La realidad es al revés
Agustín
García Calvo
El resultado
de las elecciones en Madrid constituye una paradoja de dimensiones galácticas.
Esta es la victoria contundente de una derecha que ha realizado una gestión
pésima y ha penalizado en sus decisiones a grandes sectores populares. Pero la
razón de su triunfo no se debe a sus virtudes, sino más bien a la estrepitosa
calamidad de la izquierda, que ha delegado en el salubrismo autoritario la
gestión de la pandemia, reforzando los estereotipos negativos asociados a su
imagen. Así se ha hecho verosímil que la derecha autoritaria procedente de
varias mutaciones sucesivas del franquismo, proponga –nada más y nada menos-
que la defensa de la libertad como valor programático central.
El desastre
de la izquierda solo se puede calificar de deflagración. Aislada del entorno,
en compañía de los contingentes de virólogos, epidemiólogos y otras especies
salubristas, ha manifestado su incapacidad de comprender en sus verdaderas
dimensiones eso que se denomina como “fatiga pandémica”. Lo peor del caso
radica en que las bases sociales que respaldan su gestión autoritaria se
corresponden con su afiliación ideológica derechista. Entre los mayores aterrorizados;
los policías revalorizados; los médicos y las enfermeras que propugnan una vida
subordinada a la salud, acuciada por ser testigos de los peores efectos de la
pandemia; así como los sectores más conservadores convocados por la disciplina
social requerida, los vínculos con la
derecha sociológica se hacen patentes. De este modo se ha fraguado la tormenta
electoral perfecta.
El término
deflagración explica con rigor lo que ha ocurrido y ocurre. Expresa la
autopoiesis perfecta de la izquierda, encerrada en un sistema de interacción y
significación estrictamente cerrado. Desde el principio se entendió la pandemia
como una oportunidad para la apoteosis del estado, que adquiría la dimensión de
estado clínico. Así se gestó un estado de ausencia con respecto a la sociedad
viva y plural. El sistema de relaciones del gobierno y las instituciones
rectoras se emancipó de las distintas configuraciones sociales, generando una
interacción fatal con segmentos sociales radicalmente autorreferenciales: los
sanitarios, los agentes de la seguridad y los periodistas. El estado de
excepción permanente se televisa en directo, administrando una apoteosis
mediática del miedo.
Los
salubristas han terminado por arrastrar a la izquierda a una situación de
fatalidad autoritaria. La ciencia adquiere la función de religión de estado y
los medios administran las ceremonias de la intimidación. Tras varios meses de encierro se han generado
distintas resistencias carentes de visibilidad, pero muy sólidas y arraigadas
en distintos estratos de población. Estas han adquirido una magnitud
equivalente a un continente sumergido. Las gentes desafían el orden
epidemiológico conservando sus prácticas sociales en los espacios públicos y se
repliegan ante la presencia policial, pero vuelven a salir a ocupar el
territorio cuando tienen la ocasión. Así ha cristalizado una situación
equivalente a la célebre ley seca o al consumo de drogas. Nadie es portavoz de
esas prácticas, pero son generalizadas, estables y superan los controles. Los
sacerdotes de la salud no comprenden bien estos fenómenos subrepticios, y le
asignan la etiqueta de negacionismo o incivismo.
Suspender la
vida durante más de un año tiene consecuencias muy importantes. Genera varios
malestares recombinados que crecen en la oscuridad. La izquierda es
completamente insensible a ellos, en tanto que no conversa con nadie, salvo con
los expertos de guardia. El resultado de esta situación es un envenenamiento de
los sentimientos de grandes contingentes de gentes con respecto al gobierno. La
proliferación de fiestas, que no cesan en los últimos meses, pese a la acción
policial, es solo la punta del iceberg de las resistencias. Los bares, los
restaurantes y las discotecas han devenido en lugares sagrados, en los que las
gentes se resarcen de las carencias legadas por los confinamientos, cierres
perimetrales y otras restricciones. Las playas denotan distintas formas de
resistencia pasiva a la autoridad epidemiológica.
Es sabido
desde siempre la inmensa capacidad de los subordinados y subalternos de desviar
el orden institucional establecido. No de suplantarlo e instaurar otro
alternativo, pero sí de vaciarlo y modificar sus sentidos. El malestar y el
disentimiento se han venido cociendo a fuego lento, como los guisos sublimes,
durante meses, siendo invisibles para ese poder autoritario de los expertos
salubristas, los guardias y los agentes de los medios. He recordado mi
adolescencia, en la que las relaciones sexuales eran perseguidas por la
autoridad y sus devotos creyentes, pero millones de personas practicaban en todas
las partes el arte del roce en secuencias cotidianas que alcanzaban la
condición de lo inverosímil. La habilidad para buscar lugares liberados de los ojos
de los guardianes de la castidad era prodigiosa.
La
insensibilidad de las autoridades con respecto a la vida se fusiona
explosivamente con la analgesia con respecto a las víctimas económicas de la
pandemia. La cruel indiferencia con respecto a las gentes arruinadas por el
cese obligado por su actividad económica ha alcanzado niveles de éxtasis. Desde
las instituciones gubernamentales se ha generado un quimérico escudo social que
excluye de facto a grandes sectores sociales. Desde sus atriles y púlpitos
televisivos pontifican sin mostrar ningún sentimiento con respecto a los
damnificados económicos, transformados en cifras y entendidos desde la razón
estadística. La verdad es que las élites gubernamentales se han mostrado
impúdicamente encantadas por el control absoluto sobre la sociedad. Entendían a
esta como un juego de rompecabezas en el que tienen la potestad de recolocar
las piezas.
La sinergia
entre las gentes insatisfechas por la restricción de la vida y las víctimas
económicas ha generado una situación explosiva. Este estado de malestar ha sido
manipulado con gran habilidad por la derecha en Madrid. Ayuso ha aprovechado
para erigirse en la heroína de los perjudicados por las medidas de control de
la pandemia. Así comparece como la “virgen de la hostelería”, como la santa de
la actividad económica y como defensora de un espacio público acogedor para las
relaciones sociales, mercantilizado por supuesto. Los bares adquieren la
condición de templos de la vida, liberados de la mirada inquisitiva
epidemiológica. La conexión entre Ayuso y la población penalizada se ha
reforzado extraordinariamente.
La gestión
epidemiológica de la pandemia ha generado una espiral de fatalidades y una
convergencia de los malestares. Entiendo perfectamente que en determinadas
situaciones es preciso tomar medidas severas que restrinjan la vida y la
actividad económica. Pero es imprescindible mostrar de modo convincente el apoyo
y la empatía con los perjudicados. En ausencia de estas, inmersos en el mundo
del gobierno, distanciados de los actores sociales, han propiciado una
situación que ha aprovechado Ayuso. Sobre la sensación de orfandad de
importantes sectores sociales, esta ha constituido un vínculo emocional que ha
crecido y ha capitalizado en las elecciones. En las largas colas para votar
estaba presente este sentimiento de adhesión al contrapunto del dispositivo
gubernamental.
La torpeza
de la izquierda y sus asesores de imagen y comunicación ha sido infinita. Se
han adherido a los epidemiólogos y otros profesionales de la vida mecanizada
que minimizan los bares y las socialidades de la cotidianeidad y los sagrados
fines de semana. La izquierda instalada en las esferas gubernamentales ha
disfrutado de la competencia que le otorgaba la pandemia para administrar y
cuadricular la vida. Se propone un rigorismo ascético que recorta drásticamente
las prácticas del vivir. Así, han desempeñado con convicción el papel de un
nuevo sacerdotado de la salud que propone un modelo de vida que prohíbe numerosas
prácticas. Así se ha generado un rencor generalizado, que ha sido perceptible
en pequeñas señales emitidas en distintos escenarios cotidianos.
Ciertamente,
las autonomías gobernadas por la derecha, encabezadas por Galicia, se han
comportado del mismo modo rigorista y categórico, cultivando el arte de
prohibir. De ahí la excepción madrileña. Tanto la extrema derecha como Ayuso,
se han hecho portavoces del disentimiento, aliviando a los vivientes asediados
mediante medidas que han permitido compensar el gran encierro. El tratamiento
político de esta excepción ha sido delirante. Han convertido a Ayuso en una
heroína, en una perseguida. La torpe confrontación con la excepción madrileña
ha tenido consecuencias electorales fatales.
Recuerdo a
mi antiguo compañero y amigo de La Escuela Andaluza de Salud Pública, Pepe
Martínez Olmos, ahora convertido en experto habitante del oráculo sagrado de la
Sexta, proponer la aplicación del mítico 155 para Madrid. Desde el monasterio
de clausura epidemiológico en que vive, la sociedad se contempla como una
población encerrada susceptible de experimento. La propuesta de castigo
refuerza extraordinariamente a la susodicha Ayuso, reforzando su conexión,
tanto con sus propias bases como con los portadores de los malestares derivados
del encierro. Así se ha fraguado la aplastante victoria conservadora. Me
permito recordar a los pobladores de los oráculos epidemiológicos, que la
sociedad no es un campo de concentración cerrado predispuesto a la manipulación
de los gobernantes.
La borrachera
de autoritarismo instalada en las autoridades, generales y sanitarias, han
fraguado este suicidio electoral. No han comprendido los efectos psicológicos
de las grandes crisis, ni los efectos no deseados del encierro de una
población. Así ha cristalizado el estado de ausencia de la izquierda. En el
caso del PSOE ha alcanzado niveles cosmológicos. El partido no es otra cosa que
un dispositivo demoscópico, sin arraigo físico alguno en el territorio vivo.
Esta organización es un casting permanente para ocupar puestos en las
instituciones públicas. Esta configuración impide cualquier intercambio con la
población diversa y plural, facilitando una mezcla de caudillismo y expertismo
que adquiere inevitablemente la condición de venenosa. Solo dialogan con Fernando
Simón, gobernador del monasterio salubrista, que se encuentra blindado
sólidamente a la sociedad.
El caso de
Podemos es paradigmático. Se trata de un partido posmoderno, que habita en los
medios de comunicación, adquiriendo la condición de virtual. De este modo
tampoco está presente sobre el suelo. Sus participantes son definidos mediante
el término de “los inscritos”, condición que otorga el derecho a participar en
las actividades virtuales. Así, solo se constituye sobre la tierra en ocasiones
excepcionales, con la finalidad de ser filmado por las cámaras y ser enviado al
sublime electrónico. Es inevitable que haya terminado siendo un partido de
cuadros de gobierno, en el que sus efectivos se encuentran concentrados en las
instituciones y sus entornos. Esta vida de ficción les imposibilita absorber
energía procedente de la interacción con las gentes comunes. De ahí resulta el
estado de ausencia compartido con sus socios de gobierno.
Más Madrid
constituye una excepción tenue al estado de ausencia. El ejercicio de la
oposición convencional en la Asamblea de Madrid le ha rehabilitado como una
organización que mantiene un sistema de vínculos débiles con el exterior. Su
ausencia de las instituciones de gobierno les ha otorgado una visión más
realista de la situación pandémica. La crisis psicológica por la fuga de
Carmena les ha conferido una mayor capacidad de orientarse en el laberinto
social. Pero el peso interno de profesionales, portadores de sus imaginarios
sesgados, constituye un riesgo para sus posicionamientos, en tanto que los
sesgos pueden adquirir una dimensión inquietante. Su piadosa propuesta de
constituir el estado psicológico para aliviar los problemas derivados del largo
estado de excepción, es sintomática.
No puedo
terminar sin comentar mi inquietud acerca de la percepción social distorsionada
con respecto a los servicios públicos. El desastre de los servicios sanitarios,
la penalización de la atención primaria y la priorización de la construcción de
una organización fantasmática sin plantilla, como es el Zendal, ha sido avalada
por los electores. Ciertamente, una parte muy considerable de las sociedades
del presente se encuentra constituida por los efectos de una secuencia de suicidios
colectivos. No obstante, por muy descentrados que se encuentren los electores
por las comunicaciones mediáticas –esta es precisamente su función- no deja de
sorprenderme el tamaño creciente de las cegueras. Se trata de los servicios
sanitarios, nada menos. De ahí que encabece este texto con las sabias palabras
del maestro García Calvo, que afirma que la realidad es al revés de lo que
parece ser. En estas elecciones se ha confirmado inquietantemente. Esta es la
historia de la terminante victoria electoral de la gran destructora de los
servicios públicos, y de los sanitarios en particular. Aparentemente es un
contrasentido, pero demuestra que la realidad es al revés en este tiempo.
Magnífico análisis.
ResponderEliminarGracias por el estímulo continuo que supone su trabajo.
Un cordial saludo.
"la cruel indiferencia con respecto a las gentes arruinadas por el cese obligatorio de la actividad económica" a la que se refiere Juan Irigoyen, la pude observar en un conocido mío que reside en Madrid, progresista de libro, cuando le comenté lo de las colas del hambre, ningún atisbo de conmiseración. Lo cual es, efectivamente "algo más que torpeza". Otra hecho de gran importancia por las graves consecuencias que puede acarrear, es "la borrachera de autoritarismo" de los gobernantes, tanto nacionales como regionales. Un buen artículo, sin duda. Un cordial saludo.
ResponderEliminarLa izquierda de las democracias liberales, si es que pretende ser izquierda, se pone ante una difícil y casi imposible prueba en caso de pandemia por agente mortal emergente. Carece de medios económicos para compensar las medidas epidemiologicas, carece de poder para recaudar, para equilibrar las desigualdades fiscales, carece de un discurso renovado que responda a la realidad socioeconómica actual, no es comprendida por las hetrrogeneas clases populares víctimas de la Covid, presas de la demagogia liberadora. A falta de verdadero alivio al daño y suficiente apoyo económico, las gentes se lanzan al "sálvese quién pueda" cínico liberal... Alguien sigue creyendo que en este contexto político es factible pagar la factura social de la crisis sanitaria? Que un gobierno de izquierdas es siquiera posible en el sistema liberal occidental? Recordemos lo que pasó en Grecia... En descarga de una izquierda, como siempre, desnortada
ResponderEliminar¿Carece de medios? La izquierda está ahora en el gobierno, se supone que para gobernar. Si no sabe o no puede hacerlo, ¿para qué sirve? ¿para un vacío y estéril discurso progre? Os extrañáis del apoyo popular a la demagogia neoliberal, cuando no es más que un acto reactivo producto del desencanto y la desesperación ante la inoperancia y la palabrería.
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