Se cumplen nueve años desde el nacimiento del blog. Comencé compatibilizando esta escritura con mi oficio de operario en la fábrica de papers y clases, inserto en una sociedad cuyas instituciones se encontraban petrificadas y en la que se podían percibir señales de disconformidad. Pasado este tiempo me encuentro liberado de vínculos con las distintas factorías que constituyen el presente. Pero vivo inmerso en la jungla epidemiológica, resultante de la pandemia y que ha remodelado las instituciones, los arquetipos personales y los modos de vivir. Al contrario que en final del 2012, ahora no hay señales de disentimientos. Todos parecen aceptar positivamente la nueva sociedad de control, en la que convergen sinérgicamente los procesos de medicalización, psicologización y mediatización/digitalización, que conforman un cóctel fatal. Los proyectos en curso tienen finalidades encaminadas a modificar algunos aspectos de esta sociedad.
Es inevitable que vuelva a los autores que protagonizaron la gran negación de los sesenta, que generó procesos de reconstitución y cambio en esas sociedades, y que ha sido absorbida por las maquinarias de la nueva sociedad neoliberal. He leído un libro pleno de lucidez de Ricardo Forster. El título es La sociedad invernadero. El neoliberalismo entre las paradojas de la libertad, la fábrica de subjetividad, el neofascismo y la digitalización del mundo. Está publicado en Akal. La metáfora de la sociedad invernadero, inventada por Dostoievski y reformulada por Sloterdijk, ayuda a comprender una sociedad representada en un invernadero, protegida de las inclemencias que se ubican en su exterior, y que garantizan la buena vida de aquellos que habitan en su interior. La distinción entre el confortable invernadero y el hostil y cruel exterior, permite comprender el fondo de múltiples procesos sociales en curso.
La comprensión de que los proyectos sociales vivos, así como los guiones de las políticas públicas tienen como finalidad constituir este invernáculo seguro y placentero en el que no caben todos, es una cuestión fundamental, en tanto que sustenta una visión que permite descifrar acontecimientos que en apariencia parecen incomprensibles. Pero, posicionarse en referencia a la metáfora del invernadero conduce inexorablemente a los márgenes. La gran mayoría de las definiciones de los perplejos actores en presencia de sucesos indescifrables desde sus esquemas, aluden a la idea de que el futuro puede ser perfectible desde este presente incomprendido. Así se constituye una secuencia interminable de accidentes que perturban el estado cognitivo y emocional de los que sustentan universos conceptuales basados en la universalidad. La idea del invernadero es justamente lo contrario a la misma. Lo que se dirime en este tiempo es quién se encuentra dentro o en el exterior de este medio climatizado y acomodado.
En el tránsito entre una sociedad que reclama el universalismo y la sociedad invernadero proliferan los acontecimientos insólitos desde la perspectiva universalista, que, al ser incomprendidos desde esquemas racionales, son arrojados al cubo de la basura del conocimiento. De este modo, se intensifica un efecto perverso, tal y como es la revalorización de la fe. La mayoría de proyectos vivos tiende a fundamentarse en el voluntarismo y la fe de los actores participantes. Así, las organizaciones que proclaman los cambios a favor del universalismo se cierran sobre sí mismas en todos los sentidos.
En este presente compulsivo y caótico vivo, pienso y escribo. Me parece coherente recibir la convergencia de rechazos entre aquellos interesados en un invernadero selectivo y los que aspiran a retornar al pasado (relativamente) universal. La etiqueta de pesimismo es inevitable. En el exterior de este sistema cerrado de pensamiento hace mucho frío. Por esta razón entiendo que el valor de las cosas que se puedan decir o hacer a la contra está marcado por el futuro. Cuando escribí una entrada sobre Juan Gérvas, lo califiqué como un precursor de otra medicina que pueda ser instaurada en el futuro. Así, discursos, textos o acciones que en este presente se inscriben en los márgenes, adquieren un valor esencial en un futuro definido por una gran ruptura. De ahí que insista en la metáfora de los enciclopedistas, precursores de las transformaciones que catalizó la Revolución Francesa.
Mientras tanto, he de vivir este tiempo confusional dominado por un proyecto que trata de ocultarse a las miradas inocentes. La crisis del pensamiento y del conocimiento reporta la multiplicación de disparates monumentales que comparecen en los medios de comunicación. En ausencia de una visión general realista, los múltiples especialistas imponen sus visiones parciales, generando una torre de babel que propicia los dislates. En esta pandemia los epidemiólogos y salubristas han tomado el relevo con dignidad. Así se prodigan en proponer cosas que son altamente incompatibles con la vida común y que implican una incomprensión totalizadora del comportamiento humano y de los contextos sociales. Los nuevos expertos hacen cálculos de asistentes a reuniones privadas, a aforos de espacios públicos, a prácticas relacionales, y a distintas cuestiones de la vida, en las que se manifiesta una distorsión de tal magnitud, que cuestiona su propia autoridad.
La última, dado que escribo este texto el día 30 de diciembre, es la que ha protagonizado la Ilustrísima vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís. Esta ha proclamado que las campanadas de fin de año en Sol se van a celebrar, pero con un aforo reducido a 7000 personas. De este modo se pretende garantizar la distancia personal entre los privilegiados que accedan a este espacio. Pero, aún más. La señora ViIllacís dice que es obligatoria e inexcusable la mascarilla para los asistentes. Cuando es preguntada acerca del momento de las campanadas, que son acompañadas por las uvas, se reafirma afirmando que estas se deben ingerir con la mascarilla puesta. Cada paisano debe adquirir las competencias para introducir las pequeñas frutas bajo la mascarilla para terminar en el orificio de la boca. Además de inviable, esto es lo que vulgarmente se dice como una marranada. Implica el viaje de los doce pequeños frutos por la tela de la mascarilla, acumulando la suciedad inevitable.
La nueva medicalización epidemiológica produce dislates equivalentes a los tiempos en los que las iglesias predicaban y presionaban para practicar una castidad integral. En ambos casos, operadores lejanos a la vida, instalados en los recintos de las sacristías, los laboratorios o las consultas, pontifican sobre prácticas de vida desde unos púlpitos muy lejanos a la misma. Me encantaría saber cómo fundamentan la restricción del aforo en los eventos deportivos al aire libre al 70%. Los expertos salubristas, al igual que los educadores y las múltiples categorías de la explosión de profesiones y especialidades, se encuentran huérfanos de una visión general de la situación presente. En su ausencia cada cual proyecta sus intereses y sus productos a un escenario imaginario. La fantasía reemplaza a los discursos fundamentados.
Hace unos días me impresionó ver en la tele la comparecencia como experto salubrista de mi antiguo compañero y amigo de la EASP Joan Carles March. Intervino en el programa de uno de los próceres mediáticos que oficia sobre este vacío del conocimiento: Mejide. Este somete a sus invitados a una presión intensa si no cumplen con lo que él entiende que deben decir. Esta puede terminar mal si el invitado no se pliega. Para este fin utiliza la colaboración con dos cómicos. De este modo cambia de registro para el desconcierto del entrevistado. En esta aparición, se manifestó el declive de los expertos salubristas, que hace unos meses eran venerados. Tras defender restricciones determinadas por el espectro de la sexta ola, uno de los cómicos le interrumpió diciéndole “usted iría a un concierto del Consorcio”. Los cómicos detentan una inteligencia sintética manifiesta, que contrasta con las legiones expertas de saberes periclitados. En esta conminación estaba presente una descalificación, en tanto que lo presentaba en el segmento de seguidores del Consorcio, muy distanciados culturalmente de las múltiples olas que les han sucedido. Lo no dicho que le acompañaba consistía en investirlo como un geronte musical, superado por las músicas y repertorios sociales que les han reemplazado.
La ausencia de una visión general en beneficio de la sopa de interpretaciones parciales de los especialistas, se extiende a todos los ámbitos. En ausencia de discursos dotados de espesor comparecen las trivializaciones especializadas, que confieren a los medios un papel determinante. Así se configura el binomio letal para la inteligencia compuesto por la suma de los expertos y los comunicadores. Así se vacía la comunicación y cada cual es desposeído de juicio, en tanto que no detenta un juicio especializado. Desde siempre, pero en el presente cada vez más, he defendido la importancia de los generalistas en todos los ámbitos. Muchos de los que han sido alumnos míos saben el disgusto que me producía ser presentado como sociólogo de la salud u otros campos, que yo mismo definía como sociología de la nada. Nada puede sustituir a una potente visión general, y en ausencia de esta todo se disipa.
Termino aludiendo a mi condición de paciente. Los profesionales sanitarios con los que me encuentro manifiestan sus debilísimas y extraviadísimas ideas acerca del comportamiento humano y de los contextos sociales en los que vivimos. Como diabético entiendo que la competencia más importante que tiene que acreditar quien se encuentre conmigo es precisamente esa. Mi experiencia me ha enseñado que debo rechazar a cualquier profesional forjado en la ilusoria fábrica de soluciones estandarizadas a problemas biológicos homologados. Tengo una nostalgia casi infinita de una clínica generalista. Pero los profesionales de atención primaria, salvo escasas excepciones, se muestran como miniendocrinólogos, practicando una clínica especializada clonada de las ilustres especialidades. No he perdido la esperanza de ver una revuelta contra esta clínica absurda y autorreferencial, que perjudica gravemente al paciente.
Espero que
el año que comienza, que será el décimo de este blog, pueda erosionar esta
extraña y terrible medicalización que se ha solidificado con la Covid. Yo
seguiré en la busca del generalismo perdido y añorado. Este es el prerrequisito
para el nacimiento de proyectos nuevos que superen el imaginario del
universalismo ficcional y erosionen el proyecto del invernadero. Más pensamiento y menos recetas especializadas. Liberar la inteligencia de los corsés especializados. Inventar mecanismos para liberarnos de las legiones de expertos. Distanciarnos efectivamente de las ficciones mediatizadas que acompañan el proyecto del invernadero. Esto es un buen año, el comienzo de algo no esperado ni previsto en la perspectiva de la gran ruptura con lo caduco tóxico incubado en las mismas estructuras y procesos sistémicos.