La erupción
volcánica en La Palma constituye un acontecimiento audiovisual que desplaza a
la pandemia al espacio oscuro desprovisto de imágenes. El volcán y sus ríos
incandescentes de lava se erigen en un suceso que ofrece a las cámaras la gran
oportunidad de filmar distintas escenas críticas, muy sugestivas para los
espectadores. Así cumple sobradamente los requisitos para reconstituirse como
actualidad durante varias semanas, en tanto que puede ser considerado como una
golosina audiovisual óptima que moviliza a la audiencia y capta la atención del
espectador, fascinado por el espectáculo del fuego dotado de la capacidad de
competir con cualquier videojuego, tanto en potencia visual como en su
desenlace incierto.
Los
acontecimientos audiovisuales que rotan constituyendo la actualidad tienen unas
reglas muy exigentes para ser seleccionados como tales por los operadores del
ecosistema comunicativo. Por poner un ejemplo elocuente, la concentración de
grandes contingentes humanos en campos de concentración ubicados en la
periferia de la fortaleza europea en el este, no tienen la capacidad de
producir secuencias de imágenes que cautiven a las audiencias. La reciente
inauguración del campo de concentración de inmigrantes de la isla griega de
Samos, Zervou, es descartado por parte de los medios como material apto para
ser insertado en la actualidad. En consecuencia, es desplazado a la periferia
de la prensa escrita, confeccionando una parca noticia en una página
secundaria, además de su negación audiovisual, en tanto que no pasa la barrera
de selección para un informativo televisivo.
Al mismo
tiempo, los acontecimientos audiovisuales productores de imágenes de impacto,
se disipan cuando las cámaras han agotado sus oportunidades. Del anterior, el
aeropuerto de Kabul saturado de aspirantes desesperados a la huida, no queda
nada. Las imágenes de gentes subiéndose a las ruedas de los aviones para morir
ante las cámaras cuando este coge altura y caen al vacío, o la de padres desesperados
entregando niños a los beatíficos soldados, son insuperables y no pueden ser
reemplazadas por otras de valor morboso equivalente. Las primeras protestas de
grupos de mujeres en las calles, cierran este acontecimiento audiovisual, que
es archivado como preludio de su olvido.
La
pertinencia de preguntarse acerca de las mujeres afganas, los colaboradores de
los ejércitos-ONG que quedaron atrapados allí o el destino de los que llegaron
a las capitales occidentales para ser fotografiados con las autoridades y
exaltados en los informativos es manifiesta. Así, el sistema audiovisual,
deviene en productor de sentimientos solidarios de quita y pon. La ayuda
generosa de muchos vecinos a los afganos llegados a Rota y Morón, se difumina
del mismo modo que el destino de estos contingentes humanos. Estos ya son
desaparecidos del flujo de imágenes. De este modo son homologados con el último
éxodo de sirios por Europa, que proporcionaron imágenes crudas de gentes cultas
caminando a pie, mostrando su estado de necesidad, siendo vigilados y
discriminados por las policías y el nutrido complejo profesional de las
fronteras. De ellos solo queda la imagen inicial del niño ahogado y la
zancadilla de una periodista húngara a un niño. Estas se añaden al álbum de
imágenes para confeccionar informativos anuales.
El volcán es
un evento insuperable para las cámaras. Tiene lugar en una secuencia temporal
dilatada que genera distintas situaciones y la renovación de las imágenes. En este sentido, supera con mucho a las
riadas o terremotos, que se resuelven en un solo acto que ofrece a las cámaras
solo una oportunidad no renovable. Además, permite a los reporteros transitar
en torno a la erupción, de modo que hace posible la multiplicación de los
ángulos de captación. Pero su punto fuerte radica en su duración, que permite
observar lentamente la destrucción. Se puede predecir y captar edificios o
infraestructuras en el momento mismo de su óbito final. La dinamicidad del
curso de la erupción facilita las entrevistas a las víctimas en distintas
ocasiones, de modo que su dolor y desesperación
puede madurar para estar listo para su exhibición.
Un
acontecimiento así determina el absolutismo de las cámaras. El dispositivo de
exhibición se organiza en torno a las mismas. Todos los exhibidores aluden a
las imágenes impactantes, desvelando los sentidos de la emisión. Se trata de
impactar, de hacer mella en las sensibilidades visuales de los espectadores.
Uno de los contrasentidos en estos días radica en el contraste entre las
víctimas y los espectadores que se desplazan en torno al volcán para
disfrutarlo como espectáculo y fotografiarlo o grabarlo. La apoteosis del
turista voyeur confirma la grandiosidad de la naturaleza, que se exhibe
lentamente para satisfacer la demanda visual de tan intrépidos turistas.
El grandioso
volcán deviene espectáculo audiovisual único, con guion abierto. El espectáculo
se subdivide en varios espectáculos que interactúan entre sí y generan unas
sinergias de alto voltaje. Se puede distinguir entre el espectáculo de la naturaleza
furiosa; el de la devastación y destrucción; el del dolor de las víctimas; el
de la tecnociencia que muestra todo su imponente arsenal; el de los expertos
que lo alfabetizan; el de la rivalidad política por las cuotas de imagen, y,
por último, el propio espectáculo de los media, que ensayan formatos de
presentación y desembarcan a sus figuras en las proximidades de la lava para
captar las audiencias.
El
espectáculo de la naturaleza aporta una gama inaudita de imágenes, en las que
las formas y los colores se multiplican prodigiosamente. Acompañado por sus
rugidos apelan a los humanos ávidos de experiencias únicas especificadas en las
infinitas galerías de imágenes. Desde esta perspectiva, se sugieren cursos
apocalípticos de la situación volcánica, que puedan originar maremotos
insólitos. El morbo se encuentra al acecho de cualquier hipótesis científica
que se resuelva en un episodio más espectacular.
El
espectáculo de la destrucción se produce lentamente, lo que propicia que pueda
ser filmado y exhibido por los cámaras, buscadores de ángulos y planos que
resalten la muerte de los edificios, las carreteras, las plantaciones
agrícolas, las iglesias…Las cámaras esperan pacientemente su ocasión. Las
imágenes son enviadas a los ejecutores de los montajes para ser expuestas de
diferentes formas y con una reiteración inusitada. Solas, como fondo de
pantalla de entrevistas, combinadas con otras…Asimismo, se establece una
carrera invisible para conquistar el espectador mediante la consecución de
imágenes “en exclusiva”. El resultado final es la hiperproducción de un
excedente de imágenes que serán almacenadas en los depósitos para ser
reutilizadas en posteriores acontecimientos. La contradicción radica en que, en
tanto que los medios para gestionar el volcán son siempre limitados, los
movilizados para la producción de imágenes tienden a ser más que opulentos.
El
espectáculo del dolor de las víctimas es demoledor. Las televisiones despliegan
a sus reporteros para capturar sobre el terreno a las víctimas portadoras de un
relato con interés mediático. Imagino un reportero que tiene que persuadir a un
vecino para que cuente una tragedia en el intervalo de uno u dos minutos en
directo. Me gusta denominarlos como depredadores de vidas y de emociones.
Imagino la comunicación entre el conductor del programa y el reportero, en el
que aquél le exige que capture una presa con un valor audiovisual que supere al
de la competencia. Nieves Herrero creó una escuela próspera en Alcasser hace ya
tantos años. Su éxito ha multiplicado los discípulos y perfeccionado los
métodos. Susana Griso se desplazó al terreno en busca de argumentos para
competir con Ana Rosa. La perfección de Susana en simular el dolor hace de su
rostro un valor mediático incuestionable. La gama de expresiones que maneja se
inspira en los rostros de las imágenes de las vírgenes destrozadas por la
pasión y muerte de su hijo, imaginadas y producidas por artistas de una
cualificación mayúscula.
Pero el
espectáculo de la tecnociencia es un acompañante que se encuentra a la altura
de la programación. Se muestran profusamente las distintas máquinas disponibles
a las que se atribuyen cualidades prodigiosas. El imaginario de la guerra de
las galaxias se encuentra activado en las audiencias ávidas de héroes que
manejen máquinas todopoderosas. Recuerdo una entrevista a un oficial de la UME
en la que presentaba un vehículo que nunca se había utilizado, que por lo visto
medía la toxicidad de gases. En el curso de la entrevista abrió la puerta para
mostrar a dos personas asentadas sobre dos pantallas de ordenador. La reportera
transmitía una veneración mística a la máquina.
El
espectáculo de los nuevos expertos adquiere un rango supremo. Los geólogos,
vulcanólogos y demás especies geofísicas se sientan en las tertulias, son entrevistados
profusamente frente a mapas fascinantes en los que explican su repertorio de
conceptos ante un público fascinado. Los reporteros van incorporando sus jergas
profesionales, además de sus análisis y predicciones. El culto a los expertos,
imperante en la sociedad postmediática, se consolida mediante la eterna
circulación de los mismos por las poltronas mediáticas. Se predica, al igual
que en el caso de sus antecesores, los epidemiólogos, una extraña fe en la
ciencia. Los profanos son inhabilitados como ignorantes, pero se les pide creer
encomiablemente en los expertos providenciales, que se supone que hablan
unitariamente en nombre de la ciencia, a la que se atribuye un rango sagrado.
Sus escrituras (sagradas) constituyen lo que me gusta denominar el catecismo
científico.
El
espectáculo de las autoridades se produce de forma épica. Bajo la apariencia de
unidad, se libra una batalla cruenta por ocupar el espacio de las cámaras. Los
que detentan la autoridad formal tienen la oportunidad de comparecer ante las
audiencias con sus prédicas solemnes. En una sociedad mediática donde la
realidad se produce de manera espasmódica, el valor que tienen esas
comparecencias es máxima. Sánchez minimizó sus actividades en la ONU para
volcarse en La Palma. La oposición espera agazapada cualquier error para
capitalizar el malestar de los afectados. La prensa amarilla ofrece
oportunidades a esta última, para explotar el desasosiego entre los afectados.
Por último,
los propios medios no se limitan a ser intermediarios, sino que, por el
contrario, tienden a ser protagonistas. Las estrellas conductores de programas
pilotan el espectáculo mediante la exaltación de su protagonismo. Estos se
encuentran rodeados de tertulianos-expertos, así como de reporteros-cazadores
de historias con valor audiovisual. Las intervenciones se suceden con la
intensificación infinita de la comunicación no verbal: cuerpos en tensión
poniendo en escena todos los subsistemas: los brazos, las piernas, el tronco,
la cabeza, los rostros múltiples. Las imágenes componen los fondos y se
alternan con los cuerpos activos de los reporteros que hacen resúmenes frente a
mapas o composiciones de realidad virtual.
Este
espectáculo, prodigioso y multiforme, en espera de su metamorfosis acuática,
cuando se produzca el esperado encuentro de la lava y el agua, con sus
previsiones de nubes tóxicas empujadas por los vientos, denota inequívocamente
la tiranía de la actualidad, que tiene como efecto la desmemoria y el olvido
cuando las cámaras agoten sus oportunidades. Los medios se consuman como una
fuerza destructora del sentido que disuelve la sociedad occidental como
sociedad que reclama la centralidad de la razón. Todo esto es muy peligroso. La
esperanza radica en que una audiencia construida en estos términos se agota en
catorce o dieciséis semanas y es menester cambiar de tema cuando las cámaras
agoten sus posibilidades y la reiteración disuelva el misterio del volcán.
Entonces, será preciso poner en escena la siguiente serie o acontecimiento
audiovisual.
Lo que más
me ha impresionado es ver cómo los afectados –sujetos que componen la
audiencia- le piden a gente como Lidia Lozano o Risto Mejide que “den caña” y
digan la verdad. Este hecho revela la verdad de la función, y es que los medios
son la verdadera estructura central y autoridad en una sociedad postmediática.
Me parece cruel pensar en el destino de los afectados cuando las omnipotentes
cámaras migren de La Palma. Entonces la oscuridad mediática será el prólogo de
la tragedia de muchas gentes seducidas por los cazadores de la actualidad. En
estos días he podido contemplar miserias éticas verdaderamente grandiosas.
¿Y del
aeropuerto de Kabul qué? ¿Las mujeres afganas? ¿los colaboradores de las tropas
occidentales? ¿Las víctimas de las DANArecientes?
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