Esa sociedad se mantiene de pie
gracias al debilitamiento de sus miembros y al cinismo de sus dirigentes
Ivan Illich
Hace unos
días me encontré en la calle con una mesa de Más Madrid, instalada para
promocionar a su candidata y su programa para las elecciones del próximo 4 de
mayo. Me aproximé a una mujer que repartía folletos con el rostro de Mónica
García, adecuadamente preparado y facturado como imagen de impacto, tan creativamente
trabajada como la más sofisticada de los automóviles u otros productos del
mercado. Junto a esta, un parco texto de apoyo con el eslogan de la campaña. Mi
pretensión era mantener una conversación breve, en la que fuese posible realizar
un intercambio de impresiones y convicciones. La conversación es el acto más
importante para facilitar un posicionamiento sólido de una persona. Pero esta
experiencia refrendó mi idea de que este intercambio entre dos partes, que
puede llegar a alcanzar la condición de inteligente, está rigurosamente
excluido en las democracias de opinión pública formateadas por la institución
televisión.
Le saludé
cordialmente y ella me preguntó si conocía a Mónica García, una persona
transformada en un producto audiovisual en una campaña publicitaria. Le
respondí diciendo que era votante suyo en las últimas elecciones y que me
encontraba decepcionado por la fuga estrepitosa de los dos cabezas de lista,
Carmena y Errejón, hacia mejores posiciones en el ecosistema mediático-político.
Le comuniqué mi duda acerca de si tal candidata iba a abandonar la ciénaga de
la Asamblea de Madrid tras las elecciones. Ella se mostró sorprendida y también
lamentó ambas ausencias. A continuación, me ofreció un bolígrafo y algún otro
objeto de los que se exhibían en la mesa.
Le dije que
no quería ningún producto, sino aclarar mis dudas acerca de la fiabilidad de
los candidatos. Le hice saber mi perplejidad por el comportamiento de Carmena,
que asociaba abiertamente su destino al éxito. Ella se mostró azorada y me dijo
que ante el peligro de Ayuso era imprescindible votar a candidaturas de
progreso. Le confirmé mi temor a una victoria de Ayuso, pero esto no quiere
decir que renuncie a preguntar o a exponer mis objeciones. Su inquietud era cada vez mayor ante una
conversación imprevista e incontrolada por su parte. Se mostró huidiza. Ante la
evidencia de que no estaba interesada en conversar me despedí cordialmente y le
deseé suerte.
La
conversación entre personas de rangos similares o diferenciados, se muestra
imposible en una campaña electoral, en la que todos los partidos desarrollan
sus medios masivos de persuasión, que excluyen manifiestamente cualquier
conversación. En mis ensoñaciones comparecen escenas de los Reyes Magos, que
reciben a los niños uno a uno, preguntando a cada uno y dedicándole palabras
prometedores. En la Feria del Libro, los autores de éxito reciben a los
lectores uno a uno para firmar sus libros, produciéndose un breve intercambio
de palabras. No se puede afirmar, en ninguno de los dos casos, que eso sea una
conversación verdadera, pero sí da lugar a una situación relativamente abierta
en la que puede ser posible, y en la que
no se puede descartar un intercambio entre estos interlocutores efímeros.
Pero las
democracias de opinión pública contemporáneas excluyen la posibilidad del
encuentro uno a uno. Las metodologías en que se sustentan son las de los
productos de la estructura formidable del mercado, que en este tiempo, debido
al milagro tecnológico, detenta la capacidad de multiplicar y renovar
incesantemente múltiples productos y servicios. De ahí la necesidad, dados los
imperativos ineludibles del capitalismo, de vender permanentemente sin pausa,
todo el flujo de bienes. Este es el fundamento del prodigioso desarrollo del
marketing, la publicidad y otras disciplinas de la comunicación del mercado
total. Estos saberes y métodos, se extienden a todas las esferas. También a las
elecciones, en las que la preponderancia de los magos de la comunicación
política genera sofisticados líderes iconográficos amparados en un conjunto de
afirmaciones a las que llaman programa.
El objetivo
de las campañas es el de obtener el apoyo a uno de los candidatos, excluyendo
así a los demás. Este mercado detenta esta particularidad: el consumidor solo
puede comprar uno de los productos en liza. Para ello es menester movilizar los
apoyos de cada candidato y erosionar los de los adversarios, al tiempo que se
desarrollan las estrategias para captar la atención del contingente de los que
son denominados como “indecisos”. En este juego es tan importante congregar a
los propios “compradores”, como
descalificar a los productos rivales, para desconcertar a los incondicionales
de los mismos.
Esta
especificidad del mercado electoral configura las comunicaciones en el intenso
tiempo de campaña. El objetivo de eliminar a los competidores genera una
tensión ineludible en las comunicaciones. Se trata de conseguir cada voto en detrimento
de los rivales. Así se produce una impronta que se extiende a todas las
comunicaciones, que adoptan el modelo de la guerra. En este contexto, la
conversación dialógica, que tiene sus propias reglas de persuasión basadas en
la argumentación, queda radicalmente excluida. Se trata de llegar al gran
público mediante golpes de efecto contundentes, y sobre todo, de ganar
invirtiendo el menor tiempo posible.
El resultado
es que los candidatos solo comunican con su público mediante mítines y
reuniones preparadas, en los que la comunicación es integralmente
unidireccional. En estos actos, los candidatos se dan auténticos baños de masas
entre sus incondicionales, que requieren de ellos que arrasen a sus rivales. La
emoción preside estas concentraciones en la que cada aspirante conecta con su
público generando estados de euforia. En estos contextos es imposible
discernir, matizar o puntualizar nada. El arte se encuentra en administrar los
énfasis teatralmente y estimular y gestionar la emoción en común.
En la
campaña se activan los militantes, simpatizantes y adheridos, que colaboran en
distintas tareas de apoyo en los actos y en el plano mediático. Pero los
incondicionales raramente dialogan entre sí, ni lo hacen con las gentes de sus
entornos cotidianos. Estos se encuentran en un estado de exaltación partidista
que dificulta cualquier comunicación. Más que un activo son un pasivo, en tanto
que su marcada propensión a idolatrar a los candidatos constituye una barrera
formidable a la comunicación con los demás. La campaña deviene en el momento en
que se maximiza la autorreferencialidad. Cualquier cuestionamiento o
problematización es percibido como “un ataque”. La imposibilidad de conversar
con los múltiples otros se hace patente en un momento de guerra simbólica.
Los actos
partidarios declinan los últimos años a favor de la mediatización de la
campaña. En las programaciones de los medios los tertulianos representan un
papel muy importante como actores de la comunicación política. Son la extensión
de los candidatos y argumentarios en esa fábrica de la charla. La casi
totalidad de estos se encuentra identificado con una opción o bloque político,
mostrando inequívocamente su percepción sesgada y su adhesión a un libreto
invisible, pero omnipresente, que es elaborado desde las instancias de
comunicación de cada partido. Los tertulianos no conversan, sino que practican
el juego de la obstrucción del oponente. Pero constituyen, dada su presencia
permanente, la secuencia argumental que los políticos intensifican en las campañas
electorales.
Junto a los
candidatos tratados por las factorías comunicativas comparecen los programas.
Estos resultan de la síntesis de las aportaciones de distintos expertos que
escoltan a los candidatos. Exponen múltiples propuestas y medidas organizadas y
jerarquizadas en áreas temáticas. Pero estos apenas cuentan, en tanto que solo
sirven para debates sectoriales entre los expertos de los candidatos. Pero la
operación esencial resulta la de ser troceados, para convertir a sus fragmentos
en municiones para la confrontación comunicativa, que se denomina debate, y que
es precisamente lo contrario a una conversación. En los días de campaña se
puede advertir el tráfico de fragmentos voladores cruzados, emitidos desde las
sedes partidarias.
Pero los programas
ocultan la gran verdad de la época. Esta es que tienen límites establecidos por
el conglomerado de poder global. Cualquier pretensión de cumplirlos desvela la
presencia del partido transversal, que se sobrepone a todos los partidos, cuyos
agentes tecnocráticos y mediáticos comparecen para frenar cualquier actuación
gubernamental que desafíe los estrictos límites del programa común obligado. En esta legislatura, el partido
transversal ha comparecido con todo su esplendor para impedir las medidas que amenacen
su integridad. Así las reformas del mercado de trabajo o las privatizaciones
educativas o sanitarias, parecen inamovibles.
La verdad de
la época se acompaña de un secreto esencial. Este consiste en el efecto que
tiene el incumplimiento de los programas de gobierno de la izquierda, que se
constituye como un formidable factor de escepticismo de las clases con menores
recursos. Aquí radica la clave de todas las elecciones. Todos los discursos
electorales que pretenden modificar áreas que se encuentran más allá de los
límites establecidos, son abatidos por el partido transversal mediante su
sofisticada combinación de estrategias. La pasión y muerte de Carmena es un
ejemplo paradigmático. Las reformas esenciales de su programa inicial son
postergadas, para después ser abatidas. Así se disipa el entusiasmo y se
minimiza el apoyo procedente de sus bases sociales relegadas.
En todo este
conglomerado de actividades que conforman una campaña parece imposible la
conversación. La gente común es segregada de las comunicaciones
unidireccionales del complejo de partidos y actores políticos. Cada persona es
convertida en un blanco de comunicaciones que buscan movilizar sus emociones y
obtener su adhesión. En el argot político-mediático se denomina como “la
calle”. En ocasiones, las cámaras bajan a este territorio para mostrar, en este
caso sí, uno a uno, lo que sienten y dicen los segregados votantes. En estas
emisiones comparece un muestrario de personas excéntricas, dotadas de gracejo,
portadores de verdades de quita y pon, que exponen impúdicamente su
incompetencia, en tanto que sujetos capturados por el sistema caótico de
comunicaciones electorales, que lo convierten en receptor pasivo de
comunicaciones cruzadas múltiples.
Por esta
razón he seleccionado las palabras de Illich que encabezan este texto. Una
cuestión primordial es la de debilitar a las personas para congregarlas en
paquetes de votantes. Todas las actividades político-comerciales tienen esa
finalidad de clasificar y modelar a todos como receptores pasivos. Instaurada
la Torre de Babel del exceso de comunicación mediática, cada destinatario
experimenta su finitud y tiende a
perderse. La conversación es el único método posible de reconstituir a cada uno
como interlocutor. Sus beneficios se hacen patentes. Pero en este sistema de
comunicaciones no tiene lugar y es manifiestamente disfuncional. Las campañas
electorales son poco democráticas. En el tiempo del mercado total solo son una
forma singular del mismo. La compra deviene en el modelo, y los votantes terminan
siendo compradores efectivos. Y como es bien sabido, la compra tiene sus
misterios profundos.
Desde esta
perspectiva puede entenderse mi encuentro con la señora de la mesa. Mi
posicionamiento me otorga la condición estigmática de inclasificable. Me
encuentro fuera de juego, en tanto que no me identifico totalmente con una
opción. Así se construye el estatuto de sospechoso, que en este juego es
fatalmente entendido como posible agente del enemigo. Los no adictos
incondicionales son expulsados del juego. Lo peor es que eso solo se resuelve
conversando. Esta es la razón por la que me preparo para vivir en un exilio
desértico durante la campaña, protegiéndome activamente de las tormentas de
cuantiosos granizos procedentes del desguace de los programas.
Bueno de las campañas es imprescindible huir para evitar la desesperanza y luego siempre a la hora de votar hay que hacerlo al que nos parece menos malo aunque sea también infame, esa es la democracia que nos hemos dado entre todos pero en la que mandan los mismos que entre todos nos dieron la dictadura, en fin que nos damos y nos dan por......(ironía on) Un abrazo Juan.
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