Tos seca sacude a la humanidad: a
unos por el virus, a otros por el miedo, más lo segundo que lo primero. A la
humanidad se le contajo el pecho, se agazapó en su guarida…y el planeta Tierra
respiró: la hierba brotó en cada esquina. La vida siempre gana
Leopoldo
Márquez
He leído
recientemente un libro sobre la vivencia del confinamiento de una persona
poliédrica. Es abogado, poeta y cuentacuentos, pero sobre todo, un ser vivo que
atribuye el máximo valor al arte de vivir sin mayúsculas. Su nombre es Leopoldo
Márquez. El texto muestra nítidamente a la persona: sus percepciones, sus
reflexiones, el vínculo con su historia personal y sus prácticas de vida. Editado
y distribuido por Amazon ha tenido un éxito editorial considerable. Es una
excepción al silencio de la sociedad respecto a la vivencia de este
acontecimiento.
El
confinamiento es un suceso central, cuyas consecuencias en las vidas de los
encerrados no pueden ser minimizadas. Sin embargo, se trata de un evento mudo
que señala la apoteosis de los dispositivos expertos, que han suplantado a las
personas en el orden del decir. En este episodio solo hablan los expertos, y
las personas corrientes se encuentran marginadas de esta conversación, en tanto
que solo son interpeladas para responder a las preguntas cerradas que elabora
el poder experto. La Covid representa la culminación del proceso de
inhabilitación radical de las personas, que son suplantadas por los expertos de
modo drástico.
El silencio
social afecta también a las gentes de la cultura, que se ausentan de modo
manifiesto del escenario habitado por los expertos y sus representaciones. El
valor del libro radica precisamente en su inequívoca autonomía respecto a las
definiciones de los sistemas expertos, que ocupan en régimen de exclusividad
los flujos mediáticos. El relato se inscribe estrictamente en lo vivido. Este
se realiza mediante varios géneros que se entrelazan en el hilo argumental de
las vivencias del autor. Los poemas, las reflexiones, los relatos y las
crónicas se alternan en sus páginas. El autor lo define así: “¿Para qué escribo estas páginas? Para
empezar, diré que las llamo páginas porque no sé bien de qué otra manera
hacerlo. En un principio, iba a ser un poemario; después un compendio de
relatos, anécdotas, crónicas…, aunque hoy estoy tentado a rendirme y reconocer que se trata de un simple y mero
diario. Yo quería que fuera otra cosa…Pero no, esto es un diario hiperrealista
de una realidad surrealista.”
La
definición del estado epidemiológico y sus dispositivos expertos del sujeto
confinado se condensa en una homologación brutal. Se supone que cada uno es el
efecto de sus datos sociodemográficos y de su historial de salud. Por el contrario, el relato de Márquez muestra la existencia de un ser
vivo que hace sus selecciones, sus cálculos, se propone metas y genera
sentimientos y emociones. El libro contradice la idea del poder, que imagina al
súbdito confinado como un ser mediatizado, concentrado en la pantalla para
aliviar su incertidumbre y agradecer al pastor por su deferencia por
considerarle ahí, enclavado tras la pantalla. Este sujeto imaginario suspende
su vida en espera de ser rescatado por el generoso poder gubernamental-experto.
Su cotidianeidad alterna sus obligaciones como espectador con las pequeñas
rutinas cotidianas.
Pero el
protagonista del relato es justamente lo contrario. Es una persona activa que,
a pesar de las limitaciones del encierro, imagina, piensa, siente y actúa
decididamente. Y el centro de su vida es precisamente el amor y el sexo. El
confinamiento del personaje de Leopoldo, se organiza en torno a un
acontecimiento central: la relación con una mujer que trabaja en una farmacia.
Esta suscita un repertorio de sentimientos intensos que lo mueven a la
transgresión de las normas. Atraviesa la ciudad para verla, se arriesga en
estos desplazamientos, consigue su teléfono, lo cual le permite chatear con
ella y termina con varias citas en un lugar tan prosaico como un supermercado.
El relato
consigue descifrar la energía interior que proporciona una relación así. La
espera a la cita es un momento muy intenso que remite a la adolescencia. Los
encuentros son limitados por la distancia personal y la mascarilla, guantes y
el conjunto que denomina como burka. Me ha hecho reír varias veces, en tanto
que a mí también la mascarilla me suscita la revalorización de los labios y de
los besos. Para él es imperativo conseguir un beso, que entiende como un acto
sublime que tiene lugar entre cajas, latas, precongelados y similares. Esta
relación se refuerza por efecto de la activación pulsional que tiene como motor
lo prohibido. “Si ambos estábamos allí,
en aquel encuentro prohibido en época de coronavirus, es porque ambos somos
valientes y salimos a la búsqueda de un Dios todopoderoso”. La magia que
emana de lo prohibido comparece en varias ocasiones “Nos
sonreímos con esa mirada de vida que brota siempre de lo prohibido”
También
narra un polvo inesperado con una amante que consigue burlar las líneas
establecidas por los programadores del confinamiento. El sexo es el gran
problema vivido. “Yo, discípulo de Onán,
que daba por asumido que la cuarentena suponía esta castidad impuesta a todos
los solteros…y de repente me encuentro cerrando a toda prisa las ventanas de
este despachito para recibirla aquí”. El tecleo en el ordenador y el
compulsivo folleteo se funden en este episodio sobrevenido al encierro que
penaliza severamente el sexo de los no emparejados establemente y ubicados bajo
el mismo techo. Cuenta un tórrido e imprevisto amor entre dos compañeras de
piso compartido. Una amiga suya es su confidente. Todo empieza por tímidos
roces en los pasillos, que generan una situación en la que se hace factible el
encuentro de los codos en el balcón de los aplausos de las ocho, el único
momento social extradomiciliario del extraño evento. Todo termina con el
descubrimiento mutuo de sus cuerpos y la explosión de sus pasiones amorosas.
La
centralidad del amor y el sexo desplaza a su posicionamiento con respecto a la
pandemia. Es llamativo que entienda esta, más como una operación que refuerza
un nuevo poder que como una respuesta a un problema de salud. Sus reflexiones
intercaladas acreditan que comprende lo esencial “Toda la población estaba preparada para que se declarase hoy ese estado
de alarma, era un secreto a voces, pero lo que yo no esperaba y lo que se
escondía detrás de ese discurso, posiblemente sin él saberlo, es que se
inauguraba una nueva época: la era de un paternalismo protector frente a un
pueblo que regresaría después de décadas o siglos a una minoría de edad”.
En varias ocasiones insiste en la pérdida de libertades y derechos, así como al
final de las democracias tal y como las hemos conocido.
Pero este
posicionamiento frente a los aspectos políticos de la pandemia, se subordina a
la cuestión de la vida mutilada por la prohibición que afecta a la piel, el
tacto y el olfato, que conforman las relaciones fuertes en los humanos.
Refiriéndose a su madre, confinada en Granada, dice “Ella, como todos los granadinos, ha pasado su vida encerrada en la
calle y en los bares, en las plazas. Así semos los granaínos. Ese es el único
encierro que los granaínos han conocido en su vida: encerrarse fuera de casa”.
La terrible ley de la distancia personal atraviesa todo el texto como una
precondición de la vida, que ha sido brutalmente extirpada.
Su canto a
la vida en minúsculas se especifica en dos episodios. Uno es la constatación de
las casas-contenedores, entendidas como espacios de encierro. Dice “Este agotador y falso confinamiento en todas
las ciudades del mundo solo tiene un culpable: el padre de todos los padres de
la arquitectura moderna: Le Corbusier. Fue él quien ideó estos edificios e
incómodas celdas en las que hoy vivimos los humanos. Hemos entregado nuestras
vidas al trabajo, a viajes vacuos, a tener tablets, ordenadores…y ahora nos
percatamos de que vivimos en ratoneras desprovistas de terrazas, espacios
flexibles, luz natural y ventilación. Angostas atalayas con ascensores (llenos
de virus) que nos ascienden a las celdas. La culpa de absolutamente todo es de
Le Coirbusier”.
La otra se
refiere a la crítica del teletrabajo y la reafirmación del trabajo presencial.
“El trabajo presencial permite mantener
una rutina edificadora y una dignidad personal ya que el exponerte a un
colectivo obliga a mantener una debida belleza, una ropa a punto, una atención
necesaria en nuestra indumentaria y peinado. La interactuación en el trabajo
presencial es una fuente indefinible e inagotable de experiencias y de
conocimiento, tanto profesionales como personales. Hay un valor intangible en
el camino al trabajo, en el tiempo que se estará en la oficina, en el camino de
regreso…Ese valor intangible consiste en toda la información inconsciente que
percibimos y que nos permite resetearnos hacia una realidad tremendamente
cambiante. Quien se queda ante un ordenador en casa, se acomoda, pierde la
capacidad de tolerar las diferencias cotidianas y, en esta sociedad de la
tecnología, corre un alto riesgo de aislarse y perder la noción de la realidad”.
Este libro
tendría que ser leído detenidamente por las huestes expertas en la medicina,
epidemiología y otras experticias en el misterio de la salud. Es una oda a la
vida y la libertad personal. En una de sus reflexiones, sintetiza el espíritu
de vivir en el campo de concentración abierto que la Covid ha instaurado. “Confieso que, hasta hoy, ni un solo día
cumplí el encarcelamiento; en secreto, sin contárselo al mejor de mis
confidentes, salía a la búsqueda de esta ciudad nueva, de esta nueva era:
resultaba tan estremecedor, sublime: Madrid desnuda para mí”. Esta
confesión suscita en mí mismo una inevitable identificación. En los textos que
escribo en este blog desde el advenimiento de la pandemia, este espíritu y
estas prácticas están presentes. Estar confinado sin otorgar permiso a los
confinadores para hacerlo es todo un arte menor. El arte de vivir reduciendo
las constricciones impuestas en esta era. Se trata de poner una distancia de
seguridad, nunca menor de dos metros, a los dispositivos persuasivos y
coercitivos del poder.