La
incidencia acumulada no tiene quien la consuele. Ha reinado esplendorosamente
durante un largo año y medio y en su imperio no se ha puesto el sol. En su
nombre sagrado se han tomado múltiples decisiones que restringen las libertades
y la vida de tan amenazados candidatos a la infección. Su invocación ha
catapultado a varias clases de expertos al olimpo de los dioses electrónicos,
compareciendo diariamente en las pantallas obligatorias para el pueblo
confinado en sus domicilios blindados a la socialidad exterior. Ha detentado el
estatuto de monarquía absoluta en el tiempo pandémico, configurando como
súbditos temerosos a las unidades que componen a la población: las personas. Su
apoteosis semiológica la ha ubicado en el centro simbólico de la sociedad
resultante de la irrupción pandémica.
Pero, tras
el dilatado tiempo de reinado, la incidencia acumulada comienza su devaluación
inexorable por el renacimiento impetuoso de los dos colosos perjudicados por su
centralidad: la economía y la vida. En las últimas semanas se acelera e
intensifica su decadencia, prefigurando su incierto futuro. Tras su imperio
luminoso, asentado en su fulgor catódico, inicia una vertiginosa decadencia,
que tiene el signo inequívoco de la destitución. La incidencia acumulada, en su
declive final, es constituida como un
espectro patológico equivalente a otras enfermedades fatales cronificadas como
factores de mortalidad, y que cristalizan en estructuras asistenciales
especializadas.
La destitución
de la incidencia acumulada ha sido catapultada por la contundente victoria de
Ayuso en las elecciones madrileñas. Esta ha actuado a la contra del
conglomerado epidemiológico experto, forzando los límites de sus prohibiciones.
El respaldo popular ha sido estruendoso y coloca a los expertos en una
situación delicada. A partir de ese momento, se produce una secuencia
acumulativa de su erosión punitiva. Cada día se modifica alguna de las
restricciones y se abre un escenario hacia la vieja normalidad. Los expertos
acusan el rotundo golpe asestado por el electorado madrileño. Sus discursos
rebajan considerablemente su nivel prohibitivo. Así se produce el principio del
final de su preponderancia estatal y mediática.
La
desescalada de las medidas restrictivas es desbordada abrumadoramente por
grandes masas ávidas de recuperar la euforia del vivir. Esta disminución del
rigor de las medidas prohibitivas adquiere la forma de unas rebajas prodigiosas
en las vísperas de la liquidación final. Las tertulias expertas pontifican
acerca de las medidas necesarias para mantener el control sobre la situación,
pero, tras la fachada de sus palabras expertas no se puede ocultar la
aceptación de una honrosa derrota, que adquiere la forma de la evasión del
entorno, que es reducido a las imágenes de unos cuantos irresponsables, que
parecen ser la excepción de una población obediente a sus conminaciones. Al
igual que en el milagro de los panes y los peces, lo que ahora se multiplican
son los irresponsables.
Cualquier
persona que no esté encerrada, puede constatar que en los últimos meses se
derrumba el orden epidemiológico mediante una desobediencia activa que crece
día a día. Las multitudes de la noche y de los espacios de ocio neutralizan las
medidas epidemiológicas, bien ignorándolas, bien produciendo usos rituales
ajenos a su sentido. Así, en una jornada de ocio, puede practicar una versión
cutre de la práctica de la mascarilla especificada en un agitado póntelo,
pónselo. También con la distancia personal, que puede ser respetada en unos
momentos, para transformarse en un estado colectivo de fusión y efusión, en el
que el tacto adquiere una riqueza y diversidad simbólica.
La
decadencia de la incidencia acumulada adquiere formas de destitución. Las
autoridades compiten en la carrera para terminar con las medidas prohibitivas
en un proceso subrepticio de abandono y el posicionamiento en la carrera de la
normalización. Así se produce un efecto Panurgo que crece por días. Todos se
alinean con la des-epidemiologización forzosa, de una manera semejante a cuando
se alinearon en la orgía punitiva de la Covid. Entonces todos corrieron tras el
inquisidor mayor clamando por el castigo a los incumplidores. Ahora todos se
conciertan en torno a la permisividad de las prácticas de vida calificadas por
el complejo profesional médico con el término sagrado de “riesgo”.
Y digo
destitución, porque esta no se proclama públicamente ni se sentencia, sino que
se practica. El destituido es simplemente abandonado, aislado. Es inevitable
recurrir a tan actual destitución de Sergio Ramos. Le han comunicado que la
oferta había caducado. Esta es la palabra clave para los expertos salubristas y
los profesionales sanitarios. La pandemia, articulada en torno a la incidencia
acumulada alta, ha caducado. Ahora solo quedan palabras de ánimo a los
atribulados sanitarios, creyentes en el milagro del refuerzo de sus
dispositivos asistenciales. Pero lo que verdaderamente se va a reforzar son los
dispositivos asistenciales que representen un volumen de negocio importante.
Pfizer, Moderna y la constelación de las vacunas son los reforzados, abriéndose
para ellos una edad de oro que se contrapone a la decadencia de las estructuras
asistenciales sólidas y continuadas.
Lo que se
representa en las televisiones son las alegres pompas fúnebres de la incidencia
acumulada y su complejo profesional. Para los salubristas ascendidos a los
púlpitos mediáticos, su propia incidencia va a ser inexorablemente menguante.
Pero lo peor es que sí se les asigna un hueco que antes no ocupaban. Con la
incidencia baja la producción de los temores colectivos toma otra deriva, en la
que las amenazas adquieren otras formas. Los epidemiólogos pasan a la reserva
mediática, como los psiquiatras, los policías o los tratantes de males, que siempre
retornan a la pantalla cuando algún acontecimiento los requiere.
Así, el
complejo experto Covid, será desmovilizado gradualmente, siendo desplazado a
espacios más periféricos de la programación. Me imagino un programa en el que
unos misteriosos expertos diserten sobre los ovnis y el ilustre César Carballo
lo haga sobre espectros mórbidos. Algunos de sus miembros serán rescatados
cuando sea menester actualizar los miedos de determinadas clases de población.
En esta época, el declive profesional se representa cuando un grupo profesional
es convertido en material de archivo, formando parte de la institución central
de la hemeroteca, que está constituida por material altamente manipulable para
cualquier operador con voluntad de generar un argumento.
Así, el
complejo profesional COVID, sigue el sendero que instituyó el Plan Nacional de
Drogas, que es la estructura en la que los resultados son asimétricos a sus
recursos y dispositivos. Nacida en los años ochenta, no ha dejado de crecer
ininterrumpidamente, al tiempo que los usuarios de drogas proliferan en una
medida constante. De este modo, el PN Drogas termina por radicalizar su
discurso, que se separa radicalmente de las sociedades consumidoras, que
desarrollan sus prácticas de consumo de manera aproblemática e integrada en su
vida cotidiana, en la que el finde representa la apoteosis.
Pero la
tragedia del PN Drogas es que, como destitución perfecta, nadie discute sus
supuestos y medidas, generando una forma terrible de aislamiento. Solo son
expulsados de la normalidad vivida por grandes contingentes de gentes. El
modelo generado por este dispositivo se extiende a otras muchas estructuras
asistenciales, que desarrollan una comunicación y unas actividades radicalmente
autorreferenciales, de modo que su eficacia es más que baja. Pero,
paradójicamente, esta sirve de argumento para el incremento de los recursos
asignados. Así se configura una perversión institucional y colectiva insólita.
El destino
de los dispositivos salubristas estimulados por la pandemia parece seguir este
camino. Así se convierte en una estructura semejante a una iglesia. Recuerdo
que hace muchos años me invitaron a un Congreso de Promoción de la Salud de los
jóvenes en Chiclana, organizado por la Junta de Andalucía. Mi intervención
suscitó pasiones negativas. El Congreso se celebraba en un par de hoteles. Al
caer la noche propuse a los colegas ir a tomar una cerveza. Resulta que la
dirección del Congreso había proclamado una prohibición estricta de beber
alcohol. Los ponentes y sus séquitos terminamos en un par de baretos contiguos
en los que las cervezas nos supieron a gloria.
La
incidencia acumulada alcanza el estatuto de las drogas, el alcohol, la
nutrición, el sexo y otras áreas de la vida severamente patologizadas. En tanto
que se asienta en la conciencia colectiva mediatizada, se divorcia radicalmente
de las prácticas de vivir de las gentes. Así, se convierte en un espectro
patológico que alimenta el género de sucesos de las teles, así como es
convertido en pasta común que nutre múltiples grados, expertos, máster y
doctorados. También de reuniones científicas, congresos y encuentros de tan relevante comunidad. En torno a la gestión de sus recursos se congregan distintos
especialistas, que completan su ciclo de asentamiento mediante su conversión en
profesores. Este es su inexorable destino final.
Muchas gracias una vez más por molestarse en compartir su lucidez.Es difícil encontrar este tipo de análisis y se lo agradezco muchísimo
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