La pandemia de la Covid ha confirmado la extrema debilidad de la izquierda, y, en particular, en España. Ubicada en el gobierno y sometida a la contienda perenne para conservarlo, las reservas de inteligencia y las capacidades de reflexión alcanzan mínimos inimaginables. La izquierda en España funciona sobre los contingentes desembarcados en las instituciones y sus escoltas expertos en comunicación política y sociología electoral. Estos se encuentran interrelacionados estrechamente con la izquierda mediática, subordinada también en exclusiva a la cuestión del gobierno. Además, se pueden identificar las distintas izquierdas sectoriales –salud, educación, trabajo o género- enclaustradas en sus realidades específicas. Este conjunto fragmentado apenas genera otra cosa que tácticas electorales y sectoriales. Nada más. La decadencia del pensamiento de la izquierda es manifiesta.
En estas
condiciones, la emergencia de la Covid ha desbordado por completo a la
izquierda, que ha actuado según el principio de subordinar sus actuaciones a la
conservación de sus posiciones institucionales. No se ha producido ningún
proceso de reflexión o controversia. La izquierda sanitaria ha actuado de un
modo totalmente decepcionante. Se ha adherido a las líneas elaboradas por las
agencias estatales y las jerarquías burocráticas expertas: catedráticos,
líderes de organizaciones científicas, notables profesionales y los ilustres de
la business class de la salud pública, seleccionados por proximidad a los media
y el gobierno. Todos ellos han conformado un conglomerado experto, en el que no
ha tenido lugar ninguna discusión, y que siempre ha actuado en una consonancia
perfecta con la industria.
El resultado
es la constitución de un discurso pobre, revestido de pompa experta, y que se
encuentra determinado por lo que se puede denominar como la corte Covid. Estos
elaboran un conjunto de análisis y recomendaciones en las que la inteligencia
se ausenta. Su única finalidad es inhabilitar a la población y gobernarla
mediante el miedo. Esta élite –entre la que tengo algunos amigos y conocidos-
se ha comportado de forma que se puede homologar a las élites tradicionales
españolas de todos los tiempos, en tanto que se presenta revestida de
suntuosidad, que apela a la ciencia entendida como un misterio para los
profanos, pero que oculta su falta de solidez. No es de extrañar que se haya
matrimoniado tan efectivamente con los próceres mediáticos más siniestros.
En este
desierto del pensamiento el texto de Green y Fazi alcanza un valor
extraordinario. Introduce una mirada fértil que suscita las cuestiones
enterradas por los secretos salubristas sostenidos por esta casta experta que
puede representarse en el encuentro televisado entre Simón y Calleja. El
mandato de callar que nos impone el conglomerado político-experto-industrial,
se encuentra avalado por la gran mayoría de profesionales de la izquierda
sanitaria. Más que incapacidad para pensar el problema en su contexto global
–que también- se trata del viejo precepto de aprovechar la pandemia para
promocionarse y hacerse un hueco. En este sentido se equipara con otras élites
españolas de los siglos XX y XXI.
También,
este texto rompe el silencio de la inteligencia, que no renuncia a decir y se
niega a aceptar el mandato de no callar y aceptar sin rechistar las políticas
enunciadas desde el conglomerado gubernamental, industrial y experto. Más allá
de la catastrófica actuación de la izquierda, la pandemia ha supuesto la
confirmación de la debilidad de las instituciones y la sociedad civil. Sobre
este vacío se han erigido los medios, autores de una infantilización sin
precedentes, fundada en el temor al castigo y a las etiquetas que nos ponen con
nuestra nota, que en mi infancia llamaban de conducta y de urbanidad. La
izquierda ha actuado de una forma que tiene una analogía con los falangistas
del franquismo, que mantenían retóricas sociales pero su acción se fusionaba
con los llamados tecnócratas.
Espero que
sea de utilidad para los lectores.
El texto es
de https://www.lahaine.org/mundo.php/el-fracaso-de-la-izquierda
EL FRACASO DE LA IZQUIERDA EN EL
COVID
TOBY GREEN Y THOMAS FAZI
A lo largo
de las distintas fases de la pandemia mundial, las preferencias de la gente en
términos de estrategias epidemiológicas han tendido a coincidir estrechamente
con su orientación política. Desde que Donald Trump y Jair Bolsonaro expresaron
sus dudas sobre la conveniencia de una estrategia de bloqueo en marzo de 2020,
los liberales y los de la izquierda del espectro político occidental,
incluyendo la mayoría de los socialistas, se han adherido en público a la
estrategia de bloqueo de la mitigación de la pandemia, y últimamente a la
lógica de los pasaportes de vacunación. Ahora que los países de toda Europa
experimentan con restricciones más estrictas para los no vacunados, los
comentaristas de izquierdas -que suelen ser tan ruidosos en la defensa de las
minorías que sufren discriminación- destacan por su silencio.
Como
escritores que siempre nos hemos posicionado en la izquierda, nos inquieta este
giro de los acontecimientos. ¿Realmente no se puede hacer una crítica
progresista sobre la puesta en cuarentena de individuos sanos, cuando las
últimas investigaciones sugieren que hay una diferencia insignificante en
términos de transmisión entre los vacunados y los no vacunados? La respuesta de
la izquierda a Covid aparece ahora como parte de una crisis más amplia en la
política y el pensamiento de la izquierda, que ha estado sucediendo durante al
menos tres décadas. Así que es importante identificar el proceso a través del
cual esto ha tomado forma.
En la primera
fase de la pandemia -la fase de los cierres- fueron los que se inclinaban hacia
la derecha cultural y económica los que más enfatizaron el daño social,
económico y psicológico resultante de los cierres. Mientras tanto, el
escepticismo inicial de Donald Trump sobre los cierres hizo que esta posición
fuera insostenible para la mayoría de los que se inclinan hacia la izquierda
cultural y económica. Los algoritmos de las redes sociales alimentaron aún más
esta polarización. Por lo tanto, los izquierdistas occidentales abrazaron
rápidamente el cierre, visto como una opción "provida" y
"pro-colectiva", una política que, en teoría, defendía la salud
pública o el derecho colectivo a la salud. Mientras tanto, cualquier crítica a
los cierres se tildó de "derechista", "proeconómica" y
"proindividual", acusada de priorizar el "beneficio" y el
"business as usual" sobre la vida de las personas.
En resumen,
décadas de polarización política politizaron instantáneamente una cuestión de
salud pública, sin permitir ningún debate sobre cuál sería una respuesta
coherente de la izquierda. Al mismo tiempo, la posición de la izquierda la
distanció de cualquier tipo de base de la clase trabajadora, ya que los
trabajadores de bajos ingresos eran los más gravemente afectados por los impactos
socioeconómicos de las políticas de bloqueo continuas, y también eran los más
propensos a estar fuera trabajando mientras la clase portátil se beneficiaba
del Zoom. Estas mismas líneas de fractura política surgieron durante la
implantación de la vacuna, y ahora durante la fase de los pasaportes Covid. La
resistencia se asocia con la derecha, mientras que los de la izquierda
dominante apoyan en general ambas medidas. La oposición se demoniza como una
mezcla confusa de irracionalismo anticientífico y libertinaje individualista.
Pero, ¿por
qué la corriente principal de la izquierda ha acabado apoyando prácticamente
todas las medidas de Covid? ¿Cómo surgió una visión tan simplista de la
relación entre la salud y la economía, que se burla de décadas de investigación
en ciencias sociales (de tendencia izquierdista) que demuestran lo
estrechamente relacionados que están los resultados de la riqueza y la salud?
¿Por qué la izquierda ignora el aumento masivo de las desigualdades, el ataque
a los pobres, a los países pobres, a las mujeres y a los niños, el trato cruel
a los ancianos, y el enorme aumento de la riqueza de los individuos y las
empresas más ricas resultante de estas políticas? ¿Cómo es posible que, en
relación con el desarrollo y la puesta en marcha de las vacunas, la izquierda
acabe ridiculizando la idea misma de que, teniendo en cuenta el dinero que está
en juego, y cuando BioNTech, Moderna y Pfizer ganan actualmente entre todas más
de 1.000 dólares por segundo con las vacunas Covid, pueda haber otras
motivaciones por parte de los fabricantes de vacunas aparte del "bien
público"? ¿Y cómo es posible que la izquierda, a menudo en el extremo
receptor de la represión estatal, parezca hoy ajena a las preocupantes
implicaciones éticas y políticas de los pasaportes Covid?
Mientras que
la Guerra Fría coincidió con la era de la descolonización y el surgimiento de
una política global antirracista, el final de la Guerra Fría -junto con el
triunfo simbólico de la política de descolonización con el fin del apartheid-
supuso una crisis existencial para la política de izquierdas. El auge de la
hegemonía económica neoliberal, la globalización y el transnacionalismo
empresarial han socavado la visión histórica de la izquierda sobre el Estado
como motor de redistribución. A esto se suma la constatación de que, como ha
argumentado el teórico brasileño Roberto Mangabeira Unger, la izquierda siempre
ha prosperado más en tiempos de grandes crisis: la Revolución Rusa se benefició
de la Primera Guerra Mundial, y el capitalismo del bienestar de las consecuencias
de la Segunda Guerra Mundial. Esta historia puede explicar en parte el
posicionamiento actual de la izquierda: amplificar la crisis y prolongarla
mediante restricciones interminables puede ser visto por algunos como una forma
de reconstruir la política de la izquierda tras décadas de crisis existencial.
La
comprensión errónea de la izquierda sobre la naturaleza del neoliberalismo
también puede haber afectado a su respuesta a la crisis. La mayoría de la gente
de la izquierda cree que el neoliberalismo ha supuesto una "retirada"
o "vaciado" del Estado en favor del mercado. Así, interpretaron el
activismo gubernamental a lo largo de la pandemia como un bienvenido
"retorno del Estado", potencialmente capaz, en su opinión, de
revertir el supuesto proyecto antiestatista del neoliberalismo. El problema de
este argumento, incluso aceptando su dudosa lógica, es que el neoliberalismo no
ha supuesto una desaparición del Estado. Por el contrario, el tamaño del Estado
como porcentaje del PIB ha seguido aumentando durante toda la era neoliberal.
Esto no
debería ser una sorpresa. El neoliberalismo se basa en una amplia intervención
del Estado tanto como lo hizo el "keynesianismo", excepto que el
Estado ahora interviene casi exclusivamente para promover los intereses del
gran capital: para vigilar a las clases trabajadoras, rescatar a los grandes
bancos y empresas que de otro modo quebrarían, etc. De hecho, en muchos
aspectos, el capital depende hoy más que nunca del Estado. Como señalan
Shimshon Bichler y Jonathan Nitzan: "A medida que se desarrolla el
capitalismo, los gobiernos y las grandes empresas se entrelazan cada vez más.
... El modo de poder capitalista y las coaliciones de capital dominante que lo
rigen no requieren gobiernos pequeños. De hecho, en muchos aspectos, necesitan
gobiernos más grandes". El neoliberalismo actual se asemeja más a una
forma de capitalismo monopolista de Estado -o corporatocracia- que al tipo de
capitalismo de libre mercado de pequeño Estado que a menudo pretende ser. Esto
ayuda a explicar por qué ha producido aparatos estatales cada vez más
poderosos, intervencionistas e incluso autoritarios.
Esto en sí
mismo hace que los vítores de la izquierda por un inexistente "retorno del
Estado" sean vergonzosamente ingenuos. Y lo peor es que ya ha cometido
este error antes. Incluso tras la crisis financiera de 2008, muchos en la
izquierda aclamaron los grandes déficits gubernamentales como "el regreso
de Keynes" -cuando, de hecho, esas medidas tenían muy poco que ver con
Keynes, que aconsejaba el uso del gasto gubernamental para alcanzar el pleno
empleo, y en cambio estaban destinadas a reforzar a los culpables de la crisis,
los grandes bancos. También fueron seguidas por un ataque sin precedentes a los
sistemas de bienestar y a los derechos de los trabajadores en toda Europa.
Algo similar
está ocurriendo hoy en día, ya que los contratos estatales para las pruebas
Covid, los EPI, las vacunas y, ahora, las tecnologías de pasaportes de vacunas
se reparten entre las empresas transnacionales (a menudo a través de acuerdos
turbios que apestan a amiguismo). Mientras tanto, las vidas y los medios de
vida de los ciudadanos se ven alterados por "la nueva normalidad". El
hecho de que la izquierda parezca completamente ajena a esto es particularmente
desconcertante. Después de todo, la idea de que los gobiernos tienden a
explotar las crisis para afianzar la agenda neoliberal ha sido un elemento
básico de gran parte de la literatura reciente de la izquierda. Pierre Dardot y
Christian Laval, por ejemplo, han argumentado que, bajo el neoliberalismo, la
crisis se ha convertido en un "método de gobierno". En su libro de
2007 La doctrina del shock, Naomi Klein exploró la idea del "capitalismo
del desastre". Su tesis central es que en momentos de miedo y
desorientación pública es más fácil rediseñar las sociedades: los cambios
dramáticos en el orden económico existente, que normalmente serían
políticamente imposibles, se imponen en rápida sucesión antes de que el público
haya tenido tiempo de entender lo que está sucediendo.
Hoy en día
se da una dinámica similar. Por ejemplo, las medidas de vigilancia de alta
tecnología, las identificaciones digitales, la represión de las manifestaciones
públicas y la aceleración de las leyes introducidas por los gobiernos para
combatir el brote de coronavirus. Si la historia reciente sirve de algo, los
gobiernos seguramente encontrarán la manera de hacer permanentes muchas de las
normas de emergencia, tal como hicieron con gran parte de la legislación
antiterrorista posterior al 11 de septiembre. Como señaló Edward Snowden:
"Cuando vemos que se aprueban medidas de emergencia, sobre todo hoy, tienden
a ser pegajosas. La emergencia tiende a ampliarse". Esto confirma también
las ideas sobre el "estado de excepción" planteadas por el filósofo
italiano Giorgio Agamben, que sin embargo ha sido vilipendiado por la corriente
principal de la izquierda por su posición contraria al bloqueo.
En última
instancia, cualquier forma de acción gubernamental debe ser juzgada por lo que
realmente representa. Apoyamos la intervención gubernamental si sirve para
promover los derechos de los trabajadores y las minorías, para crear pleno
empleo, para proporcionar servicios públicos cruciales, para frenar el poder
corporativo, para corregir las disfuncionalidades de los mercados, para tomar
el control de industrias cruciales en el interés público. Pero en los últimos 18
meses hemos sido testigos de todo lo contrario: un fortalecimiento sin
precedentes de los gigantes corporativos transnacionales y sus oligarcas a
costa de los trabajadores y las empresas locales. Un informe del mes pasado,
basado en datos de Forbes, mostró que sólo los multimillonarios estadounidenses
han visto aumentar su riqueza en 2 billones de dólares durante la pandemia.
Otra
fantasía de la izquierda que ha sido desmontada por la realidad es la noción de
que la pandemia daría paso a un nuevo sentido de espíritu colectivo, capaz de
superar décadas de individualismo neoliberal. Por el contrario, la pandemia ha
fracturado aún más a las sociedades: entre los vacunados y los no vacunados,
entre los que pueden aprovechar los beneficios del trabajo inteligente y los
que no. Además, un demos formado por individuos traumatizados, separados de sus
seres queridos, obligados a temerse unos a otros como potenciales vectores de
la enfermedad, aterrorizados por el contacto físico, no es un buen caldo de
cultivo para la solidaridad colectiva.
Pero quizá
la respuesta de la izquierda pueda entenderse mejor en términos individuales
que colectivos. La teoría psicoanalítica clásica ha postulado una clara
conexión entre el placer y la autoridad: la experiencia de un gran placer (que
sacia el principio de placer) puede ir seguida a menudo de un deseo de renovar
la autoridad y el control manifestado por el ego o "principio de
realidad". Esto puede producir una forma subvertida de placer. En las dos
últimas décadas de globalización se ha producido una enorme expansión del
"placer de la experiencia", compartido por la clase liberal global,
cada vez más transnacional -muchos de los cuales, curiosamente en términos
históricos, se identifican a sí mismos como de izquierdas (y, de hecho, usurpan
cada vez más esta posición de los grupos tradicionales de la clase trabajadora
de la izquierda). Este aumento masivo del placer y de la experiencia entre la
clase liberal fue acompañado de un creciente secularismo y de la falta de
cualquier restricción o autoridad moral reconocida. Desde la perspectiva del
psicoanálisis, el apoyo de esta clase a las "medidas Covid" se
explica fácilmente en estos términos: como la aparición deseada de un grupo de
medidas restrictivas y autoritarias que pueden imponerse para restringir el
placer, dentro de las restricciones de un código moral que interviene donde
antes no había ninguno.
Otro factor que explica la adhesión de la
izquierda a las "medidas Covid" es su fe ciega en la
"ciencia". Esto tiene sus raíces en la tradicional fe de la izquierda
en el racionalismo. Sin embargo, una cosa es creer en las innegables virtudes
del método científico y otra es ser completamente ajeno a la forma en que los
que están en el poder explotan la "ciencia" para promover su agenda.
La posibilidad de apelar a "datos científicos sólidos" para
justificar las propias decisiones políticas es una herramienta increíblemente
poderosa en manos de los gobiernos; es, de hecho, la esencia de la tecnocracia.
Sin embargo, esto significa seleccionar cuidadosamente la "ciencia"
que apoya su agenda - y marginar agresivamente cualquier punto de vista
alternativo, independientemente de su valor científico.
Esto ha
sucedido durante años en el ámbito de la economía. ¿Es realmente tan difícil de
creer que tal captura corporativa está ocurriendo hoy en día con respecto a la
ciencia médica? No, según John P. Ioannidis, profesor de medicina y
epidemiología de la Universidad de Stanford. Ioannidis saltó a los titulares a
principios de 2021 cuando publicó, junto con algunos colegas suyos, un artículo
en el que afirmaba que no había ninguna diferencia práctica en términos
epidemiológicos entre los países que se habían cerrado y los que no. La
reacción contra el artículo -y contra Ioannidis en particular- fue feroz,
especialmente entre sus colegas científicos.
Esto explica
su reciente y mordaz denuncia de su propia profesión. En un artículo titulado
"How the Pandemic Is Changing the Norms of Science" (Cómo la pandemia
está cambiando las normas de la ciencia), Ioannidis señala que la mayoría de la
gente -especialmente en la izquierda- parece pensar que la ciencia funciona
sobre la base de "las normas mertonianas de comunalismo, universalismo,
desinterés y escepticismo organizado". Pero, por desgracia, no es así como
funciona realmente la comunidad científica, explica Ioannidis. Con la pandemia,
los conflictos de intereses corporativos se dispararon y, sin embargo, hablar
de ellos se convirtió en un anatema. Continúa: "Los consultores que
ganaban millones de dólares gracias a las consultas de empresas y gobiernos
recibían puestos de prestigio, poder y elogios públicos, mientras que los
científicos sin conflictos que trabajaban gratuitamente, pero se atrevían a
cuestionar las narrativas dominantes eran tachados de conflictivos. El
escepticismo organizado se consideraba una amenaza para la salud pública. Hubo
un enfrentamiento entre dos escuelas de pensamiento, la salud pública
autoritaria contra la ciencia, y la ciencia perdió".
En última instancia, el flagrante desprecio y
la burla de la izquierda hacia las legítimas preocupaciones de la gente (sobre
los bloqueos, las vacunas o los pasaportes Covid) es vergonzoso. Estas
preocupaciones no sólo se basan en las dificultades reales, sino que también se
derivan de una desconfianza comprensible hacia los gobiernos y las
instituciones que han sido innegablemente capturados por los intereses
corporativos. Cualquiera que esté a favor de un Estado verdaderamente
progresista e intervencionista, como nosotros, tiene que abordar estas
preocupaciones, no descartarlas.
Pero donde la respuesta de la izquierda ha
sido más deficiente es en el escenario mundial, en términos de la relación de
las restricciones de Covid con la profundización de la pobreza en el Sur
Global. ¿Realmente no tiene nada que decir sobre el enorme aumento del
matrimonio infantil, el colapso de la escolarización y la destrucción del
empleo formal en Nigeria, donde la agencia estatal de estadísticas sugiere que
el 20% de las personas perdieron su trabajo durante los cierres? ¿Y qué hay de
la realidad de que el país con las cifras más altas de mortalidad por Covid y
la tasa de mortalidad excesiva para 2020 fue Perú, que tuvo uno de los cierres
más estrictos del mundo? Sobre todo esto, ha guardado prácticamente silencio.
Esta posición debe considerarse en relación con la preeminencia de la política
nacionalista en el escenario mundial: el fracaso electoral de los
internacionalistas de izquierda como Jeremy Corbyn significó que las cuestiones
globales más amplias tuvieron poca tracción al considerar una respuesta más
amplia de la izquierda occidental al Covid-19. Merece la pena mencionar que ha
habido movimientos atípicos en la izquierda, de izquierda radical y socialista,
que se han manifestado en contra de la gestión predominante de la pandemia.
Entre ellos se encuentran Black Lives Matter en Nueva York, los escépticos de
la izquierda en el Reino Unido, la izquierda urbana chilena, Wu Ming en Italia
y la alianza socialdemócrataverde que gobierna actualmente Suecia. Pero todo el
espectro de la opinión de la izquierda fue ignorado, en parte debido al pequeño
número de medios de comunicación de izquierda, pero también debido a la
marginación de las opiniones disidentes, en primer lugar, por la corriente
principal de la izquierda. Pero, sobre todo, ha sido un fracaso histórico de la
izquierda, que tendrá consecuencias desastrosas. Cualquier forma de disidencia
popular es probable que sea hegemonizada de nuevo por la (extrema) derecha,
poleaxizando cualquier posibilidad que tenga la izquierda de ganar los votantes
que necesita para derrocar la hegemonía de la derecha. Mientras tanto, la
izquierda se aferra a una tecnocracia de expertos gravemente socavada por lo
que está resultando ser una gestión catastrófica de la pandemia en términos de
progresismo social. A medida que cualquier tipo de izquierda elegible viable se
desvanece en el pasado, el debate y la disidencia en el corazón de cualquier
proceso democrático verdadero es probable que se desvanezca con él.
[Toby Green
es profesor de historia en el Kings College de Londres. Su
último libro es The Covid Consensus: The New Politics of Global Inequality
(Hurst)]. [Thomas Fazi
es escritor, periodista y traductor. Su último libro "Reclaiming the
State" ha sido publicado por Pluto Press. @battleforeurope]