Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

jueves, 5 de agosto de 2021

EL OJO CÍCLOPE DEL GOBIERNO EPIDEMIOLÓGICO Y EL NEGACIONISMO DE LAS CIENCIAS SOCIALES



En el curso de la pandemia se evidencia que el gobierno epidemiológico y el complejo de expertos salubristas que lo escoltan se encuentran manifiestamente perdidos, de modo que sus previsiones son espectacularmente desbordadas por los acontecimientos. Pero, aún peor, en este largo proceso, el dispositivo gubernamental-epidemiológico muestra impúdicamente su incapacidad de aprender. Su acción consiste en la promulgación compulsiva de medidas, que son continuamente revisadas tras su fracaso estrepitoso. Esta deficiencia de recursos cognitivos de las cúpulas decisorias se debe principalmente, tanto a su forma de organización, como a la limitación de los paradigmas en que se sustentan.

La OMS es una burocracia salubrista conectada con distintas instancias gubernamentales que practican el benchmarking de modo obsceno. Así, algún estudio o artículo rescatado de una revista científica o médica prestigiosa, genera una acción en algún país que es adaptada por los demás según versiones locales, en un proceso fluctuante y caótico que se recompone incesantemente. El conjunto de trabajos publicados, así como los sucesivos dictámenes de agencias especializadas, se diseminan en el espacio de las decisiones gubernamentales al modo de la venerable institución del mercado total que es el benchmarking. Este representa una idea poco científica, en tanto que lo decisivo es la espera de que surja una solución-receta que pueda ser generalizable a todas las condiciones.

El modelo del benchmarking es incompatible con la imago de comunidad científica, que implica una deliberación abierta acerca de los problemas y los métodos. El resultado es la cristalización de un abismo entre la investigación que ampara un mercado gigantesco, como es el de las vacunas, y la miseria de las políticas públicas sanitarias grises, torpes y desprovistas de inteligencia. Estas se basan en el patrón común de la coerción. En España, es inevitable identificar a la figura de Fernando Simón, un salubrista que tras unos meses de relativa autonomía, se ha plegado sin más a los imperativos del mercado electoral que condicionan las decisiones sanitarias. Tras un año y medio sigue en paradero desconocido un supuesto comité científico. La lógica de las actividades de los epidemiólogos se asemeja a la pesca de arrastre, en la que se tira la red en espera de capturar alguna solución en el océano de publicaciones y el entramado burocrático de especialistas.

En este extraño proceso de elaboración de las políticas sanitarias, las ciencias sociales -la sociología y la antropología principalmente- se encuentran rigurosamente excluidas. El entramado de decisiones se encuentra determinado por la concurrencia de los paradigmas biologicistas y los de las ciencias de laboratorio, que entienden la realidad de modo que el investigador tiene la capacidad de controlar todas las variables y construir un campo cerrado. Estos se suman a las ciencias normativas, principalmente el derecho, que establece reglamentaciones y mecanismos coactivos para que estas sean cumplidas por unas entidades abstractas, como son las personas gobernadas. La fusión de estas perspectivas genera inevitablemente un autoritarismo creciente fundado en un sesgo que se acrecienta.

La marginación totalizante de las ciencias sociales se acompaña de una asunción de algunas retóricas sociológicas y antropológicas. Pero estas no se fusionan con el núcleo cognitivo con el que se construye la realidad. Llevo casi cuarenta años siendo un testigo privilegiado de esta situación inamovible. Desde la medicina y la salud pública se importan métodos y técnicas de investigación que se ubican al servicio de los paradigmas biologicistas. Las ciencias sociales son formas de entender la realidad. Estas pueden aportar con la condición de que los portadores de otros esquemas referenciales contrasten sus premisas con las mismas. Entonces podemos hablar de absorber aportaciones socio-antropológicas. En este blog he contado algunas situaciones vividas en varios post bajo el sugerente título de “Memorias de la extravagancia”, que denota que un sociólogo se encuentra privado de autonomía discursiva en un medio cerrado y autorreferencial, que solo permite la incorporación al mismo para redecorarlo.

Para explicar el déficit de visión de la realidad que implica el exilio de las ciencias sociales voy a utilizar una formidable metáfora de mi admirado Julio Cortázar. Este dice, refiriéndose a los libros “Repitiendo a Nâser-è-Khosrow, nacido en Persia en el siglo XI, sentía que un libro <<Aunque solo tenga un lomo, posee cien rostros>> y que de alguna manera era necesario extraer esos rostros de su arcón, meterlos en mi circunstancia personal”. Las realidades tienen las mismas propiedades que los libros en la sabia afirmación de Cortázar. La pertinente distinción entre el único lomo y los cien rostros es esencial. La sociología y la antropología serían rostros que el lector/analista tendría que extraer e integrar en su circunstancia personal, siempre inserta en una situación específica.

La respuesta de la pandemia se circunscribe estrictamente a su lomo, tanto salubrista como jurídico. Los demás rostros son ignorados conformándose una perspectiva mutilada que se tiene como consecuencia la deficiencia de los resultados. Esta implica que el poder epidemiológico pierde el pie en las sucesivas olas. El fracaso en la conducción de la pandemia activa el mecanismo de proyección de la responsabilidad a un chivo expiatorio. Algunas categorías de las poblaciones, tratadas al modo de animales de laboratorio, no responden a los estímulos programados. Así, los jóvenes, las poblaciones noctámbulas, los pobladores de la hostelería son estigmatizados severamente. Ahora, son reemplazados como enemigo público por las ratas del laboratorio que se niegan a ser alimentadas-vacunadas, los negacionistas malignos. Un dispositivo encerrado en sí mismo, sustentado en paradigmas que excluyen partes esenciales de las realidades, termina por extraviarse, reforzando sus sesgos.

El principal problema resultante de los paradigmas mecanicistas imperantes en la salud pública y el gobierno epidemiológico nacido de la pandemia, es su concepción de la persona y de la realidad social en la que vive. Se entiende a esta como un sujeto aislado, cuyo comportamiento puede ser determinado mediante un conjunto de incentivos positivos y negativos. Asimismo, se sobreentiende que las personas viven en los mundos formalizados de la educación, el trabajo y los ámbitos regulados por el estado. El principio básico radica en considerar a una persona inmersa en la burbuja estatal, asignando al resto de su vida un estatuto de subordinación o marginalidad. Lo que se entiende como ocio es desplazado a la esfera de lo superfluo.

Estas premisas determinan las actuaciones de las autoridades epidemiológicas.  Se regula la vida estrictamente simplificando y homologando las realidades vividas por los sujetos gobernados. Así se construyen las casillas de la vida diaria sobre las que se interviene mediante su regulación y vigilancia. Este esquema representa una simplificación inasumible. La vida es mucho más compleja y múltiple que esa rígida categorización de Estudio/trabajo/familia/ocio.  Los microcontextos y situaciones sociales en los que viven las personas son mucho más diversos y heterogéneos. Los operadores epidemiológicos recrean el gran sesgo de profesiones como los docentes o los médicos que construyen sus juicios solo con respecto a sus vivencias en contextos regulados que les confieren una autoridad, como el aula o la consulta. No, las realidades en el exterior de esos contextos son manifiestamente polifacéticas y abiertas.

Ya que hoy estoy recurriendo a Cortázar, el título de uno de sus libros sintetiza la pluralidad, diversidad y heterogeneidad de los mundos vividos. Es “La vuelta al día en ochenta mundos”. Esto es exactamente. Cada cual transita durante el día por una variedad de microcontextos y situaciones. En estas, los contextos regulados estrictamente por normas y autoridad, constituyen solo una parte de ellos. Los demás son abiertos y confieren al sujeto una discrecionalidad mayor en sus comportamientos. La metáfora de Cortázar ilustra acerca de las limitaciones de la mirada epidemiológica, fundada sobre su ojo cíclope que le oculta una parte esencial de las realidades.

Si se acepta el argumento que estoy presentando, la protección de las personas en una pandemia descansa sobre el principio de que solo estas pueden protegerse efectivamente en todos los contextos y situaciones por las que transitan, tanto en la cotidianeidad como en el espacio sagrado del finde.  Pero esto no es posible, en tanto que una forma de gobierno termina por esculpir al sujeto gobernado. La reglamentación estricta y la amenaza de sanción constituyen un arquetipo individual que se somete en los contextos regulados, pero que escapa en los contextos no regulados. La infantilización es inevitable con el ejercicio de un poder pastoral coactivo, como lo es el epidemiológico autoritario. Solo las personas autorreguladas pueden responder construyendo comportamientos adecuados en las las distintas situaciones que viven.

Pero, aún más. La excesiva reglamentación de la vida tiene como consecuencia un fenómeno universal. Se trata de la desreglamentación de las subjetividades. Este acontecimiento puede observarse en los recreos, las salidas de las aulas, las excursiones o actividades exteriores de los escolarizados. También en las salidas de las consultas médicas, las hospitalizaciones, los trabajos y otros ámbitos regidos por el rigorismo de las reglas. Los escolarizados han inventado y reafirmado las fiestas tras los períodos de exámenes. La Covid con su secuencia de encierros ha generado una respuesta inevitable a sus restricciones. Esta es la explosión festiva que se asocia a la gran desreglamentación subjetiva asociada a las actividades sociales libres sin vigilancia del poder.

El poder epidemiológico ha generado un círculo vicioso fatal, en tanto que, a pesar de su furia reglamentista y la multiplicación de sus restricciones, no puede controlar y vigilar los ochenta mundos de la gente. De ahí su furor y la necesidad de fabricar a un culpable fácilmente identificable. Una población sometida a la presión prohibicionista salubrista termina por infantilizarse y esperar el momento en que pueda resarcirse. Es altamente significativo la asunción colectiva de la libertad, que se entiende como la existencia de áreas de la vida no vigiladas, que hagan factible la discrecionalidad de los comportamientos. La proliferación de comportamientos inadecuados es el resultado, principalmente, de la forma de gobierno y del nivel de presión sobre la vida que este ejerce.

La conversión de la población en pacientes parsonianos, en contingentes becarizados, en multitudes dependientes asfixiadas por la densidad mediática de los sermones epidemiológicos y el acoso policial, tiene como efecto el resarcimiento de la vida de las multitudes que buscan desreglamentarse en los bares, las terrazas, las discotecas, las fiestas, las playas, los eventos deportivos y otros acontecimientos sociales. Allí donde la presión somatocrática es menor, la vida social no registra el resarcimiento festivo. Ayer contemplaba en Salzburgo un partido de fútbol con el campo lleno de gentes sin mascarilla. El ambiente festivo estuvo perfectamente controlado por un público sometido a una forma de gobierno menos autoritaria.

En conclusión, el control de la pandemia en España tiene resultados nefastos como consecuencia del modo autoritario de gobierno basado en la imposición, la vigilancia y la coacción. Los salubristas españoles no pueden construir una jaula cerrada para la población. Esta presenta unas grietas por las que se multiplican las fugas de los confinados cautivos a media jornada. Sirva como botón de muestra el dislate que representa la regulación en el interior de los sagrados automóviles. Los no convivientes tienen que llevar las mascarillas. Me pregunto cuántos policías son necesarios para supervisarla y hacerla cumplir.  Lo dicho, tener un ojo cíclope termina en el extravío de los negacionistas de las ciencias sociales.

 

 

 

1 comentario:

Montse dijo...

Magnífica reflexión, aunque me temo que ha transgredido la sagrada regla de no más de tres líneas o no más de tres minutos, no sea que nos vayamos a perder un minuto más de la alienación que nos aguarda ahí fuera. Totalmente de acuerdo. Personas autorreguladas, claro que sí. Hace falta formación y pensamiento propio. ¡Cuánto miedo al pensamiento propio y adulto, cuando éste siempre obrará en beneficio de todos, de una sociedad más libre, más sana, más justa, mejor...! Continuemos construyendo, por nosotros y por todos, un mundo feliz (feliz de verdad: desde la verdad, sin anestesia y con todas sus luces y sus sombras). ¡Gracias por colaborar y compartir tan interesantes reflexiones!