El rebrote
de estos días en Mallorca desvela un acontecimiento sumergido, en el sentido de
que, en tanto que se expande intensamente, no se encuentra presente en términos
discursivos en los imaginarios del sistema político. Se trata de la explosión
festiva que sucede al final de los exámenes. Esta adquiere múltiples formas,
entre las cuales irrumpen los viajes de los escolarizados a las catedrales de
las industrias del ocio. La Covid ha actuado como agente alfabetizador de este
acontecimiento que ha suscitado un interés inusitado, en tanto que el
dispositivo epidemiológico se aferra a él como símbolo de la presencia del
virus.
Acabo de
retuitear un mensaje que alude al gran espacio que la prensa atribuye a este
evento, en contraposición al nulo espacio dedicado a las muertes de inmigrantes
en las aguas del Mediterráneo. La Covid ha resucitado la idea de lo
nacional-estatal, especificado en la contabilidad de la evolución de los
contagiados, hospitalizados, ubicados en las UVI o fallecidos. La comunidad médica-epidemiológica
es manifiestamente nacional, focalizada a mantener la salud de los cuerpos
nacidos en el interior de las fronteras. Los cuerpos flotantes procedentes de
los flujos de la inmigración son denegados, en tanto que ajenos a las cifras
que conforman la contabilidad estrictamente nacional.
Las imágenes
que suscitan las cuarentenas de los escolarizados de larga duración me parecen
patéticas. También su tratamiento político como argumento para erosionar al
rival. El dispositivo epidemiológico reclama su autoridad para clausurar la
movilidad de los involucrados en tan relevante acontecimiento epidemiológico.
Por eso me he decidido a volver a publicar un texto de Fernando Castelló que
considero una joya. Se trata de “La fe de Fido Dido”, en el que analiza los
arquetipos personales nacidos en la convergencia del capitalismo desorganizado
y la posmodernidad tecnológica. El artículo tiene mucha miga y denota una
lucidez poco común en este estado de confusión general.
Por mi
parte, reafirmo que el problema de fondo estriba en la incorporación tardía a
la sagrada institución del mercado de trabajo, lo que produce un alargamiento
inusitado de un tiempo de congelación. Este hecho dispara múltiples efectos no
deseados y no pocas perversiones. La decadencia de la época se encuentra
representada en este estado de congelación de los jóvenes en espera eterna. Las
instituciones educativas se muestran incapaces de contener la energía de los
confinados allí, aunque este sea un encierro con formas amables y cordiales. La
perpetuación de esta situación se puede entender como semejante a un volcán
dotado de una potencialidad inquietante.
Un fuerte
abrazo a Fernando Castelló
El texto que
presento fue un clásico de mi clase de Cambio Social en los primeros años
noventa. Es un artículo de Fernando Castelló, un periodista lúcido que mostró
su capacidad de comprender y comunicar en un contexto de cambio de épocas, en
el que coexisten varios mundos. En este
escrito desvela la naturaleza del nuevo sujeto que resulta de la combinación de
varios procesos de cambio combinados. Me parece clarividente y altamente
recomendable. Es un texto de choque en el que es imposible no posicionarse.
Recuerdo que
en la clase le proporcionaba una copia a cada estudiante y se procedía a una
lectura. Después se procedía a comentarlo y discutirlo. La participación era
muy escasa y se generaba un clima de tensión, en tanto que se percibía que eran
juzgados. Tras tres años de experiencia decidí retirarlo, en tanto que los
efectos adversos superaban a los beneficios.
Cada generación se encierra en su mundo de significaciones y rechaza
otras miradas externas. Este hecho es fatal para la formación de eso que
convencionalmente se denomina como “sociólogos”.
El artículo
fue publicado en El País el 16 de septiembre de 1991, pero puede leerse hoy
como una pequeña joya que presenta el nuevo arquetipo individual prevalente en
la posmodernidad. Ciertamente esta versión ha generado nuevas versiones que
conservan sus rasgos esenciales. Me encuentro rodeados de fido didos por todas
las partes en un contexto de confusión.
Altamente recomendable y susceptible de comentar y discutir.
Fido está a favor de Fido. Fido no está
contra nadie. Fido es joven. Fido no tiene edad. Fido lo mira todo. Fido no
juzga nada. Fido es inocente. Fido es
poderoso. Fido viene del pasado. Fido es el futuro.Éste es el decálogo de Fido
Dido. Éstas son sus tablas de la ley. La ley de Fido Dido, sus tablas de
salvación personal en el naufragio general de las ideas que vivimos.
¿Quién es Fido Dido? Se trata de un personaje
de historieta creado en 1985 por dos publicitarias de Manhattan y con
proyección internacional, que pretende representar a buena parte de la juventud
acomodada occidental. En España se le conoce sobre todo por los spots publicitarios de un
refresco. Con su moral light
y su aspecto cool
(como la bebida gaseosa que anuncia) encarna al antihéroe del momento, heredero
universal de su antecesor, el también antiheróico pasota posmoderno de comienzo
de los años ochenta, que passaba
de todo con su toque vestimental de monstruito del doctor Punkenstein (de negro
por fuera y en blanco por dentro), su cabeza de chorlito y su cuerpo de jota.
Así como su antecesor sólo creía que no creía
en nada, desencantado como estaba al ver que sólo algo cambiaba para que todo
siguiera igual, Fido Dido va por la vida con un credo consolidado. Ha
positivado la antigua decepción y su escepticismo heredado se ha convertido en
un optimismo integrado ("Llega el momento en el que el escéptico, tras
haber dudado de todo o cuestionado todo, no tiene ya de qué dudar; y entonces
suspende totalmente su juicio crítico. ¿Qué le queda? Divertirse o
embrutecerse, la frivolidad o la animalidad". Cioran). Su pensamiento ya
no es nihilista pasivo, sino conformista activo, aunque débil, como diría
Vattimo; su comportamiento ya no es pasablemente frío, sino tibiamente cool, como dicen Bruckner
y Filkienkraut; su autonomía, como quiere Lipovestky, ha devenido egoísmo puro
y simple, siempre "al acecho de su ser y su bienestar" en esta era del vacío y este imperio de lo efimero.
Antihéroe acomodaticio a diferencia de los antiheroicos Ulrich, K, Roquentin,
Bloom, conscientes del vacío, el absurdo, la náusea, la nada de sus
existencias.
Fido
está a favor de Fido. Sólo cree en sí mismo. Se apagaron
en él las últimas ascuas de aquella fe de carbonero que nos hacía ver todo
negro a los actores sociales de los sesenta en búsqueda de la claridad. Ni en
dioses, reyes ni tribunos está el supremo redentor, porque Fido no necesita
redención. No rinde culto más que al auto complacido Narciso (no al es forzado
Prometeo, ni al dubitativo Hamlet, ni al sonambulista Segismundo, ni al
atormentado Fausto), sólo atento a su propio Eco, y las aguas en que se mira
buscándose son las del éxito, dinero y fama por encima de Belleza, Bien y
Verdad, como querían los moralistas clásicos. Si acaso, las siglas de esos tres
valores (BBV) coinciden con las de su talonario de cheques.
Su actitud vital es relajada (pone los pies
sobre las mesas) como corresponde a su je
m`enfoutisme. Su comportamiento existencial es cool, o sea, ni frío ni
caliente, sino entre tibio y fresco, y padece / goza una fatiga a priori, como
dicen Bruckner y Filkienkraut del sujeto posmoderno, que confisca al entorno el
poder de extenuarlo; un alelamiento de la voluntad (alelado del mundanal
ruido); un no tanto don't
worry, be happy cuanto take
it easy; un preferir la huida al enfrentamiento; una deserción con
apariencia de integración; un entibiamiento de las pasiones, una languidez como
dimisión del deseo, un sálvese quien pueda y yo el primero en el naufragio de
los antiguos credos, aferrándome a mis tablas de salvación personales e
intransferibles.
Fido ya no quiere cambiar el mundo como Marx
ni cambiar la vida como Rimbaud (a los que no conoce, ni falta), sino quedarse
como estaba en este panglosiano mejor de los mundos, y reivindica, sin
apasionamiento, su derecho a pasar de la militancia a la desmovilización, del
inconformismo al hiperconformismo, a aislarse en medio del rebaño social
gregario. Hay quien ve en esta fuga fáustica hacia sí mismo á través de la
insolidaridad una nueva forma de insumisión con apariencia de conformismo, una
especie de rebelión por defecto de pasión. Y que así se convierte en un pilar
del sistema democrático, cuya crítica internaliza a la vez que escapa a todo
influjo carismático de líderes, chamanes, trujamanes y charlatanes, y programas
más o menos demagógicos. "Descrispado, cool,
profundamente alérgico a todos los proyectos totalitarios", señala
Filkienkraut, "el sujeto posmoderno no está tampoco dispuesto a
combatirlo". Fido no es otra cosa que un posmoderno de última hornada que,
como dice de sí, sólo está consigo mismo y
no está contra nadie ni nada. Ni siquiera contra la injusticia, la
desigualdad, la intolerancia, la dictadura, el racismo, la opresión. Todo y
todo el mundo es bueno. Ha hecho un pacto con sus mayores por el cual "yo
os dejo hacer, vosotros me dejáis pasar".
Zapatero, a tus zapatos, se dice y,
literalmente, para él, un par de zapatos vale más que todo Shakespeare. Camper diem sería su lema
poshoraciano, reformulando al gusto actual el Carpe diem que hicieron suyo los cortadores hippies de la flor del
día.
Fido es
joven. O
sea, puro y bueno por naturaleza transitiva, por clase social biológica, frente
a la decadente clase adulta. E impone su dictadura del jovenariado en los gustos
actuales. Dice Huizinga al estudiar al homo
ludens (el lema de Fido podría ser mens prudens in corpore ludens) que
"grandes ámbitos de la formación de la opinión pública están siendo
dominados por el temperamento de los adolescentes y la sabiduría de los clubes
juveniles", con su "infantilismo lúdico". Y Federico Fellini
replica: "Sólo un delirio colectivo puede habernos hecho considerar como
depositarios de todas las verdades a chicos de 15 años". Chicos cuya
juventud, a diferencia de la de Baudelaire, no es un tenebreux orage, ni como
la del suicida Jacopo Ortis de Foscolo pasa lenta "entre los temores, las
esperanzas, los deseos, los engaños, el tedio...", sino "puta madre, da buti, que te
cagas".
Su cultura es la cultura destellar de que
habla Toffler. Encerrado en su campana aislante de los demás, de la que es
badajo, recibe la información y la formación cultural a golpes ensordecedores
que le hacen vibrar un instante y no le dejan huella aparente. El rock, el pop, el spot, el single, el fingle, el comic, el video, el clip, el slogan, el pub, el jeans... son los distintos
formatos reducidos de esa transmisión cultural, acordes con su corto fuelle
intelectual y su floja tensión estética. Fido es un arco distendido entre el
animal y el superhombre, como diría Nietzsche desolado.
Su marco cultural es el rock (no duro), ese
canto lleno de ruido y de furia cantado por un necio, y para él las guitarras
son más expresivas que las palabras, las notas más que los conceptos, el
contoneo rítmico más que la conversación. Como dice Paul Yonnet, el pueblo
joven ha movilizado áreas cervicales hasta ahora mudas, el hemisferio cerebral
no parlante sino sensitivo: "El hemisferio no verbal ha terminado por
triunfar, el clip ha vencido a la conversación, la sociedad, por fin, se ha
hecho adolescente".
Y, sin embargo, Fido no
tiene edad. Sus atributos se expanden y panteízan en todos
nosotros, en todas las clases biológicas, una vez que ha sabido imponerlos
hegemónicamente. Su fe es la nuestra. Todos somos Fido de los ocho a los
ochenta años. Fido ha penetrado en nosotros como un alien tentacular que nos posee.
Fido lo
mira todo. Fido no juzga nada. Todo vale. Fido es
un objetivo discreto que pasea su mirada en derredor sin tomar partido. Nada le
es ajeno, aunque nada le merece un juicio. Es como un avefría posada en el
campanario, una vaca paseando su mirada por el prado, un carnero degollado de
ojos abiertos a la nada.
Y, además, Fido
es inocente. Mientras todos, al igual que para Hegel los héroes de
la tragedia griega, somos a la vez inocentes y culpables, pues nos movemos
entre el sino trazado por los dioses y el libre albedrío prometeico, Fido sólo
es inocente. No se corresponsabiliza con crimen de lesa humanidad alguno; como
Segismundo, se pregunta qué delito cometí y se responde que ni siquiera el de
nacer. Su tranquilidad de conciencia le da la fuerza de la razón, o de la
sinrazón, no importa, a la vez que la fortaleza, porque Fido, aunque parezca lo
contrario, es poderoso.
Poderoso en solitario, pero también en conjunto, pues hay muchos, millones,
Fidos Didos que influyen en las cosas a través de su voto y de sus actitudes
aparentemente conformistas, aunque realmente contestatarias. Una contestación
poderosa, por inhibición, a todo intento no ya revolucionario, sino de cambio
en el statu quo
y, sobre todo, en su modus
vivendi particular.
Fido no es de hoy. Fido viene del pasado.
Pero, al contrario de lo que decía Marx (¿recuerdan?), "la tradición de
todas las generaciones muertas (no)
gravita como una pesadilla sobre su cerebro vivo", ni más poéticamente se
dice como Borges que "sobre la sombra que ya soy gravita la carga del
pasado: es infinita". Viene del pasado, si' pero ligero de equipaje, y
sólo es un fruto inocente, un hijo no deseado de una conjunción copulativa
histórica inmediata. Su pasado reconocido es reciente, casi actual, pues no
tiene memoria ni asume responsabilidad anterior alguna de sus desconocidos
ancestros (la Historia es una de sus asignaturas pendientes).
Pero, sobre todo, Fido es el futuro. Un día todos seremos Fido
Dido. Fido nos penetrará todas las almas con su fe acomodaticia actitud vital
posfreudiana y sin complejos ni traumas, su individualismo gregario (todos los
Fidos se juntan) y su hedonismo.
Ícaro, con miedo a volar ("lejos, pues,
del sol poneos en tanto hayáis de cera los conceptos", advertía Epicteto);
Aquiles, el de los pies para qué os quiero; incumplido Prometeo sin más fuego
que el mechero; Edipo sin enigma ni complejos; Hércules flojo sin olor a
cuadra; Teseo sin polvo en las sandalias; Orestes sin furia. y con sangre de
horchata; Sísifo sin piedra ni montaña; Ulises paralítico sin Odisea ni
Ilíada... Electra electrodomesticada; Pandora sin caja ni esperanza; Diana con
las flechas despuntadas; Antígona sin lágrimas...
Corra a comprar su Fido Dido (o Fida Dida) en
las rebajas.
Fernando Castelló es periodista.
Sola, Casandra, no pasa por el aro
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