Todo anuncio del porvenir es una
infracción a la regla, y tiene el peligro de que puede variar el
acontecimiento, en cuyo caso la ciencia se viene al suelo como un verdadero
juego de niños
Stendhal
Se cumple el
primer año de la pandemia. Es un período de tiempo extremadamente largo, en el
que se han producido distintos cambios de gran envergadura. Pero la
inteligencia rectora de las sociedades del presente se puede identificar como
lo que en este blog he denominado “tráfico de decimales”. Se chequea la
realidad para obtener datos que se comparan con los inmediatamente anteriores,
sirviendo, además, de base para valorar los de la siguiente medición. Así se
genera una perspectiva que constituye una visión deformada de los procesos
sociales de mayor alcance. En este sentido, esta es una época ahistórica, que
parece insertarse en la cosmovisión de Fukuyama del “fin de la historia”.
Otro factor
que contribuye a la visión desfigurada de la realidad radica en la estricta
división del conocimiento. En tanto que la pandemia afecta a la salud, se
otorga licencia exclusiva para interpretar y decidir a los correspondientes
expertos de salud. El resultado es la cristalización de una visión pobre,
parcial y mutilada, que excluye varias dimensiones esenciales de los cambios
operados. El término “sociedad del conocimiento”, termina siendo paradójico, en
tanto que sumatorio de múltiples conocimientos parciales y desintegrados. Las
interpretaciones de la guardia de corps experta, así como de las legiones
periodísticas que la acompañan, no pueden ser más ligeras y simplificadoras de
las realidades. Una considerable parte de los cambios permanece en estado de
penumbra. De este modo, comparecen en la superficie mediante sucesos críticos,
que constituyen la base de un nuevo pánico moral que conmueve al único sujeto
colectivo efectivo: las audiencias.
La pandemia
suscita dos cuestiones esenciales: la gestión de la situación de salud y el
modo de gobierno de las sociedades. La conmoción inicial ha determinado una
suspensión temporal de las instituciones y de la vida. La creencia de que el
gran confinamiento iba a resolver irreversiblemente la misma, se fundaba en dos
supuestos: la percepción de que iba a durar un tiempo corto, y, que tras él, la
antigua normalidad iba a ser restablecida. Pero, el paso de los meses, ha cancelado ambos
supuestos. Ni va a ser corto, ni los cambios están marcados por su
reversibilidad. Así, las medidas
restrictivas duras de los gobiernos adquieren una dimensión añadida que se
encuentra fuera del campo cognitivo de los expertos en salud.
El primer
año es una buena oportunidad para revisar los supuestos en los que se fundan
las decisiones. Confieso que mis posicionamientos remiten a un estado personal
que se asemeja a un síndrome de Stendhal invertido. Esta es la razón por la que
lo he traído a la cabecera de esta entrada. Digo invertido, porque a mí, en
este largo episodio, no me conmueve la belleza, tal y como se define a este
síndrome, sino los déficits de inteligencia acumulados y recombinados que
inspiran las decisiones de las maquinarias expertas y de gobierno. Estas
entienden la pandemia en términos de un acontecimiento sanitario en exclusiva, y
que tiene efectos en otros campos. En coherencia con esta definición, es
tratado como un problema de salud, confiriendo las decisiones a los expertos de
turno. Los efectos de la Covid en otras esferas son gestionados desde la
intuición y desde la improvisación del día a día.
Pero, tan
importante como el desarrollo de la pandemia es la emergencia de un nuevo modo
de gobierno, que ubica en el centro de su campo decisional a la situación de
salud. Cuando hablo de gobierno lo hago en sentido amplio, incluyendo a todos
los gobiernos de los distintos niveles. Este modo de gobierno puede ser
definido acudiendo al arsenal conceptual de Foucault, como una nueva
somatocracia. Un gobierno en el que la situación de salud se constituye en la
de la referencia central. El vínculo de estas nuevas instancias gubernamentales
con las viejas teocracias es inapelable. El rasgo principal radica en el papel
de determinante de los cuerpos especializados que fabrican las narrativas y
otorgan sentido a la acción del estado. Estos
detentan el poder simbólico y se instalan en los pedestales de las sagradas
televisiones.
Pero, aún a
pesar de la influencia de los expertos en salud, una vez instaurado ese modo de
gobierno, este tiende a distanciarse de las prescripciones fundamentalistas de
los mismos, que representan un modo de inteligir la realidad que desplaza y
subordina otras dimensiones a la situación de salud. Así se puede entender el juego entre los
distintos expertos salubristas, que, focalizados en exclusiva a la situación de
salud, proponen medidas duras de restricción de la movilidad, de las
actividades y de las relaciones sociales. Sin embargo, los gobiernos, toman sus
decisiones considerando la lógica de los actores económicos, así como el de
distintos actores sociales, que expresan sus desavenencias en términos de
desobediencias mudas y distintas tensiones latentes, incidiendo en el
sacrosanto mercado electoral. La hostelería constituye el frente primordial en
el que se hacen visibles estas tensiones. La sombra de las viejas teocracias
comparece inequívocamente. Los clérigos de la salud terminan por expresar su
cólera frente a la laxitud de los gobiernos, generando tensiones cíclicas de
distinta intensidad.
Fernando
Simón representa el altar en el que se ofician todas las síntesis y tiene lugar
el proceso de transfiguración de la realidad. Él personaliza la función crucial
de alfabetizar en términos salubristas unas decisiones tomadas integrando las
perspectivas políticas-electorales, económicas y sanitarias. Esta función le
reporta simultáneamente fervores e
inquinas. Su trono se instala en el atril en el que diariamente se comunica la
situación, y en el que es menester realizar milagros argumentales para
presentar las decisiones de forma que sean aceptadas por todas las partes.
Estas proceden de varias fuentes escasamente compatibles. Así se configura como
el chamán oficial de la nueva somatocracia, cuya función es la de realizar una
metamorfosis de la realidad para calmar a los inquietos súbditos, feligreses,
sacerdotes y notables del reino.
La pandemia
ha acrecentado la importancia del estado de salud, que ha tenido impactos muy
importantes en todo el sistema. Los más sobresalientes son la cancelación
provisional de distintas áreas de la vida ordinaria; la remodelación drástica
de los sistemas políticos a favor del poder ejecutivo; la emergencia de una
expertocracia sanitaria incompatible con varias lógicas del sistema, y la
aplicación de una política sanitaria que conlleva varios elementos
coercitivos. Los gobiernos tienen que
tomar decisiones diarias que coartan la libertad misma de las personas. Las
tensiones son manifiestas, pero no siempre son perceptibles en su dimensión, en
tanto que suscitan un excedente de malestar que permanece en estado
subterráneo.
Estas
tensiones se derivan de tres problemas: los efectos de la escasa cohesión
social; las lógicas centrífugas derivadas del sistema político, y las
incompatibilidades entre los modelos de vida imperantes en amplios sectores
sociales y los requerimientos de la salud. El resultado que tienen estas
tensiones afecta principalmente a la fragmentación y debilidad del relato
oficial acerca de la pandemia y sus respuestas. Sin una narrativa unitaria y
sólida que la respalde, la acción gubernamental y de los dispositivos
especializados tiende a disminuir su eficacia, minimizando sus adhesiones y
maximizando sus críticas.
La Covid
arriba en una sociedad caracterizada por una cohesión social decreciente, que
implica a varios procesos de desintegración social. Los contingentes definidos
por su situación inestable, debido a sus precarizaciones recombinadas; los
jóvenes en la larga y tediosa espera a su llegada al mercado de trabajo; los
mayores incrementalmente inhabilitados y apartados, así como las distintas
categorías sociales en situaciones de carencias, entre los que destacan las
poblaciones empobrecidas, cristalizan en verdaderos continentes sumergidos que
dificultan la viabilidad de las políticas públicas y sanitarias universales.
El sistema
político, que se sustenta en el modelo de la videopolítica, representa la
instauración de una lógica de guerra abierta permanente entre los partidos para
la consecución del gobierno. Este sistema genera una inevitable miniaturización
de la inteligencia. Cualquier actor llegado a él, es reconvertido por la
estructura fatal de la confrontación frontal basada en las minucias, y las
prácticas políticas y comunicativas que lo respaldan. Las sesiones de control
al gobierno adquieren un perfil patético, en el que las sombras de Belén
Esteban, Kiko Matamoros y demás héroes de la televisión basura se hacer
realidad en una ceremonia inquietante. Me pregunto cómo hubieran reaccionado
gentes de la primera generación de la democracia ante este espectáculo grotesco
que es inesquivable para los presentes allí. Pienso en Gregorio Peces Barba,
Tierno, Herrero de Miñón y otros políticos de su estatura. La Asamblea de
Madrid pone en escena las historias de la inefable presidenta, y las
controversias adquieren una condición inequívocamente berlanguiana.
Un sistema
político de esta naturaleza, socava la legitimidad de cualquier gobierno. En el
año de la Covid, esta lógica comunicativa de las instituciones políticas ha
erosionado el relato oficial de la pandemia, presentando a los respectivos
rivales como demonios, y a los médicos y los epidemiólogos como ángeles. La
dispersión decisional de las autonomías y los argumentarios de los partidos
alcanzan el éxtasis de la desinteligencia. Cada cual juega a debilitar al
contrario y socavar su base social buscando una jugada que tiene como horizonte
temporal hoy. En tanto que todos apelan a la ciencia como fuente incuestionable
de las decisiones, ponen en circulación argumentos burdos, falacias, discursos
infantiles, mentiras, bulos, acusaciones inquisitoriales, insultos, y otros
ingredientes de un repertorio fatal. En estas condiciones, cualquier política
sanitaria es inmediatamente desacreditada y negada. El resultado es el refuerzo
del fanatismo y la adhesión incondicional, la expansión de los rencores, y un
estado de aturdimiento general. Ningún proyecto solvente puede prosperar en
este medio intoxicado.
Una tensión
que se acrecienta en este tiempo de Covid es la confrontación silenciosa entre
los salubristas y los profesionales sanitarios, con las poblaciones que
detentan modos de vida no saludables, o que implican riesgos para la salud.
Este conflicto latente se intensifica ahora, en tanto que el complejo
profesional de la salud se instala en el centro del sistema. Las posiciones que
subordinan drásticamente las gratificaciones y placeres propios de la buena
vida al mantenimiento de un nivel óptimo de salud, son reforzadas por el
tratamiento de la pandemia, en tanto que cualquier comportamiento arriesgado
deviene en amenaza a la salud colectiva.
Los
salubristas filtran en sus discursos nociones que hacen de la salud un fin en
sí mismo. He escuchado pronunciamientos favorables al cierre de los bares que
expresan un resarcimiento de un sentimiento no expresado de hostilidad a las
socialidades y las prácticas cotidianas de una parte muy considerable de la
población. El finde era el tiempo de la manifestación de la multiplicación de
prácticas que implican riesgos a la salud. La pandemia favorece la condena
moral de estas prácticas de esparcimiento. Tras las propuestas de restricciones
de la movilidad y de las relaciones sociales subyace una propuesta puritana de
regeneración saludable, adscrita a un modelo de vida polarizada en la salud sin
riesgos.
Este
conflicto se va a desplazar al centro del escenario en cuanto mejore la
situación epidemiológica. La policía municipal de Madrid informa que este fin
de semana ha disuelto 250 fiestas en la ciudad. Estas son solo la punta del
iceberg de la fiesta. Un año de prohibiciones desembocará inexorablemente en
una explosión festiva, en cuanto se alivie la situación epidemiológica. En los próximos
meses el escalamiento parece inevitable, en tanto que el resarcimiento cambiará
de bando. La complejidad de esta contienda excede todas las previsiones. En
distintos países de Europa han sucedido eventos críticos que anuncian el nuevo
conflicto. Desde los medios y la inteligencia del sistema, se construye una
visión reduccionista atribuyendo la etiqueta de “negacionistas”.
La oscuridad
en el campo decisional me produce una sensación de perplejidad, que a veces
genera sentimientos de hostilidad, que son aliviados por las risas que suscitan
las actuaciones de los expertos ciegos. En Andalucía dirían que “me tienen
fritito”. Esto es el síndrome de Stendhal invertido. La ciencia epidemiológica
corre el riesgo de terminar en el suelo.
2 comentarios:
Muy bueno Juan. Hay otra línea de análisis en la calidad de las relaciones, así como de los bienes y servicios. De como el CÓMIC es también la excusa del mínimo posible y del fin de la cultura del reclamo de la calidad. Y la otra línea de análisis es el fin de la salud pública como institución eficaz. La saturación de los servicios ha dado lugar a un descenso de la calidad, cobertura y alcance de sus funciones, degradandolas aún más. Ello en una paralela Re-explosiòn de la publicidad de la salud privada para hacer efecto llamada de aquellos estratos sociales que "puedan" costearla.
El de Estocolmo es otro de los síndromes extendido entre los conciudadanos, tras haber sido largamente sometidos a restricciones severas de libertad. Por eso, muchos de ellos piden medidas más duras.
Publicar un comentario