La muerte de
Alfonso Sastre el pasado día 17 de septiembre constituye un acontecimiento que
trasciende a su propia persona. Sobre si insigne figura se ha cernido el
silencio político, cultural y mediático más estruendoso que se pueda imaginar.
Sastre es uno de los intelectuales y autores más prolíficos y densos del siglo
XX en España. Además, su persona representa la persecución de la dictadura franquista
a la cultura, manteniendo prohibidas sus múltiples obras de teatro. Su
respuesta a este asedio siempre fue de una firmeza inconmovible. Su disidencia
política se extendió a la transición. El resultado de esta fue la prolongación
de su silenciamiento. Ahora su fallecimiento denota la ignominia de la
izquierda, así como del mundo cultural y
mediático progresista, que lo ignoran integralmente. Así deviene en un icono
político, en tanto que persona que ha sufrido la marginación completa en dos
regímenes diferentes.
Ciertamente,
la disidencia de Sastre muestra una invarianza liberada del cambio de los
sucesivos modelos políticos en España. En ambos casos se forja un modelo de
condena integral de aquellos que discrepan en cuestiones esenciales, aumentada
según la relevancia intelectual y cultural del sujeto desterrado del orden
político. Esta adquiere la forma de expulsión de la sociedad oficial, que es
reforzada con un ninguneo que llega a su cénit, que se especifica en ser
borrado del pasado y el presente. Su nombre termina siendo impronunciable. Este
es el indicador de la inexistencia política y humana. Sus obras no han sido
representadas en los largos años de la peculiar democracia española. Ser borrado representa ser expulsado también
de la memoria colectiva. Es el último escalón de la persecución. Nadie del mundo
cultural ha pronunciado su nombre en estos días.
El modelo
español de persecución se funda sobre la completa descalificación de la
persona. En este caso, su fundamento es su posicionamiento político crítico con
la transición y su apoyo activo a la izquierda abertzale en los primeros años
de la democracia recién nacida. Ser borrado implica la implementación de un
silencio total acerca de la persona, así como una suerte de efecto de halo que
extiende la condena a la totalidad de su obra. Esta invalidación, que adquiere
la forma de totalidad, se refuerza con unas altas dosis de mala saña, incubadas y ensayadas en
la persecución de los herejes durante tantos siglos por instancias
eclesiásticas. Además es perpetua y se sustenta en un monolitismo absoluto.
Cualquiera que rompa el silencio establecido es arrojado a la oscuridad que
envuelve al marginado. Así se construye la figura del maldito, que adquiere
distintas formas históricas hasta el engañoso siglo XXI. El borrado de Sastre
incluye eso que pomposamente la izquierda denomina “memoria histórica”. Ha sido
expulsado de facto de la misma. Sus incesantes cara a cara con la censura
franquista durante tantos años han sido mutilados y suprimidos.
Me interrogo
acerca de esta cruel y eficaz persecución, lo que me conduce a la cuestión de
la naturaleza de la democracia. La extraña democracia española parece viajar en
una dirección diferente de sus propios principios establecidos. Así se homologa
con numerosos procesos históricos, en los que muchas revoluciones y cambios
políticos han involucionado, volviéndose contra sí mismas. He sido un lector
minucioso de la obra del historiador Isaac Deutscher. Este ha estudiado
intensivamente la revolución rusa y su deriva histórica. Uno de sus libros, que
contiene los textos de varias conferencias suyas, tiene un título luminoso, en
tanto que sintetiza el proceso de estas revoluciones del siglo XX. Este es “La
revolución inconclusa”. Del mismo modo, este término puede aplicarse a la
democracia española resultante de la transición, que abre un proceso que no
logra cerrar completamente.
La
definición de democracia inconclusa implica que esta resulta de un compromiso
entre las fuerzas del régimen franquista y la oposición democrática. Pero este
compromiso fundacional abre un largo proceso en el que muchos de los cambios
son ralentizados y vaciados por las fuerzas procedentes del viejo régimen,
reconvertidas en sus discursos y sus máscaras. Estas han resistido los primeros
años para adquirir preponderancia y poner límites a los cambios en no pocas
instituciones fundamentales. Simultáneamente, la izquierda va modificando con
el paso de los años sus posiciones iniciales, de modo que va asumiendo una
parte del proyecto de la derecha, al tiempo que acumula renuncias. De este
modo, el proceso de implementación de la democracia termina siendo un proceso
invertido, cuya dirección se ha desviado de los supuestos iniciales. Inconclusa
y extrañamente retrógrada, este es el sistema político que hace factible ahora
el retorno de los espíritus actualizados del viejo régimen. En un medio
político así, se ha consagrado la expulsión de Alfonso Sastre.
Su biografía
tiene lugar en un contexto de desincronización de tiempos históricos. El final
del franquismo se hace simultáneo con el final del capitalismo del bienestar y
el comienzo del capitalismo postfordista, que se fusiona con el ascenso del
neoliberalismo. Este solapamiento genera una confusión considerable,
desgastando todas las narrativas del flamante régimen recién instaurado. Pero,
aún más, en el final de los años setenta se derrumban los grandes partidos
comunistas del sur de Europa, cambio que anticipa el desmoronamiento de los
regímenes denominados piadosamente como “socialismo real”. El resultado es la
generación de un escenario de gran complejidad que escapa a las capacidades de
metabolización e interpretación del pensamiento
de la anémica izquierda. El socialismo real declinante se intercala con su
homónimo, el capitalismo real, cuyo significado es equivalente, es decir, que
su nombre oculta realidades muy imposibles de asumir. Así, la izquierda piensa
y actúa en función de un escenario ya desaparecido, el capitalismo del
bienestar, lo que le confiere un aspecto fantasmagórico, en tanto que tiene que
huir de los espectros del capitalismo real, que se presentan inesperadamente en
todas las partes.
En este
contexto histórico tienen lugar los movimientos y conflictos históricos de la
izquierda. La época del bienestar declinante, así como de una opacidad
considerable, desborda los esquemas cognitivos, tanto de la vetusta
socialdemocracia, como el anciano comunismo anclado en la nostalgia del pasado.
Cualquier diferencia deviene en un conflicto sórdido. El naufragio del proyecto
imposible de implementar el capitalismo del bienestar en el final del siglo XX,
del que la izquierda fue valedor, privilegia un posibilismo acrecentado, en
tanto que en la tormenta se trata de sobrevivir. La izquierda del régimen del
78 deriva a un contingente de sobrevivientes. Pero El gran logro de este radica
en su ubicación en el suelo de las instituciones del estado. Decenas de miles
de cuadros se asientan sobre este, en tanto que su suelo social se resquebraja
por los efectos de los sucesivos terremotos derivados del avance inexorable del
capitalismo postfordista y global, ahora en sus últimos formatos neoliberales y
digitalizados.
Desde esta
`perspectiva se hace inteligible el tratamiento de una disidencia como la
protagonizada por Alfonso Sastre. Sus objeciones a la línea seguida en la
transición son obviadas, siendo arrojado al exterior. Pero, además, su apoyo a
la izquierda abertzale transciende los límites de lo que se entiende como “lo
posible” por este gran contingente de sobrevivientes. No existe la posibilidad
de una confrontación reposada que contraste posiciones políticas. El conflicto
vasco derivó en un terrorismo desbocado que sirvió a la derecha para liberarse
de los fantasmas de su pasado, en el que ejercieron violencias desmesuradas que
resultaron blanqueadas en el pacto constitucional. El terrorismo proporcionó el
gran argumento mediante el cual se pudo suspender definitivamente el pasado
franquista. Este hizo posible la demonización del enemigo y la cohesión de lo
que se denomina como “las fuerzas constitucionales”. La izquierda se encontraba
instalada sobre varias precariedades y tuvo que hacer de la necesidad virtud.
En este
contexto histórico cabe entender la reconstitución de la derecha y la aparición
de Vox, que representa la facción más coherente con el pasado fundante. La
posición de Sastre quedó radicalmente excluida y carente de apoyos. El final
del terrorismo y la reconstitución de la izquierda abertzale no lo liberó de su condena simbólica al fuego
eterno. Este quedó atrapado en esta situación de congelación de la condena, en
tanto que para la derecha es un elemento crucial mantener el espíritu de la
guerra. Este es el modo de reforzar su posición y debilitar a la izquierda, a
la que se atribuye una posición tibia con respecto al espectro del mal.
En un
proceso político bloqueado, como es el de la democracia española, en la que los
cambios políticos y económicos ocurren en una dirección inversa a las
aspiraciones fundacionales, los cambios en la vida y las relaciones sociales
adquieren un valor mayúsculo. Así, en las esferas del sexo, el género y la
convivencialidad, las transformaciones se viven eufóricamente, como final de un
pasado agobiante de preponderancia clerical. De este modo, las artes escénicas
y la industria del cine han adquirido un papel político desmesurado como
portavoces de los cambios realizados en la vida. Ciertamente, en contraste con
la congelación de las instituciones y los límites de los cambios en la
estructura social, los cambios culturales resplandecen en tan liberada
sociedad.
De ahí la
trascendencia de su silencio sepulcral con respecto a la muerte de Alfonso
Sastre. Este desvela la contradicción de una izquierda cultural asentada sobre
el próspero mercado cultural y audiovisual, al tiempo que representa el alma de
la izquierda en el proceloso siglo XXI. Su mutismo es altamente significativo.
Nadie ha pronunciado su nombre, sancionando así la maldición generada en la
esfera política. La compatibilidad entre la portavocía mediática de la
izquierda y la condición de héroe del mercado audiovisual es más que quimérica.
Así se muestra la debilidad radical de la izquierda, menguada por el bloqueo
institucional y la incompetencia de descifrar el escenario histórico en el que
se encuentra, requisito esencial para elaborar un programa realista, coherente
y viable.
Alfonso
Sastre fue uno de los grandes autores culturales y símbolos políticos de la
resistencia. Pertenece a un variado grupo de gentes que no se integraron
completamente en la nueva democracia. Como profesor de sociología, durante
muchos años he recomendado la lectura de sus obras en un contexto de
desertificación política y cultural inquietante, como es el de la oscura
universidad. Todos ellos han sido silenciados mediante distintos métodos,
porque una de las grandes competencias invariables en España radica
precisamente en acallar a la inteligencia. Las tecnologías del silenciamiento y
el sometimiento tienen sus raíces muchos siglos atrás. Por esta razón termino
este texto reivindicando el valor supremo de la obra de Sastre, así como de sus
posicionamientos políticos avalados por su honestidad personal, que han
incrementado sus capacidades de sufrir las consecuencias de sus actos
visibilizando su integridad personal.
Un
reconocimiento a su persona y su memoria desde el escenario de la democracia
inconclusa, ahora amenazada por el eterno retorno del autoritarismo, presentado con sugestivos formatos mediáticos.
Un inmenso abrazo.
Amén
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