domingo, 21 de marzo de 2021

EL GORE TEX MÉDICO-EPIDEMIOLÓGICO

 


He sido frecuentador de consultas médicas debido a mi diabetes. He contado en este blog mi vivencia de estas relaciones en un capítulo específico “Derivas diabéticas”. He vivido la consulta como un espacio singular, que se encuentra blindado al exterior y en donde los sentidos de las prácticas que allí tienen lugar se corresponden con las representaciones profesionales, otorgando al paciente un papel relegado. Dice una persona tan inteligente como Juanjo Millás, que al médico hay que acudir para hablar. Conversar sobre la vida diaria del paciente, que siempre es singular y se produce mediante múltiples situaciones y comportamientos.  Sin embargo, en la operatoria clínica se reduce brutalmente la vida a varios estereotipos gruesos. Esta es subordinada imperativamente a las dimensiones que definen la práctica médica, focalizada al tratamiento del catálogo sagrado de las enfermedades. Una vez ubicado en una categoría diagnóstica, la relación es mecanizada.

Este sólido blindaje a la vida puede definirse recurriendo a un producto estrella del formidable yacimiento tecnológico del tiempo presente. Este es el Gore Tex, una membrana que, ubicada en la ropa o los zapatos, permite resguardarse frente a las contingencias climáticas. Este producto permite impermeabilizarse, además de ser transpirable y tener poco peso. Así contribuye a la protección en las actividades de montaña y al aire libre en condiciones climáticas adversas. Esta membrana es urdida con un material aislante formidable. Del mismo modo, en las Facultades de Medicina tiene lugar un proceso análogo, que cristaliza en una membrana infranqueable que protege al profesional frente a la complejidad, variabilidad y multiplicidad de la vida. Muy pocos consiguen reducir los efectos del Gore Tex profesional, instalado en las mentes de los novicios durante la socialización profesional.

La pandemia ha multiplicado la demanda al sistema sanitario convirtiendo a los profesionales en agentes de tráfico de pacientes. La prioridad es detectar y tratar a los pacientes Covid. La avalancha de pacientes encierra fatídicamente a los profesionales, fortaleciendo su membrana aislante. Esta se especifica en la reconversión del profesional en un epidemiólogo amateur, que trata a los pacientes como si fueran partes de colectivos definidos por su valor estadístico. Como diabético veterano, he experimentado muchas veces esta desviación fatal. En el encuentro, él entiende que está tratando con una aplicación de la diabetes, cuya significación es el control de la enfermedad. En este contexto, Juan, como persona singular, es reconvertido en un numerador, en una cifra, en una parte de un problema mayor.

En los primeros años salía de las consultas con la sensación de que formaba parte de un mundo lejano e inabarcable, de una realidad que me desbordaba y me convertía en infinitamente pequeño, y, sobre todo, insignificante, en tanto que la cuestión radicaba en el tratamiento de Doña Diabetes Mellitus, lo cual me reducía a una realidad infinitesimal. En estos días, los lenguajes no dejan lugar a dudas. Los epidemiólogos hablan de número de casos. Cada infectado entra en un mundo enorme que trasciende su propia vida, el de la incidencia acumulada. Después puede llegar a formar parte de los asintomáticos, los hospitalizados, los ingresados en la UCI, los fallecidos o los felizmente dados de alta. En ese tránsito la individualidad se difumina inexorablemente. De ahí la denominación de “casos”.

La versión epidemiológica del Gore Tex es mucho más consistente. En tanto que considerados como casos, el valor asignado a cada uno depende de la relación entre las magnitudes del problema: entre los infectados, hospitalizados, curados y fallecidos. En este proceso se produce el milagro de la insignificancia de cada persona. Su proceso singular se difumina y es ubicado en el exterior de los discursos públicos. La epidemiología, se atrinchera tras sus fortificaciones interiores protegidas por la membrana, por el impermeable científico. El resultado de esta inversión es la devaluación radical del paciente, un ser social que ahora es entendido como un cuerpo manipulable y salvable por el aparato asistencial.

En esta secuencia, el paciente adquiere el perfil de sospechoso de incumplir las prescripciones profesionales, y, por consiguiente, devenir en un agente infeccioso, en un peligro público. Así se reconstituye el ancestral autoritarismo profesional, erosionado principalmente por las lógicas imperantes en las sociedades de consumo de masas. El principio de la autonomía del paciente queda en suspensión y el consentimiento informado deviene en una quimera. La Covid instaura un principio de regresión en la asistencia sanitaria y en la relación médico-paciente. En estos meses, algunos logros históricos se han disipado y puede anunciarse su funeral grande.

Porque en esta situación parece pertinente interrogarse acerca de la mitológica humanización de la asistencia. En el estado de excepción sanitario, el paciente retorna al estatuto de la pasividad y la demanda se entiende en términos rigurosamente profesionales. La autonomía del paciente queda suspendida sine die. Este es entendido en función de las utilidades del sistema. Las guerras producen consecuencias que tienen una reversibilidad menguada. La guerra Covid está erosionando los sistemas sanitarios, que desbordados por el alud de infectados, se cierran sobre sí mismos. Algunos indicadores parecen perturbadores. En particular, la limitación del acceso mediante la decisión profesional. En los últimos meses he presenciado dos consultas telefónicas solicitando una cita para un problema relevante para el paciente, y la conversación se ha planteado en términos que desbordaban sus capacidades. Todo terminó en una solución aparentemente consensuada, pero no aceptada por el paciente una vez su lejano interlocutor se ausentó.

El sistema desbordado por el volumen fluctuante de la demanda, toma decisiones que es imposible consensuar, pero que afectan a importantes segmentos de población, que es privada de una parte esencial de sus derechos. Así se instala un estilo autoritario en las decisiones macro, que eliminan las dudas y también a los interlocutores. Por poner un ejemplo elocuente, las autoridades epidemiológicas no son sensibles a la aceptación de los costes del tiempo transcurrido, entendiendo los episodios de desobediencia como parte del concepto “fatiga pandémica”. Pero, en tanto que los epidemiólogos viven su edad de oro, decidiendo sobre las vidas de los infectados y candidatos a serlo, las gentes viven un drama con su vida suspendida y su futuro cuestionado.

Esta lógica de preponderancia sin contrapartidas de los decisores que prevalece en lo macro, desciende a todo el sistema, instalándose en lo micro y afectando a los encuentros cara a cara y uno a uno en las consultas. El paciente es desvalorizado y su cuerpo transformado en un objeto testeado por las pruebas y protegido mediante las medicaciones y vacunas. En este contexto decae la conversación y la relación se industrializa. El peligro de convertirse en un objeto es patente. Pero, el aspecto más negativo, radica en que la membrana Gore Tex, instalada en los primeros tiempos y puesta a prueba y reforzada con el paso de los años, se fortifica alcanzando niveles preocupantes.

El resultado es la generalización de condenas morales a los pacientes, así como una desconsideración de sus condiciones. Cuando a algún amigo médico le cuento que la Covid y sus respuestas me han arruinado ya dos primaveras, y que eso a mi edad es muy grave, sonríe y me dice que son cosas mías. Si sigo con la jodida glicosilada por debajo del 7.5 va todo bien, lo otro es superfluo. Cuando me despido me alejo mascullando ¡joder el Gore Tex de estos tipos¡

 

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