismo académico y cognitivo. Los rectores devienen en un grupo de presión que actúa a favor de mantener el equilibrio existente.

Concluyo con un texto a propósito de este asunto de CCOO de la Universidad de Granada. Este tiene la virtud de exponer con claridad la cuestión. Pero en un medio definido por el grado cero de transparencia, como es el de la universidad y el mercado de la producción inmaterial, la reforma laboral abre una batalla oculta, en la que las élites académicas tratarán de encontrar una forma de aplicar la ley que sea capaz de neutralizarla. Este campo social se va a activar considerablemente los próximos meses. Los poderes académicos han mostrado su capacidad de vaciar las normativas y aplicarlas de forma contraria a sus finalidades. Seguiré este proceso que se abre con este comunicado.

Este es el texto de CCOO. Sin desperdicio para una doble lectura

 

CCOO INFORMA

 

¿SUPONE LA REFORMA LABORAL UN PELIGRO

PARA EL PERSONAL INVESTIGADOR
Y EL LLAMADO PERSONAL DE CAPÍTULO VI?

 

CCOO señala el elevado fraude de ley existente en la contratación del personal del sistema de ciencia e investigación, su precariedad y temporalidad, y la oportunidad que supone la reforma laboral para acabar con una situación que afecta negativamente tanto a las carreras profesionales de estas personas como al conjunto de la investigación española.



La Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) advirtió hace unos días en una nota de prensa de los “impactos negativos que la reforma laboral podría ocasionar en el ámbito de la investigación”.

Pese a encabezar el comunicado con una declaración formal a favor de “dignificar la carrera investigadora”, señalaban como punto crítico la desaparición del contrato por obra o servicio “al no incluir una alternativa de contratación que dé respuesta a las necesidades el Sistema Español de Ciencia, Tecnología e Innovación”.

Afirma la CRUE que el contrato de obra o servicio es de “frecuente utilización en las áreas de la investigación y la transferencia del conocimiento”, porque los proyectos científicos se desarrollan mayoritariamente en un contexto internacional muy competitivo y de carácter temporal.

Sin embargo, olvida la CRUE que la mayor parte de los contratos de obra o servicio en las universidades se realizan a los mismos investigadores e investigadoras, al mismo personal técnico, en diferentes proyectos de investigación que se van encadenando, lo que constituye un fraude de ley, como han reconocido ya numerosas sentencias.

Un proyecto de investigación no debe identificarse como una obra o servicio determinada. Hacerlo así produce concatenación ilegal de contratos, que da lugar a reclamaciones judiciales; períodos de paro entre contratos para evitar las concatenaciones; pérdida de personal capacitado por la falta de perspectivas y estabilidad; etc.

La CRUE debería plantearse la reforma laboral como una oportunidad para acabar con la temporalidad y dignificar la carrera investigadora, apostando por la contratación indefinida, superando viejos esquemas que han condenado a investigadores e investigadoras a una precariedad insoportable.

Igualmente debería ser una oportunidad para reforzar la estructura de apoyo a la investigación, acabando con la precariedad de parte del personal técnico y de gestión.

Para CCOO, lo que sería una disfunción es pretender mantener la temporalidad y la precariedad en el Sistema Español de Ciencia, Tecnología e Innovación porque está demostrado que la temporalidad y la precariedad afectan negativamente a la carrera del personal investigador y al propio sistema de la investigación española.

martes, 25 de enero de 2022

LA KREMLINOLOGÍA Y EL ESPECTÁCULO DEMOCRÁTICO

 


El Kremlin es una fortaleza inaccesible ubicada en Moscú, en la que habitó, y habita, una clase dirigente definida por sus férreos secretos. Representa el ejercicio de un poder formidable sin contrapesos, que se ejerce mediante un monopolio estricto de la comunicación, que se fusiona con una apoteosis de un estado omnipotente y ultracentralizado, sobre el que asienta un partido monolítico. Su cierre sobre sí mismo hizo nacer una metodología de análisis político basado en la captura e interpretación de indicios. Los llamados kremlinólogos escrutaban la información oficial para encontrar alguna señal que indicase lo que estaba ocurriendo. Así, se analizaban los lugares donde tenían lugar las celebraciones oficiales, como las disposiciones corporales o la comunicación no verbal. Este método resultaba de la simbiosis entre dos factores: El cierre total de esta clase dirigente, que practicaba el grado cero de la transparencia y la desacreditación absoluta de la información y los discursos oficiales. Estos eran una fachada pétrea que ocultaba las realidades.

La democracia española resultante de la transición política en el final de los años setenta, ha evolucionado hacia formas que recuperan la kremlinología. Los discursos oficiales de los partidos del gobierno y de la oposición, tanto del estado como del enjambre autonómico, carecen de cualquier veracidad. La comunicación política se encuentra determinada por los múltiples gabinetes de los partidos y las instituciones, que conforman los discursos oficiales. Entre este dispositivo y el de los medios existe una relación de simbiosis. Así, el periodismo menguante tiene que recurrir inevitablemente a la busca de indicios acerca del acontecer político. Estos ocupan cada vez una posición cada vez más relevante en la interpretación de las jugadas.

No se trata de una cuestión específicamente local, sino que, por el contrario, se encuentra globalizada, siendo común a esta época. La política se ha deteriorado extraordinariamente y el resultado ha sido la degradación incremental de las democracias. La sociedad postmediática ha solidificado esta situación de deslegitimación radical. Bajo la explosión de informaciones políticas, especificadas en informativos, noticias, tertulias, mensajes en las redes, videos y audios múltiples, se encuentra la opacidad más absoluta, construida como obra de arte sobre la administración de la sobreabundancia comunicativa. Así, el espectador, se encuentra perdido en las olas informativas que sustentan un espectáculo perenne. En esta situación se multiplican los guías-expertos que conducen a los atribulados espectadores-votantes.

La denominación correcta de este caos es la de la videopolítica. Esta implica la apoteosis de las imágenes, que acompaña a la degradación de los contenidos, que son proveídos por la red de gabinetes de comunicación de los contendientes. Los programas de los partidos son devaluados completamente, constituyendo un campo vedado a los profanos y poblados por expertos-guías de los desconcertados videoespectadores. El proceso de la videopolítica avanza inexorablemente, de modo que destruye los partidos, entendidos como organizaciones políticas estables capaces de otorgar continuidad a su acción. Estos son reemplazados por élites, conglomerados, clanes y tribus que se posicionan en torno a liderazgos definidos por su capital mediático en la jungla comunicativa.

En esta situación se conforma la nueva kremlinología. Por poner ejemplos que ayuden a entender, el conflicto entre Ayuso y Casado carece de cualquier sustentación discursiva. Los nuevos kremlinólogos analizan los detalles de sus encuentros al modo de los especialistas en el postestalinismo y mediante métodos de la prensa del corazón. Qué decir de Ciudadanos, que se resquebraja por luchas intestinas de las que no tenemos ninguna información.  La Familia Real detenta el mérito de suscitar el ascenso de la kremlinología. El Rey Emérito sigue la pauta enunciada por Simeone de “de escándalo a escándalo”. La secuencia es tan larga que el espectador no puede sintetizar sus movimientos y comprender sus actuaciones. El mismo modelo para el PP, que puede ser denominado en rigor como el partido del suelo o del saqueo de las instituciones. Su acción se desglosa en múltiples sucesos y protagonistas que se agrupan en grandes procesos judiciales.

La izquierda no escapa a esta des-racionalización de sus actuaciones. El viejo partido socialista se depura mediante un cesarismo autodestructivo, en el que declinan las élites convencionales para ser sustituidas por los dispositivos comunicativos de Sánchez, El Supremo. Este instala su red de vínculos personales en la cima del estado, generando una lógica inexorable de agotar toda la acción a sostenerse en el gobierno y reduciendo su horizonte temporal a mañana. El partido deviene en un casting de candidatos a las cimas de las instituciones. El pluralismo queda abolido en un proceso fatal en el que cada conflicto termina con la eliminación drástica de los perdedores, asemejándose a los viejos partidos comunistas que se depuran mediante la fabricación y expulsión de enemigos internos.

En la izquierda de más allá del PSOE,  la experiencia de Carmena fue altamente significativa. Una personalidad con capital mediático y electoral se sobrepone a los partidos y conforma una candidatura con un arreglo entre distintos clanes unidos por sus intereses. Tras esta experiencia se evidencia la descomposición fatal de Podemos. En este proceso, las cuatro personas –baronesas-  con más capital mediático –Yolanda Díaz, Ada Colau, Mónica García y Mónica Oltra- se concitan en un acto público respaldado por las televisiones en el que anuncian que un nuevo proyecto va a nacer. No existe ningún discurso político articulado que ampare este nacimiento. Se trata de un revival de la experiencia de Carmena, que pone en práctica un proyecto sobre su imagen como marca política, que implica su inevitable caducidad.  Sobre este evento, los kremlinólogos locales han formulado múltiples hipótesis e interpretaciones que ilustran el vacío pavoroso del capital teórico sobre el que se sustenta esta izquierda que habita en las pantallas de las televisiones sustentadas sobre los gabinetes de comunicación.

La kremlinología experimenta una prosperidad prodigiosa en su sólido matrimonio con el Estado-Pantalla, que presenta alegremente las contiendas entre los aspirantes a su gobierno y sus narrativas resultantes de sus expertos en comunicación política, cuyos productos prefabricados sustituyen al tradicional pensamiento político. En este circo, las cuestiones de fondo que no pueden ser sometidas a la dictadura granítica del hoy/mañana, tales como la deriva fatal de la Atención Primaria, son devaluadas mediante su trivialización, al ser subordinadas a la lógica del espectáculo mediatizado de la contienda por el gobierno. Así, los especialistas espesos son desplazados por los comentaristas dotados de una inequívoca competencia en la charla política. Una persona como Martín Zurro entiende positivamente que la Atención Primaria haya pasado a formar parte del arsenal semántico del circo político. Pero en un medio compulsivo, en el que lo estratégico se ha disipado, las posibilidades de prosperar son escasas, tanto para esta como para otras grandes cuestiones que se ahogan en la fábrica de la charla administrada por los venerables tertulianos.

El Estado festivo fundado sobre la explotación de las rivalidades personales de tan ilustres protagonistas, que son convertidas en un espectáculo audiovisual, implica un grado supremo de opacidad. Las grandes cuestiones son reconstituidas como municiones para los contendientes y subordinadas a la trama narrativa de este culebrón político, en el que los héroes, Ayuso sería la máxima exponente, triunfan con independencia de su tratamiento de las grandes cuestiones. Esta heroína logra que su programa se disipe para ser suplantado por el relato de su éxito personal y las rivalidades que este conlleva. En esta serie, los personajes se emancipan de sus funciones para ser inscritos en un orden comunicativo ficcional. Esta es la forma en la que se manifiesta una profunda degradación de la democracia. El Estado-Pantalla y sus espectáculos han depuesto al arquetipo ciudadano para ser reemplazado por el de espectador-votante dotado de la capacidad de influir sobre el gran juego de la composición del gobierno.

Una de las consecuencias más importantes de esta composición de la realidad es la pérdida de comprensión del proceso histórico, que es fragmentado mediante cada elección, considerada como un evento independiente. Esta es la razón por la que busco textos que me puedan ayudar a comprender el coeficiente histórico de cada acontecimiento. Uno de los autores más importantes e influyentes en mí en los últimos treinta años es el filósofo Eduardo Subirats. Su obra se puede definir en torno a un concepto esencial en este tiempo de trivialidad intelectual: el esclarecimiento. Desde el primer libro que leí, Después de la lluvia, me ayudó a comprender la democracia española como acontecimiento que se encuentra determinado por el proceso histórico de las encrucijadas del declive del capitalismo fordista y el nacimiento de un nuevo orden social global que se sobrepone a las realidades nacionales, y en el que la política y los estados son formateados por el nuevo dispositivo de poder global y sus factorías de relatos.

Esta es la razón por la que presento este texto, un artículo suyo en EL País en agosto de1989. En este se pone de manifiesto el proceso de degradación de los Estados Democráticos que se va a afianzar con el desarrollo de la sociedad postmediática. Leerlo hoy contribuye a esclarecer el problema de fondo, que no es otro que la insigne tarea de los dispositivos de comunicación política de llevar hasta la deificación el arte de ocultar mostrando. Sobre este agujero negro se asientan los especialistas brujos de la nueva kremlinología. Me pregunto qué pensará Subirats acerca de la espectacularización mediática de esta contienda electoral, que en estos pagos propicia la belenestebanización de sus protagonistas. Sin desperdicio este texto.

 

LA DEMOCRACIA DE LOS SIGNOS

EDUARDO SUBIRATS

EL PAÍS, MADRID, 24 DE AGOSTO DE 1989.

 

 

Estilizar una estrategia política, modificar la imagen de una institución, definir el estilo de una administración, el diseño de una gestión, la composición de un Gobierno, la exposición de su política, el maquillaje de una crisis... se diría que los profesionales de la nueva política democrática han adquirido una extravagante predilección por las metáforas artísticas. La reproducción audiovisual de las grandes y pequeñas decisiones colectivas y el carácter de medio y mediador universal que estos sistemas de comunicación de masas asumen totalizadora y totalitariamente imponen el rigor de la estética como norma del intercambio social. En la vida individual y privada, los mismos criterios de comunicación y acción individuales también conquistan, al fin y al cabo, la esfera vital a través de la moda, la cosmética, las dietas de alimentación, la psicoterapia o el body-training, otros tantos medios para poner en escena la representación de la persona como principio de autorrealización existencial. Pero los valores plásticos, estilísticos o compositivos no sólo traducen en otros términos, sobreañadidos o supraconstruidos, una realidad política sustancialmente diferente de aquellos valores. Más bien parece que el creciente predominio de contenidos estéticos en los contemporáneos Estados democráticos va acompañado de un progresivo vaciamiento de sus contenidos sociales, y que la estetización de la política, por consiguiente, más bien pone de manifiesto una modificación sustancial de sus significados. El pluralismo político es concebido de hecho como diversificación de los papeles institucionales políticamente representados, y el propio ideal contemporáneo de democracia parece que se ha reducido al derecho individual a identificarse con alguno de esos actores del gran escenario.

La política del maquillaje no es tanto un maquillaje de la política cuanto una reformulación programática de la misma, ahora considerada como fenómeno formal de superficie y gran obra de arte real. Más acá de los valores expositivos que definen las actuaciones públicas, su design o su styling, el fetichismo estético y el esteticismo fetichista de las nuevas democracias han penetrado su propia organización: se han convertido en un principio interior a partir del cual se generan las actuaciones políticas, y en algo así como una especie de moral, cuando ya la moral se ha convertido en materia de espectáculo público (en los países católicos, por lo demás, nunca fue otra cosa). Hasta las contemporáneas dictaduras parecen limitarse a un problema de desfasamiento estilístico desde el punto de vista de su performance.

Sin embargo, la mediación espectacular de la compra-venta de votos en los certámenes electorales, o bien de la legitimación de las fuerzas y actuaciones políticas, no sólo ha transformado las democracias en un fenómeno estético de masas: una democracia de formas y estilos, un concepto impresionista de la política como sistema de valores plásticos y compositivos, de imágenes y de signos. A su vez, esta mutación del sentido social de la política está necesariamente acompañado de una transformación del propio significado del arte en la cultura contemporánea.

En los totalitarismos tradicionales, de derechas o de izquierdas, la cultura y la creación artística en particular constituyen, como esfera relativamente libre de poder y de las normas del trabajo alienado, un modo potencial de expresión y elaboración de conflictos humanos y sociales, y, por consiguiente, un virtual espacio de resistencia. De ahí que la figura culturalmente más representativa en esas estrategias totalitarias sea la del censor. Tanto esta figura del censor como el ascético fundamentalismo moral que invariablemente le acompaña son suplantados, al amparo democrático del contemporáneo Estado cultural, por la nueva figura del administrador, el animador o el agente de la cultura, nuevos protagonistas de la vida democrática necesariamente apoyados en una concepción hedonista de la cultura como placer y entretenimiento, y del arte como performance, happening o gran juerga.

La vigente trivialización de la cultura, a la que hoy contribuyen los más elaborados sistemas técnicos de reproducción y comunicación, es precisamente la contraparte del glamoroso bullicio cultural administrado en las metrópolis posmodernas (el concepto de posmodernidad es subsidiario de este significado a la vez burocrático y espectacular de la representación del poder y lo real). La desemantización de las formas, la pérdida de intensidad y de contenidos críticos de los valores artísticos o las categorías intelectuales, es una de las consecuencias de este estado de cosas, y al mismo tiempo, constituye una condición funcional de la nueva concepción de la cultura promulgada por los medios de comunicación y producción de masas.

Hoy ya damos por sentado que el concepto de cultura no es idéntico con aquel significado de libertad y autorrealización que tuvo para los intelectuales de la Ilustración moderna. Y se acepta sin mayores reflexiones que tampoco la cultura es el medio, privilegiado porque marginal, en donde se dan expresión los conflictos sociales e individuales a través de una responsabilidad colectiva de los lenguajes intelectuales o artísticos.

La concepción posmoderna de la política como obra de arte presupone la instrumentalización del arte como sistema de diseño destinado al control de lo real. Tal ha sido el destino elemental de la arquitectura y el urbanismo contemporáneos, y quizá uno de los motivos más poderosos de su interminable crisis de conciencia. Tal es el significado profundo de los medios técnicos de comunicación como mediación total de las masas. Por otra parte, la definición administrativa de la cultura como sistema de entretenimiento social y de neutralización de conflictos ha llevado necesariamente consigo la trivialización de sus expresiones y la pérdida de significado y de compromiso real de las formas culturales o de aquellos que las generan.

La trivialización y la redundancia, el bajo nivel de definición o de diferenciación, y la consiguiente desvalorización son procesos de desgaste y degeneración que, sin embargo, no afectan solamente a los lenguajes de los medios de masas o a los lenguajes artísticos, ni solamente a las formas de vida en general; constituyen aspectos de una devaluación general del pensamiento, incluidos el discurso científico y filosófico. Las cosas evolucionan a este respecto hasta el límite de la náusea: ¿quién espera un grito auténtico de un libro, un gesto de honestidad intelectual en una sala de exposiciones o la manifestación comprometida de una crítica sincera en cualquiera de nuestros medios de comunicación?

Pero es preciso hablar y es preciso seguir adelante: y que las palabras vuelvan a apropiarse de sus contenidos cognitivos y expresivos, las formas artísticas sean devueltas a una experiencia real, y los lenguajes culturales en general se confronten reflexivamente con aquel proceso de abstracción y racionalización que ha permitido a las vanguardias artísticas modernas definirse e instaurarse materialmente como principio colonizador de la cultura.

La crítica de la política como obra de arte, y de sus significados social y humanamente regresivos, sólo es posible a partir de la politización del arte, como había formulado Benjamin. Lo mismo cabe decir de las formas y lenguajes culturales en general. Pero politizar el arte o la cultura no significa incorporarlos o doblegarlos a aquel principio de funcionalidad instrumental, ideológica o espectacular que hoy caracteriza indistintamente la actuación política y la comunicación de masas. Más bien significa devolver a los lenguajes y las formas aquella reflexión, transparencia y responsabilidad sociales que permiten hacerlos nuestros.

 


jueves, 20 de enero de 2022

LA SECULARIZACIÓN SALUBRISTA: LA ACTUALIZACIÓN EPIDEMIOLÓGICA DEL VIEJO TEMOR DE DIOS

 

En los últimos meses se produce en España una secuencia de atenuación del rigorismo en las medidas de la política de abordaje de la pandemia. Este proceso detenta algunos aspectos que lo homologan al fértil concepto de secularización, que afecta a las religiones en la segunda mitad del siglo XX. El principio de la pandemia propició un gobierno epidemiológico, en el que todo quedaba subordinado a la salud imperativa. Así, las profesiones salubristas ascendieron a los cielos de la televisión, desde donde pusieron en escena su concepto de sociedad definida por la severidad de los dispositivos de vigilancia, así como la obligación rigurosa de comportarse según lo impuesto por las autoridades sustentadas en los imperativos de la salud coercitiva.

En este tiempo, los recién investidos como expertos proponen y las instancias gubernamentales imponen. La salud pública parece ser liberada de los condicionantes que limitan la utopía salubrista total. Sin embargo, tras los primeros meses, se hacen presentes tres fuerzas poderosas que recuperan su papel: el estado como enjambre de gobiernos generales y autonómicos que registra una contienda intensa entre los pretendientes a ocupar el sustancioso locus del gobierno. Así se genera una confrontación de gran intensidad, que impulsa una oposición frontal fundada en la erosión de cualquier gobierno que imponga restricciones. Este modelo termina por producir una difuminación de las decisiones, orientada a privar a la oposición de argumentos y para minimizar el desgaste.

Junto a este factor político, renace con una fuerza inusitada el mercado, representado principalmente por los intereses de la hostelería y el ocio. El lema de salvar la economía no ha dejado de expansionarse tras la sorpresa inicial. Junto a ella, rebrota la vida con un vigor imposible de ocultar tras el tiempo de encierro y de salida rígidamente reglamentada. El rebrote de las fiestas es paradigmático, pero este solo es la punta del iceberg de la sociedad festiva. Las sinergias entre estos factores propician el desgaste del gobierno somatocrático y el declive del cuerpo experto (sacerdotal), que cada vez influye menos en la acción de los gobiernos, que manifiestan su propensión a escuchar en primer lugar al mercado, así como a reducir su presión sobre la vida medicalizada, constituyendo válvulas de escape para dar salida a la energía vital contenida.

Desde esta perspectiva, se puede definir como secularización el proceso de decisiones, que se ha asentado principalmente en el último año. Aún a pesar de que se mantienen las prédicas salubristas, estas son desplazadas a un segundo plano, en tanto que prospera un tipo de decisión que resulta de la acomodación a todas las fuerzas en liza. Unas decisiones que no proporcionen munición a la oposición, que no penalicen al mercado y que no se excedan con respecto a la vida. En este último caso se sancionan unos espacios en donde se tolera la transgresión a modo de reservas. Me recuerda los primeros años del turismo de masas, en los que las localidades de turismo de playa concentraban contingentes de turistas que practicaban sexo alegremente, en contraste con los espacios reservados para los atribulados locales, gobernados por los principios del inexorable nacional-catolicismo.

Al igual que entonces, las excepciones y las reservas de la transgresión suponen un principio de descomposición, que enoja a las legiones destronadas de salubristas que ponen de manifiesto las contradicciones de las políticas, reclamando mano dura epidemiológica. Entonces, las decisiones que se toman representan un equilibrio inestable entre los presentes, dependientes del estado variable de los sagrados preceptos de la incidencia acumulada, los ingresos en hospitales y en las UCI. Las decisiones representan un pasteleo entre la salud, los intereses electorales, el mercado y la vida. Así se conforma la secularización epidemiológica, dotada de un pragmatismo acreditado, subordinada a la competición electoral y dotada de una teatralidad salubrista, que encubre las finalidades reales.

Esta secuencia de decisiones, muchas de las cuales se encuentran desprovistas de lógica y de fundamento, conforman una espiral de inteligibilidad, al no ser entendidas por grandes contingentes de la población, generando así su propia deslegitimación, que erosiona la eficacia. Escarmentados con respecto al exceso de restricciones, las autoridades se han orientado a concentrar su acción en algo tan tangible como es la vacunación. Esta se sobreentiende como una medida equivalente a la salvación. Pero si bien la vacunación manifiesta impúdicamente sus limitaciones en el aspecto de la salud, sí es menester reconocer su eficacia como medida de gobierno coercitivo. Esta deviene en obligatoria, alcanza a cada persona singular, así como es relativamente sencilla de visualizar, registrar y controlar.

Este tiempo es el del furor vacunal. Se produce una escalada de presiones a los no vacunados, así como su defenestración pública y persecución. Al tiempo, las vacunas muestran su lado débil en su funcionalidad, que es corregido mediante la administración de dosis sucesivas, que parecen seguir el rastro de las catorce estaciones de un viacrucis. Ahora nos encontramos en el camino hacia la cuarta. De este modo se intoxica toda la deliberación social y el estado epidemiológico pastoral recupera sus políticas autoritarias, fáciles de gestionar por parte de la policía y los medios. Tal y como van las cosas, imagino y en un tiempo no muy lejano, la instauración de sanciones a quienes ayuden a los no vacunados a hacer la compra, porque el camino que se sigue puede terminar con la prohibición a estos del acto esencial de comprar.

El mantenimiento del núcleo duro vacunal, que define el espacio en el que es factible ver a cada uno y castigar a los renuentes, se compatibiliza con las medidas de restricciones a las relaciones y la vida. Pero estas, que dependen del estado variable de los tres mosqueteros (incidencia, ingresos-uci), presentan una incoherencia inconmensurable. En este blog he aludido a la playa, el sexo, los bares y las discotecas, entre otros. Hoy voy a analizar la última medida desprovista de cualquier lógica: la de las reducciones de aforo en competiciones deportivas. Estas pasarán a la historia del disparate epidemiológico, compitiendo con la parcelación de las playas, las reglamentaciones de las terrazas o bares o la milagrería imposible de la distancia (a)social.

En este caso, se prescribe que solo podrán entrar el 75% de su aforo total en campos abiertos de fútbol y el 50% en los pabellones cerrados de los deportes que congregan públicos menores. La norma se refiere al aforo total pero no a la distancia entre espectadores. De este modo, las imágenes de los campos de fútbol resultan de una comicidad letal, en tanto que los espectadores se encuentran concentrados en un espacio del campo, mientras que una cuarta parte de las gradas se encuentran vacías. Así, se despoja de sentido a esta medida, que deviene en un castigo absurdo a los clubs y sus públicos, en tanto que su eficacia en términos sanitarios tiende a ser cero.

Pero la lógica de la secularización radica precisamente en conseguir doblegar a cada persona, de modo que esta se vea obligada a obedecer. Mostrar la obediencia en público es esencial. De ahí la descalificación total de aquellos ilustres que se muestren públicamente como desobedientes. Lo decisivo es someterse, acatar sin replicar cualquier norma procedente del poder pastoral epidemiológico. En este sentido, esta operatoria se asemeja a la persecución proverbial de los ateos y los agnósticos, demonizados por el poder religioso convencional. Ahora asistimos a la emergencia de ateos vacunales, que exponen impúdicamente sus argumentos en contra del sínodo de la ciencia, que es representado en el altar de las pantallas televisivas.

Al igual que en el aula, la empresa, la consulta médica o la oficina de la administración, es menester mostrar la obediencia debida. No importa tanto la convicción o la eficacia, sino someterse a lo que llaman ciencia, convertida en palabrería paradójica cuando normativiza los comportamientos humanos o regula los microcontextos de la vida. Soy paseante asiduo de los grandes parques, y por consiguiente he podido constatar la dualización derivada de las reglamentaciones del gobierno somatocrático. Una escena habitual es ver a aquellos sentados en las terrazas, departiendo amistosamente con sus próximos sin mascarilla y con el movimiento incesante de sus cabezas tan próximas, pero tolerados por la autoridad en tanto que son compradores, que pagan. A muy pocos metros de estos, la cruenta policía municipal interviene contra un grupo de jóvenes sentados en círculo en la hierba, disfrutando de una conversación sin estridencias. Estos son multados por no llevar mascarillas, pero la realidad es que la razón primordial es que no han pagado la bula. Me imagino a los expertos salubristas dando instrucciones a los agentes, haciendo énfasis en la cuestión de las risas. ¿reían? Entonces la sanción debe incrementarse.

Este sistema absurdo del gobierno de esta casta de salubristas encerrada en sus laboratorios llega a su paroxismo patético. En tanto que grandes multitudes se conforman incesantemente en los estadios, transportes públicos, locales comerciales o de ocio, el sistema persigue sádicamente a los incumplidores en los espacios en los que pueden vigilar, controlar y castigar. En este desatino perpetuo y creciente, la víctima es elegida con el criterio de economía del vigilante. Recuerdo que en el servicio militar, aprendí a resistir las conminaciones de los oficiales y suboficiales. Cuando uno de estos buscaba a alguien para realizar un trabajo de limpieza, se dirigía a un grupo de reclutas mediante voces. El primero que le miraba era impelido a realizar la tarea. Entonces, era esencial resistir unos segundos sin mirar a la autoridad vociferante.

La secularización salubrista vacía de sentido las reglamentaciones emanadas de tan sacralizada autoridad. Las órdenes pierden inteligibilidad cuando cada cual descubre su inconsistencia y su discrecionalidad. Entonces se hace visible el móvil real de esta clase de gobierno, que es subyugar, doblegar, avasallar a los súbditos contagiables y contagiados. Cada cual debe mostrar su fe en el conglomerado científico-industrial o mostrarse subyugado a lo que antes se llamaba temor de Dios y ahora se materializa en el temor a la autoridad epidemiológica.