Ya no creen en el sacrosanto
horizonte de las apariencias –la revolución es lo que quiere poner fin a las
apariencias-, sino únicamente en el horizonte limitado de la realidad. Creen en
la administración de las cosas y en una revolución empírica que seguiría el
hilo del tiempo. Creen en la coherencia y continuidad del tiempo. Se les escapa
por completo la desmesura, la inmoralidad, la simulación y la seducción que
constituyen la política. Y esta actitud les convierte en idiotas, profundamente
atascados en su burocracia mental, que, más concretamente, les hace ineptos
para tomar el poder o conservar el poder.
Jean
Baudrillard. La izquierda divina, 1985.
La reforma
laboral, al igual que todas las medidas sociales
instauradas por el gobierno de izquierdas, tiene lugar en un contexto histórico
que las comprime y bloquea, de modo que sus resultados prácticos tienden a
jibarizarse. El entorno de las reformas remite a la hegemonía del nuevo capitalismo
global, que se sobrepone a las instituciones estatales mediante su dominio de
las instituciones globales, que imponen límites y condiciones a las reformas,
de modo que estas son miniaturizadas y desustanciadas. Al tiempo, la sociedad
postmediática formatea la política constituyendo la videopolítica, que no es
solo un modo de hacer política, sino una forma letalmente eficaz de transformar
fuerzas sociales vivas en opinión pública inerme.
La opinión
pública se manifiesta en una sucesión de estados colectivos que se suceden
vertiginosamente por efecto de la comunicación televisiva, que transforma los
acontecimientos según sus códigos, al igual que a los actores políticos, que
deben cumplir el imperativo de adaptarse al juego. El mundo etéreo de la
opinión pública imprime los cambios una superficialidad y una provisionalidad
de gran magnitud, reforzando su transitoriedad. En este nuevo mundo que
articulan las corporaciones globales y los grupos de comunicación centrales, la
izquierda histórica, dicho de otro modo, la izquierda sociológica, adquiere un
estatuto de extrañamiento, que se manifiesta en un vaciamiento de sus
propuestas y métodos, así como un distanciamiento de sus bases sociales, disueltas
en los públicos televisivos segmentados.
Desde esta
perspectiva se puede comprender la deriva mágica de la reforma laboral,
expresada en una secuencia de imágenes y palabras que remiten a la semiótica
posible en presencia del todopoderoso fantasma de Bruselas. La apoteosis de la
jerga alcanza el éxtasis semiológico. Así, los actores terminan picoteando en
una generosa y abundante ensalada de verbos y adjetivos. Nadie puede tomarse en
serio este juego, en el que el verbo derogar es sometido a sucesivas
rectificaciones y reformulaciones, que terminan por ejecutar su misma
derogación. En este juego de palabras e imágenes, que son acumuladas en las
hemerotecas audiovisuales para ser gestionadas por los operadores mediáticos,
lo decisivo es tener impacto en un estado de ánimo difuso y aleatorio que
favorezca las expectativas de los actores explicitadas en la cadena de sondeos.
Cualquier actuación o pronunciamiento busca la modificación del equilibrio de
la opinión pública a favor del actor o jugador.
La
videopolítica implica una gran deformación. Esta se expresa en el hecho de que
el sentido de las jugadas se dirige a acumular apoyos de los espectadores, en
la espera del día mágico en que estos ejerzan su condición de electores. Así,
no importa tanto el seguimiento de una ley o un programa, sino su impacto
mediático. En esta legislatura ha pasado con el misterioso Ingreso Mínimo
Vital, así como en la fantasiosa ley de la Vivienda y otras similares. La
videopolítica configura las jugadas como impactos en el electorado,
prescindiendo de sus efectos prácticos con el paso del tiempo. En una opinión
pública hipersaturada, revisar una decisión es leído como el regreso a un tema
viejo, carente de valor político-simbólico. Así se conforma una tragedia para
la Administración Pública, que decrece sustantivamente en su eficacia.
La Reforma
Laboral, antes de ser elaborada, ha suscitado una batalla entre los socios del
gobierno para incautarse de los réditos electorales. Las últimas semanas han
sido apoteósicas en las incursiones a la ensalada de verbos y adjetivos y la
puesta en escena de gestos y tics audiovisuales. Así, no tienen lugar debates
fundamentados acerca de su viabilidad, de sus límites y de sus alternativas.
Las televisiones componen el espectáculo del duelo al sol de dos mujeres
providenciales: Díaz y Calviño. Este combate disimula, incluso oculta, los
argumentos de ambas partes. Los operadores mediáticos componen los videos con
las comunicaciones no verbales de ambas. En la videopolítica lo que importa son
las retóricas audiovisuales. La contienda significa la pugna por la
reapropiación del relato, antes que la materialización efectiva de la reforma.
La disputa
comunicativa para acumular los likes necesarios que mejoren la posición en las
encuestas, determina el resultado del texto legal, cuyo articulado refleja los
equilibrios entre las partes, así como los secretos semiológicos encerrados en
las palabras y las formulaciones legales, que después representan un papel
esencial en su aplicación. Voy a prescindir de este baile de palabras, imágenes
y secretos expertos para entrar en el análisis sociológico de la cuestión. La
primera regla de este es que la mirada debe dirigirse, además de al objeto
específico, al campo social en el que se encuentra inscrito, y que determina
los precarios equilibrios entre las partes.
Desde este
enfoque se reafirma la cuestión de la degradación de las condiciones de
trabajo, fenómeno que remite mucho más allá de las regulaciones legales. El
resultado es el declive de la negociación colectiva; la segmentación radical de
los trabajadores, incrementándose incesantemente los contingentes de los no
regulados, y la erosión de los derechos laborales. Esta situación de expansión
del trabajo coaccionado liberado de regulaciones, remite a la precarización
como proceso central. La deshomogeneización de los trabajadores como efecto de
la licuación del vínculo laboral, desvela la cuestión fundamental, que se
especifica en la instauración de un nuevo modo de individuación, en una nueva
relación entre los yoes y los colectivos.
Una de las
dimensiones de la nueva individuación es precisamente la precarización, que se
fundamenta en la desagregación de los itinerarios laborales que constituyen a
cada uno de modo singular. La mutación de la naturaleza de la empresa desempeña
un papel primordial. Esta instaura las tecnologías de individuación mediante
las ingenierías organizacionales asociadas de las instituciones de la gestión y
de los recursos humanos. Del mismo modo, se procede a constituir a un
consumidor singular liberado de las homogeneidades de los target, mediante la
apoteosis del marketing y la publicidad. Así se conforma la mutación social más
importante del tiempo presente. Esta se especifica en la ruptura desde las
ingenierías de la gestión y los recursos humanos, consistente en debilitar y
minimizar los lazos horizontales existentes entre los trabajadores, cuya
fortaleza en el tiempo caducado del capitalismo taylorista y fordista los llevó
a una acción colectiva que tuvo como resultado la progresiva conquista de los
derechos laborales.
El código
central de este tiempo es la individuación de las trayectorias laborales y
personales, que se expresa en la singularidad de las trayectorias de trabajo y
de ocio. La historia laboral y la historia personal presentada en las redes,
actúa como un factor de desagregación. Este argumento remite a una cuestión
esencial no percibida. Esta es la radicalidad integral y suprema de este
proyecto inadvertido en el imaginario colectivo. En mis clases utilizaba una
figura retórica para alertar acerca de la radicalidad del proyecto. Decía que
el conglomerado de empresarios y expertos del trabajo eran “los camboyanos del
capitalismo”. El paso del tiempo parece confirmar esta cuestión. El código
central del nuevo sistema es “salvar las empresas mediante el sacrificio de los
trabajadores”. Estos deben renunciar a su estabilidad y aceptar su condición de
disponible para una institución brumosa, como es la del mercado de trabajo.
Esta es la
cuestión que amenaza cualquier reforma laboral que pretenda referenciarse en el
pasado. Todo el edificio de la nueva individuación corre el riesgo de
derrumbarse. Así, las discusiones semánticas de la reforma laboral encierran
esta enorme área oculta. De este modo, las poderosas fuerzas transversales que
empujan el proyecto de la nueva individuación van a movilizar todo su
repertorio de recursos y métodos. Entre estos, el más importante es el que en
este blog en distintas ocasiones he denominado como “partido transversal”. Este
es un dispositivo flexible conformado por políticos, tecnócratas, periodistas y
gentes de la cultura que se ubican en todos los partidos y actúan
concertadamente cuando una estrategia política amenaza los límites impuestos
por el proyecto global, en el que la nueva individuación es un requisito
imprescindible.
El partido
transversal tiene una potencialidad inaudita y su fortaleza se funda en su gran
capacidad de dinamitar cualquier reforma desde dentro. El entramado de las
instituciones jurídicas favorece la estrategia de desustanciación de cualquier
proyecto. Este es laminado de modo que erosione las coherencias del conjunto.
Precisamente en estas nos encontramos. Las dos estrellas mediáticas en liza
representan dos dimensiones necesarias para licuar la reforma y reducirla a
imágenes para el público creyente. El ejemplo del Ingreso Mínimo es elocuente.
Este es reducido en su formulación legal, introduciendo un vector de letras
pequeñas que actúen como reductores en su aplicación.
Pero el
problema de fondo radica en la enorme erosión de las bases sociales de la
izquierda, como efecto del avance del proceso de individuación y mediatización.
Los bloques sociales que la sustentaban han sido sometidos a las ingenierías de
la desagregación con una concluyente eficacia. El resultado de estos procesos
invisibles es la debilitación irreversible de la institución de la
concertación. Esta se mantiene formalmente, pero los sindicatos son
extremadamente débiles, en tanto que se asientan sobre un suelo tan blando que
los inmoviliza. Solo pueden emitir gestos y simulaciones de amenaza que carecen
de cualquier credibilidad, en tanto que la acción sindical en la empresa reduce
drásticamente su factibilidad, reconstituyéndolos como superestructuras ajenas
al espacio real de las empresas.
Una de las
dimensiones más relevantes de la nueva individuación, madre de la precarización
laboral y vital, es su éxito en la configuración de las subjetividades, que
presentan una congruencia integral con la misma. Estas aceptan resignadamente
la situación de inestabilidad permanente a que son sometidos, así como que su situación
depende de ellos mismos y de su capacidad para acumular méritos para la
competición permanente con sus iguales. Las subjetividades críticas de la era
industrial se difuminan para ceder su sitio a un imaginario regido por el
pragmatismo autodestructivo condensado en el lema de “esto es lo que hay”.
El resultado
del estado de las subjetividades tiene como consecuencia la ausencia de un
conflicto equivalente al de los empresarios y trabajadores de la era
industrial. Los derechos laborales son el resultado de este conflicto constante
e intermitente que adquirió un protagonismo incuestionable en los siglos de las
sociedades industriales. La precarización no ha generado un conflicto nuevo
singular y específico. En ausencia de un sujeto actuante, un precariado que se
proponga modificar en su favor las condiciones de su trabajo, solo queda una
tensión que se manifiesta etéreamente en las instancias mediáticas y políticas.
La aspiración a superar la precariedad, en ausencia de sus víctimas, es
protagonizada por las actuaciones de las gentes de izquierdas en las tertulias
televisivas y los parlamentos, que albergan la ilusión de poder resolverlas sin
la concurrencia de los afectados.
Así se
configura un modelo de cambio imposible, que remite a la victoria de Cristina
Fallarás o Javier Aroca sobre Paco Marhuenda o Carlos Cuesta en una tertulia.
En este escenario de ensoñaciones se materializan los sueños de nuevas
princesas del pueblo que liberarán a los precarios de sus ataduras. Entretanto,
se confirma la provisionalidad letal de los resultados electorales, en tanto
que es más que probable que se esté configurando una nueva mayoría que amenaza
cualquier reforma. En esta nebulosa mediática de la opinión pública no es
factible ningún cambio macro que detenga la gran contrarrevolución neoliberal
sustentada en el la nueva individuación.
De ahí la
pertinencia de las palabras de Baudrillard que abren este texto. El efecto más
pernicioso del tiempo vigente remite a que la izquierda se ha evadido de los
suelos sobre los que se constituyó históricamente. Ahora conforma una burbuja
mediática que gobierna unas instituciones licuadas, subordinadas a las
instituciones y corporaciones globales. Así, todas las reformas tienden a ser
equivalentes a las acciones que pretenden controlar el cambio climático, una
quimera monumental. La no materialización de avances también confirma la
aparición de princesas del clima, como la princesa Greta. El problema de fondo
radica en que en estas condiciones las reformas no favorecen a sus destinatarios,
pero sí reportan beneficios a los operadores mediáticos e institucionales. El
bloqueo del proceso de la reversión de la degradación laboral suscita la
multiplicación de príncipes, princesas, héroes audiovisuales y otras especies
similares. Esto es lo que verdaderamente dirimen Nadia y Yolanda.
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