El revival de la pandemia en su última versión vírica reactiva los dispositivos de control social. La experiencia de control de la población ha proporcionado un incremento sustantivo de la eficacia de los dispositivos de control. La pandemia ha supuesto un experimento formidable que ahora muta para orientarse al sometimiento de los últimos contingentes de renuentes. La sociedad vacunal avanzada muestra su naturaleza coercitiva dotada de la capacidad de reconfigurarse.
En esta inquietante situación he leído un texto brillante que desvela la naturaleza política de la respuesta a la pandemia. Es de Alejandro Álvarez Carrizo, de la Universidad de Zaragoza. En el desierto de resistencias al poder colosal de subjetivación del conglomerado político y mediático que ampara al novísimo complejo médico-industrial, este texto aporta una visión que se sobrepone al imaginario experto, que adopta la forma de actualidad que muta cada día, dificultando su comprensión como fenómeno histórico específico. El texto lo podéis leer aquí
Dada la singularidad de la mirada del autor, distanciada de las definiciones salutocentristas que ignoran los contextos sociales en los que se produce la pandemia, reduciendo su significación a un problema de control sanitario, lo presento aquí con la intención de contribuir a su inteligibilidad e integridad.
DISCIPLINAMIENTO DE LA SOCIEDAD EN TIEMPOS DE PANDEMIA
El tratamiento de la lepra, de la peste o del Covid-19 es muy diferente, no en su naturaleza médica, sino en su naturaleza política debido a las relaciones de poder imperantes en cada momento histórico.
Alejandro Álvarez, Universidad de Zaragoza
31/01/2021
Esta
ponencia que tenéis a continuación fue presentada en el Congreso «Momentos post
Pandemia», que :Sobiranies alojó de forma virtual el pasado mes de octubre
dentro de su Aula Virtual, y que estaba impulsado por varios grupos de
investigación y debate, como CLACSO, Nuestra Praxis, Ruptura, el Salto, ILSA o
el propio Instituto :Sobiranies.
Esta ponencia forma parte de una serie que el Instituto :Sobiranies ha
seleccionado y publicará en las próximas semanas por su interés y valor en el
debate asociado a la pandemia y sus consecuencias. También formaran todas ellas
parte de un libro en preparación que en breve verá la luz, editado por Ruptura
y el Institut :Sobiranies.
Vivimos en una sociedad disciplinaria, y la respuesta que se ha generado ante la reciente pandemia de Covid-19 es una ejemplificación de los modelos disciplinarios. La forma que tenemos de enfrentarnos a las diversas enfermedades que han asolado a las civilizaciones europeas responde a diagramas de poder que rigen nuestras sociedades. Por ello, podemos comprobar como el tratamiento de la lepra, de la peste o del Covid-19 es muy diferente, no en su naturaleza médica, sino en su naturaleza política debido a las relaciones de poder imperantes en cada momento histórico. La respuesta que ofrecemos, el modo de conocer las enfermedades o los modos de actuación, son derivaciones de funcionalidades previas al surgimiento de las diferentes enfermedades.
1. LA LEPRA Y EL PODER SOBERANO
La sociedad del siglo XVI–XVII no es la misma que en el siglo XVIII–XIX, y no solo por los evidentes cambios históricos, tampoco por el surgimiento de diferentes enfermedades en cada periodo histórico; son épocas diferentes en tanto que cada una es representativa de un diagrama de poder imperante.
Nos encontramos ante dos tipos de sociedades, la sociedad de la lepra y la sociedad de la peste. Cada una representa un diagrama de fuerzas. Tenemos, en el caso de la lepra, un diagrama asociado a un poder soberano, a una serie de ejercicios de poder concretos, entre los que destacan el poder de arrebatar la vida, el poder de castigar, la función de extracción, etc. Foucault expone una serie de ejemplos de como el soberano ejerce el poder de arrebatar la vida o el poder de castigar en Vigilar y castigar; pero, este poder asociado al diagrama soberano no siempre es tan evidente. Podemos encontrar el ejemplo de los leprosos. Cuando alguien presentaba síntomas de ser un leproso era expulsado de la ciudad; pero, no era una expulsión en el sentido griego de abandonar la polis, de perder los orígenes y convertirse en un apátrida. Aunque el leproso no encontrará cobijo, refugio o abrigo en otra población, si estará obligado a trasladar su residencia a un complejo arquitectónico llamado cucurbitae, stellae o como puede sernos más familiar, lazareto. Se trataba de pequeños hospitales alejados de las ciudades, sin prescripciones ni cuidados médicos, destinados a garantizar la incomunicación de los internados con el mundo exterior.
Esta convivencia con la lepra origina prácticas de exclusión y de rechazo, prácticas acompañadas de formulaciones jurídicas cuyo papel era delimitar jurídicamente la muerte del leproso, aun estando este en vida. El leproso, después de atravesar los muros de la ciudad, después de ser expulsado, era declarado “hombre muerto” jurídicamente, ha sido sometido a una “muerte civil”, con sus correspondientes consecuencias. Se ha dispuesto la muerte, orgánica (mediante la expulsión) y jurídica. Este proceso de “muerte civil” se materializa mediante un ritual, lo que se ha llamado “misa de leprosos”; la transformación del leproso en un difunto. Este proceso ritual consiste en lo siguiente: «el sacerdote párroco anuncia el día de la ceremonia a la manera de un óbito; el leproso se arrodilla en un catafalco; se lleva adelante una misa de réquiem con su específica liturgia y sus cantos; el enfermo efectúa su última confesión; se trasladan al cementerio y el leproso desciende en una fosa ya preparada donde recibe un determinado número de paletadas de tierra en la cabeza como simulacro de inhumación; se erige una cruz; se trasladan en cortejo hasta el borde de la localidad donde residirá en aislamiento el enfermo quien recibe unas últimas admoniciones acerca de su experiencia de purgatorio en la tierr»[1]
.
La importancia de la figura del leproso radica en que ilustra como es ejercido el poder soberano. El diagrama soberano se define por una función de extracción y decisión sobre la vida y la muerte. La función de extracción del diagrama soberano no solo se ejerce bajo una estrategia de expulsión de la ociosidad. Las relaciones de poder que se ejercen en diferentes focos de poder como los Hospitales, las judicaturas, los departamentos de policía, la institución soberana, las familias, las organizaciones médicas, etc; sólo son meros instrumentos destinados a potenciar y ejecutar ese proceso de extracción que inicialmente sirvió para encerrar a todos aquellos que no tenían trabajo y gestionar de ese modo la economía de las respectivas reparticiones políticas. No solo se encierra al leproso, se encierra también al ocioso, al libertino, al pródigo, al mendigo, al loco, etc. Pero, lo que a nosotros nos interesa comprobar ahora mismo es la decisión de la vida y la muerte. Aquel que es definido como leproso se le impone una muerte jurídica, la cual está acompañada de un ritual. Algo semejante ocurría con los suplicios; todo suplicio está acompañado de una manifestación y puesta en escena pública. Los suplicios eran ejercidos en plazas públicas a la vista de todos los habitantes, incluso se fletaba una carro que recorría la ciudad transportando al reo hasta el cadalso para que pudiera ser visto, humillado, y, de ese modo, reflejara el poder que tenía el monarca. Tenemos aquí todo un ejercicio del poder basado en la visibilidad. El poder exige que el reo, la víctima, el acusado, sea un objeto señalable, visible; la escenificación ritual que acompaña al suplicio genera la visibilidad de aquel que va a ser objeto del suplicio. Se crea todo un sistema de visibilidad en el que se ponen de manifiesto varias visibilidades; no solo del leproso o del reo, sino la del poder real, la del poder soberano. La fuerza de este poder se manifiesta en su visibilidad, en su demostración. Cuando se ejecuta a un preso en el patíbulo lo que en verdad está ocurriendo no es la mera ejecución de una condena, es la demostración de fuerza, el poderío del soberano; y cuando se expulsa al leproso de la ciudad, se pone de manifiesto el mismo poder soberano, un poder capaz de hacer cumplir las leyes que rigen las ciudades, un poder que decide sobre la muerte de sus súbditos. Sin embargo, como analizaremos más adelante, esta manifestación de poder se invisibilizará, se hará más efectiva en cuanto que no necesitará ejecutar toda esa teatralidad para imponerse. Será en este momento cuando estemos ante un nuevo diagrama, ante un diagrama disciplinario, propio de la peste y del Covid-19.
Antes de analizar el diagrama disciplinario debemos seguir desgranando las características de este poder soberano, asociado a las prácticas constitutivas de la lepra. Sin embargo, no se trata de que una enfermedad esté ligada a un cierto modo de ejercer el poder; la peste o la lepra solo son significaciones, ejemplificaciones. Podemos encontrar ejercicios de poder soberano en epidemias de peste, y podemos encontrar prácticas disciplinarias ante casos de lepra. Podemos recurrir por ejemplo a Lleida en el siglo XIV – XV. En esta época, esta ciudad catalana sufrió una epidemia de peste; previamente, Jaume d’Agramunt, había escrito en esa misma ciudad un tratado de medicina con diversas prescripciones sobre dicha enfermedad. Los consejos, prácticas, curaciones, etc., que vienen recogidos en el libro de Agramunt son correlativos a la medicina propia de la época, y un ejemplo de ello lo muestra el siguiente pasaje: «Según el galenismo el buen régimen de vida se estructuraba a partir de las seis res non naturales: el tratamiento del aire, el buen uso de la comida y la bebida, la correcta utilización del movimiento y el reposo, la buena alternancia entre el sueño y la vigilia, el tratamiento de la evacuación o retención de los humores y el cuidado de los llamados accidentes del ánima»[2].
Nos encontramos ante una epidemia de peste, y las medidas ha adoptar, son dietas, descansos, y cuidados relacionados con los humores. Sin embargo, el aspecto más importante con respecto a las futuras epidemias de peste, en las cuales imperará un ejercicio de poder disciplinario, no radica en el cambio de prácticas médicas, sino en el surgimiento de nuevos modelos de vigilancia y de examen, en la distribución del espacio y del tiempo. Medidas que son impensables bajo el diagrama soberano, en el cual, las medidas aplicadas son similares a las que predicaban tratadistas como Juan de Aviñón, el cual, «recomendaba huir de la ciudad no solo para evitar el contacto con la enfermedad sino también para evitar su recuerdo constante»[3]. Más adelante, ante una situación de peste, se optará por el confinamiento, la reclusión, el control en la libertad de movimiento, etc. Sin embargo, las nuevas medidas que se tomarán no serán el resultado de avances en medicina, descubrimientos médicos o mejoras en el tratamiento y contención de las enfermedades. Las nuevas medidas que se tomarán serán fruto de nuevas relaciones de fuerzas, del surgimiento de un nuevo diagrama, no ya soberano, sino disciplinario.
2. PODER DISCIPLINARIO DURANTE LA PESTE Y EL COVID-19
La funcionalidad del poder disciplinario puede ejercerse bajo dos ámbitos distintos. El poder puede ser ejercido sobre una multiplicidad humana poco numerosa en un espacio reducido; en este sentido podemos ver el ejemplo de un paciente dentro de un hospital; sobre el cual se impone una tarea determinada como puede ser seguir las consignas médicas, regular su comportamiento, etc. Del mismo modo, el tiempo y el espacio también están regulados, nos encontramos con un espacio definido, el hospital, definido y cuadriculado, organizado, delimitado; dentro de la arquitectura del hospital se sitúan diferentes cuadrículas, caracterizadas por ser zonas diferentes, con funciones divergentes. Tomemos por ejemplo el caso del Hospital Universitario Miguel Servet en Zaragoza. Este hospital cuenta con diferentes edificios, cada uno destinado a un elemento concreto; cuenta con un aledaño exclusivo para maternidad e infantil, un edificio industrial, un edificio multifuncional, el hospital general, la zona de traumatología, consultas externas y docencia. Cada respectivo edificio cuenta con una serie de plantas y reparticiones de su espacio. Por ejemplo, se encuentra la zona de neurología, dermatología, aparato digestivo, psiquiatría, reumatología, etc. Pero no solo esta estructurado y organizado el espacio; el tiempo también está sometido a las mismas directrices. Por ejemplo, y estos datos son ficticios; están programadas las visitas de los médicos desde las 08:00 hasta las 10:00, sirviéndose el desayuno a las 09:00, la comida a las 13:00; a las 16:00 revisión por parte del equipo de enfermería, a las 17:00 merienda, cena a las 21:00 y luces apagadas para proceder a dormir a las 23:00. Nos encontramos ante una práctica disciplinaria dentro de un contesto específico; bajo el axioma de un espacio cerrado, pero, la disciplina podría fundamentarse igualmente bajo un espacio ilimitado o bajo multiplicidades indefinidas. Supongamos que el ejercicio del poder disciplinario ya no se aplica dentro de un hospital sino dentro de las demarcaciones limítrofes de un país. En este caso, el espacio es inmenso, pero, además, la multitud es inconmensurable, se trata de toda la sociedad, del conjunto de ciudadanos. En este caso, la disciplina se manifestaría del mismo modo, pero a una escala mayor, y ejemplos de ellos podrían ser la prevención de la salud, la prevención de la criminalidad, el control de la natalidad, etc. En definitiva, tareas destinadas al control de multitudes humanas muy numerosas.
A partir de estos dos modos de ejercicio, podemos definir la disciplina como el conjunto de técnicas que permiten regular las multitudes humanas. La finalidad de la disciplina es “fabricar” individuos, hacerlos a imagen y semejanza de las necesidades que imperen en cada momento, por tanto, «las disciplinas no solamente reprimen conductas, sino que se encargan de formar sujeto»[4], «la meta básica del poder disciplinario era producir un ser humano que pudiese ser tratado como un “cuerpo dócil»[5].
Para lograrlo es necesario modelar el cuerpo y el alma, reorganizarlos para hacerlos productivos, no exclusivamente en un sentido económico, sino intensificar y optimizar sus capacidades en función de la finalidad para la que sean inscritos, ya sea el trabajo en una fábrica, ya sea como soldados dentro de un ejército, o como meros reproductores de nuevas vidas. Este proceso solo puede llevarse a cabo mediante la imposición de determinados elementos. Estos son, la organización y estructuración del espacio y del tiempo, la vigilancia constante y el examen; elementos que observaremos en las decisiones que se han llevado a cabo tanto en epidemias de peste como en la pandemia de Covid-19.
2.1. Organización del espacio
El primer elemento que vamos a analizar es la organización, ordenación y cuadriculación del espacio y del tiempo. La forma mas visible de esta organización se presencia en las fábricas, las cuales son herederas de un proyecto que se denominó fordismo. El fordismo consiste en la agrupación de todo un sistema de producción en un único espacio y la organización del tiempo en el sentido de subdividir los gestos, medir el número de movimientos que se tienen que hacer, cuantos desplazamientos, amoldarte a la velocidad de la máquina; pero, lo más destacable, es que todo ese proceso no se lleva a cabo bajo la violencia. Estamos ante un caso de normalización, entendiendo normalizar como «la relación de fuerzas por excelencia. A saber, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo, componer en el espacio–tiempo»[6]. Ahora observemos como el fordismo, al igual que ocurrió con el panoptismo[7], desbordan sus límites iniciales y se convierten en modelos de un tipo de poder.
Para entender como funciona la organización del espacio debemos atender nuevamente al leproso, el era expulsado de la ciudad, rechazado y apartado. En contraposición encontramos la figura del apestado; un personaje inclusivo, resguardado, mantenido dentro de la propia ciudad; aunque, igualmente, rechazado. Cambiamos de siglo, cambiamos de paradigma, de diagrama. Nos encontramos en una ciudad europea en la cual se ha detectado una serie de episodios de peste. Si la ciudad, en el caso del leproso, constituía una fortificación amurallada que delimitaba el estatuto jurídico del leproso, ahora será dotada de un nuevo simbolismo. La muralla no será concebida como el elemento fronterizo que se debe traspasar para expulsar a la enfermedad y a los enfermos, la muralla adquiere un significado defensivo respecto de la enfermedad, las puertas de las ciudades se cierran, ya no se abren para expulsar, se cierran para evitar la entrada y la salida, para recluir.
En cuanto la peste se apoderaba de una ciudad, emergía todo un sistema y un dispositivo de reacción. La ciudad «se dividía en distritos; éstos en barrios, y luego en ellos se aislaban calles. En cada calle había vigilantes; en cada barrio, inspectores; en cada distrito, responsables de distrito; y en la ciudad misma, o bien un gobernador nombrado a esos efectos o bien los regidores que, en el momento de la peste, habían recibido un poder complementario»[8].
Aquí tenemos la primera organización, división y cuadriculación del espacio. La ciudad queda cuadriculada, comienza una organización del espacio. Ya no se trata de decretar la muerte, no se trata de expulsar a los apestados de la ciudad, abandonarlos a su difunto destino y decretar su muerte jurídica. Hemos abandonado el diagrama soberano, nos encontramos en un nuevo diagrama que actualmente nos es muy familiar. El espacio es organizado según funcionalidades y efectividades. Se analiza, se organiza, se investiga, y finalmente se impone una serie de medidas que buscan la mayor efectividad de los fines perseguidos. En este caso, la finalidad es erradicar, combatir, controlar, evitar el contagio… Por tanto, se analiza toda la estructura social, política, arquitectónica, etc. Se valora quienes son los mejores encargados de la vigilancia, de tomar medidas disciplinarias, de decretar nuevas leyes, de hacerlas cumplir, que medidas deben tomarse, ya sea en el plano económico, sanitario, etc.
Daniel Defoe publicó en 1722 una novela ficticia llamada A journal of the plague year[9]. En esta obra describe y recrea la experiencia de un hombre que habita en Londres durante un episodio de peste. Esta novela nos servirá como hilo conductor de nuestro análisis de la peste y el poder disciplinario en tanto que pone de manifiesto todas y cada una de las medidas que iremos nombrando. Por ejemplo, acabamos de mencionar como se busca la eficacia y la productividad en todos los sectores sociales; esto afectaba a la arquitectura, a los vigilantes, médicos, juristas, párrocos, administradores… Y esto es lo que dice Defoe al respecto: «Primeramente, se estima necesario y se ordena que en cada parroquia haya una, dos o más personas de buena clase y reputación, elegidas y convocadas por el regidor, su diputado, y el cabildo de cada distrito, que sean nombradas examinadores, para continuar en el ejercicio de tal función durante un tiempo de dos meses como mínimo. Y si cualquier persona apta así convocada rehusase comprometerse a ello, dichas partes que así se negasen sería puesta en prisión hasta que se someta en conformidad con lo presente»[10]. Sería muy interesante analizar como esta negativa a acatar las leyes ya no supone un ataque al rey, ya no se castigará con suplicios, sino que se opta por un nuevo modelo de castigo, la prisión. Esta nueva forma de proceder es fruto de este traspaso de un poder soberano a un poder disciplinario; sin embargo, aquí no podemos tratarlo, si bien, Foucault realizó este mismo análisis en su obra Vigilar y castigar[11].
Lo importante de este nuevo tratamiento contra la enfermedad no solo es la eficiencia de la productividad de las medidas, son los elementos mediante los cuales se lleva a cabo. Hemos visto como las ciudades se reorganizaban, ya fuera en distritos, barrios, calles… Defoe también da cuenta de ello: «Mas aquí me refiero a las ordenanzas y disposiciones que se publicaron para gobierno de las familias contagiadas. He mencionado la orden del cierre de las casas, [pero] fue alrededor del mes de junio cuando el corregidor de Londres y el concejo de regidores empezaron a preocuparse más especialmente por la ordenación de la ciudad»[12].
En el caso de la pandemia de Covid-19 también se optó por una reorganización del espacio. Con el inicio de la desescalada se propiciaron salidas poblacionales ordenadas, pero estas salidas contaban con límites fronterizos que no debían traspasarse, límites que inicialmente, durante la fase cero consistían en un kilómetro a contar desde el domicilio. Límites que fueron modificándose según avanzaba la desescalada. Lo importante es señalar como el espacio se cuadriculó, como se establecieron nuevas fronteras, limitaciones y ordenaciones del espacio. Hasta la fase 3, los desplazamientos , salvo por motivos justificados, se ajustaban a los límites fronterizos de las provincias, mientras que en la fase tres, las demarcaciones se ampliaron hasta los límites autonómicos. En este caso, nos encontramos con demarcaciones previamente definidas; sin embargo, el caso de Castilla y León es diferente; allí se realizó una nueva reorganización del espacio, no bajo criterios autonómicos o provinciales, ni siquiera municipales, se creó una reorganización del espacio a partir de lo que se denominó “zonas básicas de salud”, lo que consistía en la agrupación de diferentes municipios en torno a un centro de salud. Estas limitaciones del espacio, estas líneas invisibles que cuadriculan el territorio nacional responden a este carácter disciplinario del cual se envuelven las medidas adoptadas para afrontar la crisis sanitaria emergida a causa del Covid-19. Lo que se logra con ello es que «poco a poco, un espacio administrativo y político se articula en espacio terapéutico, tiende a individualizar los cuerpos, las enfermedades, los síntomas, las vidas y las muertes; constituye un cuadro real de singularidades yuxtapuestas y cuidadosamente distintas. Nace de la disciplina un espacio médicamente útil»[13].
Pero no solo debemos pensar que se han reorganizado espacios abiertos; en espacios cerrados ha ocurrido lo mismo; autobuses, estadios, auditorios, teatros… un sin fin de espacios cerrados han delimitado zonas de paso, zonas de entrada o de salida, asientos y butacas en los que está permitido sentarse y otras en las que está prohibido, etc. Esta organización genera una norma, distribuye en el espacio comportamientos permitidos y comportamientos castigados; se genera una normatividad. No se necesita de una violencia exterior para acatar la normatividad, cada individuo ha interiorizado la normatividad, llegando incluso a tratar de imponerla a los demás. Este es el efecto de la disciplina, del poder disciplinario; hacernos partícipes voluntarios de la normatividad, pero como veremos, es necesario que para que esto ocurra se den otros elementos además de la organización del espacio.
2.2. Organización del tiempo
Del mismo modo que hay una organización del espacio también hay una organización del tiempo. Durante la pandemia de Covid-19 que ha asolado al mundo durante el 2020, se han implantado una serie de medidas que han organizado el tiempo. En el caso de la peste podemos encontrar turnos de rotación de los vigilantes, horarios específicos para realizar tareas tales como el traslado de cuerpos, realizar compras, etc. Defoe nos vuelve a mostrar un ejemplo de esta partición del tiempo cuando dice: «una de las acciones más admirables de los magistrados citados fue que las calles se mantuvieron constantemente limpias y libres de toda clase de objetos terroríficos, cadáveres, o cualquier otra cosa indecente o desagradable — salvo cuando alguien moría en la calle súbitamente, como he dicho antes; en tal caso, el cadáver era cubierto con una tela o sábana hasta la llegada de la noche, o llevado hasta el cementerio más próximo—. Todos los trabajos imprescindibles que supusiesen aspectos macabros y que fuesen tanto espantosos como peligrosos, se llevaban a cabo durante la noche»[14].
La forma más evidente de observar cómo se produce esta ordenación, subdivisión y organización del tiempo la encontramos ante la pandemia de Covid-19. Una de las primeras medidas que se tomo fue una cuarentena obligatoria, en la cual se imposibilito salir del domicilio excepto por circunstancias específicas. Habiendo descendido el número de contagios y de ingresos hospitalarios se diseñó un plan de desescalada constituido por diferentes fases. Si atendemos a la que se denominó fase 0 nos encontramos ya con una fragmentación, subdivisión y organización del tiempo. Desde las directrices nacionales, redefinidas por los gobiernos autonómicos, se impusieron diferentes medidas de control temporal y espacial; una de ellas fue el establecimiento de franjas horarias. En el caso de Aragón, se permitió el paseo y la actividad física deportiva entre las 06:00 y las 10:00 y de 20:00 a 23:00. En el caso de personas más vulnerables a la enfermedades, o personas en avanzada edad, se reservaba una franja horaria específica para ellos que transcurría entre las 10:00 a las 12:00 y de 19:00 a 20:00. Durante lo que se denominó “fases de la desescalada” se fueron implementando una serie de medidas en base a criterios disciplinarios destinados a la subdivisión y control del tiempo. No solo es el caso mencionado, por ejemplo, se impuso una norma según la cual los niños de 0 a 13 años podían salir a calle acompañados de un único adulto, en un horario de 09:00 a 21:00, pero, limitando la salida a una hora diaria.
La finalidad de estas medidas, además de su carácter preventivo y sanitario, son las de establecer individualidades. Los procesos disciplinarios tienen la finalidad de individualizar, y para ello fragmentan el espacio y el tiempo. Si cogemos el caso de una fábrica, desde una perspectiva general vemos un conglomerado de trabajadores, una masa productiva uniforme; sin embargo, en cuanto aplicamos a la fábrica una serie de cuadrículas, límites, fronteras, espacios definidos, la masa se disgrega, se define y se divide en sectores. De ese modo, lo que antes era un conjunto de obreros se ha convertido en soldadores, montadores, recursos humanos, administrativos, limpiadores, conductores, etc. El poder ya no expulsa, genera cuarentenas. Cuando expulsa lo que hace es caracterización binaria; leproso – no leproso, sano – insano, ciudadano – apátrida. Pero, bajo el poder disciplinario, el poder agrupa, crea límites fronterizos, pero, lo hace dentro de su propio espacio. El poder disciplinario asigna lugares, define presencias, organiza el espacio y el tiempo en base a una mayor productividad. Ya hemos mencionado en que consiste la biopolítica, es el ejercicio del poder sobre una multitud numerosa en un espacio y un tiempo abiertos. La biopolítica preserva la salud de la población, no porque se preocupe por los ciudadanos, el poder no tiene conciencia, solo entiende de maximización, solo busca maximizar la salud, la fuerza de los ciudadanos, la vida… Foucault lo dice claramente cuando dice: «En el siglo XVIII, una de las grandes novedades en las técnicas de poder fue el surgimiento, como problema económico y político, de la “población”: la riqueza-pobreza, la población-mano de obra o capacidad de trabajo, la población en equilibrio entre su propio crecimiento y los recursos de que dispone. Los gobiernos advierten que no tienen que vérselas con individuos simplemente, ni siquiera con un “pueblo”, sino con una “población” y sus fenómenos específicos»[15].
Se trata de dominar a esta población, de domesticarla, de hacerla útil, disciplinada. Para ello se ha organizado el tiempo y el espacio, pero es necesario un elemento previo; el conocimiento de esa población. Se requiere todo un sistema de vigilancia y de análisis que recabe datos con la finalidad de comprender, analizar, y observar los puntos sobre los cuales se puede ejercer ese disciplinamiento.
2.2. vigilancia y examen
La vigilancia ha sido uno de los pilares fundamentales del poder disciplinario. A partir de la vigilancia se puede recabar información, se puede hacer clasificaciones, se puede influir en los comportamientos, y se puede prevenir ciertas conductas. Podemos observar como era la vigilancia en una ciudad con peste: «La vigilancia debía ejercerse sin interrupción alguna. Los centinelas tenían que estar siempre presentes en los extremos de las calles; los inspectores de los barrios y distritos debían hacer su inspección dos veces al día, de tal manera que nada de lo que pasaba en la ciudad podía escapar a su mirada. Y todo lo que se observaba de este modo debía registrarse, de manera permanente, mediante esa especie de examen visual e, igualmente, con la retranscripción de todas las informaciones en grandes registros. Al comienzo de la cuarentena, en efecto, todos los ciudadanos que se encontraban en la ciudad tenían que dar su nombre. Sus nombres se inscribían en una serie de registros»[16].
La vigilancia adquiere una mayor eficacia cuando se aplica sobre espacios delimitados, cuando se debe vigilar una agrupación heterogénea. Es aquí donde se relacionan y se implican la vigilancia, el examen, la organización del tiempo y la organización del espacio. «Se trata de establecer las presencias y las ausencias, de saber dónde y cómo encontrar a los individuos, instaurar las comunicaciones útiles, interrumpir las que no lo son, poder en cada instante vigilar la conducta de cada cual, apreciarla, sancionarla, medir las cualidades o los méritos. Procedimiento, pues, para conocer, para dominar y para utilizar»[17].
En la sociedad actual ya no es necesario inscribirse en una lista para facilitar nuestros datos; contamos con documentos como el DNI, el NIE, el certificado de empadronamiento, el libro de familia… que facilitan esta tarea.
Durante la cuarentena por Covid-19, gran parte de la población acató las ordenes de no salir de casa excepto para las actividades permitidas; siendo duramente castigadas aquellas que frecuentaran la calle sin una acreditación adecuada. Tanto en la pandemia de Covid-19 como en episodios de peste se sancionan conductas inapropiadas, aunque las sanciones disciplinarias exceden a las crisis sanitarias. Una vez remitida la cuarentena, podía darse el caso de ostentar el grado de positivo por Covid-19 o por altas probabilidades de haber sido contagiado; en esos casos, se opta por una encierro “voluntario”, es decir, se espera que la persona contagiada o probablemente contagiada, mantenga una nueva cuarentena que evite la propagación del virus. Esta aceptación de las diversas cuarentenas y medidas extraordinarias es el fruto de un proceso disciplinario que se inicia alrededor del siglo XVIII y que busca, mediante pequeños exámenes, constantes vigilancias, premios y castigos, constituir subjetividades dóciles que acepten seguir los procedimientos normalizadores que se les impongan.
Sin embargo, durante las epidemias de peste, el sistema disciplinario no estaba tan desarrollado, y se necesitaba de una aplicación violenta y visible del poder. En estos momentos, cuando había constancia de contagios, se optaba por designar «para cada casa infectada dos vigilantes, uno para el día y otro para la noche; y que estos vigilantes tengan especial cuidado de que persona alguna entre o salga de tales casas infectadas a cuyo cargo están, so pena de sufrir severo castigo Y que dichos vigilantes cumplan todas las funciones adicionales que la casa infectada necesite y requiera; y si el vigilante es enviado a cualquier recado, que cierre la casa y lleve consigo la llave»[18].
Las diferencias entre una pandemia por peste o una pandemia por Covid-19 no varían en exceso. En ambas se reorganiza el tiempo y el espacio, en ambas se establece un sistema de vigilancia que garantice el cumplimiento de las normas adoptadas. Sin embargo, hay una característica que las diferencia, y que sobre todo las aleja de episodios de lepra. La invisibilidad en las prácticas del ejercicio del poder y la complicidad de los individuos para garantizar que se cumpla la normatividad. Durante la pandemia de Covid-19, por norma general, se hacía hablar a los enfermos. Se les prestaba a declarar su enfermedad, a hablar de sus síntomas, de sus afecciones, de su estado de salud, de su situación, de sus necesidades… Haciéndoles hablar se lograban dos cosas, la primera, reforzar el sistema disciplinario, la segunda, prescindir de una vigilancia efectiva o visible. Ya no se trata de ir casa por casa averiguando quien esta enfermo o quien presenta síntomas, tal y como atestigua Defoe: «Que dichos examinadores sean juramentados por el regidor para que averigüen de tiempo en tiempo cuáles son las casas de cada parroquia que han sido infectadas, y cuáles las personas que están enfermas y de qué enfermedades, tan fielmente como puedan informarse; y ante la duda, ordenen la restricción de acceso hasta que se evidencie la enfermedad. Y si encontraren a cualquier persona enferma de la infección, den orden al alguacil para que la casa sea cerrada; y si vieren que el alguacil era remiso o negligente, den conocimiento de ello al regidor del distrito»[19]. Al hacer hablar a los individuos, ellos mismos entran en el juego de las clasificaciones, ellos mismos se delatan y se convierten en partícipes de la trama disciplinaria.
A partir del habla, de la vigilancia y del análisis se pueden establecer clasificaciones. Podemos clasificar a la población bajo muchas características, ya sea como sanos, enfermos, posibles enfermos, muertos, muertos por Covid-19, muertes por derivaciones del Covid-19, muertos por otras enfermedades, etc. En el caso de España, se ha realizado una clasificación derivada del Covid-19, en ella se clasifica a la población del siguiente modo: por el número de casos confirmados, por el número de casos hospitalizados, por el número de casos ingresados por críticos (UCI, REA…), por el número de casos dados de alta, por el número de casos de alta por defunción, el número de casos en las últimas 24 horas y finalmente, por el número de pruebas diagnosticadas (PCR) realizadas[20].
Por otro lado, la vigilancia y el análisis permiten determinar figuras, conceptos, módulos, en los que deberá inscribirse a las individualidades resultantes de estas distribuciones. En el caso de la peste solo había dos o tres categorías, sano, apestado y con síntomas de peste. En el caso del Covid-19 las categorías se amplían enormemente; tenemos, sanos, positivos por PCR, positivos en anticuerpos, asintomáticos, etc.
La población se ha individualizado, se tiene constancia de quien es específicamente la persona fallecida, contagiada o sana. Esta individualización es fruto de la organización del espacio. Ya no se trata de tener una indiscriminada población en un espacio abierto; la disciplina ha delimitado el espacio, lo ha organizado y ha situado a cada especie en un lugar. Tenemos a los enfermos mentales en hospitales especiales, a los niños en los colegios, los obreros en las empresas, y dentro de estas estructuras, tenemos sus correspondientes organizaciones. Si a esto le añadimos una organización del tiempo basada en tareas y horarios, podemos determinar las ausencias y retrasos, incluso contabilizarlas. Tenemos fundamentos para determinar que un individuo X no ha estado presente en su lugar correspondiente a la hora determinada. Podemos conocer a X, y gracias a que lo hemos individualizado, dejando de ser parte de la masa obrera, parte de la masa leprosa, parte de la masa de los irracionales; podemos evaluarlo, analizarlo, tener constancia de su vida. Toda esta información nos permitirá catalogar a dicho individuo, imponerle una serie de categorías como bueno, malo, trabajador, vago, insolente, educado… No solo hemos individualizado a la población, la hemos catalogado, y dentro de esas categorías se han definido comportamientos adecuados e inadecuados; comportamientos que serán premiados o castigados. Esta función del castigo o del premio actúa como modelación de una conducta; sin embargo, habrá un mecanismo igual o más efectivo, la vigilancia, la mirada. Cuando estamos sometidos a la vigilancia o a la mirada, regulamos nuestro comportamiento, mostrando aquellas facetas que se esperan de nosotros, intentando que se nos impongan las categorías mejor valoradas. La disciplina, tiene como finalidad, o como elemento primario, hacer que no sea necesaria la vigilancia o la mirada para regular los comportamientos; busca que nos autorregulemos en base a las funciones que debemos desempeñar, ya sea aprender en el colegio, trabajar en el taller, formar en el ejército, etc., y que lo hagamos de la forma más eficiente.
En los procesos disciplinarios, como ha ocurrido durante la pandemia de Covid-19, se puede observar como el control de la salubridad se ha interiorizado, el poder de vigilancia y coacción se ha invisibilizado, se ha asumido y normalizado. Ya no nos encontramos ante inspectores que adjudicaban una ventada de cada edificio para cada familia o persona; práctica que tenía como finalidad reclamar la presencia de las personas inscritas en los registros; éstos debían asomarse y hacer acto de presencia, no para determinar que esa persona seguía dentro de los límites establecidos de la ciudad y no había escapado por miedo al contagio, sino para determinar la salubridad de esa persona. Mediante un examen visual se podía discernir elementos que auguraban el surgimiento de la peste en esa persona; o por el contrario, la ausencia de sintomatología. En el caso de que esa persona no se personase en la ventana que le correspondía, se podía suponer el contagio y la gravedad de la situación o directamente la muerte. El poder disciplinario no busca encerrar, invisibilizar o expulsar; su función es poner focos de luz, hacer visible, hacer hablar, mostrar presencias. «El ejercicio de la disciplina supone un dispositivo que coacciona por el juego de la mirada; un aparato en el que las técnicas que permiten ver inducen efectos de poder y donde, de rechazo, los medios de coerción hacen claramente visibles aquellos sobre quienes se aplican»[21].
El modelo disciplinario funciona porque está en gran parte de nuestra vida cotidiana, invisibilizado, normalizado. La disciplina tiene una pequeña esencia que la hace corresponderse con una micropenalidad. La disciplina permite modelar las conductas o los cuerpos mediante pequeños castigos o premios, los cuales acaban siendo normalizados. Observamos estas micropenalidades en todos los sectores de la sociedad, en las faltas por ausencias o retrasos en el trabajo, faltas o castigos en el colegio por no realizar las tareas encomendadas o por no prestar atención, llamadas de atención en la familia para corregir determinados comportamientos, recriminación por mantener una postura incorrecta, etc. La sociedad se ha vuelto vigilante de la propia sociedad. Se ha impuesto un modelo de control basado en una normatividad, y aquellos comportamientos que se alejen de la normalidad serán castigados, no necesariamente físicamente o de forma perceptible, pero si serán sancionados. No se trata tampoco de reglas o normativas, la normalidad se ha instalado en amplias experiencias y habilidades; por ejemplo, asumimos como norma que un niño debe empezar a hablar antes de los 3 años, debe dejar de mojar la cama a los 7 años, debe aprender a leer con fluidez a los 8 años y multiplicar a los 10; pero en el caso de alteraciones en esa normatividad, nos hallaremos ante patologías. Regimos nuestra vida según segmentos temporales en los cuales están definidas los límites entre la normalidad y lo patológico; y con el fin de reducir las desviaciones con respecto a la norma y la normalidad se emplean infinitud de correcciones. Por ello, el examen es otro de los pilares fundamentales del sistema disciplinario; es el que nos permite evaluar, discernir, entre lo normal y lo anormal. El examen, ya sea como medición de gestos (como montar un fusil en el ejército), medición de tiempo (cantidad de piezas fabricadas en una jornada), medición de conocimientos (como suele hacerse en los exámenes de los colegios), aunque puede ser un examen en cualquier circunstancia. Las pruebas realizadas durante la Covid-19, muchas de ellas realizadas aun sin padecer síntomas, son un claro ejemplo. Son un examen en el cual se puede discernir, la normalidad o la patología de una persona; situarla en un espacio o en otro. Las diferentes pruebas del Covid-19, así como el resto de exámenes, tienen la finalidad de catalogar, permiten discernir lo apropiado de lo inapropiado, permiten detectar a los alumnos menos aventajados, a los obreros menos productivos… Siempre nos encontramos con una vigilancia, acompañada de un examen, y una clasificación. «El examen se halla en el centro de los procedimientos que constituyen el individuo como objeto y efecto de poder, como efecto y objeto de saber. Es el que, combinando vigilancia jerárquica y sanción normalizadora, garantiza las grandes funciones disciplinarias de distribución y de clasificación, de extracción máxima de las fuerzas y del tiempo, de acumulación genética continua, de composición óptima de las aptitudes» . Finalmente, debemos destacar que todo diagrama de poder está acompañado de un saber, de determinados discursos de verdad. Cualquier diagrama de poder está relacionado íntimamente con una forma de la verdad. Ya observamos como las medidas de control de la peste tomadas en Lleida en el siglo XIV – XV son prescripciones basadas en los libros de Agramunt, el cual, basó sus teorías en prácticas y accesos a la verdad ajenos a los actuales. Lo que conocemos por verdad es el fruto de regímenes discursivos, ligados a estas relaciones de poder, que están circunscritos a determinados periodos históricos. «La verdad no es la verdad del conocimiento». Por tanto, no es sorprendente que se busque en la alquimia la esencia de la verdad en los siglos XIV – XV y que en la actualidad basemos nuestro conocimiento de la verdad en el método científico.
Es esta verdad basada en la evidencia, en la empiricidad y la objetividad, la que fundamenta todas las medidas establecidas durante los episodios de peste o durante la pandemia de Covid-19. El hecho de que normalicemos ciertos comportamientos, como el uso de mascarillas, la distancia de seguridad, la cuarentena… no solo es por miedo al contagio, es el fruto de la síntesis entre las prácticas disciplinarias y los discursos de verdad. Se establece una verdad, en este caso que el virus es contagioso y puede transmitirse por el aire; y, alrededor de esa verdad, se establece todo un sistema disciplinario destinado a corregir y controlar la conducta, el espacio, el tiempo y el cuerpo. Medidas que no responde a un enfrentamiento o superación de las adversidades o la enfermedad, sino que responden al mantenimiento de las funciones de la biopolítica o la anatomía política.
Referencias
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[2] Roca Cabau. G. “Medidas municipales contra la peste en la Lleida del siglo XIV e inicios del siglo XV”. Dynamis, N.º 38, 2018, Pág. 22
[3] Roca Cabau. G. “Medidas municipales contra la peste en la Lleida del siglo XIV e inicios del siglo XV”. Dynamis, N.º 38, 2018, Pág. 29
[4] Fortanet Fernández, J. Foucault y Rorty: presente, resistencia y deserción. Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2010, Pág. 127
[5] Dreyfus, H. L. – Rabinow, P. Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica. Nueva visión, Buenos Aires, 2001, Pág. 164
[6] Deleuze, G. El poder. Curso sobre Foucault. Tomo II. Cactus, Buenos Aires, 2017, Pág. 51
[7] Bentham, J. El panóptico. La Piqueta, Madrid, 1979
[8] Foucault, M. Los anormales, Curso del Collège de France 1974 – 1975. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007, Pág. 52
[9] Defoe, D. Diario del año de la peste. Impedimenta, Madrid, 2010
[10] Defoe, D. Diario del año de la peste. Impedimenta, Madrid, 2010, Pág. 41
[11] Foucault, M. Vigilar y castigar. Siglo XXI, Buenos Aires, 2003
[12] Defoe, D. Diario del año de la peste. Impedimenta, Madrid, 2010, Pág. 39
[13] Foucault, M. Vigilar y castigar. Siglo XXI, Buenos Aires, 2003, Pág. 133
[14] Defoe, D. Diario del año de la peste. Impedimenta, Madrid, 2010, Pág. 156
[15] Foucault, M. Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber. Siglo XXI, Madrid, 1998, Pág. 34
[16] Foucault, M. Los anormales, Curso del Collège de France 1974 – 1975. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007, Pág. 52
[17] Foucault, M. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, Pág. 131
[18] Defoe, D. Diario del año de la peste. Impedimenta, Madrid, 2010, Pág. 41
[19] Defoe, D. Diario del año de la peste. Impedimenta, Madrid, 2010, Pág. 41
[20] BOE, N.º 68, de 15 de marzo de 2020, páginas 25431 a 25434
[21] Foucault, M. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, Pág. 158
Bibliografía
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