viernes, 18 de junio de 2021

LA SIGILOSA DESTITUCIÓN DE LA INCIDENCIA ACUMULADA

 

La incidencia acumulada no tiene quien la consuele. Ha reinado esplendorosamente durante un largo año y medio y en su imperio no se ha puesto el sol. En su nombre sagrado se han tomado múltiples decisiones que restringen las libertades y la vida de tan amenazados candidatos a la infección. Su invocación ha catapultado a varias clases de expertos al olimpo de los dioses electrónicos, compareciendo diariamente en las pantallas obligatorias para el pueblo confinado en sus domicilios blindados a la socialidad exterior. Ha detentado el estatuto de monarquía absoluta en el tiempo pandémico, configurando como súbditos temerosos a las unidades que componen a la población: las personas. Su apoteosis semiológica la ha ubicado en el centro simbólico de la sociedad resultante de la irrupción pandémica.

Pero, tras el dilatado tiempo de reinado, la incidencia acumulada comienza su devaluación inexorable por el renacimiento impetuoso de los dos colosos perjudicados por su centralidad: la economía y la vida. En las últimas semanas se acelera e intensifica su decadencia, prefigurando su incierto futuro. Tras su imperio luminoso, asentado en su fulgor catódico, inicia una vertiginosa decadencia, que tiene el signo inequívoco de la destitución. La incidencia acumulada, en su declive final,  es constituida como un espectro patológico equivalente a otras enfermedades fatales cronificadas como factores de mortalidad, y que cristalizan en estructuras asistenciales especializadas.

La destitución de la incidencia acumulada ha sido catapultada por la contundente victoria de Ayuso en las elecciones madrileñas. Esta ha actuado a la contra del conglomerado epidemiológico experto, forzando los límites de sus prohibiciones. El respaldo popular ha sido estruendoso y coloca a los expertos en una situación delicada. A partir de ese momento, se produce una secuencia acumulativa de su erosión punitiva. Cada día se modifica alguna de las restricciones y se abre un escenario hacia la vieja normalidad. Los expertos acusan el rotundo golpe asestado por el electorado madrileño. Sus discursos rebajan considerablemente su nivel prohibitivo. Así se produce el principio del final de su preponderancia estatal y mediática.

La desescalada de las medidas restrictivas es desbordada abrumadoramente por grandes masas ávidas de recuperar la euforia del vivir. Esta disminución del rigor de las medidas prohibitivas adquiere la forma de unas rebajas prodigiosas en las vísperas de la liquidación final. Las tertulias expertas pontifican acerca de las medidas necesarias para mantener el control sobre la situación, pero, tras la fachada de sus palabras expertas no se puede ocultar la aceptación de una honrosa derrota, que adquiere la forma de la evasión del entorno, que es reducido a las imágenes de unos cuantos irresponsables, que parecen ser la excepción de una población obediente a sus conminaciones. Al igual que en el milagro de los panes y los peces, lo que ahora se multiplican son los irresponsables.

Cualquier persona que no esté encerrada, puede constatar que en los últimos meses se derrumba el orden epidemiológico mediante una desobediencia activa que crece día a día. Las multitudes de la noche y de los espacios de ocio neutralizan las medidas epidemiológicas, bien ignorándolas, bien produciendo usos rituales ajenos a su sentido. Así, en una jornada de ocio, puede practicar una versión cutre de la práctica de la mascarilla especificada en un agitado póntelo, pónselo. También con la distancia personal, que puede ser respetada en unos momentos, para transformarse en un estado colectivo de fusión y efusión, en el que el tacto adquiere una riqueza y diversidad simbólica.

La decadencia de la incidencia acumulada adquiere formas de destitución. Las autoridades compiten en la carrera para terminar con las medidas prohibitivas en un proceso subrepticio de abandono y el posicionamiento en la carrera de la normalización. Así se produce un efecto Panurgo que crece por días. Todos se alinean con la des-epidemiologización forzosa, de una manera semejante a cuando se alinearon en la orgía punitiva de la Covid. Entonces todos corrieron tras el inquisidor mayor clamando por el castigo a los incumplidores. Ahora todos se conciertan en torno a la permisividad de las prácticas de vida calificadas por el complejo profesional médico con el término sagrado de “riesgo”.

Y digo destitución, porque esta no se proclama públicamente ni se sentencia, sino que se practica. El destituido es simplemente abandonado, aislado. Es inevitable recurrir a tan actual destitución de Sergio Ramos. Le han comunicado que la oferta había caducado. Esta es la palabra clave para los expertos salubristas y los profesionales sanitarios. La pandemia, articulada en torno a la incidencia acumulada alta, ha caducado. Ahora solo quedan palabras de ánimo a los atribulados sanitarios, creyentes en el milagro del refuerzo de sus dispositivos asistenciales. Pero lo que verdaderamente se va a reforzar son los dispositivos asistenciales que representen un volumen de negocio importante. Pfizer, Moderna y la constelación de las vacunas son los reforzados, abriéndose para ellos una edad de oro que se contrapone a la decadencia de las estructuras asistenciales sólidas y continuadas.

Lo que se representa en las televisiones son las alegres pompas fúnebres de la incidencia acumulada y su complejo profesional. Para los salubristas ascendidos a los púlpitos mediáticos, su propia incidencia va a ser inexorablemente menguante. Pero lo peor es que sí se les asigna un hueco que antes no ocupaban. Con la incidencia baja la producción de los temores colectivos toma otra deriva, en la que las amenazas adquieren otras formas. Los epidemiólogos pasan a la reserva mediática, como los psiquiatras, los policías o los tratantes de males, que siempre retornan a la pantalla cuando algún acontecimiento los requiere.

Así, el complejo experto Covid, será desmovilizado gradualmente, siendo desplazado a espacios más periféricos de la programación. Me imagino un programa en el que unos misteriosos expertos diserten sobre los ovnis y el ilustre César Carballo lo haga sobre espectros mórbidos. Algunos de sus miembros serán rescatados cuando sea menester actualizar los miedos de determinadas clases de población. En esta época, el declive profesional se representa cuando un grupo profesional es convertido en material de archivo, formando parte de la institución central de la hemeroteca, que está constituida por material altamente manipulable para cualquier operador con voluntad de generar un argumento.

Así, el complejo profesional COVID, sigue el sendero que instituyó el Plan Nacional de Drogas, que es la estructura en la que los resultados son asimétricos a sus recursos y dispositivos. Nacida en los años ochenta, no ha dejado de crecer ininterrumpidamente, al tiempo que los usuarios de drogas proliferan en una medida constante. De este modo, el PN Drogas termina por radicalizar su discurso, que se separa radicalmente de las sociedades consumidoras, que desarrollan sus prácticas de consumo de manera aproblemática e integrada en su vida cotidiana, en la que el finde representa la apoteosis.

Pero la tragedia del PN Drogas es que, como destitución perfecta, nadie discute sus supuestos y medidas, generando una forma terrible de aislamiento. Solo son expulsados de la normalidad vivida por grandes contingentes de gentes. El modelo generado por este dispositivo se extiende a otras muchas estructuras asistenciales, que desarrollan una comunicación y unas actividades radicalmente autorreferenciales, de modo que su eficacia es más que baja. Pero, paradójicamente, esta sirve de argumento para el incremento de los recursos asignados. Así se configura una perversión institucional y colectiva insólita.

El destino de los dispositivos salubristas estimulados por la pandemia parece seguir este camino. Así se convierte en una estructura semejante a una iglesia. Recuerdo que hace muchos años me invitaron a un Congreso de Promoción de la Salud de los jóvenes en Chiclana, organizado por la Junta de Andalucía. Mi intervención suscitó pasiones negativas. El Congreso se celebraba en un par de hoteles. Al caer la noche propuse a los colegas ir a tomar una cerveza. Resulta que la dirección del Congreso había proclamado una prohibición estricta de beber alcohol. Los ponentes y sus séquitos terminamos en un par de baretos contiguos en los que las cervezas nos supieron a gloria.

La incidencia acumulada alcanza el estatuto de las drogas, el alcohol, la nutrición, el sexo y otras áreas de la vida severamente patologizadas. En tanto que se asienta en la conciencia colectiva mediatizada, se divorcia radicalmente de las prácticas de vivir de las gentes. Así, se convierte en un espectro patológico que alimenta el género de sucesos de las teles, así como es convertido en pasta común que nutre múltiples grados, expertos, máster y doctorados. También de reuniones científicas, congresos y encuentros de tan relevante comunidad. En torno a la gestión de sus recursos se congregan distintos especialistas, que completan su ciclo de asentamiento mediante su conversión en profesores. Este es su inexorable destino final.

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Muchas gracias una vez más por molestarse en compartir su lucidez.Es difícil encontrar este tipo de análisis y se lo agradezco muchísimo

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