La gran
nevada caída sobre Madrid pone de manifiesto las miserias del sistema político.
En esta ocasión, las comunicaciones de las distintas autoridades han eludido la
realidad para elaborar una ficción alternativa en la que quedan liberados de
responsabilidad en una imprevisión monumental y fatal. Los discursos de
ministros, consejeros, alcaldes y demás políticos, alcanzan un nivel de
mistificación insuperable. La realidad vivida por muchas personas, en
particular la de los trabajadores que quedaron atrapados en las carreteras o en
sus propios centros de trabajo, contradice los discursos delirantes de las
autoridades.
La
comunicación política es convertida en un instrumento orientado al mercado
electoral. Cualquier intervención es minuciosamente programada para alcanzar
esta finalidad. De ahí resulta un extrañamiento de la realidad oficial
experimentado por las gentes ordinarias, que no se imaginan en un mundo tan
formidable. El exceso de la comunicación se constituye en un indicador de
decadencia radical de las instituciones representativas, que terminan por
expropiar a las personas de sus propias vivencias.
La nevada ha
determinado el desfile de las autoridades ante las cámaras expresando su
autocomplacencia, al tiempo que la subordinación servil de las televisiones al
discurso oficial. Esta mañana, escuchando a Juanjo Millás en “a vivir que son
dos días”, he reído ante sus palabras de perplejidad ante el aluvión
comunicativo oficial. Él mismo se reconocía ajeno a la realidad construida por
la comunicación política. Esta niega, oculta o no considera el hecho de que los
dispositivos de emergencia, elogiados en todos los discursos oficiales, se
muestren patéticamente incapacitados para resolver el aislamiento inevitable de
los que estamos atrapados en un mar que hoy es de nieve, y esta noche de hielo.
Las consecuencias negativas de este confinamiento forzado son múltiples. Y
conste mi reconocimiento a todos esos trabajadores esforzados.
Una de las
perlas de la comunicación mística oficial es la recurrencia al ejército como
una entidad imaginaria equiparable a Supermán. No dudo de su esfuerzo y
eficacia, así como de que ha sido convocado tarde y tiene que actuar para
afrontar urgencias, poniendo de manifiesto que no ha habido ni hay plan alguno
de respuesta. Pero, tal y como decía
Millás, el tono de los discursos es patético en su paternalismo e
infantilización. Así, Sánchez, al igual que todos los demás, se muestra como un
patrón generoso que nos presta benevolentemente su ejército para salvarnos del
hielo. Tras este discurso comparece un autoritarismo inocultable, que también
ha aparecido nítidamente en el confinamiento.
Uno de los
autores más agudos para descifrar los misterios de esta comunicación, es Laurent
Habib. En un libro de época “La comunicación transformativa” (Península),
presenta una conceptualización rigurosa de la historia de la comunicación en
los últimos cuarenta años. He seleccionado varios párrafos que ayudan a
comprender este extraño fenómeno vivencial, que desaloja nuestra experiencia de
la realidad de la comunicación política.
Así, mañana,
cuando nos descubramos cercados por el hielo, tendremos que esperar el milagro
comunicativo que escenifiquen los gabinetes de comunicación política, que nos
harán sentirnos pequeños frente a el torrente de palabras mayúsculas enunciadas
por los próceres, ahora involucrados en una batalla con el fin de desgastar a
sus rivales utilizando la nevada.
Estas son
las palabras de Habib que estimulan una reflexión al respecto:
…Los franceses ya no quieren escuchar
estas palabras, estas frases, tranquilizantes, anestesiantes, juzgadas capaces
de cloroformizar la angustia del porvenir y la reflexión sobre el presente. Son
innumerables los sondeos que dan testimonio de la puntuación muy medocre
concedida a la credibilidad de los discursos de los políticos. Todo sucede como
si nuestros dirigentes hubieran perdido su capital de palabra verdadera. Más
profundamente, el político, al perder progresivamente su función tutelar,
hipotecó el principio mismo de la credibilidad de los mensajes.
La palabra del poder se volvió vana.
La impotencia de los actos consagró una impostura suplementaria: la de las
palabras. El discurso político, sinónimo de promesas con demasiada frecuencia
no mantenidas, perdió su capacidad de transformación de la realidad para
mudarse en arte del comentario.
La mentira se banaliza hasta hacerse
parte integrante de la vida. ¿Qué consecuencias tiene? Una carga destructiva
contra cualquier palabra de autoridad. Si el político miente, eso significa que
la mentira está en todas partes, que todo el mundo puede mentir: los medios de
comunicación, los expertos, las empresas, las marcas…Cualquier discurso se
vuelve sospechoso y se pone por tanto en entredicho.
Desmitificado, no se hace elegir por
los valores que encarna o el proyecto que propone, sino simplemente por ser
quién es. La escenificación alcanza su paroxismo en el fenómeno de
pipolización, que contribuye a banalizar cada vez más la función política, a
riesgo de empañar la imagen de toda una clase. Frente a una función vaciada de
su sustancia original, lo único que les queda a los personajes públicos es la
exposición de su vida privada. Por tanto, los políticos se matan por ser
pipolizados.
“Enfrentados a retos cada vez más
contradictorios, a una sociedad sometida a tensiones cada vez más antinómicas y
a opiniones con exigencias incesantemente más paradójicas, los políticos, las
empresas, los medios de comunicación y las marcas pensaron que podían salirse
con la suya apoyándose en una comunicación manipuladora, basada en el mito de
los intereses convergentes. Creyeron que al enfatizar condiciones externas
positivas que por naturaleza provocan el consenso y son indiscutibles, y al
privilegiar la emoción o el espectáculo podrían borrar la realidad de las
opciones que motivan cualquier decisión política, estratégica, editorial o
comercial. Vieron su salvación en la puesta en escena de ideas banales y de una
comunicación que se ha convertido en el sinónimo correcto de manipulación y
quisieron obtener, con toda suerte de mentiras, de compasión, de énfasis, de
emoción, de clichés, de perogrulladas,
de truismos, de necedades, la aceptación dócil de un receptor pasivo. A golpe
de cinismo y de desprecio, y considerando a los individuos como sujetos,han
mantenido sus posiciones dominantes y han hecho que triunfara el statu quo. En
definitiva, se han puesto al servicio del conservadurismo”.
“La comunicación transformativa
obliga a los comunicadores a reforzar sus exigencias y los obliga a reconocer
en el receptor su estatuto de persona completa, planteándose como objetivo
informar, hacer posible, asesorar y otorgar un papel […] Su objetivo es hacer
inteligible el camino a seguir para que todos sean conscientes de su lugar y su
papel en el sistema.
1 comentario:
Juanjo es muy bueno en uno de los mejores programas de la radio española, pero sus columnas sobre las cosas que le pasan, porque aunque se las invente, es evidente que le pasan, son indispensables para sonreír en cualquier circunstancia.
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