Estaba por cumplir cuarenta y cuatro
años, que eran casi la vejez.
Jorge Luis
Borges
La situación
en Madrid remite a una confrontación entre una derecha que ha reciclado su
viejo autoritarismo, reconvirtiéndolo en una versión del proverbial gilismo marbellí, que se recombina con el
trumpismo emergente, y una izquierda radicalmente petrificada, que en distintas
versiones muestra su inadecuación a las nuevas realidades. El postfranquismo ha
ido carcomiendo intelectualmente a la izquierda, que en el cuarenta y tres
cumpleaños de la Constitución muestra impúdicamente el vacío de su pensamiento y
su desvarío. La izquierda se ha extraviado en el camino entre el pasado y el
presente.
La ausencia
de pensamiento acerca del acontecer histórico es rellenada por los esquemas y
categorías legados por lo que se denomina como “ciencia política”, en su versión
empírica en la era del mercado total. Este saber segregado separa los fenómenos
políticos de la estructura social, generando un conglomerado de conceptos
acerca de comportamientos electorales, formación de gobiernos y programas
políticos. Estas conceptualizaciones se fundamentan en el principio axial de
que la sociedad es el electorado, solo el censo electoral, un conjunto definido
por votantes compradores de productos políticos que deciden sus elecciones
mediante su condición de espectadores del acontecer político mediatizado. La
comunicación política adquiere todo su esplendor en esta galaxia de imaginerías
políticas.
La
influencia del mercado total es abrumadora. La izquierda renuncia a la filosofía,
la historia o las ciencias sociales en favor de los saberes del mercado. La
apoteosis del marketing, la publicidad y la comunicación desplazan a los viejos
saberes. Todo cristaliza en la conversión de la política en un mercado
electoral, en el que se dirime una puja entre distintos productos. En ausencia
de los movimientos sociales, extremadamente débiles y localizados, en esta
burbuja todo adquiere la condición de lo líquido. Nada es sólido y todo se
encuentra sometido a un movimiento perpetuo que, al igual que los productos,
hace imprescindible la renovación permanente para satisfacer a los ínclitos espectadores, necesitados de
una narrativa restaurada con nuevos capítulos que concite su atención a las
pantallas.
En este
espectro luminoso de la opinión pública, resultante de las comunicaciones perennes
mediáticas, y que convierte a cada uno en un espectador comprador (votante), se
recicla el veterano fascismo español. Este renueva sus fachadas y sus imágenes.
Ahora reclama la libertad, entendida como quimérica desvinculación social. El
privativo nacional catolicismo deviene en un exótico liberalismo local. Este es
una síntesis de las renacidas ultraderechas europeas, con la restauración del
núcleo básico del viejo movimiento nacional, al que cabe añadir la médula del
pujante neoliberalismo. El resultado es un conjunto explosivo, que se encarna
en Vox, pero que se extiende mucho más allá de sus fronteras.
Uno de los
elementos que más favorecen la confusión conceptual se deriva de la politología
empírica. Esta constituye con los programas de los partidos un eje imaginario
derecha-izquierda, que desempeña un papel fundamental en el conjunto del
sistema conceptual. Así se genera un imaginario topográfico, que necesariamente
sustenta los dos extremos de la escala. De ahí resultan dos fantasmas que
concitan todos los males, las extremas derecha e izquierda, que con su
existencia liberan a los ubicados en el centro de la escala de toda sospecha.
Así, el retorno de un autoritarismo creciente y el renacimiento de distintos elementos
del viejo franquismo son atribuidos en régimen de monopolio a los malvados
extremos, que contaminan a aquellos asentados en las topografías imaginarias
del centro.
El descarte
de la perspectiva histórica hace opacos e incomprensibles los procesos de
evolución que han tenido lugar en el postfranquismo. Los saberes de la época
son radicalmente ahistóricos, confiriendo a los análisis una trivialidad considerable.
La complejidad política y social se disuelve en el contenedor de la hemeroteca,
que es un conjunto infinito de datos e imágenes sin elaboración, prestos para
servir a cualquier argumento. Pero esta es la única referencia válida en una
sociedad postmediática. El pensamiento, las ciencias sociales y la historia son
silenciadas por la velocidad de la función que se representa, que encadena
temporadas y capítulos sin descanso.
En un
entorno de estas características crecen discursos, prácticas políticas,
ideologías y partidos que mantienen vínculos con el fascismo convencional. Pero
no se trata de la restauración de éste, en tanto que fenómeno histórico
singular. Más bien significa la emergencia de un nuevo autoritarismo propiciado
por la descomposición de las democracias asociadas al fordismo y al
keynesianismo. Sobre este vacío prosperan las iniciativas de distintos actores
a favor de un nuevo fascismo compatible con el neoliberalismo. En España supone
la definitiva salida a la superficie de los sectores sociales identificados con
el franquismo, que han guardado silencio los largos años del régimen del 78.
Ahora se destapan y muestran sin pudor sus posicionamientos. Vox es un
territorio de acogida de estos contingentes, pero también el partido popular y
el ya extinto Ciudadanos. La propuesta de una democracia compatible con el
autoritarismo convoca a muy distintas gentes.
Pero la
emergencia de las renovadas formas de fascismo adquiere una complejidad
considerable, en tanto que el verdadero problema radica en la despolitización
de las sociedades del presente, y en particular de las nuevas generaciones.
Así, el fascismo comparece como una de las partes constitutivas de la contienda
política, que se asienta en la burbuja mediática externa a la vida. En estas
condiciones es extremadamente difícil replicarlo y combatirlo. Se trata de un
fascismo- ficción, lejano a lo vivido, que se encuentra muy distanciado de la
vida común.
El nuevo
fascismo se encuentra perfectamente aceptado e integrado en el sistema
mediático y las instituciones. En tanto que parece aceptar el texto de la
sagrada constitución, es bienvenido al extraño mundo de la política y sus relatos,
en los que representa el papel de la extrema derecha, que se especifica en una
aportación simbólica que proporciona una riqueza de memes y microhistorias
considerable. El territorio sobre el que se expande se encuentra determinado
por la endeblez de las instituciones, la debilidad del tejido social y la
inanición de los valores comunes. La
vigorosa individuación, que resulta del avance del neoliberalismo,
refuerza la descomposición del tejido social.
En este
contexto se hace factible la aparición de liderazgos tóxicos, basados en
narrativas quiméricas. El discurso de Ayuso remite a la experiencia de Jesús
Gil, portador de una retórica basada en la milagrería. Es estremecedor escuchar
las simplezas de la señora Ayuso, que obtienen un respaldo muy importante en
sectores ciudadanos. Es imposible eludir la ausencia de valores democráticos en
el juego electoral. En esta burbuja, la apelación a valores conduce a una
irrealidad escalofriante. El medio ha terminado efectivamente por sustituir el
mensaje. La señora Ayuso no ha necesitado una campaña de argumentación de sus
posiciones. Solo necesita proyectar su imagen y reproducir el modelo televisivo
de defender sus pasiones al estilo de la Esteban.
En esta
situación la izquierda se encuentra radicalmente desconcertada. Su reconversión
a la moneda común de la mediatización se compatibiliza con la proliferación de
discursos programáticos que apelan a valores abstractos para grandes
contingentes de electores. En este sentido representa un papel que puede explicarse
mediante la venerable institución del museo de cera. Sus figuras, sus retóricas
y sus programas se encuentran congelados y pasan a formar parte del orden
glacial del museo de los no vivientes. Prefiero no desarrollar este argumento
unos pocos días antes de la votación. Lo haré con posterioridad. Parece
imposible compatibilizar las esencias de la izquierda con los imperativos de la
burbuja político-mediática. Esto sí que es un verdadero milagro. Cuarenta y
tres años de postfranquismo la han deteriorado gravemente. Se parece demasiado
a la señora mayor de Borges del informe de Brodie.
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