Los espectadores
de cine son vampiros callados
Jim Morrison
La explosión
de las plataformas de streaming es un acontecimiento que trasciende el mundo de
la comunicación, para ubicarse en un plano general de la vida y la sociedad.
Junto a otros grandes cambios, conforma la sociedad postmediática, que
significa un salto prodigioso con respecto a la vieja sociedad mediática
asentada sobre la televisión generalista. La multiplicación de películas,
series, documentales, vídeos y otros géneros, ofrecidos en el tiempo requerido
por cada espectador, tiene un impacto trascendental sobre todas las esferas
sociales, tal y como ocurrió con la televisión. Cada persona es subyugada por
una oferta prodigiosa y múltiple que la solicita en todos los tiempos. La
condición de espectador alcanza la plenitud y reconfigura la vida cotidiana.
Esta
reconversión de las personas en espectadores compulsivos liberados del penoso
deber de compartir la emisión con el público en un tiempo determinado, supone
un salto en un modo de individuación que adquiere un perfil inquietante. Cada
persona es requerida para que configure su menú audiovisual rigurosamente
individualizado, pero sometido a las efusiones renovadas de la audiencia
fragmentada. De este modo, las industrias culturales adquieren el estatuto de
centro simbólico de la sociedad. Sus narrativas se irradian a todos los ámbitos
sociales y se fusionan con todos los discursos existentes. Las plataformas
terminan por desplazar a las viejas religiones e ideologías globales,
adquiriendo un protagonismo incontestable en la permanente constitución de lo
imaginario.
Así se
configura la segunda versión histórica del encierro doméstico, que es mucho más
intensivo que el que representó la televisión, así como de la masa electrónica
que la sustenta. El hogar del tiempo de la netflixicación
incluye un conjunto de pantallas que fragmentan drásticamente a los miembros de
la familia, encuadrados en distintas programaciones y temporalidades. En mi
opinión, este es el elemento más importante de la sociedad postmediática. Cada
uno con su menú audiovisual específico, para sancionar la segmentación de la
audiencia. La casa deviene en centro de comunicaciones múltiple que minimiza a
las funciones convencionales. Las prácticas intensivas del espectador
construyen el territorio de las industrias de servicio al domicilio que
abastecen de comida y otros productos a los encerrados frente a las pantallas.
Los riders ocupan el espacio público abandonado por los confinados. Amazon
construye su imperio sobre el gran encierro doméstico mediatizado.
El modo de
individuación de la nueva sociedad postmediática se caracteriza por su
radicalidad. Un sujeto obligado a acumular méritos en su circulación por las
instituciones educativas y el mercado de trabajo, en los que compite
incesantemente con los demás. Un sujeto compelido a acumular eventos
especificados en imágenes para presentar su vida ante los demás en las redes
sociales. Un sujeto comprometido en la constitución de una marca personal
aspirante a maximizar sus seguidores y la imprescindible aprobación de estos.
Un sujeto consumidor compulsivo de productos audiovisuales diversificados. La
vida deviene en un vehemente activismo para promocionar y gestionar el sí
mismo.
Esta
mutación tiene un impacto estratosférico, que si bien es percibida de modo
difuso, no es reconocida en su verdadero alcance. El sujeto de la sociedad postmediática
es un activista sin descanso, en tanto que las nuevas obligaciones son
permanentes y crecientes. Una de las consecuencias más importantes radica en la
conmoción del equilibrio personal, que se torna imposible. Así se configura un
malestar cronificado que es la antesala de la debilitación de la persona,
obligada perpetuamente a cumplir los deberes sociales imperativos. En este
orden social se acrecienta el papel de la psicología, que multiplica su demanda
sobre los efectos de esta fractura social. Las personas que viven el esforzado
arquetipo personal derivado de las lógicas postmediáticas necesitan de ayuda
profesional, que termina inevitablemente en dependencia de los terapeutas.
La
configuración del espectador intensivo tiene lugar por la expansión formidable
de la comunicación asincrónica. El streaming, junto con email, washapp y otras,
permite a cada persona seleccionar sus tiempos y adaptarlos a sus condiciones.
El resultado es el de un sujeto cercado por una oferta macroscópica a la que debe
responder. Así, una persona media, que dispone solo de 24 horas al día, es
impelido a realizar un conjunto de actividades que se inscriben en eso que se
denomina como “ocio”. Estas se pueden
descomponer en las siguientes, entre las que cada cual se asigna su menú
personal: Visionar la televisión convencional; navegar por internet; cumplir
con los deberes derivados de la gestión de su marca personal, seleccionando
imágenes y comentarios y respondiendo a las solicitudes de los otros; escuchar
la música sagrada; seguir los deportes y el fútbol en particular; inspeccionar las actividades en las redes
sociales de los próximos digitales y las personas de referencia; fluir por el
planeta Youtube y transitar por TicToc y equivalentes; ver películas
obligatorias; practicar los videojuegos, y visionar las series “de guardia”.
Si asignamos
un tiempo a cada una de esas actividades, resulta una verdadera revolución de
la cotidianeidad. Estamos hablando de cifras que, en todos los casos, exceden
las ocho horas. En el finde se intensifican las comunicaciones y los deberes
digitales. Este activismo desbocado del sujeto postmediático, remodela todas
las esferas de la sociedad, así como la estructura de la vida. El vaciamiento
del espacio público es su primera víctima. Cada persona aprovecha sus tránsitos
espaciales para cumplir con sus deberes digitales. En las calles, los
transportes y los huecos en el trabajo o estudio, arden las pantallas. Los
gestores de las pantallas móviles se desentienden de lo que ocurre alrededor
para cumplir con sus obligaciones digitales. Todos los días contemplo la
tragedia de los viejos, enfermos, dependientes, niños, perros y otras categorías, cuyos acompañantes se
evaden de ellos sin piedad alguna. Son los degradados de la digitalización.
En este
contexto es preciso entender el papel que desempeña el recién llegado a la
competición para capturar el tiempo del sujeto postmediático: las plataformas
de streaming. Estas se sustentan en una oferta monumental, que ofrece diversos
productos audiovisuales entre los que se encuentra la que alcanza el
estrellato: las series. Estas consiguen el milagro de instalarse en la
conversación cotidiana, lo que genera efervescencias audiovisuales
protagonizadas por los públicos mismos. Las series, divididas en capítulos,
representan un consumo de tiempo extraordinario. Seguir una serie implica sacar
el tiempo imprescindible, que se suma al de las demás obligaciones digitales. Se ahí resulta un verdadero sujeto gestor del
tiempo. Además, la estructura narrativa genera una adicción compulsiva. Es
menester seguir adelante hasta el desenlace final.
Las series
modifican drásticamente la cotidianeidad. Cada cual captura tiempos intermedios
y reajusta sus tareas. Dado que los tiempos asignados a obligaciones con
control presencial son ineludibles, el espectador se ve impelido a rastrear
tiempos muertos. Todo termina en el redescubrimiento de la nocturnidad. Las
primeras horas del sueño son robadas por este prodigioso ladrón instalado en el
interior de cada cual. Recuerdo que en los mediados de los noventa, mi clase de
primera hora de la mañana, registraba inequívocamente el efecto de los devaneos
nocturnos sobre el Mississippi o Marte. Javier Sardá y Pepe Navarro se erigían
en desorganizadores de la mañana universitaria. Este fue el principio. Después
llegó el torrente audiovisual que culminan las series. He visto series de más de 100 capítulos, que
suponen 130 horas de emisión. El vaciamiento de la educación parece inevitable,
dado el efecto de depredador del tiempo, de las programaciones personales y los
deberes derivados del estudio.
Las series
representan un exceso audiovisual que se instala en las vidas de los esforzados
multiespectadores. Pero el efecto más importante es que el individuo sometido a
bombardeo audiovisual tiende a disminuir su espesor personal. Se trata de un
sujeto entretenido, estimulado, guiado, almacenado en un segmento de audiencia.
El exceso de ficción termina por contribuir a un estado de anonadamiento. De
ahí resulta un arquetipo personal fofo, conducido por aquellos que estimulan
sus emociones. Se hace patente el lúcido concepto aportado por David Riesman de
“dirigido desde el exterior”. El hiperespectador del presente es un sujeto que
ha debilitado inexorablemente su interior. Siempre que un programa de
televisión pone a un reportero en la calle y hace preguntas a la gente
comparecen múltiples personas, de las que lo mínimo que se puede decir es que
exhiben su confusión. La relación entre esta y las industrias del imaginario es
patente.
Desde esta
perspectiva parece pertinente discutir la condición de ciudadano. ¿es posible
la ciudadanía en este laberinto de micronarrativas e imágenes que se renuevan
incesantemente sobre las personas? El filósofo Eduardo Subirats, una de las
personas que más estimo y me ha estimulado a pensar, afirma que la televisión
destruye la modernidad, en tanto que erosiona ineludiblemente la posibilidad de
un sujeto racional. Las mismas campañas electorales muestran impúdicamente el
nivel al que se ha llegado. El sujeto estimulado desde el exterior y guiado por
los efectos especiales adquiere todo su esplendor.
Acabo de
terminar “El juego del calamar”. Me pregunto acerca de los que están creciendo
en una sociedad así. Entonces recuerdo las lúcidas palabras de Jim Morrison
acerca de los espectadores vampiros.
No puede tener usted mas razón, señor Irigoyen. Sólo veo un pequeño problema a su artículo y es que la gran mayoría de los que intercalan compulsivamente contenidos prefabricados en su cotidianeidad no van a darse un descanso para leer su estupenda y bien fundamentada disquisición sociológica. De todas formas es muy grato poder a leer aún a personas que piensan con libertad y con fundamento. Felicidades.
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