El que quiera mandar guarde al
menos el último respeto hacia el que ha de obedecer: absténgase de darle
explicaciones.
Rafael
Sánchez Ferlosio
Filomena es
un evento meteorológico extremo que ha tenido un impacto totalizador sobre el
medio físico y la sociedad. En este sentido, trasciende su naturaleza
específica para configurarse como un hecho social total que instaura un breve
intervalo temporal en el que queda
suspendida la organización social. En este tiempo se hacen visibles muchas
cuestiones de fondo que permanecen ocultas en lo que se entiende como
normalidad. Estos tiempos de pausa son extremadamente ricos desde la
perspectiva sociológica, en tanto que afloran múltiples elementos de la
realidad social que permanecen mudos en el curso ordinario de la sociedad y la
vida.
Filomena
representa, principalmente, una apoteosis de la contingencia. Las autoridades
recurren a la excusa de que no había sucedido nada igual en los últimos
cincuenta años para justificar los déficits de la respuesta, cuyo principal problema
radica en ser desbordada por la tormenta. Siempre se fue a remolque de la misma
y su magnitud solo fue percibida cuando esta estaba concluyendo. El tiempo en
una catástrofe es una dimensión esencial. Unas horas significan unas
constricciones muy importantes para las respuestas. La contingencia es una
parte esencial de lo que Beck, Luhmann y otros autores definen como sociedad de
riesgo. A pesar de que los servicios de la atormentada meteorología habían pronosticado
su magnitud con precisión, el resto de dispositivos se incorporó tardíamente,
en espera de las órdenes de una coordinación y dirección ausente hasta que la
radio y la televisión difundían las imágenes del desastre, convirtiéndolo en un
espectáculo audiovisual dotado de la capacidad de concitar audiencias
extraordinarias.
LOS INCONVENIENTES DE LA
MEDIATIZACIÓN
Los
acontecimientos extraordinarios derivados de la multiplicación de la
contingencia en las sociedades del presente, constituyen un filón sustancioso
para los medios, que los empaquetan y formatean con el objetivo de movilizar a
sus potenciales audiencias. Pero la comunicación audiovisual, junto a las
ventajas de la instantaneidad y la difusión, presentan unos inconvenientes de
gran envergadura. Este es el de su inevitable fragmentación. Los medios
presentan numerosos planos del evento, seleccionados por su impacto en los
espectadores. El problema radica que la unidad y la esencia del acontecimiento
se desvanece, en tanto que la dispersión de la narración lo hace inevitable. En
el caso de Filomena, el espectáculo resultante del encadenamiento de fragmentos
audiovisuales, dificulta su síntesis valorativa. En los contenidos estaban
presentes dos vectores antinómicos. De un lado remitía a la conversión de la
ciudad en una estación de montaña, generando un paisaje que convoca el
imaginario del esquí, (pen)última actividad de deslizamiento que invoca la quimérica
modernización, en la que la nieve y la naturaleza compone un entorno gozoso.
Las imágenes
jubilosas y las gentes alborozadas que se descubrían en la magia del blanco se
intercalaban con las de la catástrofe, con la progresiva comparecencia de
situaciones críticas y personas afectadas por las mismas. Además, se producían
distintas comunicaciones de las autoridades, que eran leídas en términos de
rivalidades que alimentan la lucha permanente por el gobierno. Este collage
informativo tiene como consecuencia el descentramiento del espectador, que
espera ser sorprendido por imágenes derivadas bien del heroísmo de las gentes
que responden, del dolor de las víctimas o del medio físico en situaciones
límite. La programación adquiere la naturaleza de un espectáculo orientado a
mantener la atención mediante la aparición de secuencias espectaculares. La
mezcla de ficción y realidad parece insoslayable.
INICIATIVA CIUDADANA Y DISPOSITIVOS
ESTATALES
En un
acontecimiento marcado por la contingencia se disipan temporalmente las
estructuras. En los momentos críticos las personas desempeñan un papel esencial.
Es el momento en el que la relación de las autoridades y la gente adquieren un
perfil particular. En general, las dificultades de actuación de los
dispositivos estatales requieren que la gente actúe por su propia iniciativa.
Esta es la cuestión más importante en presencia de Filomena. El sábado por la
tarde dejó de nevar y era inevitable la conversión de la gran masa de nieve en
hielo, dificultando la actuación de los dispositivos estatales. En este
momento, la potencialidad de la población era imprescindible para abrir un
conjunto de pasillos y pasarelas liberadas de nieve-hielo para poder circular a
pie en el interior de la red de calles.
Pues bien,
las autoridades no llamaron a la población a realizar esta tarea
imprescindible. Algún político hizo alguna alusión, pero las comunicaciones
estatales atribuían el monopolio de actuaciones a los dispositivos estatales.
La potencialidad de la gente en situaciones críticas siempre es encomiable. Los
profesionales de los hospitales se autoorganizaron para doblar los turnos y
asegurar el acceso a los centros. Muchos trabajadores de servicios esenciales
dieron muestras de sacrificio y solidaridad extrema. También, el domingo y
lunes distintos grupos de paisanos promovieron iniciativas para despejar los
accesos a algunos centros de salud y otros edificios esenciales, así como
asegurar la movilidad de algunos enfermos críticos, como los de diálisis. Han
aparecido algunas hermosas historias y aparecerán otras emocionantes.
Pero estas
iniciativas tienen lugar en un océano de pasividad, en la que las personas no
aportan su iniciativa y energía para paliar la catástrofe. La llamada de los
poderes estaba centrada en que la gente estuviera en casa, ejerciendo el
esforzado oficio de espectador. Las personas son requeridas como público
aplaudidor del espectáculo de su propia liberación por héroes providenciales
externos. En esta ocasión, la UME desempeñó el papel principal. Los poderes
públicos reclaman a la gente como masa crítica para el apoyo de su cruenta
batalla mediatizada por el relato del acontecimiento, que influye en el
equilibrio electoral.
Muchos de
los dramas protagonizados por personas atrapadas pueden ser paliados mediante
la iniciativa espontánea de la gente. Este comportamiento es común en lugares
en los que las catástrofes son frecuentes. Acabo de dar un gran paseo por
Madrid. Se puede concluir que ya toda la nieve es hielo, que los servicios
públicos han recuperado una parte de las calles como pasarelas para urgencias
sanitarias o de abastecimiento. Sin embargo, la recuperación de las aceras es
manifiestamente insuficiente. La gran mayoría de los espacios liberados de
hielo corresponden a accesos a comercios y supermercados, siendo ejecutadas por
empleados de los mismos. La movilidad a pie entre los portales, los comercios,
las estaciones de metro, los colegios o los centros de salud, se encuentra
severamente amenazada.
A riesgo de
no ser bien comprendido, me parece relevante la ignorancia de las autoridades
con respecto a los jóvenes. Estos comparecen en el flujo mediático como
protagonistas de las imágenes del gozo mediante batallas de bolas de nieve,
esquí y otros usos festivos del espacio nevado. Pero no son convocados como
voluntarios para colaborar activamente en liberar los espacios inmediatos o
para paliar situaciones de las personas más perjudicadas por el encierro
obligado. En esta omisión se encuentra presente la tensión derivada de su
posición estructural. La juventud es un estado de espera para arribar a las
inmediaciones del mercado de trabajo. La marca de la precarización conlleva la
denegación de su iniciativa. En coherencia con esta realidad los jóvenes son
ignorados, no se les pide nada, a cambio de su silencio respecto a su posición
estructural, en tanto que grupo de edad víctima de un mercado de trabajo
restringido, incapaz de albergarlos.
Los poderes
públicos han actuado según la lógica de rescatar a una población de clientes
que no podían ejercer su condición, debido a su movilidad. Los papeles de
espectadores, votantes y clientes se han acrecentado, minimizando el ejercicio
de la ciudadanía, que en esta ocasión consiste en colaborar autoorganizadamente
en la liberación de espacios antes de su conversión en pistas de hielo. Esta
tarea se tiene que realizar según un patrón que se asemeja al justo a tiempo imperante en la
industria. El momento era cuando cesase de nevar. Este elemento constituye la
cuestión esencial de la respuesta a Filomena. Su bloqueo tiene unas
consecuencias fatales, en tanto que se dilata el tiempo de recuperación y se
penaliza a los estratos de población peor dotados para la movilidad.
EL ESTATUTO SAGRADO DE LOS
AUTOMÓVILES
Filomena
castiga sin piedad a todo el espacio. Uno de sus principales efectos es la
paralización de las vías de comunicación. En Madrid, el entramado de carreteras
se encuentra posicionado en torno a los anillos sagrados de la M-30, la M-40 y
M-50, que envuelven la ciudad, siendo el soporte del entramado de calles y
avenidas. La primera señal que favoreció la idea de que la nevada era una
catástrofe fue el colapso de las circunvalaciones. En ellas quedaron atrapados
miles de automovilistas, confinados en el interior de sus cápsulas móviles. Los
medios priorizaron la presentación de casos críticos que se producían en el
interior de los automóviles, en detrimento de los distintos dramas que se
producían en el interior de los domicilios. Me refiero a mayores, dependientes,
enfermos o niños que quedaron aislados de sus cuidadores o desabastecidos de
los servicios básicos.
La historia
mediática de Filomena es la de los automovilistas, camioneros y viajeros en
suspensión forzosa. Ellos protagonizan esta secuencia de la infrahistoria de
las sociedades del presente. Es encomiable la heroicidad de los conductores
atrapados por la nieve, que aguantaron durante tantas horas su situación en
espera del rescate. Cuando este tiene lugar, se produce el drama de la
separación de la máquina de movilidad, que queda en una situación comprometida
por la nieve. La imagen central del apocalipsis temporal son los automóviles
abandonados y sepultados en las M madrileñas. Sus conductores son rescatados
por los cuerpos de seguridad con la contrapartida de perder su condición de
conductores en un breve intervalo temporal, hecho que produce un vértigo
indescriptible a los afectados.
El primer
día del postFilomena es el día de la liberación de las vías de movilidad y de
las máquinas abandonadas. Las televisiones priorizan las operaciones de
rescate, en tanto que los colegios se encuentran rodeados de hielo y los
pasillos liberados de este para acceder a los mismos son manifiestamente
insuficientes. Soy un peatón convicto y confeso. Mi experiencia me hace
comprender el misterio de la preponderancia del automóvil. Ayer contemplé en
distintas calles los esfuerzos de los atribulados conductores para rescatarlos
de su inmovilidad forzada. Este trabajo se sobrepone al de asegurar una red de
aceras seguras.
LA RESTRICCIÓN DE LO COMÚN
Filomena
representa a una sociedad en la que predominan los roles de clientes,
espectadores, votantes y conductores. En esta, la ayuda mutua decae, en tanto
que se espera recibir el servicio de los dispositivos especializados de
emergencias, que detentan el monopolio de las respuestas a los problemas. Sin
embargo, en situaciones de excepción provocadas por desastres que pueden
adquirir distintas formas, los poderes desautorizan a la población para que se
autoorganice. En estos días, con independencia del juicio que merezca la
respuesta, queda acreditada la insuficiencia de los dispositivos
especializados, dada la magnitud de la catástrofe. Es el momento de reconocer
la potencialidad de la población, que, mediante el voluntariado, puede aportar
una energía imprescindible.
La filosofía
que subyace a la respuesta de las autoridades y los medios, representa una
filosofía en la que lo común queda restringido a la red viaria. La
preponderancia absoluta de las carreteras sobre las aceras remite al dominio
simbólico de los motorizados sobre los peatones. Una sociedad así engendra unas
amenazas adicionales que alcanzan un rango alarmante. Estas líneas de acción en
torno a la restricción de lo común y de los roles activos, refuerzan la
minimización de la inteligencia. Al igual que la gran mayoría es inhabilitada
para actuar en caso de desastre, también es enclaustrada en una conversación
con formato de cuestionario. El diálogo con el poder se agota en responder a
sus preguntas cerradas: mucho, bastante, poco, nada. La amenaza del cambio
climático se refuerza con la expropiación de los roles ciudadanos activos. En
esta situación, la contingencia alcanza cotas supremas.
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