Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

sábado, 20 de febrero de 2021

UNA INTERPRETACIÓN DEL NEGACIONISMO

 

¡Cuidado con los términos, son los déspotas más duros que la humanidad padece¡

José Ortega y Gasset

La Covid ha propiciado una mutación en la forma de gobierno. De esta nace un nuevo gobierno epidemiológico que amplia considerablemente el campo de su intervención, refuerza la coerción y recorta las libertades. Las operaciones de los dispositivos gubernamentales para controlar la pandemia, implican un dirigismo extremo, que supone una ruptura con el modo de gobernar propio del tiempo anterior a la pandemia. La población es regida imperativamente, se suspenden o debilitan los principales canales de interlocución, se instituye un sistema de decisiones aplicadas en un plazo inmediato y el cumplimiento de las reglamentaciones se respalda en las fuerzas de seguridad.  Los medios de comunicación adquieren una centralidad manifiesta como altavoces del gobierno epidemiológico.

Este nuevo gobierno Covid funda sus decisiones y acciones en un conjunto de preceptos y significaciones que han sido inventadas en los albores de la pandemia. Estas se amalgaman en nuevo esquema referencial, en el que junto con nociones tomadas de los expertos en salud pública, se encuentran ideas formuladas por distintos especialistas en el análisis de distintas crisis políticas y económicas. Esta ideología del gobierno epidemiológico es imprescindible para conducir férreamente a la población, que tiene que ser persuadida por la nueva cultura gubernamental, que para ser eficaz tiene que habitar en las personas gobernadas. Así, las reglamentaciones,  y decisiones deben ser aceptadas e internalizadas por los destinatarios para sustentar su eficacia.

La legitimación adquiere un papel decisivo en el proceso de la pandemia. Es menester que la población obedezca las prescripciones fundamentales. Los medios de comunicación adquieren un papel esencial, en tanto que constituyen un verdadero monopolio de la palabra, que comparten los expertos, los políticos y los operadores mediáticos. La audiencia es arrollada por un flujo mediático intenso en el que reina la unanimidad. Las voces discordantes son silenciadas a favor del coro experto que habla en nombre de la verdad y se presenta como una instancia salvadora. La producción industrial del miedo se acompaña de la divinización de los expertos, que adquieren su legitimidad en nombre de una ciencia, que es presentada, paradójicamente,  en formatos inversos a lo que es estrictamente científico.

Así, las decisiones zigzagueantes y contradictorias son presentadas como revelación de la ciencia, interpelando a los receptores para que acepten sin más los dictados de la misma, que es exhibida en términos de revelación cuasi divina. Se solicita al pueblo espectador una fe sin contrapartidas, al tiempo que una adhesión incondicional. El modelo en que se inspira esta clase de gobierno es el de la guerra, que exige una unidad y disciplina absoluta. En este contexto, la descalificación pública de aquellos que muestren dudas, formulen objeciones, problematicen las estrategias seguidas o propongan alternativas, es absoluta. Se resucita la etiqueta de traidor. La consecuencia es el silenciamiento drástico de las voces no encuadradas y la demonización de aquellos que manifiesten sus diferencias. En este contexto comparece un término que representa un estigma en estado puro, como es el de “negacionista”.

La pandemia ha reconfigurado los dispositivos de gobierno conservando una propiedad esencial. Esta es la de la conservación de un espacio –las instituciones- desde el que se administra a una población que reside en el exterior de las mismas. Revisitar a Michael de Certeau parece inevitable. Este definiría la situación vigente como el encuentro entre los dotados de la capacidad de hacer estrategias, con los que agotan su aptitud en inventar tácticas. El año de la pandemia ilustra acerca de la dificultad creciente de los primeros para gobernar más allá de sus murallas institucionales al pueblo, que resulta vulnerable y proclive a la infidelidad a las instituciones. La confrontación silenciosa adquiere toda una gama de ricos matices, que cuestionan la obediencia, erosionada por múltiples tácticas sin discurso.

También es imprescindible recuperar a Paulo Freire, cuya visión de las relaciones entre las instituciones gobernantes y el pueblo gobernado es particularmente problematizadora. Afirma que trabajar para el otro exterior es, más bien, trabajar sobre el otro. El gobierno totaliza, ordena, racionaliza, modifica, consensúa e interviene. Esta conceptualización remite al concepto de colonización. La nueva forma de gobierno denota una colonización epidemiológica, en la que los colonizadores trabajan a favor de administrar las voluntades de los colonizados, así como para asentarse en sus espacios localizando en ellos sus racionalizaciones y representaciones. Así, el complejo gobernante experto impone sus códigos, así como los sentidos derivados de los mismos.

Una forma de gobierno en el estado de excepción epidemiológico requiere la obediencia voluntaria de sus inquietos súbditos. Para lograrlo es menester que acepten e internalicen los sentidos del sistema, que se pueden sintetizar en el racionamiento de la vida, o su suspensión eventual en algunos casos, según los requerimientos de la evolución pandémica. Las representaciones del nuevo poder tienen que poblar los contextos y las mentes de la población. Los dispositivos gubernamentales deben instalarse como hábitus –sistemas de disposiciones- en los mismos gobernados. De este modo las leyes, disposiciones y regulaciones pueden funcionar eficazmente. Es preciso conformar a las personas obedientes a las decisiones del gobierno de la pandemia.

En esta tarea comparecen dos grandes tipos-ideales de oposiciones. La primera es el de los disidentes, es decir, de aquellas personas que tienen diferencias racionalizadas con el dispositivo gubernamental. En una situación de tensión pandémica, estas son constituidas como disidentes, en tanto que son silenciadas en función del riesgo percibido en el pluralismo y la diversidad de enfoques. El silenciamiento, la denegación de existencia, la postergación, la condena moral, el apartamiento y la etiquetación equivalente a la traición, constituyen la forma de tratamiento de los discrepantes. En este año se han intensificado las prácticas de expulsión al exterior de aquellos no adictos a las racionalizaciones del nuevo poder.

Pero los disidentes denegados y degradados ceremonialmente, arrojados al exterior de los medios, representan una crítica racionalizada, es decir, que elaboran y exponen sus racionalizaciones alternativas en distintos espacios de comunicación. Estos son rechazados en tanto que se supone que pueden contaminar a los súbditos que habitan los espacios exteriores a las instituciones. El pueblo debe ser informado por un solo canal e interlocutor, en el que los políticos y los expertos investidos por el manto de la ciencia detentan un protagonismo absoluto. Sus decisiones y conminaciones adquieren la condición de indiscutibles y no pueden ser deliberadas. Así se constituye el vínculo con las teocracias. El flujo mediático deviene en sermón moralista acompañado de la amenaza para aquellos que no lo acepten con la convicción debida.

Sin embargo, tras los primeros meses de encierro riguroso, bajo la apariencia del exterior social como un espacio liso, susceptible de ser observado por el panóptico epidemiológico, comparecen gradualmente distintas gentes que no cumplen con las prescripciones emanadas de las autoridades y proclamadas por las televisiones. Estas se presentan en términos de incumplimientos mediante la recuperación de prácticas de vivir, que en muchas ocasiones se asocian a riesgos manifiestos de infecciones. Los incumplidores proceden de distintas esferas sociales y manifiestan un repertorio de actividades que desafía el precepto central de limitar la movilidad, las relaciones y la vida.

Estas gentes, son etiquetadas como negacionistas por los altavoces mediáticos, gubernamentales y expertos. Pero la acción de estas personas las diferencia radicalmente de los disidentes. Ellos carecen de un discurso racionalizado alternativo, así como de la voluntad de conversar con el hermético poder que dictamina acerca de la restricción severa de la vida. Su táctica remite a De Certeau, en tanto que su objetivo es hacer. Son hacedores de trozos de vida prohibidos por las autoridades. Salen de las sombras y se localizan provisionalmente en un espacio que abandonan tras la fiesta o la transgresión. Sus desavenencias son mudas, carecen de portavoz y discurso alguno.

Sus prácticas y localizaciones son múltiples y cambiantes. Pueden percibirse en cualquier espacio regulado, en el que fuerzan los límites establecidos por la autoridad. Son los herederos de la cultura de las esquinas. Se instalan sobre las intersecciones para sumergirse en las sombras cuando son interceptados. Se trata de una protesta móvil, que muta incesantemente abriendo rutas y consagrando espacios, siempre provisionales, para ubicar sus microsistemas sociales móviles. En ellos se multiplican las formas de relación, así como los personajes que los componen. Los tipos dominantes pueden ser los jóvenes sin fin, en espera de un destino social estable. Junto a ellos los jóvenes que huyen de la masa postfordista desdichada, sometida a la no-vida que el sistema económico les impone. Además, frikis y distintos tipos de lo estrafalario. Lo completan distintos contingentes de personas inconformistas.

Los denominados negacionistas no pretenden que los demás aprueben sus ideas o representaciones. Su pretensión es la de negar el poder que prohíbe la vida y el espíritu que detentan es el de una desobediencia sin discurso. Se trata de una réplica silenciosa que desafía el gobierno epidemiológico mediante la liberación de espacios. Su nomadismo le protege precisamente de ser aplastado por el poder. En este sentido, es inevitable establecer un vínculo sólido con las distintas manifestaciones de lo que se ha entendido como bárbaros. Los pueblos nómadas ajenos a la cultura de los imperios que terminan por asaltarlos, penetrarlos, desorganizarlos y conquistarlos.

Los nuevos bárbaros de la era del imperio epidemiológico muestran su capacidad para desactivar los sentidos únicos del poder. Estos son reemplazados por sus representaciones arraigadas en la cotidianeidad. Esta es el referente de los mismos. Se trata de recuperar la vida tras el paréntesis del encierro y la intervención del poder medicalizado. Ahora voy a decir una verdad muy dura para los supuestamente pragmáticos participantes del poder epidemiológico. La fiesta, constituye el único acto social autónomo para los jóvenes almacenados en la eterna secuencia de la educación sin fin, así como los fugados de los sórdidos mundos cotidianos de la post-clase trabajadora después de las distintas reestructuraciones. Es el acontecimiento que celebra la existencia del grupo. Como todo evento social fuerte define estrictamente la pertenencia. Las fronteras son férreas. Se está o no se está en la fiesta.

Así, los bárbaros acreditan su capacidad de producir sentidos inequívocos y convocantes, aunque sus racionalizaciones sean muy débiles. Sus prácticas desafían a los sentidos del sistema, y su fuerza se funda en que su situación sistémica no puede ser degradada, en tanto que ya están en los márgenes. Son los protagonistas de una normalidad dislocada. Se localizan sobre el espacio rugoso y poroso exterior al poder. Conforman lo que los dispositivos del poder denominan como nueva chusma epidemiológica. Son descalificados por los portavoces mediáticos y se movilizan los dispositivos punitivos del sistema. Ellos constituyen el argumento sobre el que se justifican las medidas epidemiológicas drásticas. Son los artistas que abren grietas en lo social exterior al gobierno, y confirman que cada imperio constituye a sus bárbaros.

 

1 comentario:

antonio dijo...

"Su pretensión es la de negar el poder que prohíbe la vida y el espíritu que detentan es el de una desobediencia sin discurso"

los nuevos barbaros, los nuevos gitanos, los nuevos quinquis, los nuevos indios, los nuevos moros, los nuevos punkis... cuando parecia que estaban por desaparecer vuelven con fuerza