Lo mejor del olvido es el recuerdo
Gloria
Fuertes
La Atención
Primaria está experimentando una situación singular que conforma una paradoja
inaudita. Esta se puede resumir en estos términos: En tanto que sus
dispositivos asistenciales acentúan el largo declive iniciado muchos años
atrás, ahora reforzado por la crisis de la Covid, su alfabetización mediática y
política crece exponencialmente , configurándose en los medios de comunicación
como una causa social noble que concita todo tipo de adhesiones. Sin embargo,
ni en los presupuestos ni en las agendas políticas se atisba ninguna señal
sobre su rehabilitación, sino, precisamente lo contrario, confirmando así tanto
el decrecimiento fatal de sus recursos como la incentivación de sus
alternativas privadas.
Se puede
establecer un vínculo aciago entre la atención primaria y el pueblo palestino. Ambas
parecen predestinadas a una muerte lenta que carece de un final. En el largo
proceso de deterioro se configura un genocidio lento e incremental que tiene
lugar a la vista de todos, pero que genera múltiples adhesiones en la
videosfera que no tienen ninguna consecuencia en el cruel óbito interminable. Esta
es una causa noble que cristaliza en los pronunciamientos múltiples ante cada
acto de la secuencial aniquilación. Pronunciarse a favor de los palestinos ha
devenido en una pauta honorable para las gentes de la inteligencia, de las
artes y las letras. Se trata de una suerte de muerte anunciada, pero no
materializada y concluida, que genera un proceso definido por la célebre frase
de “hoy peor que ayer pero mejor que mañana”.
La situación
de la atención primaria en España remite a una tragedia semejante. En tanto que
su deterioro es manifiesto, es convertida en causa política contra la derecha,
que en Madrid practica una suerte de terrorismo institucional de mediana
intensidad contra ella. Pero en aquellas autonomías gobernadas por el pesoe, el
devenir de la misma, en términos de proceso, ha sido equivalente a una
inexorable demolición. De mis vivencias como usuario en Granada no quiero ni
siquiera acordarme. Durante muchos años tuve que vivir con la incompatibilidad
de mi nefasta experiencia de usuario y las representaciones fantasiosas que
predominaban en la EASP.
Cada vez que
oigo las quejas y los llantos sobre Madrid me acuerdo de Andalucía o
Extremadura, región que el libro canónico de Enrique Gavilán había
radiografiado con una precisión letal. Entonces termino mascullando aludiendo a
las diferencias entre Gaza y Cisjordania, así como recordando a la maga Susana
Díaz, ejecutora eficaz de la intensificación de su declinación . Está claro que
Madrid es Gaza, pero ¿la solución está en Cisjordania, o en Jerusalén? Cuando
escucho los discursos en estos días no puedo contener mi perplejidad. La
atención primaria se ha convertido en un objeto de confrontación política, en
tanto que los contendientes se atienen estrictamente a las pautas del
decrecimiento, la desprofesionalización, la sobrecarga asistencial, el
deterioro de la calidad del servicio, la proletarización, la precarización y la
minimización de los servicios.
Por estas
razones, entiendo que, al estilo de la cuestión palestina, la atención primaria
está escenificando sus pompas fúnebres. Todo lo que está ocurriendo allí está
determinado por el canon de lo funerario. Los discursos revestidos de su
antigua grandeza siguen vivos en las élites profesionales y en algunos
segmentos minoritarios de profesionales incorporados en los últimos años. Pero
la gran mayoría apuesta por un comportamiento conformista y se comporta como un
grupo de interés menor, que carece de autonomía y hace patente su indefensión
frente a las decisiones externas. En las últimas huelgas se evidencia la
degradación inducida por las autoridades sanitarias herederas de la Reforma
Abril, que se consolida como el mito de origen de la destitución de la AP como
“el centro” del sistema sanitario.
En las
situaciones funerarias los discursos adquieren todo su esplendor en el elogio
del finado. Ahora, hasta los tertulianos, que constituyen la columna vertebral
del régimen, se manifiestan preocupados por su decrecimiento. Todos la elogian
y proponen su rehabilitación. Pero nadie propone otra cosa que “reforzarla”. En
esta trivial conversación, se ignora que una apuesta por la misma implica un
verdadero salto presupuestario. Nadie se manifiesta a favor de esta opción, ni
siquiera se considera en este torrente de palabras pomposas y funerarias. Así,
la invocación a la atención primaria y su refuerzo, se ha convertido en un
lugar común, en un grito de rigor, el cual no tiene consecuencia alguna sobre
las decisiones sanitarias. Mientras tanto, el mercado sí que se está reforzando
mediante la expansión de contingentes de población que compran un seguro de
salud, manteniéndose en el sistema público para hacer uso de la atención
hospitalaria en caso de necesidad.
No cabe duda
de que la AP se ha convertido en algo similar a una causa social perenne, al
modo de la pobreza, las desigualdades sociales o de género, las violencias
múltiples o la inseguridad ciudadana. Los operadores mediáticos la invocan
repetidamente deseándole la mejor de las suertes. Pero estos discursos no son
otra cosa que plegarias a un altísimo que dirige las políticas públicas
ignorándola y relegándola. Las jaculatorias en su honor remiten a la debilidad
política de los colectivos profesionales asentados en ella. La incapacidad para
ejercer presiones sobre los decisores es proverbial.
Así, en
tanto que se incrementan las rogativas en su defensa apelando a la misericordia
de los decisores, la descomposición institucional progresa adecuadamente. El
peor signo de la misma es el abandono de profesionales, algunos de ellos hacia
actividades nobles que se sustentan en su honorable defensa simbólica. En mis
primeros tiempos de aterrizaje en el campo sanitario, un médico muy inteligente
que después fue gerente y director médico de Valdecilla, decía, refiriéndose a
los múltiples profesionales que nos incorporamos a este próspero campo, que
“éramos los hijos de Alma Ata”. Sin este acontecimiento hubiera sido imposible
nuestra concurrencia allí.
Desde esta
perspectiva puede inteligirse la atención primaria actual. La fuga de
profesionales de primera línea hacia actividades basadas en su defensa
honorífica. Así, en parlamentos, fundaciones, observatorios, cátedras, think
tans, staffs suntuosos y otras formas nobles de defenderla. Pero el problema de
fondo estriba en su incapacidad para reconstituir su defensa como grupo de
interés en el campo político. En estas condiciones, los decisores del estado
relacional van a ser implacables, al estilo de otras causas nobles como la
pobreza, la precarización o la violencia de género. Junto a la práctica de sus
cultos honoríficos, cuyo rango es nada menos que el centro imaginario del
sistema sanitario, las resoluciones van a presentar coherencias con las
prioridades del novísimo estado, que no son otras que el crecimiento económico.
Sin llegar a
afirmar que la AP es marginal al sagrado crecimiento, sí se puede considerar
que no se encuentra entre sus prioridades. Esta es la causa de su declive y
deterioro. Se trata de una red asistencial focalizada a la asistencia sanitaria
a las poblaciones desplazadas de la gran reconversión productiva y económica en
curso. La forma más rigurosa de definirlo es mediante la etiqueta de “Atención
Primaria postfordista”. Esta desempeña la asistencia a los segmentos de
población penalizados por la dualización del sistema productivo y la sociedad.
Nos encontramos en los albores de este proceso de deterioro. Por proporcionar
una imagen elocuente se trata de implementar una gran red de casas de socorro con
rostro posmoderno en todo el territorio. Algunas páginas del libro de Enrique
Gavilán son excelsas para comprender este proceso.
Convertirse
en una causa social noble es una apuesta por un suicidio dulce. Las prédicas de
los tertulianos bienpensantes pueden inducir a los profesionales de que al fin los señoritos se han dado cuenta de las
carencias y van a invertir, a reforzarla, según la fatal metáfora imperante. En
ese espejismo vivimos el opaco presente. Por el contrario, la única defensa
posible de la AP es considerarla como una causa política y realizar acciones
dirigidas a modificar los equilibrios imperantes en el campo de fuerzas que
sustenta las decisiones. Esta fue mi posición en los últimos años de presencia
en el campo sanitario y mis intervenciones en los foros de la PACAP. Pero
entiendo que es más cómodo seguir pensando la AP en términos quiméricos, al
margen del contexto sociohistórico que gobierna su reconversión, que es
percibida como un mero accidente.
En una
situación de descomposición se multiplican las fugas, los defensores en
instancias exteriores y las capillas y castas internas que siguen manteniendo
cuotas de poder efectivo. Mientras tanto, el réquiem final aparece en forma de
horizonte, que nunca llega definitivamente pero se encuentra presidiendo
inexorablemente todas las actividades. Las palabras de Gloria Fuertes son
premonitorias. Lo mejor del olvido es el recuerdo. Una verdadera sentencia de
lo que ocurre en la AP, que vive sus miserias desde los esquemas cognitivos de
la edad de oro inicial. Nos aliviaremos cuando contemplemos los terribles
bombardeos sobre Gaza/Madrid y abrazaremos la ensoñación de encontrarnos en
Cisjordania o Jerusalén. Solo falta la
realización de una serie o una película sobre la desdichada AP, que catalizará
los pronunciamientos de las gentes de los mundos de las artes escénicas y las
industrias culturales.
Ayer mi madre (84 años) y mi hermana (acompañante), bajo cita con la médico de cabecera, acudieron a su "centro de salud" para una consulta "no covid". El lugar estaba totalmente vacío. Un señor en la puerta, con chanclas y bermudas, con los pelos al aire pero con bata blanca, pregunta sin vienen por el Covid. Como no, pasan a un pasillo donde les comunica una segunda persona que no deben moverse del punto de encuentro, hasta que llega una tercera persona (todos con bata blanca)y les acerca a la puerta de la consulta, donde deben esperar la llegada del médico. Al poco llega otro señor de blanco, abre la puerta y se sienta frente al ordenador, que estaba apagado. Solo hay una silla en la consulta y no está junto a la mesa,está pegada a la parded, a tres metros. Este cuarto "ser" les dice que no es necesario que se acerquen, pero que le cuenten. Al minuto rellena un volante para un análisis de sangre y les dice que vuelvan cuando tengan los resultados.
ResponderEliminar-¿No le toma la tensión?, ¿no le hace un reconocimiento?, (dice mi hermana)
-No, no es necesario.
Salen del centro de salud.
-Yo creo que este señor no era médico, (dice mi madre).
No era médico, era el informático de mantenimiento, al que le dió pena la señora, e hizo lo que veía hacer. El resultado era el mismo
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